Los sorprendentes efectos del libro de Cristina Fernández de Kirchner de modo alguno se limitan a haberse convertido en el boom editorial del siglo con más de 200.000 ejemplares circulando entre tirios y troyanos a diez días de aparecer. Tampoco que un número indeterminado de lectores acceda a las casi seiscientas páginas mediante un pdf distribuido a través de las redes de forma tan gratuita como de misteriosa fuente (ejem). También asombra que un libro, aún antes de ser leído hasta el final, marque la agenda discursiva y genere un hecho político. Más precisamente un acontecimiento político, allí donde saca a la superficie instancias que permanecían invisibilizadas para el sentido común, revela la impostura de la lógica hegemónica, da rienda suelta a una subjetividad que hasta ese momento no encontraba palabras para describir lo que le ocurría e impone lo público sobre lo privado.
Manifestación reactiva del fenómeno Sinceramente ha sido la cháchara espasmódica de los locutores del neoliberalismo reinante, cuya fonorrea resultó a la manera de esos tests propios de la psicología proyectiva en la que el cliente hace su propia, íntima película a partir de un módico indicio externo, como una figura, dibujo o forma. Señal inequívoca de la pavura que le desata a las huestes oficialistas cualquier ruptura del chamuyo hegemónico en general, la máquina de decir pelotudeces se enciende cuando proviene de CFK en especial.
Acaso construido sobre un registro oral, el borrador original de Sinceramente fue primero reescrito desde el soporte hablado y después establecido en una virtuosa edición. Sistema que desata un efecto de verdad: que Cristina escribe como habla del mismo modo que habla como escribe. Lo que podría constituir un serio obstáculo para un escritor de ficciones o un ensayista académico, en este texto constituye una herramienta para la transmisión. Eficacia que proviene de esa sensación que transforma la lectura en un acto donde ella está enfrente, en la mesa de la cocina, cebando mate en una charla en la que, cada tanto, mira a los ojos. Y estremece.
Concluida su escritura ayer nomás, en marzo pasado. Este dato excede la mera declamación ya que está referenciado en sucesos ocurridos en tal momento y, al permanecer frescos en la memoria colectiva, no sólo constatan su verosimilitud. Fundamentalmente, señala que toda afirmación va acompañada de su argumento y de su prueba comprobable; que no hay espacio para la sanata: construye un método accesible al lector, más allá de nivel de conocimiento de las situaciones narradas. Pues Cristina va y viene, de los hechos cotidianos a la Historia, a la familia, al backstage tanto doméstico como del poder y los poderosos; siempre una y otra vez a, hacia, para, con Néstor. En el camino, entre danza y contradanza, va diciendo. Repasa doce años de gestión y, en cada paso, revela aspectos poco o nada conocidos, revisa, reflexiona en voz alta y optimiza, reivindica lo actuado al tiempo que pone en cuestión ciertas maneras; respecto a la letra de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, por ejemplo: “Tendríamos que haber hecho algo más corto y concreto. Pero sacrifiqué una Ley precisa y mejor por tener la mayor cantidad de voces representadas”. Fiel a ese espíritu medio cabrón que la caracteriza, aprovecha la oportunidad para machacar sobre la forma de hacer política: “Los sectores autodenominados progresistas deberán plantearse, frente a futuros debates y discusiones, si la exigencia permanente de lo ideológicamente perfecto no es directamente proporcional al fracaso o cuanto menos a la imposibilidad de poder cambiar en serio las cosas y, objetivamente, terminar siendo funcional a la derecha y el statu quo”.
Método expositivo que cruza dirigirse a un interlocutor sin excluirse a sí misma, e ir de una escena doméstica a una acción política, hace a una lectura ágil, hasta divertida, salpicada de ironía, algún sarcasmo que eriza la pelambre del humor así, como al pasar: “Ahora que lo escribo me doy cuenta que Clarín tiene la edad del peronismo. Qué cosa, ¿no? Por ahí Macri tiene razón de que el problema que tenemos los argentinos data de hace setenta años”. Cristina contrasta, equipara, sostiene con datos, situaciones, cifras, fechas, nombres, referencias históricas y marcos contextuales de las principales acciones de la gestión de Néstor y la propia, en las respectivas primeras magistraturas no menos que en las administraciones provinciales que les sirvieron de aprendizaje. Trayecto en el que demuestra en forma fehaciente cómo el macrismo se ha encargado –por ideología, torpeza, ignorancia o mala leche— de destruir todos y cada uno de los logros kirchneristas. “Espejo invertido”, le llama al “grupo de tareas del capital financiero”. Síntesis paradigmática en la que aúna los equipos operativos a cargo del genocidio de la última dictadura con los auténticos comandantes del estrago cambiemita.
