Es sabido que los principales medios de (in/des) comunicación social marcan agenda. Es decir, todo y todos, todas y todes deben hablar, escribir y pensar lo que está en el tapete (o el felpudo). No hace falta decir que eso sirve para tapar otros temas que, al menos para algunos o muchos son importantes. Incluso más importantes. Tampoco hace falta señalar, lo hemos hecho en otro lugar, los trucos de prestidigitación que muestran algo, desvían la mirada hacia ello mientras sacan un conejo de la galera (un conejo que ellos luego comerán, podríamos ironizar). Ya dije, también, que creo que hay que parar la pelota. Demasiados cascotazos aquí y acullá como para poder pensar tranquilos. ¡Y la hora lo exige!
Y quiero poner un ejemplo de la hora… de la agenda, para señalar lo que digo: los casos de corrupción. No voy a señalar lo que pienso de Bonadío, Stornelli, Marijuán, los empresarios, los cuadernos y demás glorias del presente; hacerlo sería contradecirme. Lo que quiero señalar, en este caso, es que no me parece el tema central, y detenerse allí es –precisamente– distraerse. Y para que el ejemplo sea preciso, me voy a enfocar en temas eclesiásticos:
- abusos y pederastia
- banca vaticana y mafias
- perversiones del pasado (de las cruzadas a la inquisición, para no ir con chiquitas)
- manipulación de conciencias y de votos en la política
- presiones políticas para lograr prebendas o impedir
- silencios cómplices
(Se podría seguir, sólo pretendo señalar algunos importantes.) Todo esto, con matices –sin duda que cada cosa debe pensarse y entenderse en su tiempo y lugar, lo que no las excusa, por cierto– me parece indiscutible. Para decirlo de un modo simple, claro y hasta ligeramente teológico: ¡en la Iglesia hay pecado! ¡Y mucho! Pero –¡y acá está lo que me parece principal!– nada de eso invalida el Evangelio. Y el Evangelio es lo principal, no la Iglesia.
A lo que quiero llegar, cono este ejemplo, es que creo firmemente que las distorsiones, delitos, corrupciones, no invalidan un proyecto, a menos que sean necesarias para que este ocurra. Nadie podría negar que todos los pecados eclesiásticos señalados –y los que quieran añadirse– contradicen el Evangelio.
En suma, volviendo al comienzo, creo que la hora exige pensar y caminar hacia un proyecto. El neoliberalismo es un proyecto perverso, porque el individualismo lo es, “la raíz de todos los males es el amor al dinero”, dice un discípulo de san Pablo. Es un proyecto perverso porque se desentiende “del otro”, “que cada uno sea feliz” repite frecuentemente el pastor-presidente. Y, con frecuencia y sin controles, ese ser-feliz-yo, supone pisar a los demás, a muchos demás, a millones demás… Es por eso que voy a acompañar otro proyecto, más allá de los uno, diez o mil casos que lo distorsionen. Un proyecto de inclusión es más grande que los personajes. Y mirar figuritas, o luces que alumbran por otro lado, sólo sirve para que saquen conejos de la galera, para que no pensemos cómo construir y seguir construyendo otros proyectos. Nacionales y populares, Populistas y muchas cosas más nos dirán –o diremos– lo cierto, y retomo el comienzo, no pienso dedicarme a seguir agendas de otros cuando la realidad exige (y los pobres lo necesitan) mirar en otra dirección. Y sin duda esto no es complicidad con el delito, es saber que los delitos no invalidan proyectos y que delincuentes mayores quieren comer conejos a la cacerola.
Eduardo de la Serna integra el Grupo de Curas en Opción por los Pobres--------------------------------
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