De guerreros y decadentistas
Los usos de la historia en la política argentina actual
Las «batallas por el pasado» han sido recurrentes en la disputa política argentina. «Gobernar es historiar», decía Juan Bautista Alberdi respecto a la Presidencia de Bartolomé Mitre (1862-1868). La frase no podía ser más eficaz a la hora de ilustrar la gran empresa historiográfica que encaró el primer Presidente de la República Argentina unificada y constructor del relato histórico de la nación que se estaba modelando en la segunda mitad del siglo XIX [1]. Desde ese entonces y hasta el día de hoy, diversos Presidentes y políticos han apelado con mayor o menor intensidad al pasado. En este artículo nos proponemos penetrar en las miradas que dirigentes políticos de la actualidad tienen sobre la historia, como una vía de entrada para analizar sus miradas sobre la política. En el presente se entremezclan miradas revisionistas, polarizadoras y decadentistas que buscan dar sentido al contexto crítico que atraviesa el país.
Antes de introducirnos en esas visiones, es preciso hacer una aclaración, tal vez demasiado evidente pero necesaria. Los discursos de los políticos sobre la historia están destinados a la tribuna pública del presente y no a la producción crítica de conocimiento sobre el pasado. Se trata de una apuesta memorial y no historiográfica. Es decir, buscan consolidar una identidad o legitimar un estado de cosas, no tienen una voluntad por «conocer la verdad de lo sucedido». La memoria puede asumir la vocación de condenar un pasado y también de conmemorarlo, y por ello se acerca más a la emoción que a la racionalidad del trabajo histórico. «Todos los seres humanos, todas las colectividades y todas las instituciones necesitan un pasado, pero solo de vez en cuando este pasado es el que la investigación histórica deja al descubierto», afirmaba el historiador Eric Hobsbawm [2]. La tensión se establece, según el autor, entre la identidad que requiere la sociedad y la universalidad a la que aspiran los historiadores.
Sobre la base de esta distinción entre memoria e historia, este artículo se centra en la primera para entender las identidades políticas del presente. ¿Cuáles fueron los momentos reivindicados y denostados por los principales dirigentes políticos que compitieron en las elecciones de 2023? ¿Cómo articularon pasado, presente y futuro en una visión del país? ¿Qué revelan esas miradas del pasado sobre la forma de concebir la política?
Milei: una mirada decadentista de la historia nacional
El 1° de octubre de 2022, el entonces diputado libertario Javier Milei encabezó un acto en la provincia de Tucumán en el que habló frente a más de 10.000 personas con una imagen gigante de Alberdi, autor del borrador de la Constitución de 1853, proyectada detrás [3]. Allí sostuvo que «cuando la Argentina abrazó las ideas de Alberdi, siendo un país de bárbaros, 35 años después se convertía en la primera potencia mundial. Y a partir de 1916, cuando empezamos a abrazar dosis crecientes de socialismo, nos convertimos en un país decadente».
Esta idea de que la decadencia argentina se inició en 1916, con el fin del orden conservador y la entrada en un régimen democrático de masas, ha sido recurrente en sus discursos. Para Milei, el inesperado nuevo Presidente argentino, el punto de inflexión de esa decadencia coincide con la implementación de la Ley Sáenz Peña que instauró el sufragio universal, secreto y obligatorio y llevó a la participación activa de las «masas» en la arena política. El problema, para Milei, no fue el surgimiento del peronismo, sino que es anterior e incluye la llegada de la Unión Cívica Radical (UCR) al gobierno. No es la fórmula sobre los males de los «70 años de peronismo», ensayada por el espacio político de centro-derecha liderado por Mauricio Macri, sino la de los «100 años de democracia». Para el libertario, la «casta» habría llegado al poder de la mano de la democracia, aunque no lo formule de un modo explícito.
