Crisis del dólar y deuda sin fin
Caos y oportunidad de la descentralización monetaria
Hace pocos días, y después de 20 años de guerra y ocupación militar, miles de muertos y 2.3 billones (trillions) de dólares gastados y fugados por la canaleta de la corrupción, una guerrilla de origen étnico, tribal, religioso y campesino tomó rápido control de las principales ciudades de Afganistán, obligando a los militares norteamericanos a una evacuación anticipada, caótica y humillante. Según el general Mark Milley, Jefe del Comando Superior de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, “nadie, ni yo mismo, vio algo que pudiese indicar el colapso… en 11 días” (bloomberg.com, 18/08/2021). El abandono precipitado de armamento altamente sofisticado y la imposibilidad de evacuar a miles de ciudadanos norteamericanos y afganos que colaboraron con la ocupación militar muestran un nuevo fracaso de la estrategia de guerra de los Estados Unidos. Encerrados en el aeropuerto, rodeados por tropas enemigas y a merced de atentados terroristas incontrolables, los militares norteamericanos exhiben la vulnerabilidad de su dominio sobre el mundo.
Curiosamente, a mediados de agosto también se cumplieron 50 años del fin de la convertibilidad del dólar al oro. Por ese entonces, una frase de Henry Kissinger sintetizó los objetivos del poder norteamericano: “Quien controla al dinero, controla al mundo”. En las décadas siguientes, el dominio del dólar se afirmó en una estrategia de guerras localizadas y permanentes que multiplicaron países inviables en distintas regiones del mundo. Hoy, la debacle de Afganistán ocurre en un contexto financiero muy turbulento. Al borde de una crisis financiera de magnitudes inéditas, crece el cuestionamiento al rol del dólar como moneda de reserva internacional y las “monedas privadas” desafían al control ejercido por la Reserva Federal sobre las finanzas.
Así, el dólar y la guerra ocupan hoy el centro de la escena política internacional. La violencia del poder económico deja de ser natural y su dinámica irracional emerge a la luz del día.
Capitalismo de espionaje y conflictos sociales
Un puñado de corporaciones tecnológicas domina esta etapa del capitalismo, digitalizando todas las actividades sociales y acaparando cada vez más control sobre la apropiación, almacenamiento y monetización de enormes bases de datos. Impactan así sobre las formas de producción y apropiación del excedente y de los ingresos, las ganancias y las rentas generadas en distintos sectores económicos y actividades del mundo. Esto intensifica la pugna entre monopolios y oligopolios por aumentar su cuota de poder, al tiempo que las corporaciones tecnológicas profundizan su control sobre los Estados nacionales, cada vez más dependientes de las nuevas tecnologías.
El entramado de conflictos entre los pocos que poseen mucho ha multiplicado a los muchos que poco y nada tienen, dando lugar a la emergencia de nuevas formas de explotación y dominación de la fuerza de trabajo y de la vida íntima de la población. La introducción al proceso productivo de tecnología intensiva en el uso de bienes de capital ha generalizado el desempleo estructural y la precarización de la fuerza de trabajo. La digitalización de la vida social ha intensificado estos procesos y la captura sin permiso de la información relativa a la vida de los individuos la convierte en datos, que monetiza al infinito. El pillaje de pedazos de la vida privada abre horizontes ilimitados para maximizar ganancias y permite manipular comportamientos colectivos, tanto en el ámbito comercial como en el político. La digitalización se vuelve así esencial para la reproducción política del orden global.
Poco a poco se van borrando los límites que separan a un pequeño grupo de monopolios tecnológicos de los Estados nacionales. Esto es notorio en el caso de China y de los Estados Unidos. A pesar de la existencia de instituciones muy diferentes, un conjunto selecto de enormes corporaciones tecnológicas puja en ambos países por colonizar a la sociedad y al Estado, monopolizando los flujos de información y comunicación. Esta brutal acumulación de poder y de tensiones termina desbordando al ámbito de las finanzas y de la geopolítica.
Controlar al dinero para dominar al mundo, como quería Kissinger, conduce a la imposición de la usura, una relación asimétrica de poder donde un polo aniquila al otro. Este drama, que existe desde los orígenes de la memoria, hoy se expresa en un endeudamiento ilimitado que crece exponencialmente, sustituyendo constantemente deuda vieja por deuda nueva. Este tipo de endeudamiento canibaliza al centro y a la periferia del orden mundial y deriva en conflictos geopolíticos explosivos.
