Cosmópolis

Hace falta una idea (nueva) de justicia

 

Después de encarcelar a Lula por corrupción, la nueva aristocracia corporativa de la Región tenía una cita en la Cumbre de las Américas. Si por aristocracia entendemos al “gobierno de los mejores” (que antiguamente eran los nobles-guerreros), el presidente Macri ya precisó quienes son hoy los nuevos “aristoi”, al presentar a su gabinete dominado por gerentes corporativos como “el mejor equipo de los últimos cincuenta años”. Esta de los CEOs es la nueva aristocracia. Que tiene sus cortesanos, claro.

La Cumbre a celebrarse en Lima bajo el lema “Gobernabilidad democrática frente a la corrupción”, iba a poner en blanco lo que ya estaba claro que se había acordado en negro: atacar a los gobiernos populares y progresistas por un vicio muy conocido en sus detalles para quienes son sujetos activos en el acto de corromper (la proyección en los otros, de los vicios propios, es quizá el más potente de los mecanismos de defensa y el actual gobierno lo utiliza en forma sistemática y masiva). Sin embargo, algo salió mal.

Unas semanas antes de la fecha acordada para la puesta en escena –cuando Lula todavía estaba libre— el presidente Pedro Pablo Kuczynski de Perú, actor secundario en el papel de portador del nuevo estandarte que había ido a llevar hasta el Vaticano mismo acaso para limpiar las culpas de su proyección, tuvo que renunciar a la presidencia del país por corrupción. Vaya paradoja. Además, el presidente Trump, primero entre los pares que habrían de concurrir, no pudo hacerlo por tener que atender al frente bélico del contra-ataque lanzando cien misiles en Siria para decirle a los rusos y de paso a toda oposición, que “Los Estados Unidos son potentes y grandes y cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor” (según anticipara Rubén Darío). Pero la Cumbre de las Américas no dejó de ser un éxito de transparencia en cuanto a su trama siniestra.

 

Globalización, orden global y justicia

Estos movimientos estratégicos son parte del flujo turbulento que el movimiento desordenado con diversas trayectorias de las partículas-estado muestra en el fluido global. Y es que aquello que venimos llamando “globalización”, y que el actual gobierno cree definirlo bajo el imperio “integrarnos al mundo”, sólo llegará a ser un orden global (nuevo) cuando alguna idea de justicia (nueva) se constituya en la medida del orden de las cosas. Porque al decir globalización aludimos a cuestiones muy diversas cuyo pasado no está claro en sus orígenes y límites, y cuyo presente es de plena disputa en sus significados.

Si hablamos de globalización en relación a una mayor interconexión entre personas y grupos a escala mundial como resultado de las nuevas tecnologías de la información, los transportes y las redes de comunicaciones, podríamos pensar que tratamos con un significado neutro, de tipo descriptivo. Pero a poco que pensemos en los usos de estas tecnologías, nos encontramos con problemas como el del espionaje que superando sus antecedentes podrá disponer el gobierno de Cambiemos sobre los ciudadanos, si se aprueba la reforma integral del Código Procesal Penal según ha denunciado Horacio Verbitsky en su nota publicada en El Cohete a la Luna (“El Big Brother lo sabrá todo”, 15-4-18). Por eso es que hace falta una idea (nueva) de justicia.

Si hablamos de globalización en relación a la integración de mercados a escala mundial, a la integración empresaria en mega-corporaciones, y al crecimiento y la concentración financiera acompañada de la movilidad internacional de capitales, en perspectiva económica puede tratarse tan sólo de un dato de la realidad. Sin embargo, los mercados mueven intereses que, por definición, sólo buscan maximizar las ganancias: y el ciego interés por las mercancías puede destruir a una sociedad. Hoy, el alarde de la “integración” a los mercados de capitales que hace el actual gobierno, se ha convertido en un endeudamiento que financia la fuga de divisas hacia las cuentas del paraíso original sin mal alguno en el que descansa la aristocracia corporativa. Por eso los mercados han mostrado y muestran enormes injusticias que reclaman por una nueva idea de justicia.

 

Ser extranjero

La globalización también es turbulenta en el movimiento de las migraciones mostrando distintas corrientes de justicia que tratan de dar un flujo laminar al orden global. El Decreto de Necesidad y Urgencia 70/2017 del presidente Macri flexibiliza las exigencias legales para deportar a extranjeros bajo condena o proceso, sin importar el tipo de causas que pueden ir desde cortar una calle o vender en la vía pública hasta ser el jefe de una banda de narcotraficantes. Y esto contando con tres días hábiles de plazo para apelar la sentencia de expulsión. Pero los extranjeros se integran a la nueva tierra a la que llegan y nada peor que estar obligados a dejarla.