Esta interpretación de la historia no es novedosa. La misma idea puede encontrarse, tal como ha analizado el politólogo Sergio Morresi, en Ricardo Zinn, uno de los referentes intelectuales de la dictadura de 1976 [4]. Zinn era un «liberal-conservador» que establecía el inicio de la decadencia argentina en la Ley Sáenz Peña y la llegada del «populismo radical» [5] a la Presidencia de la República. A partir de ese momento, se habrían sucedido diferentes tipos de «populismos»: peronistas, radicales, desarrollistas y militares. Al describir las ideas de los liberal-conservadores, Morresi sostiene que estos eran anti-comunistas y anti-peronistas, propulsores del libre mercado pero también de un Estado fuerte capaz de poner en funcionamiento ese mercado, contrarios a la democracia pero abiertos al pluralismo político (con restricciones al comunismo y el populismo), defensores de las tradiciones morales y culturales pero con ambiciones modernizantes. La nueva derecha, encarnada por Milei, podría ubicarse en este cruce de tradiciones liberales y conservadoras, con la diferencia de que cuenta con una masiva llegada a jóvenes. Pero en este cruce de tradiciones, una de las principales tensiones que puede señalarse está dada por el rol que debería tener el Estado. Desde la visión libertaria que defiende Milei, el Estado debe quedar reducido a su mínima extensión, y en su visión maximalista anarco-capitalista, desaparecer.
Esta premisa política entra en disonancia con su interpretación de la historia. Para Milei, es preciso rescatar el legado de Alberdi y de los Presidentes decimonónicos Justo José de Urquiza, Bartolomé Mitre, Nicolás Avellaneda, Domingo F. Sarmiento, Julio A. Roca y Carlos Pellegrini. Pero todos estos liberales, cuyo legado busca honrar, son liberales que dedicaron su vida a construir y consolidar el Estado, no a reducirlo. Durante esas décadas, se sentaron las bases de la burocracia, el sistema impositivo y una educación pública que sería referencia en toda América Latina. Es decir, aquellas instituciones que Milei cuestiona hoy vieron su origen en el periodo que reivindica.
A su vez, esos Presidentes e intelectuales del siglo XIX son reivindicados por el libertario como si se tratara de un bloque homogéneo, como si todos ellos coincidieran en un único liberalismo. Sin embargo, sus visiones sobre la sociedad y el Estado presentaban significativas diferencias. Solo cito aquí algunos ejemplos de esa diversidad. Mientras Alberdi consideraba que había que priorizar el progreso económico en el marco de una república centralista con un Poder Ejecutivo fuerte, Sarmiento ponía el acento en la modernización de la sociedad basada en la inmigración y la educación que, a posteriori, traería aparejado el progreso económico. Podríamos preguntarnos también cuál es la visión de Milei en torno de la república con inspiración monárquica de Alberdi. O cuál es su visión sobre el rol que Sarmiento atribuía a la educación pública y a la participación de los ciudadanos en el espacio público.
El otro momento histórico al que Milei suele hacer referencia en sus discursos es el de los años ‘70 del siglo XX. Tanto en el discurso de Milei como en el de la Vicepresidenta, Victoria Villarruel, hay una negación del terrorismo de Estado y una justificación de los crímenes cometidos durante la dictadura, que se consideran meros «excesos». En el primer debate presidencial, el 1º de octubre de 2023, Milei hizo referencia a la cuestión de los derechos humanos en estos términos: «No fueron 30.000 los desaparecidos, son 8.753. Por otra parte, estamos absolutamente en contra de una visión tuerta de la historia. Para nosotros durante los ‘70 hubo una guerra y en esa guerra las fuerzas del Estado cometieron excesos».
En estas afirmaciones hay una clara ruptura con el «consenso del Nunca Más» fundado en la década de 1980. En dos puntos centrales se puede reflejar esa ruptura. En primer lugar, Milei reproduce la visión de los militares de que lo sucedido en la dictadura fue una «guerra». Diversos historiadores han demostrado que la acción de las guerrillas, ya muy debilitadas en la época del golpe, no tuvo nunca la envergadura suficiente como para que pueda ser considerada técnicamente una guerra. La desigualdad de fuerzas entre los grupos guerrilleros y el Estado era enorme. Además, esta fue la forma que encontraron los militares de justificar la toma del poder y el ejercicio clandestino de la represión. Así lo sostuvieron en el documento final publicado en 1983 y en los juicios.
