De algoritmos y resistencias
Orwell dice que “el pensamiento construye el lenguaje pero también el lenguaje modifica el pensamiento”
Las verdades impuestas, en las sociedades, tienen un tiempo de fortaleza y luego decaen en la medida en que comienzan a surgir resistencias a esa imposición por parte de quienes fueron sumidos en tal vasallaje. En el terreno de la comunicación y sus intentos de naturalizar determinados sentidos, esas resistencias pueden reconocer orígenes en previas construcciones culturales y en prácticas sociales las que, una vez puestas en valor desde las memorias individuales y grupales e incluso políticamente estimuladas, originan frescas relaciones y conductas ahora sostenidas en nuevas destrezas sociales que conforman arquetipos contraculturales y anti hegemónicos.
Siguiendo a Richard Hoggart, el pensador de Birmingham, vemos que se tiende a sobrestimar la influencia de las industrias culturales y medios de comunicación en particular, sobre las sociedades. Él habla de “clases populares”. Y, con razón, estima que esa influencia tiene ritmos muy lentos sobre la posibilidad de “transformar actitudes y que a menudo son neutralizadas por fuerzas más antiguas”. Esas fortalezas están dadas por la educación recibida, las escuelas públicas o religiosas, los clubes de barrio, las canciones populares, las costumbres comunitarias.
Siguiendo a los “birminghonianos “ compartimos con Suart Hill su idea del receptor activo que es modificante de la comunicación recibida desde los medios. Ese receptor puede resignificar, desde su contexto, y dar distinta lectura al mensaje que le llega. Esta decodificación es parte de la resistencia subjetiva individual pero puede ser objetiva y masiva en función de lazos políticos entre los receptores. El contexto en que se desarrolla el receptor es un factor que determina la forma en que interpreta el mensaje.
Este razonamiento nos demuestra que los intentos hegemónicos en el plano comunicacional no son siempre exitosos, no se imponen de una vez y para siempre, son un acontecimiento contextual y definido por sus épocas y que precisan si o si la colaboración política y social de expresiones orgánicas de las sociedades y que siempre, en el tiempo que sea, encuentran resistencias que obligan a los emisores a adaptarse a nuevas formas y transformar sus prácticas.
La comunicación y la información se sostienen desde el lenguaje, y esa capacidad humana de expresar mediante la palabra y por sus sistemas de signos, lo convierte en una herramienta potente para intentar diseñar la realidad social. Pero no olvidemos aquella brillante definición de George Orwell cuando dice que “el pensamiento construye el lenguaje pero también el lenguaje modifica el pensamiento”. En esta tremenda valoración de la palabra y su fuerza y su potencialidad hallamos parte de la construcción de resistencias a hegemonías culturales. Y defender la palabra se expresa política y concretamente en asegurar legalidades y regulaciones para las distintas formas de libertad de expresión, para las diversidades, la libre circulación en redes, la democratización posible de Internet y básicamente en lograr un equilibrio entre las sociedades y sus pactos democráticos con las colosales expresiones de las industrias culturales que hoy son las plataformas algorítmicas mucho más que los medios gráficos y audiovisuales tradicionales.
Aceptando, aun con matices, que todo proceso comunicativo tiene una dimensión y que esta magnitud puede darse en una estratégica de control, veamos como ha mutado ese control, desde un empeño por el poder político a otra donde, a más de lo político, prima la simple y poderosa intención de lograr inmensas ganancias monetarias.
Pasamos de un titular interesado en un diario, con pretensiones de influir en el sentido de quien lo lee y lograr cierta intencionalidad de favorecer determinada política o candidato, a un modelo de relación constante entre miles de millones de usuarios de plataformas que expresan en ellas sus inclinaciones, deseos y gustos y en ese sincretismo de algoritmos retorna como mensaje una intencionalidad comercial o política.
La contienda por la comunicación modificó la calidad de uno de los contendientes. El más poderoso. Si no mejora la otra orilla e identifica las tareas del presente, los esfuerzos serán vanos.
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