DE CARMEN A MARIE
La música que escuché mientras escribía
La semana pasada me deleité al dedicar esta sección a la mendocina Carmen Guzmán. Tal como presumía, encontré poca gente que la conociera, y ningún sub-sesenta, pero quienes la descubrieron, la amaron. Me da curiosidad preguntárselo a Mariano Llinás, quien ya va por su tercera película sobre Ignacio Corsini, que tiene un aire a Carmen Guzmán. A mi pedido, Marcelo quedó en trasladarle el asunto a su aborigen. Intuyo que el fundamentalista sabe muy bien quién fue Carmen.
Al terminar el programa del último domingo me crucé con Daniel Ballester, que junto con Demetrio Iramain continúan a partir de las 13 en la radio de Hebe, con La plaza y la palabra. Ellos hicieron el primer programa en la historia de esa emisora que Kirchner le birló a la Armada para cedérsela a las Madres. Demetrio suele venir con el buzo de Boca y eso ya nos hermana, aunque tenemos diferencias políticas. Él es hincha del club atlético Derecho al Futuro y a mi me parece que emular al Doctor Fernández y rebelarse contra Cristina es una tontería, de la misma magnitud de la nuestra cuando enfrentamos a Perón. No sé qué piensa Demetrio de mí, pero yo lo quiero, y siento que esas posiciones contrapuestas no empecen la unidad entre nosotros. Ojalá Axel lo entendiera.
Ballester es poeta, periodista, "aguatero en el desierto" según su propia definición, un tipo inquieto, con la curiosidad infantil intacta. Cada domingo, en esos encuentros fugaces de pasillo, me muestra o me comenta un libro que encontró, o un disco o una revista o un programa de radio grabado en tiempos de Maricastaña. Incluso cosas mías que yo había olvidado, como la entrevista a Troilo que republicamos hace pocos domingos, una anécdota en el estudio de Antonio Berni con Ricardo Cánepa, mi prólogo al libro de Juan Gelman sobre HIJOS o novelas de mi viejo menos conocidas que Villa Miseria también es América. Daniel recordaba un recital de Carmen Guzmán con Mercedes Sosa, y no me sorprendería verlo aparecer con su grabación. Qué lindo tipo.
En la década de 1960, el inolvidable Paul Rouger (detenido-desaparecido por la dictadura diez años después) predicaba en interminables sobremesas contra la discontinuidad cultural, por la que no se reeditaban grandes libros como los Cuentos de la Oficina, de Roberto Mariani o el Stefano de Armando Discépolo, que con su guía busqué y devoré a partir de mis veinte años. Quise conocer a Discépolo, nos hicimos amigos, él bromeaba que teníamos la misma edad: él 82 y yo 28.

Muy relevante en las décadas de 1920 y 1930, dirigió la Comedia Nacional entre 1949 y 1952, aunque no era peronista, a diferencia de su hermano menor, el famoso Discepolín. Estudié toda su obra y publiqué el primer ensayo crítico en la revista Confirmado, anterior al de David Viñas. Hoy Armando tiene el reconocimiento que se merece y me alegra pensar que aporté una partícula a esa recuperación cultural de un gran autor que estaba confinado a los teatros independientes. En su casa, donde vivió con su esposa durante 40 años, la actriz y cantante Aida Sportelli, vi un busto de Agustín Riganelli y algunos grabados de Pompeyo Audivert. Siempre pasa lo mismo, cuando menciono a Pompeyo Audivert, casi todos saben que es un dramaturgo, director y actor de los buenos. Pero no me crucé con nadie que sepa quién fue su abuelo.
Lo mismo pasa con la música. Carmen Guzmán, compositora, guitarrista, cantante, es una artista de la dimensión de Chabuca Granda, y que me perdonen los peruanos, a mi gusto aún superior. Creo que te dije que mi gran pasión peruana es Lucha Reyes, La Morena de Oro. Nada me alegra más que poder mostrarles a los más jóvenes esos tesoros de nuestra cultura nacional y latinoamericana, con la ilusión de que suscite en ellos la misma avidez que a mi me inspiró Paul Rouger. Para ubicarlos, agrego que era la pareja de mi querida amiga Fernanda Mistral, que a los 90 sigue actuando.
Esta ya larga introducción precede a la presentación de otra artista muy interesante y poco conocida, pero afro-norteamericana, Marie Bryant. Algunos termos nos reprochan que les demos tanto espacio a manifestaciones de la cultura anglosajona, ya sean los rockeros ingleses que Marcelo conoce mejor que nadie, el poeta y cantautor canadiense Leonard Cohen, o las joyas del jazz que cada domingo nos trae Guillermo Hernández. En el amoroso prólogo que escribió para mi libro La música del Perro, Mónica Muller dice que soy un omnívoro musical. Gran definición que agrego a mi palmares. Esto incluye a clásicos de la música como Bach (dentro de lo posible en el cello de Pau Casals o el piano de Rosalyn Tureck), todo el tango, cantado o instrumental, por supuesto Pantaleón, el folklore argentino y peruano (los dos Falú, tío y sobrino), la genia de Mina que acaba de cumplir 85 y sigue grabando piezas únicas en el mundo, y los grandes del jazz, desde Jelly Roll Morton a Louis Armstrong y Duke Ellington, de Miles Davis y Coltrane a Bill Evans, Thelonious Monk, Lennie Tristano, Coleman Hawkins y Art Tatum. También Piaf, Jacques Brel y Aznavour. Paro ahí para no aburrirte. Solo quiero decir no soy sordo.
El otro día me llevé una sorpresa cuando Guille me dijo que no conocía a Marie Bryant, ni había visto Jamming the Blues, porque es la persona que más sabe de jazz que yo conozca. Ese mediometraje acaba de cumplir 81 años y sigue siendo uno de los mayores clásicos de jazz filmado. Por supuesto, el productor fue Norman Granz. Su comienzo es antológico, con un plano cenital del sombrero chato de Lester Young, del que sólo se ven dos círculos, cosa que recién se revela cuando terminan de pasar los títulos y la cámara desciende. Esto sería muy fácil con el aparataje actual, pero fue un alarde para Gjon Mili, el gran fotógrafo albanés que dirigió el filme, quien poco después hizo los Retratos con Luz de Picasso, en una habitación oscura y con una lamparita en la mano.