El CELS apeló el fallo del juez Ernesto Marinelli que en primera instancia rechazó la impugnación de aquel Decreto. El mes pasado, la Sala V de la Cámara en lo Contencioso Administrativo declaró inconstitucional el DNU por ser contrario a los derechos humanos de los migrantes y considerando que "no solo constituye una apropiación de facultades legislativas sin causa constitucional que la legitime, sino que también recoge en su articulado soluciones que son incompatibles con los estándares constitucionales y de derechos humanos que forman parte de las condiciones de vigencia de los instrumentos internacionales en la materia". Ahora se espera lo que resuelva la volátil Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Y pensar que todos somos extranjeros. Los españoles, primeros en ocupar las tierras de la actual Argentina, eran extranjeros ante los pueblos originarios que en su origen fueron migrantes de otros territorios. Luego llegaron portugueses, italianos y otros pueblos. Las naciones de América Latina hoy, son una mezcla de pueblos originarios con extranjeros. Y así ha pasado siempre en la historia humana. Los lombardos eran uno de los pueblos “bárbaros” que invadieron Europa. Llegaron al norte de Italia en la segunda mitad del siglo VI y se asentaron –dando su nombre— a la región que hoy conocemos como Lombardía (tierra de los longobardos) con su centro en Milán. De allí se expandieron a las zonas vecinas y entre ellas a Liguria (Génova). Uno de los apellidos que llevaban era Teobaldus. De ese apellido derivó el mío. Uno de mis dieciséis tatarabuelos era de Sampierdarena (ayer caserío de suburbio, hoy uno de los barrios de Génova). Mis antepasados más lejanos por una de mis múltiples ramas es bárbaro. Soy extranjero, como todos.

El asentamiento por sus migraciones de los pueblos del este (los bárbaros) en tierras del Imperio Romano durante los siglos V y VI, se sujetó a leyes “de hospitalidad”. El sistema romano de hospitalitas que le había precedido, reconocía el alojamiento de un “extranjero” en casa de un romano a cambio de servicios militares en calidad de “federados” (foederati). Con el tiempo y el incremento en el número de las poblaciones del este que buscaban asentamiento, se hicieron otros acuerdos. La palabra “hospital”, tan cara a quienes defendemos una idea universal de justicia, nos debe recordar la construcción histórica de la misma. Y nos hace pensar en nuevas normas para la integración global de migrantes como lo fue hace ya tantos siglos. Así lo propone el CELS en el “Pacto global para las migraciones”, destacando los compromisos de la Declaración de Nueva York para los Refugiados y los Migrantes (ONU, septiembre de 2016).

 

¿Qué hacer?

Esa idea de pacto global como instrumento de respuesta a la globalización ha crecido aunque bajo distintos supuestos. Una de sus variantes fue presentada por el Secretario Kofi Annan en el Foro Económico Mundial (Foro de Davos) en 1999 bajo el nombre de Pacto Mundial de las Naciones Unidas, con el fin de transformar el mercado global logrando un compromiso y responsabilidad del sector privado para el respeto de los derechos humanos y el medio ambiente y contra la corrupción. Pero en ese caso, frente al fuerte despliegue y avances que tuvo el neoliberalismo de los noventa en su estrategia, se trataba de una idea de justicia que tenía mucho de voluntarista. Por eso es que la apelación a la responsabilidad empresaria y la colaboración con un orden más justo ha tenido o bien éxitos parciales o fracasos.

El concepto de pacto global también ha sido planteado desde perspectivas críticas al rol de esos organismos financieros, tal como ha hecho David Held con una idea de justicia entendida como socialdemócrata y postulando una democracia cosmopolita: “La alternativa socialdemócrata (dice) sí a los mercados, pero también a la justicia social y a las opciones nacionales. Lo que vemos tras treinta años de acceso a los estándares neoliberales de la globalización es que los países que rechazan las tan mencionadas políticas del Consenso de Washington, que se han negado a hacer fluctuar sus monedas, que han mantenido algunos controles sobre las desregulaciones financieras, que han bajado sus tarifas lentamente; a esos países les ha ido mejor que a otros que simplemente abrieron sus mercados de inmediato.”