El segundo punto de ruptura con el consenso de la década de 1980 es que lo que hicieron los militares no fueron más que «excesos». Esta afirmación ha sido rebatida tanto en el Nunca Más [6] como en la sentencia del juicio a las juntas militares que gobernaron bajo la dictadura. La tortura, el secuestro y la desaparición no fueron hechos aislados, sino que se trató de violencia sistemática desde el Estado, es decir, órdenes sistemáticas impartidas desde las juntas y los comandantes en jefe de las tres fuerzas. Puede verse aquí una contradicción señalada por Pablo Stefanoni: «Para alguien que considera que el Estado (democrático) es el Mal absoluto, resulta curioso que lo relativice precisamente bajo un régimen de terrorismo de Estado» [7].
Más allá de las inconsistencias entre sus ideas políticas y sus interpretaciones del pasado, la visión de la historia de Milei tiene una dimensión antidemocrática. Por un lado, al colocar la decadencia argentina en 1916 y sostener que esa es la entrada del «socialismo» [8], abre la puerta a una concepción de la política donde los caminos del liberalismo y la democracia se vuelven divergentes. Por otro lado, al negar el terrorismo de Estado, rompe con el consenso democrático que se consolidó en Argentina hace 40 años. La democracia con sus reglas y procedimientos parecieran ser para el dirigente un problema, antes que una base sobre la que construir políticamente.
Podríamos preguntarnos cómo llegamos a un clima de época en el que se pueden cuestionar, al parecer sin consecuencias, los consensos más básicos del pacto democrático de la transición. Sin dudas la crisis económica y la crisis de representación son centrales para entender ese repudio a los partidos tradicionales y, en parte, al régimen democrático. Sin embargo, desde la perspectiva abordada en este artículo, resulta central analizar cómo, en las últimas dos décadas, el pasado se convirtió en una fuente de conflicto y de disputa facciosa entre las principales fuerzas políticas. La polarización que impregnó el debate político presente se trasladó al pasado. Las miradas sobre los años ‘70 y sobre otros periodos históricos se radicalizaron. Los usos del pasado alimentaron una cultura política facciosa que el discurso de La Libertad Avanza no impugna, sino que profundiza.
La historia en la batalla política y cultural kirchnerista
El 2 de diciembre de 2019, en los Tribunales Federales, la recién electa Vicepresidenta cerró su declaración ante los jueces: «A mí me absolvió la historia y me va a absolver la historia. Y a ustedes, seguramente, los va a condenar la historia». Esta cita es solo una muestra de la omnipresencia de la historia en la concepción política de Cristina Fernández de Kirchner. De los 1.592 discursos emitidos durante sus dos gestiones presidenciales, en 51% hizo referencia al pasado, reciente o lejano. Además, en esos años se crearon nuevos feriados, se abrieron museos, se produjeron programas televisivos de historia para niños y adultos, se inauguraron nuevos monumentos y se escenificó el pasado en numerosos actos públicos. Cristina Fernández de Kirchner fue, tal vez, la dirigente política que –al menos desde el siglo XX– hizo el uso más intensivo del pasado durante su gestión.
Cristina Fernández entendió que la historia tenía una potencia política que debía ser explotada. La historia le permitió consolidar una identidad política kirchnerista, legitimar los cursos de acción desplegados durante su gobierno e intervenir en el lugar que ocuparía en la memoria de los argentinos. Días después de asumir la Presidencia de la República, en diciembre de 2007, propuso «la reconstrucción de una nueva historia». La reescritura de la historia se convirtió en la pata fundamental de la llamada «batalla cultural».
Se desplegó así un uso político del pasado polarizador que estuvo en consonancia con una concepción de la política y su práctica basada en la radicalización del conflicto. La polarización hacia el pasado le permitía justificar el presente y proyectar el futuro. La historia se convirtió en un campo de batalla donde podían rastrearse las raíces entre un «ellos» y un «nosotros», entre el «pueblo» y sus enemigos, entre el kirchnerismo y el resto del espectro político.
