Danza con vampiros

A lo que realmente se oponen los ganadores en las legislativas es al país igualitario

 

El estado de situación planetaria de Internet es una noticia verdadera sobre los avatares de la repercusión de las noticias falsas en la salud democrática. Bueno tenerlo presente ni bien se rememora que en 2015, cuando la actual oposición mayoritaria al gobierno –ganadora en las recientes legislativas y victoriosa en esas presidenciales– usó y abusó de Internet por las posibilidades y baratura que ofrecía su alcance para la faena de fabricar un baile de máscaras. La careta melodramática destinada al porcentaje minoritario de almas sensibles a la moral y las buenas costumbres –una enajenación de los datos reales de la lucha de clases– era necesaria para ganar la elección, a efectos de sumarla a la base social obtusa que expresan los opositores al igualitarismo moderno, que por sí misma no logra construir una mayoría relativa, dadas sus metas de bajar los ingresos de la población.

En las pasadas legislativas recibieron el favor electoral de los desencantados con el oficialismo. En la oportunidad que se avecina de cambiar la cabeza del Ejecutivo en un par años, ¿buscarán repetir la hazaña de 2015, cuando esa porción del electorado que recibió gustosa la invitación al baile de disfraces después comprendió –conforme testimonio de las presidenciales de 2019– de qué se trata la torva cara del endeudamiento externo empobrecedor y el ataque al nivel de vida de los trabajadores? La respuesta más a mano es que otra no les queda a los opositores al igualitarismo moderno. Pero que se vean obligados a hacer lo mismo, no significa que lo hagan de la misma forma.

En esta tediosa ficción en que se ha convertido la política argentina, el mismo baile de máscaras necesita, si no todos, al menos algunos nuevos disfraces bajo las circunstancias actuales. Sin embargo, esta vez, además de seguir con la marcada –pero sorprendentemente desdeñada– incongruencia de denunciar corrupción aquí y allá y de ser partidarios del Presidente anterior (un verdadero chiste de muy mal gusto), lo más probable es que para confeccionar los atuendos falsarios enfilen hacia la explotación de las supuestas inconsecuencias del oficialismo en conseguir objetivos que son compartidos en la cultura del grueso de la clase dirigente argentina. Es la forma de decir “queremos lo mismo, pero nosotros proponemos funcionarios que funcionan”.

La convocatoria a las almas bellas, entonces, tendría por lo menos dos ejes centrales. De una parte, las tradicionales denuncias de corrupción, cuanto más gratuitas y sin fundamentos, tanto mejor. De otra, maldecir a la inflación por culpa del déficit fiscal o la maldad empresaria y ambos eventuales contendientes electorales pasar de largo de las retenciones, mientras se suceden los ditirambos al valor agregado. Más parece de brutos y conservadores que de cínicos que el problema central argentino, los paupérrimos salarios actuales, en el mejor de los casos despierte lamentaciones y algún fervor de que “algo hay que hacer”, aunque infieran –tal y como objetivamente ven la realidad– que no se puede porque los grandes problemas los arregla el tiempo. Como la función hace al instrumento, es menester darse una vuelta por la actualidad de Internet para luego inquirir cómo esa actualidad sirve como medio para que la renuencia a colocar retenciones y el valor agregado –entendidos como mitos– funcionen más eficazmente de alienadores necesarios.

 

 

2023

De los 190 y pico de países que parcelan la geografía mundial, entre 43 y 48 están sancionado restricciones al uso de Internet, de acuerdo a lo que se informa en un par de trabajos recientes de organizaciones no gubernamentales (ONGs) especializadas en el rubro que hacen estudios periódicos. En esos análisis se destaca que, tras las razonables normativas para frenar el acoso en línea y la práctica de dar gato por liebre, los gobiernos buscan inmiscuirse en los datos privados y atenazar la libertad de expresión. Este aumento represivo va de la mano del incremento global de usuarios de Internet. En el informe 2021 de la Unión Internacional de Telecomunicaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), titulado “Midiendo el desarrollo digital: hechos y cifras”, se estima que 4.900 millones de personas utilizan Internet en 2021. El porcentaje de la población mundial que usa Internet aumentó del 54% al 63% entre 2019 y 2021. Este incremento del 17% de usuarios de Internet, operado en los últimos tres años, significa que 800 millones de personas más están en línea desde 2019.

