Corrupción institucional
Manes, el quiebre de la omertá y la posibilidad de que la política recupere terreno
Al neurocirujano Facundo Manes le cabe el mérito de haber introducido un neologismo para sustituir la palabra de origen inglés lawfare, que no goza de universal aceptación. Según Manes, el ex Presidente Mauricio Macri incurrió en “populismo institucional” porque durante su gobierno “hubo operadores que manejaban la Justicia, datos y evidencia que deja en claro que espió a gente de su propio gobierno”. Después de afirmar que “el populismo institucional lleva al fracaso de las naciones”, para equilibrar su acusación añadió que “otro que también lo hace es el populismo económico, representado por el kirchnerismo. Los dos son igual de graves”. A raíz de las críticas recibidas de varios integrantes de Juntos por el Cambio, en una entrevista en TN ratificó su posición al señalar que el gobierno de Macri dejó muchas tareas inconclusas: “Se prometió que la SIDE se iba refundar y no pasó nada. Y otra cosa importante, por lo que leo, es que hay evidencias de que en el anterior gobierno se espió. Tampoco hubo un gran cambio en la Justicia y hubo operadores judiciales y mesa judicial”.
El reconocimiento por parte de un dirigente del radicalismo, con aspiraciones presidenciales, de los graves episodios de corrupción institucional que tuvieron lugar durante el gobierno de Macri, tiene enorme relevancia política porque rompe la omertá que existía en la coalición Juntos por el Cambio sobre este claro desvío del camino democrático. Además permite abrir un debate sobre la notable expansión del populismo de derecha en ese espacio compartido con los partidos conservadores que se referencian en tradiciones liberales de las cuales aparecen cada vez más alejados.
La designación de un culpable
Según la opinión del filósofo vasco Daniel Innerarity en Una teoría de la democracia compleja (Ed. Galaxia Gutenberg), “la principal amenaza de la democracia no es la violencia, ni la corrupción o la ineficiencia, sino la simplicidad”. En su opinión, la simplificación tosca de los antagonismos ejerce una gran atracción en todos aquellos que son incapaces de reconocer de manera constructiva la conflictividad social. Se imponen así interpretaciones de la realidad que son reducciones binarias o moralizantes, donde las categorías morales se imponen sobre las sutilezas analíticas. Frente a la complejidad de las sociedades modernas, que provocan gran incertidumbre, “nada mejor que la designación de un culpable que nos exonere de la difícil tarea de construir una responsabilidad colectiva”.
El discurso de Juntos por el Cambio, diseñado por los asesores de imagen de Macri, hizo del “populismo” kirchnerista un enemigo irreconciliable, recayendo en el viejo antiperonismo que siempre soñó con erradicar a ese “hecho maldito” de la vida pública del modo que fuese. La existencia de un fenómeno estructural de corrupción, que ha sido históricamente transversal a todos los partidos políticos, fue utilizada para armar una causa general contra ese peronismo recostado a la izquierda que, también hay que decirlo, no supo o no quiso hacer frente a ese grave problema de la democracia. La corrupción característica del capitalismo de amigos, basada en la cartelización de la obra pública y los desvíos a los bolsillos de algunos políticos, provoca un grave daño institucional porque socava la confianza de los ciudadanos en la clase política. Es un fenómeno que debe ser erradicado mediante estrategias basadas en el uso de los recursos que ofrece la inteligencia artificial computacional, del mismo modo que se combate la evasión fiscal o el uso fraudulento de sociedades radicadas en paraísos fiscales para ocultar los grandes patrimonios. Ahora bien, una cosa es que la Justicia depure las responsabilidades individuales y otra cosa muy diferente es utilizar los procesos de corrupción para extenderlos irregularmente y alcanzar a dirigentes de la oposición con el propósito de denigrarlos, encarcelarlos o proscribirlos. Esta labor se llevó a cabo en el gobierno de Macri, y para ello contó con el concurso de un grupo de fiscales y jueces federales amigos que se prestaron a ese juego de corrupción institucional. Esto es lo que acaba de registrar Manes y sus declaraciones tienen el valor de asumir públicamente que ese tipo de prácticas son inaceptables en el marco de una democracia basada en el Estado de Derecho.