De esta manera, Cristina Fernández dividió los 200 años de historia argentina entre periodos con los que buscaba filiar a su gobierno y marcar una continuidad y otros de los que buscaba diferenciarse y que asociaba con sus enemigos políticos. Los periodos reivindicados fueron la década revolucionaria de 1810, el gobierno de Juan Manuel de Rosas [9], el peronismo y la militancia juvenil de la década de 1970. De esos momentos históricos se deriva el panteón de héroes y heroínas del kirchnerismo: Manuel Belgrano y Eva Perón, entre los más nombrados, secundados por Juan D. Perón, Rosas, Mariano Moreno y Manuel Dorrego [10]. En esa filiación con el pasado, el kirchnerismo se presentó como el gobierno que venía a cumplir las «promesas inconclusas» de los revolucionarios de Mayo [11]. De esta manera, la historia funcionaba para justificar un rumbo hacia el futuro presentado como deseable, pero también como inexorable: el punto de llegada era la inevitable redención del «pueblo». Una filosofía de la historia para moldear la política. Era una interpretación del pasado que retomaba el revisionismo histórico, pero en clave «redencionista» y no decadentista.
Ese curso histórico presentado como deseable requería de momentos negativos asociados a fuerzas e intereses que interrumpían el avance hacia el país deseado. Entre ellos pueden distinguirse la caída de Rosas en 1852, el periodo del Centenario, los golpes militares, sobre todo el de 1955 –que derrocó a Perón– y el de 1976, y el neoliberalismo (paradójicamente, implementado por el gobierno peronista de Carlos Menem). Los momentos sombríos del pasado funcionaron, en el discurso kirchnerista, como una amenaza siempre latente, como espectros siempre dispuestos a regresar. De esta manera, el pasado quedaba vinculado a los contra-destinatarios del presente: los sectores agroexportadores, los grandes medios de comunicación, el Poder Judicial y los partidos opositores. El tiempo se aplanaba: entre el antagonista de ayer y el de hoy parecía no haber distancia.
Ahora bien, las batallas por la memoria no solo se transmitían a través de los discursos, sino que se escenificaban en diferentes rituales políticos: los festejos del Bicentenario, las conmemoraciones del Día de la Soberanía Nacional, las celebraciones por el Día de los Derechos Humanos, entre otras. La dimensión simbólica y emocional en el ejercicio del poder y en la conformación de identidades colectivas fue, sin duda, captada y capitalizada por la ex Presidenta. Así lo expresaba Javier Grosman, el responsable de organizar los festejos y rituales políticos durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner: «Había que generar las tres e, un relato épico, ético y estético. Que se pueda construir un mensaje a través de la imagen, a través de lo que la gente ve, las sensaciones, lo que percibe, lo que vive» [12]. El relato cobraba vida en el espacio festivo y ofrecía un gran teatro para escenificar las identificaciones y los distanciamientos con el pasado y el presente, alimentando las «utopías» y los «proyectos» que miraban al futuro. Y en esas escenificaciones fue siempre central la presencia de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
Así fue como el kirchnerismo construyó una identidad política que fue hegemónica dentro del peronismo desde 2003. Y si bien hoy atraviesa un momento crítico, sigue siendo una identidad intensa y cohesionada con capacidad de movilización. El resto de los sectores peronistas (no kirchneristas) no lograron, aún, conformar una visión alternativa del pasado a la esgrimida por Cristina Fernández de Kirchner. En el caso del ex Presidente Alberto Fernández, es difícil descifrar una mirada sobre la historia, tan escurridiza como la propia identidad «albertista». Durante su gestión, escapó deliberadamente a la construcción de una identidad política propia. No está claro si fue por pereza intelectual, miedo o, menos probable, por estrategia política. El hecho es que, a lo largo de su mandato, las fronteras simbólicas del albertismo fueron sumamente móviles y se movieron según parecían dictar las circunstancias. Esa oscilación identitaria significó también una oscilación de la memoria. Alberto Fernández pareciera ser un «deambulador memorial». Deambula por el pasado, va de un periodo a otro sin un rumbo determinado, sin un fin.
