Una mirada a 'El idioma de la fragilidad', la novela de Carlos María Domínguez
Del Arca bíblica a esta parte, pasando por Melville, Conrad y —salvando distancias— hasta el Cortázar de Los Premios o Viaje a las Estrellas, una nave ha resultado el recurso idóneo donde albergar una tripulación más o menos heterogénea, capaz de representar una ficción, una historia. En tales singladuras, el navío suele pasar a convertirse en un sufrido personaje más. Y si no, pregúntenle al Pequod cómo crujía ante los embates de la ballena, al Patna qué le hacía resistir su inminente hundimiento o al Enterprise las sobrexigencias del capitán James Tiberius Kirk. En esta serie puede encuadrarse con cierta liviandad el Talk of the Town, buque que en 1942 transporta voluntarios argentinos y uruguayos a Inglaterra a fin de sumarse a la lucha aliada contra Hitler. Travesía en la que se suceden desvaríos, frases luminosas, borracheras, seducciones, ataques de submarinos, sospechas, naufragios, descubrimientos, iniciaciones, en una atmósfera que va de la tensión a la avidez insaciable por lo que la lectura devela.
No obstante la potente impronta de los personajes que viajan o conducen el buque, y la del buque mismo, el gran protagonista de la última novela de Carlos María Domínguez (Buenos Aires, 1955), El idioma de la fragilidad, es el lenguaje mismo, la escritura. Como quien desentraña los arcanos dobleces para averiguar cómo fue confeccionado un origami japonés, desarmándolo, el relato está narrado en primera persona por Carlos Bauer, excéntrico bibliófilo uruguayo que ya ha prestado su voz a otras historias del mismo autor. Este, a su vez, cuenta las intrigas del montevideano Guy Delatour, un cinéfilo tan erudito como tartamudo, “empeñado en huir de la ficción a la monstruosa realidad”, que rumbea hacia una Londres bombardeada, aparentemente en pos de una beca. Y de su destino, como corresponde, incierto. En la ficción, Guy encarna nada menos que a Arturo Despouey (Montevideo 1909-Jaén 1982), auténtica leyenda más allá del universo rioplatense: dandy, fundador de la crítica cinematográfica por estos lares, periodista, poeta, narrador, locutor en la BBC, corresponsal de guerra que desembarcó con las topas en Normandía el 6 de junio de 1945, cronista de los campos de concentración, en fin, un testigo del siglo XX sagaz, inteligente, polifacético. Autor de la imbatible premisa: “El derecho a opinar exige la obligación de saber”.
El más uruguayo de los escritores argentinos (vive en la capital oriental desde 1989), Carlos María Domínguez constituye probablemente uno de los más sutiles artesanos de la palabra de la lengua castellana —dicha tal desmesura sin pudor— vivos. En todo caso conocido por las novelas Pozo de Vargas (1985), La casa de papel (2002) —nada que ver con la serie española del momento— y en el mismo año aquella que al módico criterio de este cronista es una obra maestra, Tres muescas en mi carabina. También de las biografías de Juan Carlos Onetti, Roberto de las Carreras y el pintor Tola Invernizzi, entre una obra vasta y de alto, parejo nivel. Pues Domínguez nunca escatima agilidad de relato, trama polimorfa ni escritura trabajada con una generosidad sin excesos. Lo que le habilita hacer dudar a Bauer, su narrador, “si cada vez que leo Guy debo oír Arturo, o con las palabras que uno tecleó en las noches, inclinado sobre su historia como si fuese ajena, Guy también se hizo un traje a medida, se ganó el derecho a fumarse las tristezas, los deseos y delirios del otro”. Porque Domínguez en efecto trabaja sobre material manuscrito del propio Despouey y sobre éste genera una trama con lenguaje propio que, al navegar sobre y bajo los acontecimientos, además de recrearlos, los genera. Y con ello logra un efecto de conmoción sobre el lector que se sustenta en la escritura misma.
Entonces Domínguez hace leer a Bauer el testimonio de Guy, que es Despuoey, quien le da letra a Domínguez en un circuito perfecto que no por lo intrincado resulta confuso. Por el contrario, atrapante. Si no fuera por su destino sudamericano, el de El idioma de la fragilidad sería cinematográfico, pues la filigrana de la palabra no necesariamente excluye la fluidez de la trama: “…Contempla la dorada acuarela que los barcos reflejan en el agua y apenas por debajo de la superficie, una vía de burbujas que se acerca, lenta, demasiado lenta, le parece, derecho a la borda del Talk of the Town. No acaba de entender lo que ve. Avanza demasiado recta. No es un pez. ¿Es un torpedo? No puede ser, se dice. (…) y poco después el cilindro que choca, suave, contra el casco del Talk of the Town. Asoma la cabeza como podría hacerlo un tiburón obligado a pedir disculpas, y vuelve a hundirse en el agua. De inmediato suena una bocina ronca, atragantada con su propio llamado. Seis gritos de pavo camino a degüello, seguidos de uno largo en plena degollina”.
Dinamismo sostenido en una clara división del trabajo y del habla para cada personaje. Carlos Brauer, vocero del autor, anticipa las atmósferas, encuadra, hace de puente histórico, brinda la información dura. Respecto al cine de los años '30: “¿Podía una industria fundar un arte?” Y en el Uruguay, donde “llegaban las películas y el público las seguía con un fervor descabellado…: seis millones de entradas al año” porque ese espectador, educado “en exigencias que no podían satisfacer, encontraba en el cine, servidos en bandeja, los sueños que necesitaba”. En lo que hace a la participación en la Segunda Guerra, acota: “Son alrededor de cuatro mil los argentinos alistados en las tres armas y seiscientos loa pilotos integrados a la RAF —nadie lo recordó, que yo sepa, durante la guerra de Malvinas— acaso porque la memoria es un resto barroco de la necesidad”.
Por su parte, Guy Delatour encarna al protagonista que desafía cierta verdad desde el cinismo: “No sé mucho del Plata, viví dentro de su estómago (…) Argentina es un emporio económico concebido por señoritos que estudiaron en las academias militares de Europa para sacarse de encima a los virreyes españoles, a los portugueses, o defenderse de Inglaterra”. Y pinta un Uruguay formado “al aire libre, en un gran éxodo de terratenientes y almaceneros, payadores, indios, curas y negros del Brasil. Abandonaron el país antes de someterse a los extranjeros, y ahí no hubo ningún club de señoritos”.
Así, uno a uno, los tripulantes que mascullan El idioma de la fragilidad perfilan voces de una diversidad inequívoca al contar historias concéntricas que se desenvuelven en una suerte de fresco renacentista, iluminado mediante colores sutiles, escenas contundentes y emociones fuertes.
FICHA TÉCNICA
El idioma de la fragilidad
Carlos María Domínguez
Buenos Aires, 2017
259 págs.
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