De bastones y ratas marxistas

Los defensores de la libertad no se proponen desalojar universidades, sino cerrarlas

 

El 29 de julio de 1966, un mes después de derrocar al Presidente Arturo Illia, el teniente general Juan Carlos Onganía ordenó el desalojo de cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Habían sido ocupadas por estudiantes, profesores y graduados en oposición a la intervención establecida por la dictadura, que había prohibido la actividad política en las facultades y anulado el gobierno tripartito, integrado por graduados, docentes y alumnos. El hecho fue luego bautizado como la Noche de los Bastones Largos, en referencia a los bastones de la Guardia de Infantería de la Policía Federal, generosamente utilizados sobre las cabezas de alumnos y profesores. La represión fue particularmente violenta en las facultades de Ciencias Exactas y Naturales y de Filosofía y Letras. Rolando García, decano de Ciencias Exactas, fue apaleado en su despacho junto a Manuel Sadosky, vicedecano y, accesoriamente, matemático responsable de introducir la informática en nuestro país.

Warren A. Ambrose, profesor de matemática del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) invitado a la UBA, describió la represión policial en una carta enviada a The New York Times el 3 de agosto de 1966: “Luego, a los alaridos, nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de diez pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles y que nos pateaban rudamente en cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar”.

El resultado fue una catástrofe para el país. La mayoría de los decanos y vicedecanos renunciaron, y a ellos se sumaron más de un millar de docentes, entre despidos y renuncias. En los meses posteriores, más de 300 científicos dejaron el país. La Argentina se dio el lujo suicida de exportar cerebros a Chile, Venezuela, Estados Unidos y Europa, desmantelando así un proyecto universitario único en la región, orientado a la investigación y el desarrollo científico. Incluso los investigadores del Instituto Malbrán –cuyos orígenes remontan a la epidemia de fiebre amarilla durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento– fueron despedidos por “comunistas”. Para Onganía, las universidades eran “cuevas de ratas marxistas” que adoctrinaban a los alumnos indefensos.

Onganía era un militar rudimentario, pero contaba con apoyos más sofisticados como el de Mariano Grondona. El futuro conductor de Hora Clave era por entonces un joven periodista que pese a considerarse liberal apoyó con ahínco una dictadura. Dos días después del golpe que derrocó a Arturo Illia, escribió en la revista Primera Plana: “Estas son las cosas profundas, que están más allá de las formas legales o retóricas. La Argentina se encuentra consigo misma a través del principio de autoridad. El Gobierno y el poder se reconcilian, y la Nación, recobra su destino”. Años más tarde, Grondona confesaría, no sin cierto candor, que creyó ver en Onganía a un De Gaulle. El De Gaulle fallido clausuró Primera Plana en 1969.

“Cuevas de ratas marxistas” es una fórmula que podría haber sido utilizada por el Presidente de los Pies de Ninfa. Desde que era apenas un panelista irascible fatigando los sets de televisión, el papá de Conan nos advierte sobre el adoctrinamiento que imponen las universidades públicas. En realidad, la única libertad que reconoce este supuesto libertario es la de apoyar sus alucinaciones austríacas y quien las rechace es considerado “marxista”. Comparte con el teniente general Onganía la aversión a la investigación científica, a las ciencias sociales y a la actividad política en las universidades; pero agrega, en consonancia con el credo neoliberal, la obsesión del ajuste permanente. La universidad –bajo esa mirada ignorante, pero sobre todo cipaya– no es una inversión sino un costo que es virtuoso reducir.

Hace unos días, luego de la marcha multitudinaria en defensa de las universidades públicas, el diputado José Luis Espert, un entusiasta de la motosierra, fue invitado a las jaulas de LN+. “¿A alguno le cabe duda que algunas de las universidades creadas por el kirchnerismo en los últimos 16 años han sido curros de la política kirchnerista?”, preguntó a sus interlocutores. “¡Ninguna duda!”, respondió presuroso Alfredo Leuco. El diputado concluyó, previsiblemente: “Si se cerraran esas universidades, ¿no le estaríamos haciendo un favor al contribuyente?”.

 

 

No hay nada nuevo en esa cruzada contra las universidades públicas. En 2014, durante el VIII Congreso Internacional de Economía y Gestión realizado, vaya paradoja, en la Facultad de Economía de la UBA, Mauricio Macri, entonces jefe de gobierno porteño, exclamó fastidiado “¿Qué es esto de universidades por todos lados? ¡Obviamente: muchos más cargos para nombrar!”.

 

 

La Noche de los Bastones Largos fue un episodio tan violento como costoso para nuestro país. Fue una destrucción inaudita de saber acumulado con el pretexto de peligros inventados. Hoy, los defensores de la libertad nos proponen dar un gran paso hacia adelante. Ya no se conforman con denunciar marxismos imaginarios o expulsar a científicos e investigadores. Ya no se trata de desalojar universidades. Es hora de cerrarlas.

 

 

 

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