Crónicas que sabíamos de antemano
Ciertas historias que hoy escandalizan venían siendo susurradas en los tribunales desde hace mucho
Siempre me impresionan los comienzos y los finales de los libros que me enamoran. Pensé durante años que era una de mis tantas excentricidades, hasta que hace casi tres décadas cayo en mis manos una joyita llamada Rebeldes, sonadores y fugitivos, una compilación de notas y cuentos de Osvaldo Soriano: un libro naranja, con dos gatos negros dibujados en la tapa, publicado por Editora 12. Lo recuerdo perfectamente porque llevo años tratando de robármelo de la biblioteca de mis padres en San Juan. Temo que alguien me haya ganado de mano, porque la última vez que lo busqué con fines de lo más nobles pero levemente reñidos con la ley, no lo encontré. Y sospecho que, con la fama de saqueadora de bibliotecas que mis padres me imputan, infamantes, como si fuese una saqueadora de tumbas, de todos modos me culparán a mí. En mi casa familiar, respecto a la desaparición de libros no corre para mí la presunción de inocencia. Sea o no sea yo la responsable, en los juicios sumarios sin pruebas a los que me someten, siempre se me encuentra culpable. Mis hermanos gozan de completa impunidad a la hora de robar libros, sabiendo que me culparán a mí. En mi defensa alegaré que suelo avisar qué me estoy llevando, porque sé la angustia que provoca buscar un libro y no encontrarlo. Pero mis progenitores saquean mi biblioteca sin avisar y luego debo viajar a San Juan a confiscar mis libros, que aparecen allí en como por arte de magia. Mis padres niegan el hurto y cuando encuentro el libro en cuestión camuflado en sus bibliotecas y exhibo la prueba palmaria del acto criminal, dicen con fingida indiferencia: “Ah, debo haber olvidado que me lo llevé”. Y siguen como si nada.
Cuando quiero un libro, debo pedirlo con insistencia hasta vencer la resistencia de mis padres. Tarea que me ha consumido años. Fui derrotada por Los dragones del Edén, que mi madre no quiso entregar jamás y terminé comprando usado. También por un bellísimo libro de historia sobre los reyes merovingios que realmente extraño. Y por este libro de Osvaldo que temo encontraré en la biblioteca de mis hermanos.
El libro de Soriano es maravilloso. Trae desde la formula de la Coca Cola hasta una historia de la que aprendí que, cuando estaba exiliado en Paris, Soriano tenia un gato al que le había puesto de nombre Negrovení. El nombre que fantaseo ponerle a un gato el día que supere el duelo por Mila, la gata que estudió Derecho conmigo y que —sospecho— aprendió más que yo. Como ven, no soy de duelos breves.
Como sea, en ese libro hay una nota sobre los comienzos de los libros. Leerla fue sentir que había alguien en este mundo que compartía mis excentricidades. Soriano sostenía que García Márquez era un gran escritor de inicios impactantes, esos primeros párrafos que impiden dejar el libro hasta no haberlo terminado. Algo tan mágico como el amor. No se explica, pero pasa y es maravilloso. Soriano retomaba el inicio de Cien años de soledad: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Díganme si no es el inicio perfecto de un libro que es perfecto.
Amamos a Soriano y amamos de García Márquez. Técnicamente bauticé a mi hermano Gabriel como Gabo, en su honor. Pero de lo que hoy quiero hablar es de otro magnífico libro llamado Crónica de una muerte anunciada. Tiene un inicio impresionante: “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. 'Siempre soñaba con árboles', me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato”. Pero además la historia es tremenda en sí misma. Un crimen de venganza donde todos sabemos quién mató a Santiago y todos saben que lo van a matar y nadie lo detiene.
En estos días no dejo de pensar en ese libro, a propósito de los que surge de las investigaciones periodísticas y judiciales acerca de cómo funcionó el armado de causas y la persecución judicial en la Argentina reciente.
Una certeza que todos teníamos ya, en mayor o menor medida: Mauricio Macri acostumbra a espiar de modo ilegal. Y durante sus gobiernos se acostumbró a concretar ese espionaje usando la estructura del Estado. Espiar a víctimas, adversarios políticos y a su propia familia. Lo hizo como jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Y volvió a hacerlo como Presidente, tan predecible como que yo en la heladería pediré dulce de leche. Nuevamente espió a victimas –por ejemplo los familiares de ARA San Juan— y a adversarios políticos, internos y externos a su espacio político, y a su familia. Me permito una opinión: qué machirulo, espiar siempre a las hermanas.
