CRONISTA DE VARIOS MUNDOS
Ana Basualdo predica con el ejemplo conceptos básicos y secretos del periodismo que parecen olvidados
En algunos espacios, la última dictadura cívico-eclesiástico-militar comenzó antes del 24 de marzo de 1976. Anticipación compartida que arrasó otras democracias latinoamericanas en esa década, obligó al exilio a trabajadores, profesionales e intelectuales que buscaron espacios de trabajo y libertad en todo el orbe y, en particular, en los países de habla hispana. En proporción al número de sus afiliados, con casi dos centenares y medio de desaparecidos, el gremio de los trabajadores de prensa resultó de los más golpeados. México, Venezuela y España abrieron generosamente sus puertas, entre tantas otras naciones. La madre patria, en particular, salía recién de cuarenta años de fascismo franquista y una movida tantas veces contenida dio lugar a renovados vientos, ávidos por sacudir telarañas. Alguna vez alguien consignará los aportes del exilio argentino a la renovación periodística de los territorios anfitriones, como lo hicieron por estas playas los europeos en los años '20 y los mismos republicanos españoles al final de la década del '30.
Curiosa reciprocidad de prestaciones y contraprestaciones que excede este violento oficio para extenderse a otras mancias y profesiones. Un claro ejemplo, cuyo nombre suele asociarse al adjetivo (que ella jamás se permitiría) “legendaria”, es el de Ana Basualdo (Buenos Aires, 1945) que a los treinta años, tras haber sido secuestrada y sometida a un simulacro de fusilamiento por la Triple A, fue a salvar el pellejo a la península ibérica. Recaló en Barcelona hasta hoy – “donde no nací pero ya viví más que en la propia, remota”—, llevándole una experiencia periodística amasada en tiempos “de ebullición política y de redacciones con máquinas de escribir Remington y copias (imposible añorar aquello) en papel carbónico, pero no de artículos en primera persona. La primera persona estaba prohibida o, mejor dicho, no pasaba su uso por la cabeza de nadie. No existía el artículo de opinión: ‘Al lector no le interesa lo que usted, periodista, meramente, opine. Investigue ese adverbio. Rómpalo’, decía un maestro de nuestro oficio”. En la práctica, un periodismo “entendido como ejercicio descriptivo poroso de fenómenos y aspectos de la realidad cambiante y mezclada, y enigmática, como todo lo que es mirado con interés sensible. Que es lo constitutivo del oficio, cuando —dicho breve— no se lo moldea hipotecado a agentes productores del encandilamiento o timo social”. Precisamente, esto último, lo ocurrido a partir de aquella dictadura que dio paso a un individualismo cuya expresión más grosera es la autorreferencia que se extiende hasta la actualidad, al compás del derrame de la indigencia del lenguaje que cae de los medios audiovisuales a los gráficos y de ahí a la masividad, naturalizando el sentido común que tornea la ideología dominante.
De ahí la importancia que se suma a lo placentero en El presente, flamante volumen con el que Ana Basualdo ofrece veinte variopintas crónicas que resumen casi medio siglo de intensidad periodística. La primera mitad abarca la etapa porteña, de 1971 a 1975; en tanto la segunda comprende las ya publicadas en España, hasta ayer nomás, en febrero de este año. La selección realizada por la autora puede enhebrarse con distintos hilos conductores, de diferente mena y color. En esta oportunidad, el eje periodístico, su construcción, desarrollo, premisas y limitaciones son privilegiados para esta reseña por su potencia a la hora del contraste con las tendencias reinantes en la prensa comercial monopólica, caracterizada como “meros soportes, disfraces cutres de la cara dura neoliberal”. Vicio contrario al “registro hojaldrado de un momento —novedoso, revuelto— de la realidad social”.
Propone Basualdo un ejercicio periodístico que apunta a “ser penetrante y abarcador, omnisciente de su tema: que contenga todo de lo que ya se sabe y avance en tierra incógnita, buscando —a través del agotamiento informativo y la disposición estratégica de los materiales de primera mano— el sentido de la historia, desde determinado punto de vista”, pues de modo alguno “puede existir como subproducto de los productos que quiere abarcar”. Conceptos que la autora vierte, cosa curiosa o no tanto, en un artículo de 2017 para la revista La Maleta de Portbou titulado “Cómo escribir sobre Amy Winehouse y por qué”, en el cual se desliza por los meandros de la escritura, musical en las letras de la ya difunta cantante, herramienta de prensa en la propia.
