CUANDO EL JAZZ VENÍA MARCHANDO
Crónica intensa de las giras de músicos extranjeros en la Argentina del siglo pasado
A mediados del siglo XX no era tan habitual como ahora la llegada de músicos extranjeros por estos pagos, de modo que cada oportunidad constituía un acontecimiento que llenaba los grandes teatros y los pequeños reductos donde tocaban (gratis) con sus pares argentinos. Antes (y al comienzo) de los Beatles, es decir hasta las postrimerías de los años '60, el jazz ocupaba el interés tanto del público como de los propios músicos. Provenían en su mayoría de los EE.UU., donde esos ritmos surgían de las clases populares y en forma paulatina avanzaban sobre otros sectores sociales a medida que los artistas se profesionalizaban, alcanzando crecientes niveles de excelencia. Probablemente sea la solidaridad propia de aquella extracción de clase la que haya facilitado los estrechos contactos e intercambios de los músicos norteamericanos con sus pares locales, provenientes de sectores medios y supervivientes de un tercermundismo ramplón en el que la producción artística e intelectual no es considerada producción. Por lo que están compelidos a trabajar por amor al arte, gratis. La lucha por el reconocimiento de la profesionalización sigue siendo ardua hasta el día de hoy.
Como en Europa, las dos guerras mundiales propagaron el jazz alrededor del mundo y, como en la Argentina la mirada estaba habituada a enfocar esos lares, pronto se desarrolló una afición fervorosa que llegó a generar grupos locales, algunas de cuyas figuras trascendieron hasta la fecha. Pocos registros se guardan de aquellos memorables eventos, por lo que es bienvenido Grandes del Jazz Internacional en Argentina (1956-1979), que recopila esos eventos, los ilustra con fotografías, documentos, programas de mano y un muy jugoso “anecdotario sobre los encuentros de nuestros músicos con los ilustres visitantes”. Arquitecto y periodista especializado, Claudio Parisi (Buenos Aires, 1960) reunió más de ciento cincuenta horas de entrevistas a artistas, técnicos, fotógrafos, empresarios, periodistas y fanas en general para completar trescientas cincuenta páginas vibrantes de ritmo, historias y documentos gráficos.
Los nombres son deslumbrantes: Dizzy Gillespie, Louis Armstrong, Nat King Cole, Cab Calloway, Ella Fitzgerald, Tony Bennett, Harry James, Coleman Hawkins, Roy Eldridge, Benny Goodman, The Modern Jazz Quartet, Bud Shank, Lionel Hampton, Friedrich Gulda, Michel Legrand, Stan Getz, Steve Lace, Enrico Rava, Duke Ellington, Count Basie, Oscar Peterson, Earl Hines, Erroll Garner, Ray Charles, Duke Ellington, Weather Report, Cannonball Adderley, Bill Evans, Earl Hines, Teddy Wilson, Marian McPartland, Ellis Larkins, Charles Mingus, Sarah Vaughan, Stine Akkiance, Gerry Mulligan, John McLaughlin, Larry Coryell. A quienes es preciso sumar los integrantes de sus respectivas bandas que, por fuera de los conciertos en los grandes teatros, produjeron un intenso intercambio con los músicos argentinos en pequeños locales de jazz, bares, restaurantes, estudios de grabación y casas particulares. En estos encuentros informales se desataron tremendas pizzas, como los jazzeros argentinos llaman aún a las jam sessions. Porque si hay algo que caracteriza a los músicos de jazz es su pasión por tocar, compartir la música entre pares e impares, conocer la producción de sus colegas, desplegar su virtuosismo sin esconder triquiñuelas, transmitir la experiencia.
Cada uno de tales próceres merece en la obra de Parisi su propio capítulo, que se abre con amplio despliegue gráfico (fotos, programas de mano, cartas, etc.), seguido de sendos textos que consignan arribo a la ciudad, datos personales, instrumentistas acompañantes, crónica de los recitales, críticas en los medios, testimonios, backstage, salidas a pequeños reductos jazzeros, encuentros con fans y músicos locales y chismes del ambiente, surtidos.
