¿Cosmopolita, imperial o etnocentrista?

El perfil del nuevo gobierno de los Estados Unidos

 

Hace 20 años, el notable y controversial politólogo estadounidense Samuel P. Huntington (1927-2008) publicaba su obra ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense. Juzgado por la crítica como extremadamente polémico en los albores del siglo XXI, el trabajo de Huntington —con dosis evidentes de subjetividad, aunque también exhaustivo desde el punto de vista del respaldo empírico— resultaría anodino en el contexto actual. Lo que en 2004 constituía una obra disruptiva y carente de corrección política, hoy resultaría pacata ante el clima imperante de posverdad, griterío exasperante y proliferación de fake news.

El profesor de Harvard y ex asesor del Presidente demócrata Lyndon Johnson —autor de verdaderos clásicos de la disciplina como El soldado y el Estado (1964), La tercera ola (1991) y Choque de civilizaciones (1996)— se ocupó en el último libro de su vida de una serie de asuntos que hoy cobran inusitada centralidad ante el inicio del nuevo mandato presidencial de Donald Trump. En los párrafos que siguen recuperaremos algunos de aquellos planteos y los contrastaremos con los elementos disponibles del nuevo gobierno de Trump: su discurso inaugural, sus primeras órdenes ejecutivas y la composición de su gabinete.

 

 

Entre el académico y el patriota

En su voluminoso estudio de casi 500 páginas, Huntington reconoce de entrada la tensión que se presenta entre sus identidades como patriota y como académico: “Como patriota, siento una honda preocupación por la unidad y la fuerza de mi país entendido como una sociedad basada en la libertad, la igualdad, la ley y los derechos individuales. Como académico, creo que la evolución histórica de la identidad estadounidense y su estado actual son cuestiones fascinantes y de gran importancia que requieren un estudio y un análisis en profundidad. No obstante, los móviles del patriotismo y del academicismo pueden entrar en mutuo conflicto”.[1]

Todavía más, se podría afirmar que el ex director del Center for International Affairs de la Universidad de Harvard exhibe a lo largo de su investigación lo que en su momento fue interpretado como una proclividad xenófoba, aunque en los tiempos alt-right [2] que corren en la sociedad estadounidense —con el resurgimiento del supremacismo blanco, el ultraconservadurismo y el rechazo a los inmigrantes— aquellas afirmaciones de Huntington pasarían prácticamente desapercibidas. En este contexto, cabe recordar, por ejemplo, la polémica conclusión a la que arriba en el capítulo nueve: “La continuidad de los elevados niveles de inmigración mexicana e hispana en general unida a las bajas tasas de asimilación de dichos inmigrantes a la sociedad y cultura estadounidense podrían acabar por transformar Estados Unidos en un país de dos lenguas, dos culturas y dos pueblos. Pero esto no sólo transformaría Estados Unidos. También acarrearía profundas consecuencias para los hispanos, que estarían en Estados Unidos, pero no serían de Estados Unidos […]. Sólo hay un único sueño americano (American dream), creado por una sociedad angloprotestante. Los mexicano-americanos compartirán ese sueño y esa sociedad sólo si sueñan en inglés”. [3]

 

 

De Huntington a Trump

Si bien se trata de una extensísima investigación con múltiples aristas, podría sintetizarse que el planteo de Huntington gira centralmente en torno a las amenazas que experimenta la identidad nacional estadounidense a principios del siglo XXI. En la mirada del autor, la probabilidad de que los estadounidenses se sientan especialmente identificados con su nación aumenta cuando entienden que esta se halla en peligro. Así sucedió tras los atentados terroristas de 2001 —en ese caso, por razones externas vinculadas al terrorismo islámico— o estaría sucediendo hoy con la inmigración latinoamericana —principalmente mexicana— y la creciente hispanización de la sociedad.

