CRISIS E INCERTIDUMBRE
Las proyecciones del impacto económico de la Covid-19 se hacen más sombrías día a día
Como reconoció un ejecutivo del fondo BlackRock entrevistado por The New York Times, hoy la incertidumbre es mayor que durante el pico de la crisis financiera de 2008. Naturalmente, los inversores buscan refugio en títulos gubernamentales y esta situación llevó el rendimiento de los bonos del Tesoro de Estados Unidos a 10 años a tocar un récord mínimo de 0,4949% de tasa de interés (recordemos que cuando suben los precios de los títulos por aumento de la demanda, baja su rendimiento). El oro, otro refugio en tiempos de crisis, subió a 1648 dólares el pasado viernes 3 de abril registrando un aumento del 0,68%.
Domina la incertidumbre en el sentido que Keynes le atribuye a este término: no hay elementos para poder siquiera calcular probabilidades de cursos futuros. Nadie sabe, por ejemplo, cuánto se podrá extender el virus —¿se debilita con la llegada del calor?— o cómo afectará la producción global en la medida en que se siga extendiendo. Sin embargo, todo indicaría que sí se puede afirmar que se dan condiciones para una depresión global, esencialmente porque la actual crisis se desarrolla sobre economías que nadan en un mar de deudas, debilidad de inversión y crecientes desequilibrios.
La aparición del coronavirus nos ha recordado dramáticamente que somos seres constituidos sobre una base biológica. Esta cuestión se puede vincular con las nociones de trabajo abstracto y concreto a las que se refiere Marx, en el sentido que el punto de partida de su análisis no consiste en individuos optimizando el consumo de “bienes dados”, como acostumbra decir el relato neoclásico, sino de individuos que trabajan asociados, gastando su fuerza humana de trabajo para generar los bienes que les permitan reproducir dicha fuerza de trabajo. Y este es el contenido último del trabajo abstracto: es el gasto humano de energía, de nervios y músculos. Hablamos entonces de un condicionamiento físico y fisiológico, ya que una sociedad de productores no puede consumir más energía para trabajar que la reposición energética de su fuerza de trabajo total. Naturalmente, las formas de trabajo cambian historicamente, según se modifican las relaciones sociales de producción. Sin embargo, esas formas no hacen desaparecer el hecho de que el gasto humano de energía constituye la sustancia de todo trabajo.
Los teóricos sociales críticos se focalizan principalmente en factores culturales cuando estudian sociedades, pasando por alto que existen constricciones materiales que atraviesan la historia, y que la producción material y la reproducción –los intercambios materiales entre las sociedades y sus entornos— constituyen el fundamento de toda sociedad.
Lo planteado en los párrafos precedentes apunta a remarcar que la expansión del virus está afectando de forma directa a la fuerza de trabajo, la fuerza productiva imprescindible –dado el grado actual de desarrollo tecnológico— para poner en movimiento a las fuerzas productivas de conjunto. En otras palabras, no hay posibilidad alguna, por ahora, de que se pueda prescindir del trabajo humano. La observación es pertinente dado que muchos cientistas sociales descalifican la teoría del valor trabajo con el argumento de “ya no es actual, porque el trabajo humano ha sido reemplazado por la robótica y la automatización”. Sin embargo, si la fuerza laboral está obligada a quedarse en casa por cuarentena, preventiva o por enfermedad, no hay posibilidad de poner en movimiento a las fuerzas productivas de conjunto ni de hacer circular el producto social. Esta situación lleva a la caída del producto.
Por otra parte, la necesidad de frenar los contagios empuja a la caída del consumo (turismo, servicios recreativos, restaurantes), lo que a su vez contrae más la producción. Vale decir que la demanda cae porque caen también los ingresos (salarios, rentas, ganancias del capital, etcétera) y porque varían los hábitos de consumo. En consecuencia caen al mismo tiempo producción, circulación y demanda, en un movimiento en espiral descendente. Por todos lados aumenta la capacidad ociosa –por ejemplo, aviones en tierra o semivacíos, al igual que restaurantes, shoppings, etcétera—, llevando a crecientes pérdidas y, en un plazo más largo, a suspensiones o despidos de trabajadores.
Paralelamente, va a empeorar la situación fiscal: hay caída de ingresos tributarios, y aumento de los gastos en salud pública, lo cual pondrá más presión sobre los mercados financieros y potenciará la crisis. Precisemos también que en la medida en que se extienda el virus en países subdesarrollados, sus servicios sanitarios y sociales pueden verse sobrepasados, agravando las penurias de los trabajadores y la población en general.