En el caso de Sergio Massa, esa mirada sobre el pasado es igualmente esquiva y casi ausente. En sus discursos públicos no hay prácticamente referencias al pasado. En un pimpón de preguntas y respuestas con los candidatos organizado por el diario La Nación, se les preguntó, entre otras cosas, cuál fue el momento de quiebre de Argentina. Allí Massa dio una respuesta sin historia: dijo que los dos momentos de quiebre fueron 2001 y 2018 (la vuelta al Fondo Monetario Internacional). Esa respuesta denota una falta de conciencia sobre la profundidad histórica de los problemas que sufre la Argentina. Tanto 2001 como 2018 fueron momentos de explosión de una serie de procesos que podríamos rastrear hacia el pasado. Pero en Massa hay una mirada «presentista» que le permite no abrir la disputa con sus socios electorales, el kirchnerismo, y señalar al mismo tiempo a sus opositores de Juntos por el Cambio (JxC) como los responsables de la decadencia.
Juntos por el Cambio: el pasado como carga
Dentro de la coalición JxC [13] conviven dos sectores con miradas muy divergentes de la historia argentina: la centenaria UCR y Propuesta Republicana (PRO), el partido fundado por Mauricio Macri en 2005. Incluso dentro del PRO existe una disputa en relación con las interpretaciones del pasado. Macri sostuvo y aún sostiene una mirada decadentista del pasado. Desde su perspectiva, la historia es una carga. En su libro Para qué, sostiene: «Nuestro sistema político contaba a principios de siglo con dos grandes fuerzas tradicionales, con muchas décadas de historia, el radicalismo y el justicialismo [peronismo]. Ambos (...) para bien o para mal estaban cargados de pasado» [14]. Frente a los partidos tradicionales, Macri explica que el PRO surgió para «expresar el cambio y una ruptura radical con las formas tradicionales de la política argentina». Esa ruptura con el pasado, pensada como total, sin continuidades, le impide filiar al PRO con la historia nacional. Es por eso que recurre a la Italia de la posguerra para encontrar un pasado con el que identificarse. Cuenta en su libro la historia del Fronte dell’Uomo Qualunque [Frente del Hombre Común], en cuya fundación participó su abuelo tras la derrota del fascismo. El partido «era un acérrimo opositor al fascismo y comunismo, había nacido frente al rechazo de los partidos tradicionales, proponía una radical reforma del Estado y era defensor del libre mercado (...) Décadas después de la experiencia de mi abuelo me encontraba a mí mismo emprendiendo un camino similar» [15].
En esta desmesurada analogía, el radicalismo quedaba junto al justicialismo en lo que Macri denomina «las formas más tradicionales de la política argentina». El ex Presidente mira a sus socios de coalición en el espejo de la Italia de entreguerras. De hecho, en 2022, en una conferencia en San Pablo, sostuvo que el populismo arrancó con el radical Hipólito Yrigoyen y después siguió con Perón y Evita. El comentario desató el enojo de diversos dirigentes radicales de su propia coalición: Macri se estaba metiendo con su panteón de héroes. Sin embargo, el comentario sobre Yrigoyen parece moderado al lado de la vinculación de la política argentina con la de Italia de entreguerras.
Para Macri, el peronismo y el radicalismo, como Sísifo, cargan una pesada piedra por un camino empinado, una piedra de la que no pueden desprenderse. La piedra es el pasado, una carga que, desde su perspectiva, obstruye la mirada al futuro. Para generar un «cambio cultural», Macri cree que hay que desembarazarse del pasado, tener una «visión aspiracional», puro futuro. En la conformación de su liderazgo, la historia y el contexto nacional parecerían no tener influencia alguna. Es un liderazgo des-historizado. No hay figuras del pasado ni periodos históricos que sirvan como faro para iluminar el presente. En La grieta desnuda, Pablo Touzon y Martín Rodríguez sostienen que para el macrismo «la Historia es algo que te podés sacar de encima. Que no suma, y que tampoco resta. Y que se puede ser indiferente. Y esa indiferencia no lo humaniza, lo homologa al hombre común» [16].
La historia pareciera ser un territorio al que no hay que volver. Tal como señala Fabio Wasserman en el libro En el barro de la Historia, el macrismo tuvo una concepción de la temporalidad futurista que, sin embargo, recurrió a interpretaciones y representaciones tradicionales sobre la historia nacional [17]. La más recurrente es la idea de que la Argentina empezó hace «70 años», con el ascenso de Perón, un proceso de decadencia del que no logró salir. En esta perspectiva decadentista de la historia, el pasado parece un bloque sin fisuras con el que hay que romper. No hay nada para rescatar. No hay un panteón de héroes por reivindicar, liderazgos con los que identificarse o proyectos de país para considerar. En el citado libro de Macri, el pasado aparece como el terreno de lo antiguo, lo autoritario, lo ineficiente y el populismo.
