¿Qué confianza inspirará un sector que no da nada a la sociedad en la que hace sus negocios?
En el último número del Cohete a la Luna, Jorge Gaggero y Juan Valerdi presentaron un panorama fundamental de los mecanismos de fuga de capitales en Argentina, que estiman en aproximadamente 500.000 millones de dólares.
La cifra es descomunal. No solamente que se aproxima a la mítica cifra de un PBI completo, sino que en términos de políticas públicas, esa masa de recursos podría contribuir a erradicar definitivamente la pobreza del país, y a financiar todas las obras necesarias y los emprendimientos productivos para lograr una verdadera revolución en el desarrollo material, científico y cultural del país.
Pero lo cierto es que esos 500.000 millones de dólares están afuera de la economía nacional, y ese parece ser un dato que se prefiere ignorar, porque nos enfrenta a un problema hoy irresoluble.
Cuando se interroga a quienes poseen esa voluminosa masa de capitales sobre una explicación sobre esta situación, aparece el término mágico: la confianza.
Explicación falsa 1: los gobiernos populares asustan a los mercados
La explicación más convencional del problema es que hubo factores de riesgo que fueron promoviendo una paulatina y prudente retirada de esos fondos del ámbito local, para ponerlos a buen resguardo de las políticas alocadas, en otras regiones del planeta menos amenazantes.
Es decir, la fuga sería la reacción racional frente a amenazas lo suficientemente graves para que justifiquen que actores que querrían invertir en la Argentina lo hagan en el exterior. Y se supondría que cuando sean superadas las amenazas, esos fondos volverían al lugar donde naturalmente deberían estar.
El argumento de la amenaza remite sin duda a algún peligro expropiatorio para la propiedad privada, o eventualmente al mal trago de tener que compartir algo de los cuantiosos ingresos con la sociedad a través del sistema impositivo.
Sin embargo, cuando se observan las estadísticas públicas y los cálculos muy precisos de destacados investigadores, se observa que la fuga de capitales ha atravesado sistemáticamente a todos los gobiernos argentinos, desde que se construyó la gran autopista fugadora, con la reforma financiera de Martínez de Hoz en 1977 y la “libre movilidad de capitales”, que no fue dinamitada como correspondía en la democracia.
El hecho de que siempre haya fuga, gobierne quien gobierne, contradice la idea de que cuando vienen las “amenazas” –como serían Raúl Alfonsín o Néstor Kirchner—, los excedentes se fugan, pero que cuando vienen los gobiernos serios (como serían Videla, Menem o Macri), los capitales retornan rápidamente, alentados por las positivas medidas pro-mercado que toman estos gobiernos.
El gobierno de los Videla, Menem, Macri sería el momento refundacional de la Argentina, o como quería la última dictadura cívico militar, la oportunidad de la reorganización nacional.
Se puede demostrar matemáticamente que de invertirse productivamente la descomunal suma de dinero fugada de la Argentina, el progreso económico y social podría ser tan contundente que las fantasías de expropiación se evaporarían ya que no habría necesidad de recurrir a ese mecanismo en una sociedad de amplísima clase media sin apremios materiales. Y que la carga impositiva que recaería sobre los ex fugadores sería muy leve en relación al tamaño de la economía y la riqueza producida.
Que los gobiernos reformistas puedan ser interpretados como amenazas mortales que justifican que las riquezas se envíen al exterior, ya parece reflejar una visión híper-ideologizada y paranoica de la realidad, más alimentada por fantasías delirantes (Alfonsín=Alan García, Néstor-Cristina=Chávez) que por análisis sensatos. Pero concedamos que pueden contener un 1% de realidad.
Pero, ¿qué pasa con los gobiernos que representan política, económica e ideológicamente a la derecha? ¿Quién podría dudar de la visión antipopular del tándem de Videla-Martínez de Hoz? ¿Quién seguiría dudando de Menem-Cavallo después de las privatizaciones, la apertura importadora y el uno a uno? ¿Quién osaría dudar del compromiso empresarial de Macri y su gabinete de mercado?
Resulta que en este tipo de gobierno no sólo no hay amenaza al capital, sino que se trata de gobiernos diseñados para incrementar la rentabilidad empresaria a costa de expropiar precisamente el presente y el futuro de la mayoría de la sociedad.
Sin embargo esa refundación productiva, ese relanzamiento del vigoroso crecimiento que está literalmente en sus manos, o más precisamente en sus cuentas en el exterior, no se produce. El shock de confianza no llega.
Explicación falsa 2: la no erradicación definitiva del populismo
Otra explicación sobre la persistencia de la desconfianza aún en sus propios períodos gubernamentales, remite al peligro de la vuelta del mal, antes el peronismo, luego el kirchnerismo, y en general el populismo. La persistencia de la fuga de capitales y la colocación del enigmático 85% del patrimonio de los funcionarios en el exterior —incluso cuando gobiernan— sería precautoria en la medida que el lobo aún está. Pero si ese mal pudiera ser pulverizado… qué hermoso sería el país, porque se llenaría de inversiones, progreso y civilización.
Dejemos que lo expliquen algunos de los protagonistas. Decía Carlos Melconián en 2016: Como muchos argentinos, tengo dinero guardado en el exterior. La Nación cita: Es una forma de dejarle algo a sus hijos. El diario aclara que el funcionario dijo que tenía planeado traer "parte" de su dinero. Creemos en el país –dijo Melconián—, estamos haciendo todo para que crezca y creo que van a ir llegando los capitales de afuera. El mismo medio relata que la confianza de Melconián en la economía local varió con el cambio de gobierno. El economista compró títulos públicos argentinos nominados en dólares con vencimiento en 2017 o 2024 por más de $11 millones. Compró papeles rápidamente convertibles en líquido fugable.