Como el del fotógrafo de la extinta revista Pelo —entonces baterista en ciernes– Tito Villalba, que cumplía con su oficio en un ensayo del guitarrista Larry Coryell en el teatro El Nacional; alguien lo empuja a hacer el ritmo con el charleston y el asunto avanza: “El tipo comenzó a marcar, como un dúo, y la primera salió de película. (...) Con los palos comenzamos a hacer ocho y ocho, ocho compases (…) Ese es el idioma de la música. Muy buena onda el tipo, vino con la guitarra al lado mío, se paró ahí, me marcaba el ocho y ocho y me fraseaba y yo trataba de repetirle la frase en la batería. Eso como cuando empieza a venir la idea que nace sola y a través de un músico que te la transmite. Como dicen los pibes, ‘la química’. Se dio esa cosa. Después nos quedamos hablando y nos sacamos una foto abrazados”.
Con la generosidad como médula del profesionalismo, ese idioma en común atraviesa las barreras lingüísticas en un ida y vuelta donde circulan improvisaciones, temas nuevos y viejos, asados, tragos, festicholas. Y consejos prácticos o eruditos. Cannonball Adderley, “para muchos el sucesor de Charlie Parker en el saxo alto”, ordena su colección de boquillas en la habitación del hotel y le dice a Gustavo Bergalli: ”No practiques lo que ya conocés, dejá eso a un costado porque ya lo sabés, sé que es muy tentador tocar lo que uno ya sabe, pero eso dejalo a un costado y encará todo lo que no sabés, analizá bien todos tus puntos flojos”. Detalles, tal vez minucias, procedimientos entre técnicos y filosóficos resultan del dispositivo de reciprocidad que se establece entre los músicos visitantes y locales. También, escenas desopilantes: Dizzy Gillespie va del hotel al teatro vestido de gaucho y a caballo; el comisario Margaride queriendo llevarse presa por prostitución a la mujer de Harry James en el célebre reducto Jamaica; enterado del antisemitismo reinante durante la dictadura de Videla, Stan Getz porta una Estrella de David fulgurante e inmensa para que todo el mundo la vea; para la misma época, la policía arreando a todo el público presente en Jazz & Pop y los músicos de la orquesta de Lionel Hampton siguiéndolos hasta la calle, tocando, mientras los subían al celular; siguieron tocando aún “sin público y de repente comenzó a caer de nuevo la gente; primero uno, después otro y así. Se ve que los largaban de a uno, se volvían y se quedaban hasta la mañana. Una maravilla”. También, el gran Satchmo cantando el tangazo Adiós Muchachos en inglés y Gillespie a dúo con Osvaldo Fresedo (un puñadito de estos momentos, al final de estas líneas).
Entre las múltiples leyendas urbanas que cunden en el mundillo del show business, perdura la que atribuye al público argentino un fervor incomparable. Grandes del Jazz… da cuenta cabal del fenómeno que, por encima de la cortesía diplomática del artista profesional que llega a estas playas a ofrecer su talento, aparece reflejado en forma reiterada en esta crónica de Claudio Parisi. La cantidad de situaciones, relatos, descripciones y anécdotas recabadas hablan por sí mismas de un intercambio fructífero en el que el regocijo de un púbico fervoroso complementa ese idioma mágico.
FICHA TÉCNICA
Grandes del Jazz Internacional en Argentina (1956-1979)
Claudio Parisi
Buenos Aires, 2019
350 págs.
Dizzy Gillespie con Osvaldo Fresedo, Buenos Aires, 1956
Lionel Hampton en el Teatro Opera, 1958
Adiós Muchachos por Louis Armstrong, Teatro Opera, 1957
Bill Evans, Teatro Grand Rex, 1973
Tony Bennett en el Gran Rex (2012)
Nat King Cole llega a Buenos Aires (1959)
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