A nivel mundial, el 76% de los residentes de áreas urbanas usan la red y el 39% en las zonas rurales. La banda ancha móvil es la principal fuente de acceso a Internet en el mundo en desarrollo y las redes 4G ahora llegan al 88% de la población mundial. El 71% de la franja etaria comprendida entre los 15 a 24 años presenta más probabilidades de utilizar Internet que el 57% en el promedio del resto de las edades. El 57% de las mujeres del planeta utiliza Internet, en tanto la emplean el 62% de los hombres. El uso de Internet involucra –al menos– al 60% de la población en todos los continentes, a excepción de África, que ha quedado muy rezagada con únicamente el 33% de sus habitantes con acceso a la red. Aunque la penetración de Internet aumentó más de 20% en promedio en África, Asia y el Pacífico y en los Países Menos Adelantados, el 96% de los 2.900 millones de seres humanos en el mundo en desarrollo aún vive sin conexión, constata el informe de la ONU.

¿Será en buena medida por la poca red que en esas zonas, orgánicamente desfavorecidas por el desarrollo desigual, las frecuentes crisis políticas –por falta de horizonte en el crecimiento– terminan a los tiros entre connacionales y golpes de Estado militares, mientras que en las latitudes donde continúa la penetración de Internet y la intermitencia en el crecimiento la violencia política deviene en el lugar común del ascenso de la derecha en su variante endurecida? Sea cual fuere la respuesta, el avance y consolidación global de la red, para lo mejor y para lo peor de lo que viene aconteciendo en las democracias, es un dato de la realidad, especialmente a tener en cuenta en el proceso político argentino por eso ya apuntado de que la función hace al instrumento.

En 2015, el 65% de los 43 millones de argentinos tenía acceso a Internet. Para 2023 se proyecta una población de poco más de 46.5 millones y se estima que el 83% tendrá acceso a la red. En la vislumbre hay que sumarle a este cambio de cantidad, el de calidad. No es lo mismo la inteligencia artificial en 2015 que hoy o en 2023. Al respecto, el escritor Ayad Akhtar reflexiona en la revista norteamericana The Atlantic (12/2021) que estamos ya inmersos en la singularidad, es decir, el momento en que la inteligencia artificial finalmente eclipsa a la humana, en tanto que “su huella ineludible en nuestra vida interior ya es evidente”. Esa es la consecuencia de que “nuestras sociedades avanzadas ahora están siendo ordenadas por una matriz digital de recopilación de datos, reconocimiento de patrones y toma de decisiones que ni siquiera podemos comenzar a comprender y eso está sucediendo cada milisegundo sucesivo”. Sobre las consecuencias políticas de este fenómeno, Akhtar puntualiza que “una de las características de la tecnología de automatización es su eficacia para recabar opiniones de maneras que no difieren significativamente de su vigilancia. La tecnología ha creado lugares de reunión para nuestros diversos campos de prejuicios confirmados. Estas aglomeraciones de indignación no son simplemente de izquierda o derecha (…) El sistema ha llegado a comprender el valor fundamental de reafirmar siempre nuestros puntos de vista, entregándonos un mundo a nuestra imagen (…) El resultado es una estridencia punitiva y generalizada”.

 

 

Puntos en común

Palpada la actualidad y perspectivas de Internet, es cuestión de ver cómo le pegaría a la política argentina. Lo primero que aparece es que el problema con los opositores no es que son opositores al actual gobierno, sino al país igualitario. Eso no quita que compartan visiones y prejuicios con el oficialismo. Como esos elementos comunes de la superestructura ideológica chocan con la realidad de las leyes del movimiento del sistema de acumulación, los unos y los otros van a los callejones sin salida por distintos caminos y perjudicando a diferentes sectores. Por caso, ninguno quiere poner retenciones. Los opositores son monetaristas vulgares (no hay de otro tipo) y creen poder controlar el alza generalizada y persistente de los precios revirtiendo en superávit el déficit fiscal. Como ven una causa que no es tal, cuando la inflación –en vez de ceder– se empina, concluyen que no han ido lo suficientemente a fondo y más ajuste todavía. El desastre como resultado histórico no los conmueve. Los que tienen la responsabilidad de gobernar, en cambio, si bien comparten con los opositores el criterio de que las retenciones bajan los incentivos a exportar (no hay ninguna prueba de eso y las que hay dicen lo contrario, sino pregúntenle a Domingo Felipe Cavallo), se escudan en que no quieren enfrentar las protestas del campo. O sea, ¿el 8% del PIB y el 2 o 3% de la mano de obra empleada condiciona a los sectores mayoritarios porque sus dirigentes políticos no son capaces de generar una coalición social que corte con el destrozo a los salarios que infligen los precios globales no interferidos por las retenciones? Curioso, tanto o más como los que se oponen a los precios máximos sin proponer nada a cambio, o mejor dicho, esquivando proponer las retenciones como condición necesaria, aunque no suficiente, para frenar la inflación.