Huntington fue acusado de presentar una actitud etnocentrista hacia la inmigración, por ejemplo, al advertir sobre los “peligros” de un Estados Unidos bifurcado, con dos idiomas —español e inglés— y dos culturas —angloprotestante e hispánica—. En su controversial mirada, los valores latinos (entre los que identifica la “falta de ambición” y la “aceptación de la pobreza” como virtudes “para entrar al Cielo”) son antagónicos a los ideales de la cultura angloprotestante (el individualismo, la ética del trabajo y la obligación de crear un paraíso en la tierra —una “ciudad sobre la colina”—).

El recientemente asumido gobierno de Donald Trump encarna, de manera extrema y desembozada, la internalización de los “desafíos a la identidad” advertidos por Huntington hace dos décadas. Sin embargo, la distopía y la radicalización de los tiempos que corren hacen que, increíblemente, la inmigración sea encuadrada por Trump en la noción de “invasión”.

 

 

Discurso presidencial

En el discurso de la primera reinvestidura no consecutiva de un Presidente estadounidense desde Grover Cleveland en 1893, destacan tres ejes muy relevantes para el planteo de este artículo.

En primer lugar, enmarcado en un espíritu similar al del “Destino Manifiesto”, Trump ha postulado la eventual re-expansión de los Estados Unidos hacia su “afuera cercano”. En otras palabras, se reinstala discursivamente el imperialismo hacia las “periferias inmediatas” (en una suerte de reedición 3.0 de la doctrina Monroe o de la política del “Gran Garrote”), a la vez que pierde fuerza la idea de un imperialismo global con Washington jugando el papel de gendarme planetario. Esto explica que Trump haya hablado de comprar Groenlandia a Dinamarca, anexionar Canadá, recuperar el canal de Panamá y renombrar el golfo de México como golfo de América, pero que en simultáneo afirme: “Mediremos nuestro éxito no solo por las batallas que ganemos, sino también por las guerras que terminemos y, lo que quizá sea más importante, por las guerras en las que nunca nos involucraremos”.

El segundo eje planteado por Trump se relaciona con su desconexión del mundo y su postura reactiva al multilateralismo global. La primera señal de este proceso de disociación con lo global es la decisión de Trump, plasmada en el documento de prioridades que la Casa Blanca difundió el lunes, tras la toma de posesión, de abandonar el acuerdo climático de París.

El tercer eje es la obsesión trumpista con la inmigración latina. En su discurso inaugural, Trump repitió una frase que solía expresar en campaña, al señalar que los inmigrantes que llegan al país ilegalmente proceden de “cárceles e instituciones psiquiátricas”. También reiteró su promesa de deportación masiva y afirmó que declararía “una emergencia nacional” en la frontera sur.

 

 

Órdenes ejecutivas

En sus primeras 24 horas en el cargo, Trump firmó una veintena de órdenes ejecutivas. Estos decretos presidenciales, promulgados bajo el lema America First (Primero Estados Unidos), procuran introducir cambios radicales que van desde las políticas migratorias hasta la cooperación internacional. Como ha informado la organización WOLA (Washington Office on Latin America), las órdenes ejecutivas se apoyan en una concepción legal extrema que encuadra a quienes solicitan asilo y a los migrantes económicos en la definición de “invasión” (artículo IV de la Constitución). A continuación, se repasan algunas de ellas:

  • Una orden ejecutiva ha suspendido la entrada de personas indocumentadas a los Estados Unidos bajo cualquier circunstancia. Esto contradice de modo indubitable el artículo 208 de la Ley de Inmigración y Nacionalidad, que fija que cualquier persona que se encuentre físicamente en los Estados Unidos tiene derecho a solicitar asilo si teme por su vida o su libertad por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social u opinión política.
  • Otra orden ejecutiva derogó el uso de la aplicación móvil CBP One, que desde 2023 permitió a casi 940.000 solicitantes de asilo programar citas en puntos fronterizos seleccionados, a partir de la obtención de información biográfica y anticipada del viaje. La misma orden ejecutiva reinició el programa Quédate en México.
  • Otro de los decretos, que ya enfrenta demandas en los tribunales federales, revisaría la histórica concesión de la ciudadanía estadounidense a todas las personas nacidas en ese país, independientemente del estatus de sus padres. La figura de la ciudadanía por derecho de nacimiento está consagrada en la 14ª Enmienda de la Constitución norteamericana desde 1868.
  • Otra de las medidas de Trump en el primer día de su segundo mandato implicó instrucciones a las Fuerzas Armadas. La orden ejecutiva puso bajo la responsabilidad del Comando Norte (USNORTHCOM), la instancia operacional responsable de las actividades militares en Estados Unidos, Puerto Rico, Canadá, México y las Bahamas, “la misión de sellar las fronteras y mantener la soberanía, la integridad territorial y la seguridad de los Estados Unidos, repeliendo las formas de invasión, incluida la migración masiva ilegal, el narcotráfico, la trata de personas y otras actividades delictivas”.
  • Otro decreto retoma la idea de “emergencia nacional” proclamada en el discurso de asunción, establece una revisión de las políticas de uso de la fuerza militar y fija un plazo de 90 días para que los secretarios de Seguridad Nacional y Defensa determinen si el presidente Trump debe invocar la Ley de Insurrección de 1807.
  • Por otra parte, Trump también dictó una orden ejecutiva para fijar el retiro de los Estados Unidos del Acuerdo de París de 2015, un tratado internacional vinculante para hacer frente al cambio climático.

 

 

Un gabinete anti-inmigración

En cuanto a la composición del gabinete, el elenco que acompañará a Donald Trump en la gestión de gobierno revela un cariz profundamente anti-inmigración. Un veloz repaso por los cerca de 70 funcionarios de primera línea que lo acompañarán —la mitad de ellos deberá atravesar audiencias en el Senado para su confirmación— resulta esclarecedor de esta decidida orientación a sellar las fronteras.

En efecto, las posturas anti-inmigración han constituido un aspecto relevante de las carreras políticas o burocráticas de los siguientes funcionarios que requieren acuerdo del Senado: Marco Rubio (secretario de Estado); Christopher Landeau (subsecretario de Estado); Pam Bondi (secretaria de Justicia); Kristi Noem (secretaria de Seguridad Nacional y ex gobernadora de Dakota del Sur, primera mandataria provincial en enviar soldados de la Guardia Nacional a Texas para hacer frente a la “crisis migratoria”); Ronald Johnson (embajador designado en México); y Rodney Scott (director de Aduanas y Protección Fronteriza, quien ya había ocupado el cargo en la primera presidencia de Trump —luego destituido en 2021 por Biden— e impulsado desde allí el uso de gases lacrimógenos contra inmigrantes).

Por otra parte, entre quienes no requieren confirmación del Senado, se destacan los casos de: Thomas Homan (director interino del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas durante la primera administración de Trump, famoso por promover la idea de separación de familias y por ser redactor del Proyecto 2025, que impulsa redadas masivas para la deportación de inmigrantes ilegales); Caleb Vitello (director interino de Inmigración y Control de Aduanas, con más de 20 años de experiencia en la agencia y conocido por haber liderado importantes programas de control de inmigración); y Stephen Miller (subjefe de gabinete e impulsor del programa Quédate en México).

 

 

Más etnocéntrico que imperial o cosmopolita

Llegados a este punto, conviene traer nuevamente a la discusión a Huntington, quien concluye su libro ¿Quiénes somos? con una serie de reflexiones de índole prospectiva. Casi dos décadas después, con un nuevo gobierno de Donald Trump en ciernes, vale la pena arriesgar —echando mano de las categorías que ofrece el clásico politólogo de Harvard— qué versión de Estados Unidos condicionará el destino del mundo en los años por venir.