Lester Young no es el único grande que participa. También están Philly Jo Jones, Harry Sweet Edison, Illinois Jacquet, Sidney Cattlet, Barney Kessel. Me llamó la atención que hubiera una sola mujer. Desde siempre me intrigó quién era y por qué cantaba con esos músicos extraordinarios. No sólo eso, además aparece bien al principio. Primero canta y al final de este fragmento, Marie Bryant también baila, y ahí empezás a entender qué hace allí esta flaca narigona, bocuda y de patas largas. Voy a repetir algunas cosas que ya dije, con el pretexto de que el público cambia cada vez, acuñado por mi ídola Mirtha Legrand, que lo repite para justificar cada vez que vuelve a decir alguna pavada.
Escuchala cantar a Marie Bryant On the Sunny Side of the Street, una de las canciones compuestas en la década anterior para tratar de correr la mufa de la Gran Depresión (que a propósito, no fue peor que la que nos regalan ahora y aquí los Hermanos Milei), y sobre todo mirala bailar con el excelso y revolucionario Archie Savage.
Su debut cinematográfico fue compartido en 1938 con otro ícono del black entertainment, Lena Horne, en el largometraje The Duke is Tops, donde hace una exótica africanada. Marie Bryant es quien ingresa en angarillas al minuto 1.20 del video. El filme se relanzó en 1944 como La Venus de Bronce, que era Lena Horne.
Aquí podés ver a Marie Bryant cantar y bailar Bi-Blip en compañía de Paul White, con la orquesta de Duke Ellington. El número formó parte de Jump for Joy, algo asì como "saltar de alegría", con la que Ellington se la llevó de gira,
Una cosa que hacía muy bien es el scat, esa improvisación sin letra que inventó Louis Armstrong. Justamente debutó como cantante con él, cuando sólo tenía 17 años. Mucho antes, a los 10, fue conocida por su imitación de Josephine Baker, en su iglesia de New Orleans. Acá hay un juego de palabras, porque el scat lo hace un cat, es decir un gato.
También bailó con los inverosímiles Hermanos Nicholas, bailarines como no hubo ni habrá iguales. Su número con Harold Nicholas podés verlo a partir del minuto 5.12, pero te dejo el video completo porque me fascina lo que hace este muchacho.
Además de cantar, bailar y componer coreografías, Marie Bryant adiestraba actores, en la escuela de Katherine Dunham. La lista de sus discípulos es impresionante y termina de explicar quién era y porqué la admiraban los mejores: Gene Kelly, Marlon Brando, Cyd Charisse, Debbie Reynolds, Betty Grable, Ava Gardner. Kelly llegó a calificarla como una de las mejores bailarinas que vio en su vida. Había desarrollado una técnica de calentamiento del cuerpo que llamó de liberación controlada. Consistía en "encontrar la línea natural de cada cuerpo y la forma preferida en que se mueve, controlando los movimientos".

Una curiosidad es este breve video en el que baila junto al director y cantante Cab Calloway, que era muy famoso por entonces. Llama la atención la altura de Marie Bryant, que con sus tacos aguja iguala el casi 1,80 m. de Calloway.
En 1953, interpretó en Londres un calipso satírico contra el apartheid, justo cuando visitaba la ciudad el primer ministro de la colonia británica de Sudáfrica, invitado a la coronación de la Reina Isabel II. Aparte de pies y caderas, Marie Bryant tenía cerebro, y sabía usarlo.
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