Para el ex Presidente, la historia es «el Antiguo Régimen». Esa expresión fue acuñada por los revolucionarios franceses para referirse a los siglos que precedieron a la Revolución. Esta negación hacia el pasado ha sido cuestionada desde dentro del PRO por los dos precandidatos presidenciales en las primarias de 2023 –Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich–, mientras que contrastó también con la de la UCR. Puertas adentro, una de las autocríticas esgrimidas por los candidatos ha sido la ausencia de una narrativa sobre la historia argentina. Para contrapesar esa mirada, Rodríguez Larreta conformó un equipo que debía pensar un relato sobre el país. En diversos discursos, aunque de forma deshilvanada, el jefe de gobierno porteño reivindicó distintos momentos históricos. Además de retomar algunas imágenes sarmientinas, reivindicó la consigna del gobierno de Julio A. Roca, «Paz y administración», pero reescribiendo el objetivo decimonónico como «Paz y crecimiento». Por último, rescató la presidencia desarrollista de Arturo Frondizi (1958-1962) y su consigna de «integración y desarrollo», muy en línea con su discurso consensualista y de incorporación a su proyecto del peronismo no kirchnerista.
En el caso de Patricia Bullrich, quien venció a Rodríguez Larreta en la primaria de 2023, la narrativa histórica estuvo ausente de los discursos de campaña. En el mencionado pimpón de preguntas y respuestas realizado por La Nación, Bullrich, que en la década de 1970 militó en el peronismo revolucionario, sostuvo que la Argentina tuvo muchos momentos de crisis en toda su historia y que la excepción son los momentos de auge. Allí no dice cuáles son para ella esos momentos históricos. Es posible asociar, en ese sentido, el gesto de Bullrich con el de Macri. Sin embargo, en una comunicación personal, la entonces candidata negó que fuera así y criticó la visión des-historizada del ex Presidente. Por el contrario, sostuvo que para ella la decadencia argentina se inició con el golpe de 1930 y la aceptación de esa asonada por la Corte Suprema de Justicia. Esto habría implicado una ruptura de la institucionalidad que habilitaría la lógica de un poder desatado que realizó golpes de Estado en 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. Es preciso aclarar que esta visión, sin embargo, no apareció en los discursos públicos de la candidata.
Por último, durante 2023, los radicales vivieron un año clave en relación con los usos de la historia, dado que se conmemoraron 40 años de la transición democrática y el inicio del gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989). En diferentes actos públicos, los dirigentes de la UCR buscaron recuperar la concepción alfonsinista de la democracia, una concepción muy distinta de la que plantea el kirchnerismo, por un lado, y Macri, por el otro. Frente a una idea agonista o polarizadora en la que el conflicto y las divisiones son la matriz para pensar la política, el radicalismo exhibió una concepción liberal de la democracia. En Alfonsín había una valoración positiva del pluralismo: los «otros» eran vistos como adversarios políticos y no como enemigos. La legitimidad democrática se basaba en la búsqueda de consensos y denominadores comunes mediante la deliberación. En su biografía de Alfonsín, Pablo Gerchunoff lo sintetiza con claridad: «La preservación de los acuerdos fue una regla durante casi toda su vida política: avanzar hasta donde lo permitieran los consensos» [18]. Las conmemoraciones buscaron recuperar ese breve paréntesis de unión y encuentro en la historia argentina. Una nostalgia por el consenso perdido.
Epílogo
Como es posible observar, todos los líderes políticos hacen un uso de la historia en función del presente. Sin embargo, ese uso adopta distintas formas e intensidades según los casos. También los usos del pasado reflejan diversas miradas sobre la política. Los politólogos Michael Bernhard y Jan Kubik, en un estudio sobre las memorias oficiales que surgieron tras la caída de la Unión Soviética, distinguen cuatro tipos de «actores memoriales»: «guerreros», «pluralistas», «negadores» y «prospectivos» [19]. Los «guerreros memoriales» son aquellos que se consideran portadores de una «verdadera» historia frente a otros actores que cultivarían una visión «falsa» y con quienes no es posible negociar. Los «pluralistas memoriales» aceptan la existencia de una diversidad de interpretaciones del pasado y tratan de entablar un diálogo para encontrar los puntos fundamentales de convergencia. Los «negadores memoriales» evitan las políticas de memoria y las batallas por el pasado. Mientras que los «prospectivos memoriales» creen haber resuelto el enigma del pasado y tener la llave para guiar al pueblo hacia el futuro.