A veces con frontal desparpajo, más a menudo con sutil inferencia, CFK hace política en cada línea. Jamás le teme a pasar por la máquina de picar a quien cruzó la frontera, como el diputado oportuopositor Diego Bossio, a quien se abstiene de nombrar. Al mismo tiempo procura encuadrar con nombre y apellido a quien se fue pero amaga mirarla, como quien no sabe qué hacer. Es el caso de Sergio Massa, al que le recuerda sus mejores momentos, como haberle acercado a Amado Boudou con la propuesta de volver al sistema de reparto jubilatorio; como diciendo “esto es por acá… por ese camino vas mejor, así es la forma”. Replica los agravios con un golpe de revés y se parafrasea “yegua herbívora” (como el General, pero equina); recupera su coquetería: pintarse “como una puerta” desde la adolescencia; las pilchas, los accesorios. Y garpar de su bolsillo.
En tiempos de neoliberalismo, en que la política tiende a ser convertida y/o reemplazada por el “marketing cazabobos” que tienta pero al menor movimiento explota, Cristina revindica en concreto las pautas programáticas, directrices para un programa de gobierno. Y esto es en lo esencial Sinceramente. Entre anécdotas desopilantes, referencias entrañables a Néstor, evocación de momentos, perfiles de políticos locales y extranjeros, balance de lo actuado, revisión de aciertos y errores, construye la Historia para que nadie lo haga en su lugar. Asimismo, actualiza su anterior perspectiva de género (las compañeras feministas de esta tripulación podrán profundizar tal aspecto con mayor idoneidad que este anciano reseñero) en un notable giro que, ahora, incluye el derecho al aborto legal, seguro y gratuito.
En primera persona y tuteando, compone el boceto de un plan político cuyas pautas quedan salpicadas por aquí y acullá para quien quiera enterarse. Proyecto que si bien se halla más especificado en el capítulo 5 “Una yegua en el gobierno (2007-2011)”, atraviesa el conjunto del texto. Se detiene en los puntos cruciales, de lo general a lo particular, empezando por arriba: el papel de Estado, que debe garantizar “equidad, justicia y redistribución”, constituyendo “un instrumento nivelador en la vida de las sociedades para obtener un desarrollo justo y armónico que garantice la convivencia en paz”. Porque la destrucción neutrónica del macrismo “no da para más”, Cristina impulsa “un nuevo y verdadero contrato social” que abarque “no sólo lo económico y social, sino también político e institucional”, que incluye lo jurídico. Movimiento estéril si no se modifica la matriz económica a fin de consolidar un mercado interno que “con tecnología e innovación” científica sea capaz de convertir “al país en una plataforma de exportación con mucho valor agregado”. Así, desgranando punto por punto los lineamientos generales de un plan de acción, compone un texto ágil, en el que no se priva de nada. Anuda historias, personales y sociales, sucesivas y simultáneas. Responde a todas y cada una de las acusaciones, diatribas y causas judiciales falsificadas a su medida. Retoma sus discursos públicos y privados (a partir de los cuales revisa y corrije), perfila amorosamente a Néstor, hijxs y nietxs. Ahí deambula “el sicario” Bonadío, repta Magnetto, vacila Lavagna, se detiene Moyano, gatea Macri; traza las metamorfosis de Bergoglio en Francisco y la suya propia. Sonríe y se angustia, pone en juego su estilo: “Yo no tengo ningún problema con que el otro parezca tener más poder o menos poder que yo, si hace lo que quiero. ¿Cuál es el problema?”. Pues “lo que quiero” dista del capricho. Se asienta en el proyecto político. Logra desarrollarse a partir del poder de los argumentos basados en la lectura rigurosa y sistemática de la realidad efectiva, como canta la marchita.
FICHA TÉCNICA
Sinceramente
Cristina Fernández de Kirchner
Buenos Aires, 2019
594 págs.
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