Cuatro viajes en el 111
La música que escuché mientras escribía
El domingo pasado te conté el relato de Dante Choi sobre la relación de András Schiff con el piano, en oposición a la de Glenn Gould. El húngaro lo trata como un instrumento de cuerdas, el canadiense le pega con un martillo, dice el empresario pyme coreano. Y además de mostrarte cómo cada uno de ellos la emprende con Bach, también te invité a escuchar a mi preferida, Rosalyn Tureck, y te conté mis motivos personales para ello.
Nunca antes le había prestado la atención debida a Schiff y me alegro de haber seguido el consejo de Choi, porque me pareció una exquisitez. Esta semana seguí con él, pero pasé de Bach a Beethoven. En otras ediciones de El Cohete te conté mi impresión al escuchar en el Colón a Baremboim tocando de memoria la integral de las 32 sonatas de Beethoven, una proeza que excede mi capacidad de comprensión y que habla de la grandeza de la mente humana. De la de Baremboim, claro. También volví a él, triste al saber que suspende sus actuaciones porque una enfermedad autoinmune martiriza sus 80 años lúcidos y admirables.
Hace década y media, Schiff dedicó tres años a una serie de conferencias y recitales en Londres, sobre las sonatas de Beethoven. Schiff vive desde sus 26 años en Londres, de modo que su broken english, como lo llamaba García Márquez, es comparable con el de Conrad. Por eso me animo a invitarte a escuchar la conferencia recital de Schiff sobre la última sonata de Beethoven, la 31, op. 111, en la que hace una referencia a las páginas en las que Thomas Mann la ubicó en ocho siglos de cultura alemana, y sus diálogos al respecto con Adorno, de los cuales el académico mexicano Alberto Pérez-Amador te da una idea muy interesante, acá.
Pero sobre todo vale la pena escuchar su interpretación de la sonata.
No resisto la tentación de proponerte de nuevo una de las versiones de Barenboim.
Un misterio tonto del que alguna vez te hablé es cómo las manos minúsculas de Barenboim alcanzan a cubrir las mismas octavas que las gigantescas de Richter.
Y por último, el enorme chileno Claudio Arrau, sin quien este viaje en el 111 no sería completo.
Si tenés tiempo, estoy seguro de que la vas a pasar muy bien. Si no, seguí de largo sin culpa, que esto es apenas una gota de agua en el tacho de la vida, como decía un viejo profesor de historia que había renunciado a la doma de adolescentes.
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