A su vez, la caída de la producción y la demanda en países centrales –China en primer lugar— afecta de lleno a países exportadores de petróleo, alimentos y otros commodities, lo que agravará las dificultades en las cuentas externas, deprimirá más la demanda mundial y dará lugar a mayor desvalorización de capitales. En este aspecto, la situación se diferencia de la experimentada en 2008: en ese momento veníamos de un período de fuerte ascenso de los precios de las materias primas, por consiguiente muchos países exportadores de commodities tenían reservas que ayudaron a sostener la demanda mundial; además habían reducido sus niveles de endeudamiento. Pero más importante aún, entre 2009 y 2012 China impulsó la demanda con ingentes inyecciones de gasto estatal. Nada de esto ocurre ahora: los precios de los commodities –y el petróleo en primer lugar— están en descenso, los niveles de endeudamiento de los países atrasados aumentaron y China frenó la producción.
Pero además, en la medida en que la producción se ha globalizado, la espiral descendente se hace global. Ningún país capitalista puede escapar a esta dinámica. En particular, las cadenas internacionales de valor hacen sentir los efectos negativos de la caída en cualquiera de sus eslabones, afectando al resto de la cadena. Y a esto hay que sumar el agravante de que esas repercusiones bajistas se intensificarán si recrudecen medidas proteccionistas; lo hemos visto con el Brexit, o en las disputas entre Estados Unidos y China, entre otras. Dichas repercusiones ahora pueden intensificarse, por ejemplo, mediante las devaluaciones competitivas o peor aún, por políticas xenófobas y reaccionarias (cierre de fronteras, ataque a inmigrantes).
La crisis desatada con la irrupción del coronavirus se inserta en esta situación financiera y de debilidad de la acumulación, y es esta combinación –interacción potenciada entre la esfera de la producción y la circulación, o entre la esfera de las finanzas y el crédito— la que puede arrastrar a la economía global a la depresión. Es que así como la suba de los precios de los activos potencia el apalancamiento, y este lleva a mayores subas; cuando viene la caída de los valores el movimiento se da en reversa, hacia abajo y en espiral.
Ese exceso de apalancamiento se deja ver en las cifras de las deudas. Según la cadena Bloomberg, hoy la deuda de las empresas estadounidenses supera a la de los hogares por primera vez desde 1991. Empresas de energía, en especial las que invirtieron en shale, están muy endeudadas; también lo están las empresas de viajes, como American Airlines y Hertz. Siempre según Bloomberg, la deuda corporativa pasó de 10,7 billones de dólares en diciembre de 2008, a 16 billones en septiembre de 2019. El valor de los bonos de alto rendimiento (o sea, inversiones peligrosas) alcanza 1,3 billones, contra los 786.000 millones de dólares registrados hace una década. Casi la mitad del mercado de bonos en grado de inversión está calificado BBB; a ellos se aplica la posibilidad de una caída de calificación, que obligaría a ventas masivas. A su vez, el mercado de préstamos apalancados alcanza 1,15 billones de dólares.
Tengamos en cuenta que los mecanismos recesivos se entrelazan y potencian, con la posibilidad de arrastrar uno tras otro a todos los sectores. En particular, estas dinámicas son inherentes al crédito, que actúa como elemento unificador. Otra vez, en palabras de Marx: “En un sistema en el cual toda la conexión del sistema de reproducción se basa en el crédito, si el crédito cesa súbitamente y solo vale ya el pago en efectivo, debe producirse evidentemente una crisis, una violenta corrida en procura de medios de pago. Por ello, a primera vista toda la crisis sólo se presenta como una crisis de crédito y de dinero. Y de hecho, sólo se trata de la conversión de las letras en dinero. Pero estas letras representan, en su mayor parte, compras y ventas reales, cuya amplitud, que supera en mucho las necesidades sociales, concluye por constituir el fundamento de toda la crisis” (El Capital, t.. 3, p. 460). Es por esto que cuando se desatan dinámicas como la presente, todos los activos están en un nivel de correlación cercano a uno; o sea: no hay manera de atenuar las desvalorizaciones masivas recurriendo a la diversificación de las inversiones.
Según el Investment Trends Monitor de marzo, de UNCTAD, las proyecciones del impacto económico del Covid-19 se hacen más sombrías día a día. La previsión inicial era que la crisis se sentiría primero y de manera más fuerte por el lado de la oferta: paros en la producción; interrupciones en la cadena de oferta en Asia del Este (China, en primer lugar) y caídas en las economías fuertemente integradas en las cadenas globales de valor. Crisis importante, pero acotada.
Pues bien, ese pronóstico quedó atrás. Las cuarentenas y cierres de producción se hacen sentir con independencia de que las economías estén integradas a las cadenas globales de producción, y afectan de pleno a la demanda y a toda la producción. De ahí que la previsión es que la crisis será mayor que en 2008-9. En primer lugar, porque su efecto es más extendido. En segundo término, porque es más inmediato ya que el shock de demanda se ve acompañado de interrupciones forzadas y postergación de proyectos de inversión. Luego, porque en la medida en que la actividad económica es golpeada, puede desarrollarse una crisis en el sector financiero cuando muchas empresas no puedan cumplir sus obligaciones financieras, lo que tendrá un efecto en cascada sobre los flujos de inversión global. Todo indicaría que la dinámica es cada vez más negativa.
