Conservar la democracia

Un Estado democrático y federal requiere de la responsabilidad y el compromiso ciudadano

 

Hace poco leía un libro de Earl Warren, quien fue un importante juez, presidente de la Suprema Corte de los Estados Unidos entre 1953 y 1969. Desde allí lideró un programa político de defensa de los derechos civiles y en particular en contra de la discriminación racial. Era un político: antes de ser juez fue gobernador de California entre 1943 y 1953. Lo designó como presidente de la Corte un republicano, Dwight Eisenhower. En Estados Unidos al presidente de la Corte no lo eligen los otros jueces, sino el presidente de la Unión, con acuerdo del Senado. Como ocurría en la Argentina hasta el golpe de 1930.

Entre otras cosas de interés, Warren dice que la organización de una república federal, como la nuestra, “no es una forma sencilla de gobierno ni, como hemos visto, es fácil vivir bajo su égida. En verdad, es tal vez la más compleja de las formas de gobierno modernas. Y lo que es aún más importante, le impone al ciudadano mayores responsabilidades que cualquier otra”.

Parece razonable. A un régimen autoritario, para ser exitoso, le basta un jefe iluminado, magnánimo, justo y talentoso, si tal cosa fuera posible. Pero un Estado democrático y federal no solo requiere de un conjunto de mujeres y hombres de Estado en los departamentos ejecutivo, legislativo y judicial nacionales y de las provincias, sino también del compromiso ciudadano. Una tarea conjunta con fines comunes.

Hoy es día de elección. Lamentablemente, no es la conclusión de un debate donde la sociedad haya discutido grados de independencia política, justicia social o modelos de desarrollo industrial.

No es necesario recordar lo que cada candidato expresa. Sin juzgar a sus votantes, que cada uno tendrá sus razones y en muchos casos muy atendibles, el más votado en las PASO es un personaje disruptivo en el peor sentido de la palabra.

Sus ideas son entre disparatadas y siniestras. Se jacta de ser lo nuevo pero sus operadores son actores de la peor política. Repudian al Estado de cuya teta han vivido escandalosamente, con desparpajo.

Vuelvo a Warren, que como vimos nació conservador, pero fue un lúcido hombre de Estado. Junto con la dificultad por lograr el buen gobierno en una democracia señala la importancia de preservarla. Cree que eso es solo posible mediante el ejercicio de “los privilegios y responsabilidades recíprocos” del ciudadano.

La traducción del título del libro resulta ser Cómo conservar una República. El original me parece más expresivo:

 

 

Corresponde a una anécdota que narra Warren, mítica tal vez, de la sanción de la Constitución estadounidense protagonizada por Benjamín Franklin, justamente el que decora con su cara los billetes de cien dólares, la moneda que quiere imponernos como nacional.

Cuando los delegados de la convención salían del salón, “una mujer ansiosa confundida entre la muchedumbre que esperaba en la entrada, preguntó a Benjamín Franklin:

–Y bien, doctor, ¿qué tenemos, una república o una monarquía?

–Una república –respondió Franklin–, si es que pueden conservarla”.

La tarea colectiva de hoy.

 

 

 

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