Casi dos años después, sin embargo nos encontramos con otra declaración que repite, un poco más pesimista, el planteo anterior: Sigo teniendo mi dinero afuera. A medida que recuperemos la confianza en la Argentina regresaremos el dinero, ha dicho el Ministro de Energía, ingeniero Aranguren, quien tiene el 84% de su patrimonio fuera del país.
También tienen el grueso de su fortuna fuera del país el Ministro de Economía y el Ministro de Finanzas de la Nación. Es especialmente llamativa la decisión de tan importantes funcionarios, de quienes depende el diseño de la política económica, de mantener sus activos lejos del lugar en el que ejercen responsabilidades políticas de primer orden.
Ellos son parte del sector social que mantiene los 500.000 millones fuera del país. Está en las manos de ellos crear las condiciones materiales para dar solidez y previsibilidad a la economía argentina, utilizando la terminología habitual de ese sector.
Cambiemos triunfó en las elecciones de medio término, en un clima de euforia que pretendía segura la reelección del presidente Macri. El gobierno rápidamente lanzó reformas impositivas, previsionales y laborales para profundizar el modelo neoliberal. La reforma jubilatoria, a pesar de haber sido aprobada también, generó un fuerte desgaste político al gobierno, disolviendo rápidamente el clima triunfalista y cambiando el clima social. La confianza, para abajo.
Por otra parte se están concretando los violentos incrementos tarifarios reclamados por los monopolios, en los cuales Aranguren –quien carece de confianza— es un protagonista central. De acuerdo a múltiples indicios, este nuevo paso en la dirección del ajuste de precios relativos está recibiendo otra importante oleada de rechazo social, tan amplia que excede largamente a las diversas formaciones políticas opositoras. Otra vez más, la confianza para abajo.
Explicación verdadera 3: desconfían de ellos mismos
¿A qué le teme Aranguren? ¿No cree en las capacidades electorales de su gobierno? ¿Duda de la coalición internacional que lo sostiene? ¿Fantasea con el retorno de Cristina en andas de las masas populares a la Casa Rosada en 2019? Lo que atribula a Aranguren nos resulta inescrutable, pero sí podemos pensar en términos más generales.
La desconfianza que sienten muchos argentinos de alto poder adquisitivo en relación al país tiene raíces políticas y sociales, aunque a veces los argumentos bordeen la metafísica.
¿Alcanza la explicación del temor a una nueva vuelta del populismo? ¿Se trataría de un movimiento político social imbatible haga lo que haga el gobierno?
Los últimos hechos políticos, posteriores a octubre, nos hacen pensar en otro problema.
La derecha ha logrado que parte de las masas pase por un furioso momento anticristinista. Pero lo que no ha conseguido es que estén dispuestas a ser sacrificadas graciosamente en el altar de las corporaciones. El odio y el resentimiento están muy bien para partir el campo popular y ofrecer compensaciones simbólicas transitorias, pero además debería pasar algo en el orden de lo real para consolidar el dominio del gobierno de las corporaciones.
Algo que en economía se llama inversión, producción, empleo y mejora de las oportunidades de vida para las mayorías. Todo lo que se podría lograr juntos, si trajeran parte de los 500.000 millones. Pero el núcleo dirigente del antipopulismo no trae el dinero. Pudiendo protagonizar “el cambio”, prefiere esperar que éste llegue del cielo.
El año pasado, la Canciller alemana Angela Merkel visitó la Argentina y transmitió el reclamo del empresariado alemán: necesitan, para considerar inversiones serias en Argentina, una mayor planificación de largo plazo y la necesidad de la realización de fuertes inversiones en infraestructura y logística para poder integrar más eficientemente la economía argentina al mercado global. ¿Largo plazo? ¿Planificación? ¿Inversiones para promover la competitividad económica? Son términos de una burguesía productiva, que caen afuera del horizonte de la derecha argentina. Los alemanes no entendieron de qué se trata el capitalismo local.
El elenco neoliberal gobernante presiente que con las medidas económicas que emergen de lo más profundo de su base social, jamás se erradicará al populismo. Empobreciendo a la mayoría y agrediendo con políticas de rapiña no se puede consolidar una hegemonía social.
Lo saben, pero no pueden evitar ser quienes son.
Vale recordar un editorial de advertencia del diario populista La Nación de hace más de dos años, cuando recién se iniciaba el sueño macrista: La Argentina y sus empresarios (…) deben ser conscientes de que en las últimas décadas, el espíritu emprendedor decayó y eso se manifestó en la venta de empresas de capital local a grupos y fondos del exterior. No es el caso repudiar ese fenómeno desde una visión chauvinista o meramente ideológica. Lo que desalienta es que refleja una carencia de vocación empresarial por el riesgo y por el esfuerzo. La contrapartida de esa declinación fue la fuga de capitales y la falta de reinversión en actividades productivas. El producido de esas ventas fue al exterior en colocaciones financieras o inversiones inmobiliarias.
El actor que describe La Nación es exactamente el que hoy gobierna la Argentina.
La falta de confianza es la realidad infranqueable de un sector social que no piensa en dar nada valioso a la sociedad en la cual hace sus negocios. Y que percibe, en algún lado de su blindada conciencia, las consecuencias políticas de sus propias prácticas económicas.
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