Según UNCTAD, aproximadamente el 80% de las 5.000 mayores multinacionales que monitorea ha revisado a la baja sus previsiones de ingresos. A comienzos de marzo, el promedio de revisión a la baja de los ingresos era del 9%. Pero en las últimas semanas, la mayoría hizo nuevas revisiones; en promedio, las que operan en los países adelantados bajaron sus previsiones un 35%.
En cuanto a China, en el primer bimestre el gasto de capital bajó solo en los dos primeros meses un 25%. Las multinacionales que operan en el país prevén, en promedio, caídas de ingresos del 21%. La inversión en activos fijos descendió un 24,5%. Pero además, y debido a que las medidas de cierres se tomaron a mediados de enero y de manera desigual, es probable que el pico del efecto sea todavía mayor. Según la OIT, el valor agregado total de las empresas industriales en China cayó 13,5% durante los dos primeros meses de 2020.
En una previsión realizada por la OIT, cuando el número de infectados era de 170.000 personas, se estimaba un aumento de entre 5,5 y 24,7 millones de desocupados. El escenario “medio” preveía 13 millones (7,4 millones en los países adelantados). En la crisis de 2008-9 el desempleo aumentó 22 millones. De manera que las cifras de la OIT, si bien sombrías, no parecían tan alarmantes. Pero hoy los contagiados superan el millón y el parate de la actividad económica se ha extendido. Las pérdidas globales en los ingresos salariales se calculan en cifras que oscilan entre los 860.000 millones y los 3,44 billones de dólares.
Los datos del desempleo en Estados Unidos son los que posiblemente brindan una visión más realista de la forma en que se está desarrollando la crisis. Lo más impactante: solo en la semana que cerró el 28 de marzo 6,65 millones de personas pidieron seguro de desempleo. En la semana anterior, que cerró el 21/03, lo habían solicitado 3,3 millones. En la siguiente, como vimos, fue el doble. Además, en la semana terminada el 21/03 la mayoría de los que llenaron la solicitud eran trabajadores de hoteles, restaurantes y otros servicios. En la que terminó el 28/03 muchos pertenecen a la industria y el transporte. Es que en petróleo, energía, construcción de automóviles, entre otras actividades, el freno ha sido muy fuerte. Los proveedores de estas industrias también sienten la crisis. Boeing ya hace varias semanas paró su producción; lo cual pega de lleno no solo a sus trabajadores, sino a los de otras 17.000 empresas que son sus proveedoras. Varias acerías también pararon altos hornos, ya que no reciben pedidos de la industria del automóvil o de la petrolera. Muchas empresas han licenciado a los trabajadores, y muchas reducen el pago del salario; según Bloomberg, 623.000 trabajadores del automóvil y partes componentes están con licencia. Como dato más general señalamos que analistas del JP Morgan consideran que el producto bruto de Estados Unidos caería hasta el 14% en el segundo trimestre (aunque en realidad, nadie sabe cuánto puede caer).
Goldman Sachs, a su vez, prevé una tasa de desempleo del 15% hacia mitad de año. La Casa Blanca dice que podría llegar al 20%. Por último, Faria e Castro, economista de la Reserva Federal de San Luis, tiene un pronóstico incluso peor: estima que se perderán 47 millones de puestos de trabajo, lo que elevaría el desempleo a 52,8 millones de personas. Representaría el 32% de desocupados. En los 1930 el desempleo en Estados Unidos llegó al 25%, su récord histórico.
Al margen de las proyecciones, en cualquier caso es indudable que se trata de un crecimiento explosivo del desempleo, a una velocidad como no se ha visto en anteriores crisis. Y la situación en otros países adelantados (Italia o España, entre ellos) no parece tan distinta en lo que respecta a la gravedad de la caída.
En conclusión se dan los elementos para que asistamos a una espiral fuertemente descendente de la economía de Estados Unidos y de las economías europeas, lo que arrastraría a la economía global. La Reserva Federal ha inyectado dinero en el mercado, y lo mismo hacen otros bancos centrales, pero esto difícilmente revierta la caída de la producción y la demanda. Lo importante es tener presente la interacción entre caídas de la producción y la demanda, la agudización de las dificultades financieras y la repercusión de estas de nuevo sobre la producción y la demanda, agudizando la crisis. Este es un escenario, por lo menos, posible; y la caída o desaceleración de la economía mundial más que una especulación, ya es un hecho.
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí