El Hada no tan buena participó de un ciclo de encuentros de dirigentes políticos que organizó el Rotary Club de Buenos Aires, en el hotel Sheraton. Habló cerca de 45 minutos. Por momentos estuvo suelta y locuaz, algo poco usual para el estilo María Eugenia coacheada. Se la notaba entre pares. Al tomar el micrófono pidió disculpas por estar vestida de jean y botas, ropa inapropiada para ese mitín, pero informó que venía de estar en barrios del conurbano, donde supongo no se disculpó con nadie por la vestimenta.
Entre otras cosas, defendió la decisión de volver a endeudarse con el FMI, afirmando que habíamos aprendido de lo que nos pasó: “Y el mundo nos recibió con los brazos abiertos y nos ayudó, nos ayudó en estos primeros años de gestión… Ese financiamiento que nos dio este mundo, que nos abrió las puertas, nos permitió no hacer un ajuste brutal”. Criticó el proyecto de ley que retrotraía el aumento de las tarifas, y, para no perder la costumbre, fustigó a sindicalistas y a docentes.
El público era eminentemente masculino, muchas de las mesas no tenían siquiera presencia de una mujer. Cada tanto, estos hombres rotarios, en su mayoría calvos y canosos, regalaban un aplauso al pasar, como cuando se refirió a las abusivas licencias de los docentes.
La gobernadora refirió que al asumir Cambiemos había un país y una provincia quebrados y un Estado plagado de inequidades y que ello implicaba abrir discusiones incómodas. Así se formuló una serie de preguntas que intentaban exhibir aquellas desigualdades y prioridades equivocadas, se interrogó si es justo “llenar la provincia de universidades públicas, cuando todos sabemos que nadie que nace en la pobreza llega a la universidad”.
También defendió la decisión política de finalizar el plan Conectar Igualdad, expresando que habiendo chicos sin DNI en la provincia de Buenos Aires, ¿cómo se van a repartir notebooks? Sobre todo cuando “los chicos aprenden mejor vía celular, en el celular es donde van a ver el futuro, las notebooks van a quedar en desuso”.
Al leer las palabras de Vidal, supuse que no eran textuales; luego, en las redes sociales circulaba un pequeño fragmento de su alocución en el que se la escuchaba manifestarse en ese sentido, entonces, supuse que estarían sacadas de contexto. Finalmente, escuché la intervención completa y pude comprender que lo dijo fue lo que quiso decir, en el sentido que todxs interpretamos.
Pocas frases pueden desnudar más la genética del PRO que estas. Estas son las inequidades que vienen a sanear los que nos gobiernan. Podría ser un trueque: “Te doy DNI, pero te quedas sin notebook”, algo parecido a cambiamos futuro por pasado, por cierto.
Ahora, ¿cuál sería la inequidad en las universidades del conurbano? Uno podría pensar dos posibles respuestas: i) esas casas de estudios las habitan ciudadanos de clases pudientes, por lo que es injusto que existiendo tanta pobreza en la provincia se distribuya de ese modo el dinero público; o, ii) estas universidades no tienen razón de ser porque los pobres no las van a pisar nunca –porque son pobres y los pobres no van a la universidad—, y los otros/no pobres no van a esa clase de universidades del conurbano.
Cualquiera de las posibles justificaciones a los discriminantes dichos de quien pretende ser presidenta del país en un futuro, son graves, por falaces y prejuiciosos.
Es cierto que durante una parte importante de nuestra historia el acceso a la universidad estaba restringido a una elite y solo los que pertenecían a ella accedían a las profesiones liberales. (Para 1930 el 62% de los estudiantes universitarios estaban matriculados en abogacía, procuración y medicina.) Ser universitario se trataba de un signo de status social.
Sin embargo, en los años del primer peronismo la universidad pública tuvo un aumento sustantivo en su matrícula. En 1947 había 51.447 estudiantes universitarios, 3 por cada mil habitantes, pero, en 1955 ya sumaban 138.871, 8 por cada mil habitantes. Este explosivo crecimiento se debió, además de la importante movilidad social que imperó en ese periodo, a la supresión de los aranceles a la educación superior dispuesta en 1950, y a un sistema de becas del comienzo de los años ’40. Para 1956, la Argentina poseía la población universitaria más numerosa de América Latina.