Como se pudo observar en este artículo, en la Argentina contemporánea conviven diversos tipos de «actores memoriales». El caso de Cristina Fernández de Kirchner fue el de una «guerrera memorial» que, desde el poder presidencial, optó por un acentuado uso político del pasado que profundizó la estrategia de confrontación. Ese tipo de estrategia memorial generó diferentes respuestas a lo largo del arco político y dio lugar a diversas narrativas. La respuesta de Macri fue la reacción contraria, y se convirtió en una suerte de «negador memorial» para quien no había nada que rescatar del pasado si se quería tener una mirada de futuro. O la de Milei, que elaboró su propia versión decadentista en clave, también, de «guerra memorial». En este clima de época, los guerreros y negadores memoriales parecieran absorber a los pluralistas memoriales. En tiempos de disputas facciosas por el presente, queda cada vez menos espacio para la convivencia de miradas diversas sobre el pasado.
* Artículo publicado en la revista Nueva Sociedad.
[1] En la obra historiográfica de Mitre se destaca la Historia de Belgrano y de la Independencia argentina (1857), central para la construcción de la identidad nacional.
[2] E. Hobsbawm: «La historia de la identidad no es suficiente» en Sobre la Historia, Crítica, Barcelona, 1998.
[3] Juan Bautista Alberdi fue uno de los intelectuales más importantes del siglo XIX. Durante gran parte de su vida pensó y escribió sobre la mejor manera de lograr el desarrollo y la consolidación del Estado argentino desde una perspectiva liberal.
[4] S. Morresi: «El liberalismo conservador y la ideología del Proceso de Reorganización Nacional» en Sociohistórica número 27, 2010.
[5] En referencia a la UCR.
[6] El Nunca Más fue el informe elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), que debía investigar los crímenes cometidos por la dictadura militar. Publicado en 1984, describe de manera pormenorizada el terror sistemático ejercido por el Estado durante la dictadura militar.
[7] P. Stefanoni: «Paleolibertarismo a la criolla» en DiarioAR, 3/10/2023.
[8] En su relato decadentista, tiene un papel fundamental la creación del Banco Central en la década de 1930, institución que se propone cerrar.
[9] Rosas fue gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1829-1832 y 1835-1852, antes de la unificación argentina.
[10] Fuera de Perón y Eva Perón, se trata de figuras de las guerras de la independencia y de las guerras civiles posteriores, rescatadas por la tradición «nacional-popular» y/o la historia revisionista.
[11] La idea de una «segunda independencia», esta vez económica, ha sido común en diversos movimientos nacionalistas populares latinoamericanos desde la década de 1940.
[12] Entrevista con la autora, 5/10/2016.
[13] Esta alianza de centroderecha tuvo su debut electoral con el nombre de Cambiemos y articuló a sectores que iban desde la centroizquierda hasta la derecha, unidos sobre todo por su rechazo al kirchnerismo.
[14] M. Macri: Para qué. Aprendizajes sobre liderazgo y poder para ganar el segundo tiempo, Planeta, Buenos Aires, 2002.
[15] Ibíd.
[16] P. Touzon y M. Rodríguez: La grieta desnuda, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2019.
[17] F. Wasserman: En el barro de la historia. Política y temporalidad en el discurso macrista, SB, Buenos Aires, 2021.
[18] P. Gerchunoff: Raúl Alfonsín. El planisferio invertido, Edhasa, Buenos Aires, 2022, p. 169.
[19] M. Bernhard y J. Kubik: «A Theory of the Politics of Memory: The Politics of Memory and Conmemoration» en M. Bernhard y J. Kubik (eds.): Twenty Years After Communism, Oxford UP, Oxford, 2014.
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