La decisión de llevar adelante tareas de inteligencia ilegal debe haber sido el fundamento para designar al frente de la AFI (Agencia Federal de Inteligencia) a alguien con el mérito de ser su amigo personal. “El Negro –Gustavo— Arribas es el mas pillo de mis amigos”, señaló Macri para fundar por qué designaba a alguien al frente de la AFI que no sabía nada de servicios de inteligencia. Siempre me acuerdo de eso cuando escucho que Arribas declara en su defensa que todo el espionaje ilegal fue realizado sin su conocimiento. Imagino entonces que Arribas formaba parte de la mesa judicial para, no sé, ¿hablar de futbol?.
Menos explicaciones tuvo que dar Macri sobre la designación de la Señora 8 (el segundo puesto de la AFI en importancia). Quien fue nombrada en ese cargo fue Silvia Majdalani, ex diputada nacional. Un periodista hizo una observación muy certera: Majdalani era diputada por el PRO, pero mucho antes de que ganara las elecciones presidenciales, la UCR resignó un lugar en la Comisión de Inteligencia del Congreso de la Nación para que Majdalani lo ocupara. Mas que un favor al PRO, parece haber sido un favor a un viejo amigo de la casa: Antonio Stiusso. Hoy ya son públicas las relaciones que unían a Majdalani con Stiusso, y también son públicas –aunque menos— las que unían a Majdalani con un sector del peronismo.
Hace pocos días Carlos Pagni publicó en La Nación una nota sobre uno de los hechos de espionaje —tan ilegal como absurdo— protagonizado por la AFI durante el gobierno de Macri. Se trató de un mensaje mafioso que la AFI le puso a José Luis Vila, entonces funcionario del Ministerio de Defensa y —dicen quienes conocen la historia— ex radical devenido opositor a Stiusso. En esa nota da cuenta de los diversos hechos que llevaron adelante espías de la AFI contra Vila. Pero el último me pareció conmovedor. Los espías le pusieron una bomba a José Luis Vila… en el domicilio equivocado. Hacía ocho años que ya no vivía allí. Creo que la anécdota es solo superada por el pollo detonado por Patricia Bullrich en el Alto Palermo Shopping. Sospecho que cuando la receta de arepas con pollo habla de pollo desmechado, quien la escribió no sabía que Patricia lo haría usando dinamita.
Pero además de poner bombas en domicilios equivocados –es un milagro que los argentinos sigamos vivos teniendo estos espías—, la AFI conducida por Arribas y Majdalani hizo algunas cositas más. Entre otras cosas montó un sistema de seguimiento y espionaje ilegal a los llamados presos K, ex funcionarios y empresarios detenidos en Ezeiza. Lo que son las locas casualidades de la vida. Cuando en el Instituto Patria detectaron un auto estacionado en las cercanías, hicieron la denuncia. La AFI de Arribas y Majdalani se presentó ante el juez que investigaba dicha denuncia, que se llama Marcelo Martínez de Giorgi, señalando que hacían el seguimiento por estar autorizado por un juez de Lomas de Zamora, en base a una presunta amenaza terrorista. El juez llamó por teléfono al juzgado de Lomas y constató telefónicamente los dichos de la AFI. Y luego cerró la causa. Mucho tiempo después se supo que la autorización judicial no autorizaba –valga la redundancia— las tareas de seguimiento ilegal que hacía la AFI. De hecho hoy tanto Arribas y Majdalani están procesados por llevar a delante manipulaciones judiciales a los fines de encubrir sus tareas ilegales. Pero las casualidades no concluyen allí. La causa que se investigaba en Lomas de Zamora hace poco fue transferida a Comodoro Py, por pedido de funcionarios del macrismo. ¿Y adivinen qué juez va a continuar conociendo e investigando dicha causa? El mismo que cerró la denuncia contra la AFI por el seguimiento ilegal. A decir verdad, no dejo de sorprenderme con las casualidades de estos días.