Paradójicamente, los avances de la tecnología permiten desafiar la concentración del poder al habilitar formas de organización que rompen el aislamiento y la disgregación social. En el campo de las finanzas, las nuevas tecnologías facilitan una descentralización monetaria que puede ser aprovechada por los países de la periferia para defender sus monedas y poner fin al endeudamiento ilimitado. Así, si bien las turbulencias de la coyuntura financiera internacional anuncian tiempos caóticos, también brindan una oportunidad para concretar políticas que permitan avanzar en una dirección totalmente nueva. La debacle militar del gobierno norteamericano en Afganistán muestra que, en la era de la digitalización, los gigantes también tienen pies de barro.
El desafío a la Reserva
Las políticas seguidas por la Reserva Federal para superar la crisis financiera de 2008 fueron funcionales al desarrollo de un grupo muy pequeño de monopolios tecnológicos. La facilitación monetaria con tasas de interés cercanas a cero (quantitative easing QE) promovió un endeudamiento con fines especulativos que sustituyó a la inversión productiva por la re-compra de acciones para su valorización financiera. Esto fue aprovechado por los monopolios tecnológicos para aumentar el control de sus mercados y su poder sobre el resto de la economía.
Hacia mediados de 2020, los activos financieros de Apple, Microsoft, Amazon y Alphabet/Google equivalían, en conjunto, al 25% de los activos financieros de las grandes corporaciones que cotizan en el S&P 500, el índice bursátil de las corporaciones más grandes de los Estados Unidos. Cada uno de estos monopolios tenía más de un billón (trillion) de dólares de capitalización de mercado. Este poder de fuego inigualable permite anular en el huevo a la competencia, lo que se corrobora con el crecimiento del valor de sus activos intangibles (propiedad intelectual, marcas, tamaño de su clientela, etc.) en sus respectivos balances contables. Excluyendo a Apple, entre 2010 y 2019, este valor creció un 557%, mientras que el de las grandes corporaciones que cotizan en el S&P 500 creció, en promedio, un 63%. Este poder financiero se tradujo en ganancias inigualables. Medidas por la participación de los ingresos en las ventas netas, las ganancias de estas corporaciones duplicaron al promedio de las ganancias percibidas por las grandes corporaciones que cotizan en el S&P 500. (zerohedge.com, 19/08/2021).
La pandemia aceleró las innovaciones tecnológicas, al tiempo que obligó a la Reserva Federal a nuevas inyecciones semanales de liquidez para impedir una debacle financiera. Ambos fenómenos cristalizaron en una intensa especulación con todo tipo de activos, incluidas las 8.000 criptomonedas. Dos de ellas, Bitcoin y Tether, concentran la mayor emisión y valuación y hoy atraen a grandes fondos de inversión, bancos y grandes corporaciones no financieras. En su conjunto, el universo de criptomonedas es valuado en 2 billones (trillions) de dólares, algo que equivale al conjunto de los dólares en efectivo que circulan por el mundo.
Así, la revolución digital ha abierto las compuertas a un mundo monetario basado en la información y en la emisión de “monedas privadas” que, con tecnología block chain, desafían al control centralizado ejercido por la Reserva Federal (y otros bancos centrales) sobre las transacciones financieras y la emisión de dinero. Las nuevas tecnologías también hacen posible la emisión de una moneda digital por parte de los Bancos Centrales, y la posibilidad de que estos aumenten su control directo y al instante de todas las transacciones realizadas.
En su informe económico anual, el Bank of International Settlements (BIS), máxima autoridad monetaria que reúne a todos los Bancos Centrales del mundo, advierte que las criptomonedas “no son monedas, sino simples activos especulativos utilizados para facilitar el lavado de dinero y otros delitos financieros” y recomienda a los Bancos Centrales acelerar la emisión de monedas digitales para tener mayor control sobre las finanzas (bis.org, 23/06/2021). Sin embargo, la reciente emisión del yuan digital por parte de China ha despertado inquietud no sólo ante la posibilidad de que este país “lidere la moneda del futuro”, sino también ante la apertura de una ruta que permite escapar a las sanciones económicas norteamericanas (bloomberg.com, 04/04/2021; ft.com, 20/07/2021; zerohedge.com, 16/08/2021).
Asimismo, existe mucha preocupación en el establishment financiero por los peligros del mundo salvaje (wild west) de las criptomonedas, acopladas a monedas fiduciarias y, especialmente, al dólar (stablecoins). Janet Yellen, secretaria del Tesoro norteamericano y el Grupo de Trabajo sobre mercados financieros (Working Group on Financial Markets) que ella lidera tienen en la mira a Tether, investigada por el Departamento de Justicia, y a Diem, la moneda de Facebook. (home.treasury.gov, 19/07/2021). Mientras tanto, la Reserva se preocupa por el impacto que la emisión de un dólar digital tendrá sobre el sistema bancario tradicional y la Securities and Exchange Commission (SEC) ha anunciado regulaciones al minado de criptomonedas con el objetivo de impedir la evasión fiscal y el lavado de dinero (sec.gov, 03/08/2021). Así, si bien la batalla contra la descentralización de las monedas recién empieza, pareciera que este fenómeno ha llegado para quedarse.
