Contra la resignación

Destituir la ética de la resignación resulta una condición ineludible para recuperar el rumbo

 

Bajo un sol radiante y un cielo azul profundo tuvo lugar la multitudinaria marcha del último 17 de octubre. Fue convocada por Hebe de Bonafini y las Madres de Plaza de Mayo bajo las consignas: “No al pago de la deuda al FMI” y “Nosotrxs no debemos nada”.

El latir de bombos, redoblantes y banderas de Cristina, Néstor, Perón, Evita, Milagro Sala y “el Diego” se fundían en el abrazo interminable del reencuentro. Después de mucho tiempo de un encierro colectivo impuesto por una pandemia dolorosa que dejó heridas indelebles, el pueblo salió a expresar su entusiasmo, nuestro entusiasmo, en una fecha cargada de historia y memoria, de audacia y rebeldía.

Fue una Plaza de alegría, una fiesta donde cada cual hacía un esfuerzo enorme para reconocerse bajo el anonimato de los barbijos. Fue, también, la primera cita después de mucho tiempo de repliegue forzoso. Por todo ello, y aunque no estábamos todos ni todas, fuimos ese domingo una verdadera marea humana.

Fue, también, un grito irreverente frente al sabor amargo de la derrota; no de la electoral, que siempre es transitoria, sino de aquélla que asoma como una mancha que se va expandiendo en muchas conciencias y en muchos corazones: la derrota cultural. La de la desesperanza, la derrota que pesa sobre quienes piensan que el orden actual de las cosas, aunque injusto, resulta irreversible y que, por lo tanto, luchar no tiene sentido.

Hace más de tres décadas Margaret Thatcher cultivó una frase performativa: There is no alternative (“No hay alternativa”), a caballo de la imposición del credo neoliberal en el Reino Unido. Ahora lo sabemos, estaba sentando las bases para remodelar todo el sistema político británico al forzar a la oposición a integrarse como un miembro más del “club neoliberal”. Lo cual quedó graficado con elocuencia años después, en su taxativa respuesta al ser consultada por lo que consideraba su mayor logro: “Tony Blair y el nuevo laborismo,”

El 17 de octubre un conjunto de agrupaciones sindicales y políticas, junto a decenas de miles de militantes identificados mayoritariamente con el kirchnerismo, acompañamos a las Madres en este grito que subvierte los marcos de discusión establecidos: ¿corresponde pagar al FMI por un préstamo de U$D 44.000 millones (U$D 52.000, si sumamos los intereses) cuyo objetivo evidente no fue otro que costear la campaña para la reelección de Mauricio Macri? ¿Resulta razonable que el conjunto de la sociedad argentina asuma una deuda contraída sin el menor apego por los procedimientos establecidos por las leyes de nuestro país? ¿Es acaso lógico descargar sobre nuestra empobrecida población una deuda destinada íntegramente a financiar la fuga de divisas operada por un puñado de empresas y multimillonarios inescrupulosos?

La Plaza del 17 de octubre puso en cuestión la ética de la resignación, que tiene sus orígenes en la filosofía estoica y plantea básicamente que las cosas, al venir dadas naturalmente, no ofrecerían posibilidad alguna de transformación, dejando así a los sujetos reducidos a la mera contemplación pasiva de los acontecimientos históricos; sin margen para poder modificarlos.

El mensaje de la Plaza, por el contrario, abreva en la mejor tradición kirchnerista: la de Néstor encarando los procesos transformadores que el horizonte de la época reclamaban cuando el establishment le hacía llegar su “pliego de condiciones” y le auguraba un año de gobierno, luego de haber conseguido un tan endeble como módico 22% de los sufragios en las elecciones del 27 de abril de 2003.

No obstante, bajo aquellas condiciones aciagas (y en medio de una de las peores crisis que nos tocó atravesar), su gobierno avanzó decididamente con la renovación de la Corte Suprema de la mayoría automática menemista, mientras otorgaba aumentos salariales por decreto e iniciaba una dura negociación con los tenedores privados de bonos de la deuda defaulteada, que le permitió lograr una quita récord del 75% del capital pese a carecer del apoyo de su propio Ministro de Economía, a quien se había visto forzado a sostener en el cargo a consecuencia de la extrema debilidad con la que asumió la Presidencia de la Nación.