Así como en la década de los ’90, junto a la arremetida contra la educación pública, se pusieron en marcha una serie de universidades privadas —en la lógica de la mercantilización de la educación, propia de las políticas neoliberales—, durante las décadas siguientes hubo un crecimiento de establecimientos universitarios de gestión pública. Para el 2004 había 100 universidades en todo el país, diez años después 122; modificando el porcentaje de proporción de universidades estatales del 45 al 46,2%.
Desde 2003 se crearon nueve. Seis de ellas están ubicadas en el Gran Buenos Aires, por lo que suponemos que a estas se refirió Vidal en su charla en el Rotary Club: la Jauretche en Florencio Varela; la de Avellaneda; la de Moreno; la del Oeste, en Merlo; la de Hurlingham y la de José C. Paz. Entre otras razones, este aumento de centros de estudios repercutió ampliamente en la población estudiantil, que pasó de 1,6 a 2 millones de estudiantes desde 2006 a 2014. Las universidades nacionales públicas y gratuitas tienen bajo su responsabilidad formar aproximadamente el 80 % del total de la población universitaria.
Algunos ejemplos puntuales, sobre todo en universidades del conurbano, nos muestran el aumento de la matrícula en diez años. En La Matanza: de 18.861 alumnos en 2001 a 34.634 en 2011; Quilmes: de 8.716 en 2001 alumnos a 16.625 diez años después; Tres de Febrero: de 3.346 alumnos en 2001 a 11.458 en 2011.
Resulta evidente que ello requirió de una decisión política, en 2002 la participación del presupuesto era de 0,5% del PBI, y de 1,2% en2014; traducido en millones de pesos de 1.634 a 37.674, toda una política de gobierno, sin lugar a dudas.
Descartada la idea de que las universidades se encuentran vacías o con poca matricula –como las escuelas del Delta—, ahora veamos si la inequidad está en razón de quienes estudian en ellas.
En la Universidad Nacional de La Matanza, el 94,2 % de los alumnos son primera generación de estudiantes universitarios, en la de Moreno el 91 %, en la de Tres de Febrero, el 74 %; en la Arturo Jauretche el 83 %, solo por mencionar algunas.
Universidades, justamente, para la “elite” obrera. Eso es lo que tanto molesta, ahora al Hada pero antes al Presidente, quien también se quejó de ellas.
Debo reconocer que las palabras de Mariu me indignaron. Tardé un poco en poder procesarlas en términos políticos. Ella, al igual que el Presidente, estudió en una universidad privada, la Católica Argentina. No se trata de lapsus, sino de lo que piensan y creen que es justo o injusto. Y una universidad cerca del barrio, en el conurbano profundo –como suele decir Vidal—, para que estudien, se formen y el día de mañana (o de hoy porque ya hay miles de egresados) tengamos profesionales con consciencia de clase, es injusto para lo lógica de “los chicos” del Newman, la Di Tella, la Austral, la Católica, el Salvador, etc, porque la representación de género en sus filas y gabinetes es bastante inequitativa, por cierto.
Soy docente de la Universidad de Buenos Aires desde hace más de veinte años, dicto mis clases en el último horario del día y termino a las 23. Lxs alumnxs que cursan en ese horario son laburantes. Algunos viven lejos, si pierden el colectivo, el tren o el chárter no llegan a sus casas hasta vaya a saber qué hora.
Cuando estudié en esas mismas aulas, cursaba en ese horario, porque también trabajaba. Después me tomaba dos colectivos para llegar al barrio obrero de Boulogne, donde vivía. Mis viejos no pudieron acceder a la educación universitaria, pero sé el orgullo que sintieron cuando me recibí de abogada.
Me habían hecho “caer” en la educación pública, desde el jardín hasta mis estudios de posgrado, porque querían que su hija sea una profesional con conciencia de clase.
Lo lograron. Ahora entiendo porque me indignaron tanto las palabras de Mariu.
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