También es curioso algo que señaló Leopoldo Moreau en la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Cámara de Diputados, en oportunidad de discutir el proyecto de ley referido a Ministerio Publico. Para llevar adelante las tareas de inteligencia ilegal, era necesario contar con la anuencia del Poder Judicial. Ahí aparecen los jueces y fiscales que iban de visitantes pero jugaban como locales, como lo prueban las visitas deliberadamente ocultas por Macri de jueces y fiscales a la Casa Rosada y a la Quinta de Olivos, pasando por las llamadas de Fabián Rodríguez Simón y los convites de Patricia Bullrich a reuniones en el Ministerio de Seguridad que entonces conducía.
Pero a quien no controlaban era a la entonces Procuradora General, Alejandra Gils Carbó. Y entonces hicieron todo lo posible para que renunciara. Y debo decir que consiguieron su objetivo. Porque Gils Carbo renunció. Por eso tenemos el procurado interino más prologado de la historia: Eduardo Casal, que al igual que Gustavo Arribas, nada se enteró de lo que pasaba en el universo en el que vivía. Entre otras cosas no se enteró de espionaje ilegal en las cárceles ni mucho menos de que uno de sus fiscales dilectos, Carlos Stornelli, también estaba involucrado en dichas tareas.
En la historia de la renuncia de Gils Carbó aparecen dos amigos vinculados, aun cuando debo decir que hoy no parecen ser tan amigos. Uno de ellos es Fabian Pepín Rodríguez Simón. Hoy conocido por ser el primer prófugo del macrismo, atento que la jueza Servini de Cubría ha solicitado ya su extradición. Fue Pepín quien le hizo saber a Gils Carbó, a través del fiscal De Vedia, que tenía dos opciones: renunciar al cargo de procuradora o ir presa, tanto ella como sus hijas. La denuncia por la cual amenazaban meterla presa la había realizado una empleada de la propia procuración, que curiosamente terminaría trabajando, pocos días después de realizar al denuncia, en el despacho de una gran —¿ex?— amiga de Pepín, la entonces diputada María Elisa Avelina Carrió, mejor conocida como Lilita.
Debo ser justa, Carrió se ha mostrado como una amiga leal, aunque torpe. Hace pocos días se presentó ante el juzgado que investiga la causa por la que está prófugo Pepín, pero no para defenderlo a él sino para contar de modo espontáneo que la información que ella manejaba hacia sido proporcionada por Alberto Abad, a su pedido. Como dije, Lilita es una amiga leal, pero torpe. Al hacer eso lo hundió a Abad, que como ex número uno de la AFIP tiene prohibido violar el secreto Fiscal. Elisa lo mandó literalmente al frente.
Algo similar a lo que le sucedió a Elisa en su defensa del fiscal Stornelli, cuando realizó su denuncia respecto a las escuchas ilegales que Stornelli pretendió usar para su defensa y refirió varias veces que ella conocía a la persona que se las había dado. Escuchas que, por cierto, hoy sabemos eran obtenidas de modo ilegal por la AFI de Arribas y Majdalani y que aun siendo legales, su difusión es un delito especialmente previsto en la Ley de Inteligencia. De nuevo en su afán de defensa, Elisa parece arruinarla siempre, porque concluye en el reconocimiento de delitos varios.
Algo similar ocurre con Patricia Bullrich. Hace poco nos enteramos de que mantuvo ocultas reuniones varias con los espías, esos que Arribas dice que no conoce, con jueces y con fiscales. Enorme investigación de El Destape, que sin duda tendrá su impacto en más de una causa judicial.
El armado de causas judiciales ya no genera asombro porque siempre que se investiga aparecen los mismos espías, los mismos jueces, los mismos fiscales, los mismos periodistas, los mismos operadores. Noticia sería que apareciera alguien más que no esté ya mencionado en casos anteriores. Todo lo que se está haciendo público hoy lo sabíamos de alguna forma, porque había sido susurrado en algún pasillo de algún tribunal. Por eso estas historias se parecen mucho a una crónica anunciada.
A esta altura la única pregunta válida es qué vamos a hacer con todo esto que pasó, para que ya no pase más. Porque si no, tampoco será un misterio el día de mañana, ya que volverá a suceder. Como dijo Gabo en Cien años de soledad: “Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.
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