Pues El presente ejerce en la práctica aquello que promulga: en el prólogo a la antología de crónicas de otro grande, Enrique Raab (Viena, 1932-Buenos Aires, 1977; desaparecido), desarrolla una síntesis ejemplar de la renovación en el periodismo durante el no menos fogoso que deslumbrante período que va del derrocamiento de Arturo Illia (1966) al de María Estela Martínez de Perón (1976). Tiempo además propio, dado que Ana Basualdo pulsó sus primeras teclas en la revista Panorama, donde creció como redactora junto a un staff apabullante (consúltese la lista de aquellas plumas) y del cual desaparecieron colaboradores y redactores como Luis Gagnini, Miguel Ángel Bustos, Conrado Ceretti, Ignacio Ikonikof, Pirí Lugones, Rodolfo Walsh. Tiempos en que casi todos los medios de prensa que “renovaron de modo vibrante y variado el discurso periodístico, cumplieron en cambio un papel político reaccionario y equívoco tercamente golpista”. Mientras los trabajadores de la letra innovaban, las patronales se dedicaban al fragote.
Con rigor implacable, la prosa de Basualdo hace de la sutileza un método, del tiro a quemarropa un producto escaso y de la elipsis una delicatessen. Presenta dos notas a Leonardo Favio con motivo del estreno de sus dos primeras películas a color; subraya una mutación de estilo, recrea climas, vuelca las palabras del director, los actores, los extras, los técnicos, captura momentos fugaces. Breves pinceladas con las que transporta al lector a ambientes y situaciones que le brindan una visión integral del suceso. Notas que exceden el simple reportaje, avanzan sobre el ánimo de los protagonistas y sus respectivas circunstancias mediante el gentil artificio de ocultar la presencia de sí misma. Mecanismo eficaz para desplegar intimidad y pensamiento de Blackie (Paloma Efron), sin cholulismo ni infidencia, suficiente para hacer hablar desde el ostracismo a la infranqueable estrella tanguera de los años '30 Ada Falcón, sumida en un delirio místico.
Hace presente una construcción sociológica de la fauna porteña a través de los comensales de las confiterías emblemáticas (Florida Garden, La Ideal, Richmond, Queen Bess, Las Violetas), cada una representativa de una heteróclita clase media. Para discernir la estética camp de la época, Basualdo acude al escritor Manuel Puig en su calidad de experimentado observador, en tanto para conmemorar el veinte aniversario de la muerte de Evita, halla como referencia un diariero de la estación Retiro como ingreso a los testimonios de militantes, ex funcionarios y una visita a la famosa quinta de San Vicente. Todo mechado con frases extraídas de los discursos. Cierra la sección anterior al exilio con una detallada nota sobre la logia Anael, que por aquél entonces comandaba José López Rega, la que —se dice— le valió el secuestro por parte de aquella banda paraestatal (en octubre de 1974 había sido asesinado por la misma Triple A el periodista Pedro Leopoldo Barraza, tras haber publicado en el diario La Opinión una nota sobre el esoterismo de José López Rega)
En la segunda parte de El presente, la desarrollada desde Barcelona, la autora desenvuelve las semblanzas de Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, el poeta chileno Enrique Lihn y Antonio Di Benedetto, con quienes conversa sin mostrar las propias intervenciones, en el estilo prudente de quien privilegia al entrevistado. Cazadora de atmósferas, la periodista ofrece un manojo de artículos a partir de lugares que tejen historias humanas: Palermo Viejo en el 2001, un locutorio atendido por ecuatorianos, Parque de la Memoria; un acto político de Pablo Iglesias, el líder de Podemos; un barcito en una ochava a la vuelta de su casa. Un cordial perfil de Ana Basualdo, trazado por Edgardo Dobry cierra el volumen, en un racconto vital y entrañable, que el lector puede decidir si lo aborda antes de leer los textos de la autora, o al modo de colofón como llega planteado en el libro.
Textos ejemplares para pichones de periodistas, para trabajadores de prensa en ejercicio, tanto como para el lector ávido de precisión y belleza, El presente parece aludir a un continuum histórico tal vez regido por una premisa que, como al pasar, surge de la boca de Enrique Lihn, en cuyo reportaje afirma que “al ahondar en el recuerdo de la infancia solo se percibe su presente”.
FICHA TÉCNICA
El Presente
Ana Basualdo
Buenos Aires, 2020
256 págs.
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