Los neopopulismos de derecha
Es cierto también que la deslegitimación del adversario político ha formado parte de un cierto discurso de izquierdas, que pretendía la radicalización de la democracia. Ernesto Laclau fue el filósofo político que reivindicó una estrategia que ponía el acento en utilizar la lógica schmittiana del amigo-enemigo como una forma de construir lo político para así establecer una frontera que divida a la sociedad en dos campos, apelando a la movilización de los de abajo frente a los de arriba. En realidad, la estrategia populista que defendía Laclau era meramente retórica y no pasaba de lo discursivo. Reconocía que el populismo no es una constelación fija sino una serie de recursos discursivos que pueden ser utilizados de modo muy diferente. Laclau intentaba de este modo oponerse al desdibujamiento de las fronteras políticas entre la derecha y la izquierda, que en Europa era consecuencia de una cierta entente entre los partidos de centroderecha y de centroizquierda. Su compañera Chantal Mouffe trató de enmendar esa tesis aclarando que, “concebido de modo progresista, el populismo, lejos de ser una perversión de la democracia, constituye la fuerza política más adecuada para ampliarla en la Europa de hoy”. Pero lo cierto es que, en la Europa actual, el discurso populista que apela a la movilización de los de abajo frente a los de arriba ha sido capturado por los partidos de ultraderecha, que consiguen incorporar a sus filas a los viejos militantes comunistas desencantados con un destino sin horizontes en el marco de una nueva formación hegemónica del capitalismo donde el capital financiero ocupa un lugar central, generando como subproducto una aumento exponencial de las desigualdades. La estrategia discursiva de estos partidos consiste en establecer una frontera entre un “nosotros” integrado por los buenos ciudadanos defensores de los valores nacionales, frente a un “ellos” compuesto por las élite corruptas que instaladas en el poder permiten la desintegración nacional admitiendo el acceso irrestricto de los inmigrante que vienen a cuestionar el estilo de vida tradicional.
En América se está replicando ahora el fenómeno europeo. Tanto en Estados Unidos como en países como Brasil y la Argentina, el populismo de derecha se expande recogiendo el descontento de jóvenes que han quedado fuera del mercado de trabajo y experimentan un sentimiento de profunda insatisfacción existencial. Se suman también sectores de clase media que han visto reducidos sus ingresos y se encuentran incluidos en ese casi 38% de pobres que registran las estadísticas oficiales. El éxito que ha alcanzado Javier Milei al afianzar una fuerza política que se mueve bajo las coordenadas del neopopulismo de derecha, se debe a que ha sabido recoger los frutos de quienes en el espacio de la derecha sembraron el terreno previamente. Su discurso, salvo por el tono provocador y grosero, no difiere esencialmente del representado por Patricia Bullrich en Juntos por el Cambio. La cruzada contra la corrupción que ha sido el eje ordenador de la derecha liberal conservadora, ha terminado alimentando el discurso de la antipolítica. Cría cuervos y te sacarán los ojos.
La polarización agresiva
El discurso del neopopulismo de derecha se ha visto favorecido por la polarización agresiva que predomina en las redes sociales. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han, en su reciente ensayo Infocracia (Ed. Penguin), aborda el fenómeno de la comunicación digital y afirma que tiene un efecto destructivo en el proceso democrático porque la información se produce en espacios privados y se envía a otros espacios privados sin pasar por el tamiz del espacio público, que es el único que está en condiciones de general un sentimiento de comunidad. Fuera del territorio de la tribu solo hay enemigos a los que combatir. Los integrantes de la tribu se aferran a sus opiniones porque de otra manera ven amenazada su identidad. Por ese motivo fracasan todos los intentos de hacerles cambiar de opinión y “las tribus digitales se encierran en sí mismas, seleccionando la información y utilizándola para su política de identidad”.
Los filósofos que desde posiciones de izquierda, como Jürgen Habermas, se consideran herederos del pensamiento de la Ilustración, hicieron de la acción comunicativa un ingrediente fundamental de la democracia. El diálogo político no solo reduce los enconos, sino que permite también elaborar políticas de largo plazo, que son las que producen cambios estructurales. La brevedad de los ciclos electorales conspira contra la continuidad de ciertas políticas que demandan largos períodos de tiempo para consolidarse. Y esto explica, según la conocida tesis de Daron Acemoglu y James Robinson, “por qué fracasan los países”. Las instituciones inclusivas son las que reparten ampliamente el poder en la sociedad y limitan su ejercicio arbitrario, pero necesitan contar con un cierto consenso que evite su desnaturalización. Este consenso mínimo sobre las reglas de juego requiere el reconocimiento del otro, a pesar de sus errores. La expulsión del otro lleva a un auto cierre cognitivo alrededor de las propias ideas. Y la pretensión de expulsar el Mal absoluto es una labor destinada al fracaso dada la inevitable fragilidad de la condición humana. De modo que el camino emprendido por Manes, que pasa por el reconocimiento de los errores cometidos en el entorno de su tribu, es un modo de conseguir que la política recupere el terreno perdido frente a la moralidad hipócrita de tantos republicanos de opereta.
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