Opositores y oficialistas difieren respecto del nivel de los salarios. Los gorilas creen que los problemas de la balanza de pagos se deben a que los argentinos quieren vivir por encima de sus recursos. Los oficialistas, en su mayoría, lo niegan. Pero los dos suscribirían que bajar los salarios o –por el contrario– acelerar su recomposición, depende de la voluntad de los empresarios, que en el primer caso no pueden actuar porque el populismo se los impide y en el segundo tampoco porque o los empresarios son algo perversos o las expectativas no acompañan. Disparates. El salario es un precio político que sanciona para arriba o para abajo el Estado, conforme la relación de fuerzas en la lucha de clases. Para los empresarios el nivel de los salarios es como la humedad ambiente: un dato.

El ofertismo los aúna en la búsqueda de sectores estratégicos que prometan alto valor agregado, como si los precios de los bienes determinaran la remuneración de los factores (salarios y ganancias) y no exactamente al revés, como sucede en la realidad. Lo cierto es que la única ventaja definitiva que puede presentar un sector industrial sobre otro para la economía nacional es el valor agregado que produce por empleado. Como es realista suponer que, en general y en promedio, la suma de los beneficios se reinvierte, en tanto que la suma del consumo de los hogares es más o menos igual a la suma de los salarios realmente pagados o imputados, queda claro que –desde una perspectiva de muy largo plazo– el nivel de vida de la comunidad depende de los cambios en el componente salarial del ingreso nacional.

El componente de ganancia no puede tener ninguna influencia directa. Su maximización sólo puede enriquecer a la comunidad indirectamente a través de la maximización adicional de los ingresos consumibles (ingreso laboral), que puede generar un aumento en la productividad, luego de la reinversión de ingresos no consumibles (aquellos otros diferentes del ingreso del trabajo). El beneficio, ahorrado-reinvertido, es la meta del empresario en abstracto: “acumular por acumular”. Para la sociedad, sólo puede ser un medio. El fin es un ingreso que no se puede guardar ni reinvertir, como la vida. En un sistema de trabajo asalariado, estos ingresos son los salarios. En este sistema y en una perspectiva macroeconómica, el beneficio adicional de hoy sólo sirve para producir los salarios adicionales del mañana. De ello se deduce que la magnitud pertinente para medir el nivel económico de una nación no es la relación valor agregado/número de empleados, sino la relación entre el componente primario de este valor agregado, la masa de salarios y el número de empleados.

Esto queda claramente establecido en la trayectoria comparada que muestra el siguiente gráfico, cuyo resultado es que en 1930 nuestro PIB per cápita era algo más que tres tercios del norteamericano, en tanto que ahora andamos en un tercio:

 

 

La relación de la masa de salarios y el número de empleados depende de tres cosas: el nivel de empleo, la tasa salarial y la proporción de trabajo calificado y altamente calificado con relación a la cantidad total. Desde el momento en que se logra el pleno empleo o, en cualquier caso, se determina el nivel de empleo, el desempeño económico de un país se expresa por el nivel general de sus salarios y por la estructura de las calificaciones de su mano de obra. Nada muy novedoso por cierto, salvo para franjas importantes de la clase dirigente argentina, cuya mejor predisposición es danzar en el baile de máscaras. Cuando los descubren, que pase el que sigue, hasta que todo vuelve a empezar.

Por supuesto, la debacle sigue con disfraces cada vez más efectivos. Porque como consigna Akhtar, estamos engrampados en “una nueva ontología social, un conjunto de comportamientos en evolución guiados por el cambio en los incentivos que la tecnología ha creado. Es el modelo de pensamiento publicitario; el modelo de entretenimiento de la conciencia. (…) Esta es la tez del intercambio público en la esfera pública recién formada, donde las ideas son poco más que un carnada para las horas diarias de atención humana en juego; otra demostración más de cuánto la tecnología está remodelando las relaciones entre nosotros (y así es como) la afirmación incesante de nuestros prejuicios envalentona la certeza estridente de nuestras posiciones morales”. La contracara es que la realidad se presenta rápido y los disfrazados quieren seguir en la suya, en la lógica del baile festivo y despreocupado. Cuando el agua les llega al cogote, no tienen otra alternativa que desatar una represión feroz o encontrar unas Malvinas o irse. Y así es como un cretino baile de disfraces va camino a transformarse en una monstruosa danza con vampiros (en las antípodas de la parodia de Roman Polanski) y todo por ese afán gratuito y conservador de no ver que mejorar el nivel de vida del país depende de los cambios al alza en el componente salarial del ingreso nacional, una decisión enteramente política.

 

 

 

 

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