DE ASESINOS, CÓMPLICES Y ENCUBRIDORES

Junto a la DAIA-AMIA, la verdad voló por los aires

 

“El encubrimiento comenzó antes de la explosión”. Sintética fue la afirmación de Néstor Kirchner ante los familiares de los ochenta y cinco muertos y más de dos centenares de heridos en el atentado que, el 18 de julio de 1994, cuando faltaban siete minutos para las nueve de la mañana, destruyó el edificio de la DAIA donde funcionaba la mutual de la colectividad. Frase que concentra un cúmulo de responsabilidades, comenzando por la del Estado argentino, y que un cuarto de siglo después permanecen sumergidas en la ciénaga de la impunidad.

Tragedia que se multiplica a medida que la complicidad suma criminales, la de la DAIA-AMIA hace de perverso espejo en el que se refleja una decadencia cuyas esporádicas, mínimas detenciones, lejos de augurar alguna recuperación, dieron envión a la caída. Maraña enrarecida entre autores materiales, ideológicos, cómplices y encubridores, se entremezclan servicios de informaciones (llamarlos de Inteligencia sería ofender la inteligencia) de cabotaje, la CIA, la NSA, el Mossad, las policías, carapintadas, narcos, fundamentalistas surtidos, el Poder Judicial (llamarla Justicia sería darnos por vencidos), la corporación política, los traficantes de armas y siguen las firmas.

Con el antecedente de la voladura de la embajada de Israel el 17 de marzo de 1992, que produjo veintidós cadáveres y más de doscientos heridos, constituyen una serie sobre la cual se ha construido una mistificación cuyo principal objetivo sigue siendo ocultar lo que ocurrió, lo que sigue ocurriendo. La versión oficial remite a un presunto suicida comandado remotamente desde Teherán que incrustó una camioneta cargada de amonal en la puerta del edificio de la calle Pasteur 633, merced a la previa colaboración de un puñado de muchachos inescrupulosos que no sabían bien en qué se estaban metiendo.

Multitud de teorías se tejieron en torno a la explosión, sus causas, actores, agentes y encubridores. A tal punto que al día de hoy sigue cobrando bajas de distinta laya: desde el fiscal Nisman hasta el postrer investigador designado por el gobierno de Mauricio Macri, Mario Cimadevilla, apartado del caso al tiempo que denunciaba complicidad en el ocultamiento por parte de sus mismísimos mandantes.

El lector avisado ha de tener presente la saga, de manera que esta módica reseña no requiere repasar la ristra de eventos y personajes. Basta destacar la existencia de otras hipótesis, avaladas por distintas pruebas, investigaciones y correlatos, que resultan plausibles por encima de las fantasías esotéricas a las que se aferra cierto status quo. Entre las reconstrucciones más fundamentadas está la que sostiene que en el atentado hubo no una sin dos fuentes explosivas, una proveniente de un volquete dejado minutos antes y otra, posterior, del amonal depositado con anterioridad en el interior del edificio. Que los restos de la camioneta fueron plantados para desviar la investigación y “que no haya indicios de que las bombas hayan sido detonadas por iraníes y/o militantes de Hezbolá, no prueba que lo hayan hecho katsas ni sayanim (…) pero tampoco sabras con kipá. Todo indica que lo hicieron argentinos de uniforme y de civil. Por dinero… y por placer”. Quien ordenó, dispuso y financió tamaño crimen es lo que procura desarrollar el periodista Juan Salinas (Buenos Aires, 1953), quien fuera investigador contratado durante unos tres años por la propia mutual en un primer momento y que prosiguiera con la tarea tras haber sido desafectado junto a todo su equipo. Labor que ya ha deparado tres libros anteriores y conserva todo el espíritu de proseguir.

En InfAMIA, adopta el título –según reconoce y homenajea— de la “nota parteaguas” homónima que Horacio Verbitsky publicó al cumplirse diez años del atentado, en donde “informó que pocas horas después de las explosiones los gobiernos de Israel y Argentina acordaron responsabilizar a Irán” y replicar el subterfugio de la camioneta conducida por un suicida, aplicado con la embajada de Israel. Título estandarte que asimismo replica en sucesivos artículos en El Cohete a la Luna la abogada Graciana Peñafort.

En esa línea, Salinas hurga en los vericuetos de “Los servicios de Inteligencia en el atentado y su encubrimiento, el Memorándum con Irán, Stiuso y la muerte de Nisman”, según despliega el subtítulo. Síntesis, ampliación corregida y aumentada de sus entregas anteriores, la de Salinas no escatima la revisión de pretéritas posiciones, lo que le permite avanzar hacia otros rumbos, siempre sembrados de oquedades. A la información recabada en los expedientes que los juzgados abrieron durante un pestañeo para volver a clausurar, le suma fuentes provenientes de nuevos testigos, algún espía, del cual se dice tal, incluyendo polémicas con demás investigadores, periodistas e informantes, independientes o no.

Idas y vueltas que, por encima de la certeza de las conclusiones que sólo el tiempo dirá, habla de esa honestidad intelectual que todo periodismo de investigación requiere. E instala como premisa la consideración del equívoco. Así asume que, junto a algunos familiares de las víctimas, “el autor cambió en algunos aspectos su perspectiva durante todos estos años. Por ejemplo, se vio forzado a reconocer que la evidencia indica que los servicios secretos de Israel no fueron ajenos a los ataques; que los Estados Unidos colaboraron cuanto menos con el encubrimiento, lo que hicieron también los de Alemania, mientras que los de Brasil intentaron avisar y al mismo tiempo embarrar la cancha (…) El mínimo común denominador que los unifica con la SIDE vernácula es que todos sabían que se estaba preparado un atentado”.

Podrán los especialistas y eruditos en la materia cuestionar la concatenación de las evidencias presentadas por Salinas en InfAMIA, más no su abrumadora abundancia. Pues la trama del atentado le requiere desviarse a veces hacia otros acontecimientos, como la complicidad de la CIA en el derrumbe de las Torres Gemelas o la supuesta jugada del fiscal Nisman con Sergio Massa para destruir la carrera política de Cristina Fernández de Kirchner, entre otras. Audacias por otra parte insoslayables cuando el investigador decide poner (casi) todas sus cartas sobre la mesa y se abordan heridas abiertas que siguen sangrando.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

InfAMIA

 

 

 

 

Juan Salinas

Buenos Ares, 2018

384 págs.

 

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