Según Huntington, eran tres las concepciones posibles que se perfilaban a principios del siglo XXI para definir el tipo de relación que los Estados Unidos establecerían con el resto del planeta: “Los estadounidenses pueden aceptar el mundo (es decir, abrir su país a otros pueblos y culturas), pueden tratar de remodelar esos otros pueblos y culturas siguiendo los valores norteamericanos, o pueden mantener su propia sociedad y cultura diferenciadas de las de esos pueblos”.[4] Se trata de tres opciones a las que denomina “cosmopolita”, “imperial” o “nacional” (a esta última, la renombramos “etnocentrista”, habida cuenta de la forma en que el propio Huntington percibe como “amenaza” la inmigración mexicana e hispanización de la sociedad estadounidense).

La alternativa cosmopolita implicaría la recuperación de las tendencias predominantes en los Estados Unidos previos a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. En ese escenario, “se da la bienvenida al mundo, a sus ideas, a sus productos y, lo más importante, a su gente”.[5] Los Estados Unidos serían cada vez más multiétnicos, multirraciales y multiculturales, y estarían liderados por élites notablemente identificadas con las instituciones multilaterales y las normas globales. Resulta evidente que los Estados Unidos de Trump nada tendrán que ver con esta alternativa.

La segunda opción es el imperio. A diferencia del cosmopolitismo, en donde “el mundo remodela a Estados Unidos”, el imperialismo supone la decisión estadounidense de rehacer el mundo. Se trata, en cierta forma, del tipo de potencia que cobró forma bajo la presidencia de George W. Bush (2001-2009), cuando se dejó atrás la vieja estrategia de contención/disuasión de los años de la Guerra Fría (1947-1991) en dirección a una nueva estrategia de primacía o neo-imperial. También resulta indiscutible que el supuesto de un imperio transnacional ha quedado desvirtuado y que los Estados Unidos de Trump no se ajustarán a esa configuración del poder. La afirmación presidencial de que Washington medirá su éxito “también por las guerras que terminemos y, lo que quizá sea más importante, por las guerras en las que nunca nos involucraremos” es una buena medida del descarte del imperialismo global como lógica de acción.

Según se aprecia, tanto el cosmopolitismo como el imperialismo procuran —aunque por razones diferentes— reducir o clausurar las diferencias sociales, políticas y culturales entre los Estados Unidos y el resto del mundo. Por el contrario, el etnocentrismo —la perspectiva nacional, según el eufemismo empleado por Huntington— supone exacerbar el nacionalismo con vistas a preservar y acentuar aquellas cualidades que han definido a la nación estadounidense desde los días de su fundación. Según Huntington: “Estados Unidos es diferente y esa distinción viene definida, en gran parte, por su cultura angloprotestante y su religiosidad (…) una mayoría aplastante del pueblo estadounidense se siente comprometida con una opción alternativa de índole nacional y con el mantenimiento y fortalecimiento de la identidad que lleva siglos existiendo”. La opción etnocéntrica es, a todas luces, la que ha escogido Trump para llevar adelante su segunda presidencia.

El primer día de la segunda administración de Donald Trump —con su discurso inaugural, sus primeras órdenes ejecutivas y la composición de su gabinete— nos ofrece una muestra de lo que vendrá. El etnocentrismo radicalizado dejará atrás los vestigios de las viejas lógicas cosmopolita e imperialista global. Trump responde así, con su estilo soez y agresivo, a las preocupaciones más patrióticas que académicas formuladas por Huntington cuando despuntaba el siglo XXI.

 

 

[1] Huntington, Samuel P. (2004). ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense. Buenos Aires: Paidós, p. 21.
[2] La derecha alternativa (alt-right) es un conjunto heterogéneo de movimientos de extrema derecha y supremacistas blancos originado en los Estados Unidos, en cuyos inicios a partir de 2010 jugó un papel relevante el dirigente neonazi Richard B. Spencer.
[3] Huntington, Samuel P. (2004), op. cit, p. 297.
[4] Huntington, Samuel P. (2004), op. cit, p. 412.
[5] Ibídem.

 

*Luciano Anzelini es doctor en Ciencias Sociales (UBA). Profesor de Relaciones Internacionales (UBA, UTDT, UNSAM, UNQ).

 

 

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