Al terminar su gobierno, ese mismo hombre dejó la Casa Rosada con el mayor nivel de legitimidad, imagen pública y reconocimiento popular conseguida por cualquier otrx Presidente/a desde el retorno democrático. En una muestra más de lo ya demostrado por los teóricos de los Recursos del Poder, no fue la oferta dialoguista y de elusión del conflicto lo que garantizó la construcción de los consensos logrados al final de su mandato. Por el contrario, fue a partir del antagonismo y la confrontación que se logró revertir la tendencia histórica y avanzar en una agenda redistributiva y de mayores derechos sociales, culturales y económicos para las mayorías populares. Las élites empresarias no promovieron la distribución más igualitaria de las riquezas nacionales en aras de garantizar la paz social, fue la política en tensión con los poderes fácticos lo que posibilitó que nuestra fallida burguesía nacional terminara aceptando un sendero más igualitario durante los años kirchneristas.

La Plaza también expresó simbólicamente un balance sobre el resultado de las PASO: el pueblo no giró a la derecha; más bien lo contrario, muy probablemente muchos votantes del Frente de Todos hayan decidido ausentarse en los comicios como modo de manifestar su desilusión y descontento. En esa línea se expresó Cristina Fernández de Kirchner en el acto en la ex ESMA, al hablar frente a les jóvenes de La Cámpora: “Las mayorías se vuelven a reconstruir cuando se hacen cargo de las demandas de la sociedad y las necesidades que tiene el pueblo.”

La pandemia agudizó las dificultades materiales de nuestro pueblo causadas por el macrismo. Pero el gobierno de Alberto Fernández, aún después de grandes esfuerzos, no pudo resolver esos problemas, ni tampoco comunicar con claridad qué responsabilidad corresponde a los organismos multilaterales de crédito que apoyaron a Macri contraviniendo sus propios Estatutos y regulaciones, o a las corporaciones económicas y mediáticas que se beneficiaron en medio de la debacle general.

En este marco resulta auspiciosa la medida tomada por el flamante Secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, al establecer un congelamiento de precios por 90 días para 1.432 productos de consumo masivo, agregando además una voluntad firme de hacerlo cumplir bajo apercibimiento de ley. El rechazo a esta medida por parte de oligopolios alimenticios como Arcor o Molinos Río de la Plata da cuenta de la imposibilidad de propiciar un acuerdo o pacto social con los grandes grupos económicos para superar una situación de crisis, habida cuenta de la ya excesiva evidencia empírica registrada sobre la única máxima a la cual responden estos grupos: la maximización de sus utilidades y la ferviente vocación de limar a cualquier gobierno de raigambre nacional-popular.

Esta decisión del gobierno nacional muestra que el camino para defender la mesa de lxs argentinxs no necesita “poner la otra mejilla”. Tal como demuestra la historia, incluso la reciente a la que aludimos previamente, el consenso no resulta de la ausencia del conflicto sino que deviene un sucedáneo de aquél.

En definitiva, en una sociedad donde el peso de las corporaciones resulta desproporcionado, la única manera de equilibrar fuerzas para dialogar y establecer acuerdos es “mostrando músculo”; esto es: con el pueblo y sus organizaciones junto con al gobierno enfrentando privilegios y compensando (al menos parcialmente) las asimetrías de poder existentes.

Destituir la ética de la resignación del centro de mando resulta así una condición ineludible para recuperar el rumbo elegido por nuestro pueblo en 2019 y prepararnos para “la madre de todas las batallas”, que no será el 14 de noviembre en las elecciones legislativas sino en marzo, cuando haya que tomar una decisión final respecto al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

Los cultores de la ética de la resignación pueden mirarse en el espejo de Grecia y el derrotero de Syriza y Alex Tsipras, quien cedió ante a la troika europea frente a la amenaza de un supuesto mal mayor y terminó firmando un acuerdo que sometió al pueblo griego a un ajuste brutal que, tras cartón, no logró otra cosa que el pronto regreso de la derecha al gobierno.

El otro camino es el de la irreverencia, la misma que brotó de manera tan imprevista como masiva desde el subsuelo de la patria sublevada para alumbrar aquél histórico 17 de octubre de 1945, contra la decisión de la dirigencia que pretendía esperar al 18. La del camino rebelde de Néstor, quien se enfrentó al establishment sin especular y sin abandonar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada. El mismo rumbo propuesto por las Madres de la Plaza, que convocaron el último domingo sin certezas sobre la magnitud que terminaría adquiriendo la movilización a la que llamaban en relativa soledad.

Esta debería ser la base de sustentación para revertir la derrota sufrida en las últimas Primarias: la de la Plaza del 17 de octubre; como así también la del espíritu con el que movilizaron, al día siguiente, las trabajadores y trabajadoras organizados.

La organización política de toda la militancia en todos los rincones de la Patria, marca el sentido. El sol del 17 de octubre alumbra el camino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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