Esa alternativa social-demócrata ha sido criticada sin embargo (por ejemplo por Meghnad Desai) sosteniendo que la democracia social está en crisis dado que el Estado ha ido perdiendo control en modo creciente sobre la econo­mía impuesta por la derecha y las corporaciones. Este hecho sería una realidad a aceptar. La respuesta de la democracia cosmopolita fue que la debilidad de la democracia social no implica que se trate de una alternativa menos justa que la de la democracia neoliberal focalizada en el mercado y sin atender a la justicia social. De lo que se trata es que esa debilidad de un 25% de poder real en tanto heredera de la visión de estado-nación pueda fortalecerse por la asociación entre estados al modo en que logró avanzarse en la Región con el Mercosur, Unasur, etc. tomando a esas alternativas como vías de aproximación creciente al cosmopolitismo consagrado en sus supuestos filosóficos por los derechos humanos. Al neoliberalismo hay que señalarle su fracaso en lograr igualdad social, tal como muestra la concentración creciente de la riqueza y las desigualdades en el mundo.

 

Justicia de Lilliput y justicia de Brobdingnag

Es bueno recordar, ante esas distintas ideas de justicia, a Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift en los que se presenta una visión crítica a la del solitario Robinson Crusoe, paradigma del inglés colonialista, y también al estado de naturaleza de la idea hobbesiana de justicia. El Leviatán justificaba, dada la condición natural de la guerra permanente entre los hombres, un contrato social para un Estado absoluto sin división de poderes, con limitación de las libertades individuales, con restricciones a la libertad de expresión y censura de los medios de comunicación… Los pueblos que encuentra Gulliver no están en estado de naturaleza sino que son sociedades ya formadas con sus leyes y costumbres aunque distintas entre unos y otros. Pero hay una visión histórico-comparativa que reconoce la construcción político-social y su progreso.

En Un viaje a Lilliput, Gulliver llega a una isla poblada con habitantes de un tamaño doce veces menor al suyo, y describe las ideas de justicia de Lilliput: “Aquí todos los crímenes contra el Estado se castigan con la mayor severidad; pero si la persona acusada demuestra su inocencia plenamente durante el juicio, el acusador es sentenciado inmediatamente a una ignominiosa muerte (…) Ven al fraude como un crimen mayor que el robo, y por lo tanto raramente lo castigan con penas menores a la muerte; porque, alegan, el cuidado y la vigilancia, sumados a un entendimiento común, pueden preservar los bienes de un hombre, pero la honestidad no tiene defensa contra el engaño habilidoso (…)”.

En Un viaje a Brobdingnag, que le sigue, Gulliver le describe al rey de los brobdingnagianos, un pueblo de gigantes de un tamaño doce veces mayor al suyo, las instituciones políticas de Inglaterra. Luego de escucharlo, el rey quiso saber qué cualidades se requerían para formar nuevos lores —si el humor del príncipe o una suma de dinero—, hasta qué punto estaban ellos libres de avaricia, parcialidad, o no querían que un soborno u otro modo siniestro pudiera tener lugar entre ellos, y muchos otros interrogantes. Finalmente, el rey dijo: “Mi pequeño amigo Grildrig (nombre dado a Gulliver); usted ha hecho el más admirable panegírico de su país. Usted ha probado claramente que la ignorancia, el ocio, y el vicio, son los ingredientes propios para cualificar como legislador (…) Observo entre ustedes algunas líneas de una institución que en sus orígenes puede haber sido tolerable; pero esa mitad fue borrada, y el resto es borroso por las corrupciones”.

Hoy estamos inmersos en un proceso que disputa por una idea directriz de justicia para el nuevo orden global en construcción. Entre nosotros, el gobierno actual muestra una lectura del país y del mundo que ve a los ciudadanos como diminutos liliputienses y a los países ricos y sus gobernantes como gigantes brobdingnagianos. Sin embargo, aunque esa es la forma, en su contenido se trata de un regreso al Leviatán. De lo que se trata es de difuminar la imagen corporal y gestual del gobernante autoritario, patriarcal, estalinista si cabe, proyectada en la tiranía populista, para reemplazarla por el no-cuerpo de una virtualidad que en sus espejismos puede observar e imponer todo sin ser visto. Es una visión de desigualdades entre enanos y gigantes. Pero como Gulliver al volver a Londres, los CEOs del actual gobierno pueden tener el delirio de creer que son gigantes en un pueblo de enanos. Es una visión propia de la nueva aristocracia corporativa. La realidad es otra.

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