La Argentina: deuda y restricción externa
La campaña electoral se calienta al compás de las mentiras y disparates de una oposición que ha colocado nuevamente a Mauricio Macri en el centro de la escena política. Este prestidigitador de todos los tiempos acusa ahora al Frente de Todos (FdT) de batir los récords en materia de endeudamiento en dólares. Apoya este dislate poniendo en su galera una sarta de papelitos incoloros con los que embadurna a los dólares y a los pesos hasta hacer un engrudo de origen desconocido y así, por arte de magia, desaparecen los 100.000 millones de dólares de deuda que dejó su gobierno, al tiempo que el acuerdo que firmó con el FMI se evapora. Sin embargo, este acuerdo es bien concreto y supera todos los registros de esta institución, tanto por la magnitud del endeudamiento contraído como por la alevosía con que fue planeado. Vulnerando regulaciones argentinas y los propios estatutos del FMI, impone un acelerado e inmediato plan de pagos con el objetivo de ahorcar al gobierno lo más rápidamente posible.
Tiene razón el ministro Martín Guzmán cuando dice que Macri nos dejó un problema gravísimo. Sin embargo, no aclara que ese problema consiste en una deuda imposible de pagar, no sólo en 10 años, sino en muchísimo tiempo. Una deuda cuyos vencimientos en tiempos de pandemia han estado fuera de toda discusión. Esto no es casual: aplicando a su pago las escasas reservas que le quedan al Banco Central de la República Argentina (BCRA) y los Derechos Especiales de Giro (DEG) recién recibidos, hacia el mes de marzo el país entrará en default, si no se abraza antes al FMI. Desde el vamos, pues, el gobierno del FdT ha tenido ante sí una horca que no se discute, y cuyo objetivo es concretar de una vez por todas el endeudamiento ilimitado.
En esta campaña tampoco se habla del problema de fondo que condiciona la post-pandemia y la posibilidad de un desarrollo con equidad social: la persistencia de un modelo agroindustrial extractivo que coloca a los exportadores de cereales y a las multinacionales importadoras de bienes de capital incorporadas en tecnología en el centro de la escena, compitiendo por los dólares e impulsando el endeudamiento ilimitado. Este es el origen de la restricción externa que carcome al país desde hace varias décadas y que hoy se afianza a diario de un modo silencioso. Basta un solo ejemplo: la mejora de los términos del intercambio de las exportaciones agrarias dio lugar a un superávit comercial de 6.740 millones de dólares en el primer semestre de este año. Más de la mitad del mismo se destinó al pago de importaciones de autopartes para el sector automotriz, sólo un sub-ítem de una industria dominada por la dependencia tecnológica que imponen las consabidas multinacionales. Esto ha originado una industrialización cuya demanda de dólares para importar satisface la lógica de la expansión de los complejos multinacionales, a lo que se suma la especulación con los tipos de cambio y la sobrefacturación de importaciones. En consecuencia, los dólares que demanda la industria para expandirse siempre superan a la capacidad del sector agroindustrial para generarlos.
Esta semana, el Presidente del BCRA sostuvo que “el desarrollo del sector exportador y del mercado de capitales local” permitirá un desarrollo con equidad que pondrá fin a la pobreza y a la indigencia. La experiencia histórica y actual muestra que los pequeños ahorristas que se refugian en el dólar son la punta de un iceberg constituido por los monopolios que disputan las divisas y las fugan. El BCRA sabe que el mercado de capitales local se dedica a la especulación con el tipo de cambio, haciendo diversos “rulos”, según como venga la mano. Últimamente, ha intentado ponerles algún limite y espera que a los actores de este engendro les caiga la ficha divina “y tengan la capacidad de convertir el ahorro interno en inversión y financiamiento” (Infobae.com, 26/08/2021).
Estos actores han dado sobrados ejemplos de que su objetivo es especular y fugar. De ahí la necesidad de crear una moneda alternativa al peso y respaldada por nuestros recursos naturales como medio para salir de la dolarización y fomentar el ahorro interno. Si esta discusión ocurriera, tal vez la campaña electoral dejaría de estar dominada por las sandeces y mentiras de la oposición y empezaría a impregnarse de algo de la mística que garantizara el éxito electoral: una alternativa concreta para salir del caos en que nos metió el macrismo abrazado al FMI.
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