CON LA MÚSICA A OTRAS PARTES
La etnomusicología es una disciplina capaz de barrer la monotonía académica y transmitir la diversidad
Los negros (perdón, afroamericanos — ¿afroeuropeos no hay?¿afroasiáticos? ¿indoceánicos?) llevan el ritmo en la sangre. Los árabes sólo pueden cantar haciendo riff, tanto como las etnias de los Andes, con sones tristones pentatónicos; y los europeos reinan en el orden simétrico de la armonía funcional. Los “pueblos primitivos” obtienen la inspiración musical de la naturaleza o de los sueños y su origen —como sostenía Charles Darwin— procedía de la invitación amorosa de las aves. No obstante la música reúne a los pueblos a pesar de que Bolivia, Chile y Perú cada tanto vuelven a querellas diplomáticas por la paternidad del charango; Argentina y Uruguay polemizan por la del tango; Albania y Bosnia Herzegovina por la de una surte de laúd de cuello largo, la sariga; los alemanes discuten si el shlager es folklore popular o una simple grasada, y siguen firmas.
Hasta aquí un sucinto muestrario de prejuicios y estériles pugnas en torno a ese curioso universo que es la música, al cual sus artífices materiales —compositores e intérpretes— sugieren escuchar más y razonar menos. Cuestión inevitable, por otra parte, no sólo porque invade la vida cotidiana en todo tiempo y lugar: preside de la publicidad a la vida íntima, acompaña la información y el espectáculo, se cuela en los sueños, se asocia a los estados de ánimo, hasta “se pega” al momento de tapar otros pensamientos. En el mejor de los casos, constituye un inigualable dispositivo de emoción estética. En toda ocasión, accede por ese sentido imposible de cerrar, el oído.
Tales algunos aspectos que aborda el etnomusicólogo Julio Mendívil (Lima, Perú, 1963) en la nueva edición, corregida y aumentada, de su ya clásico En contra de la música, que sigue proponiendo brindar “herramientas para pensar y vivir las músicas”. Así, en plural —como las matemáticas— para empezar, para hacer caer aquella idea de que se trata de una y solo una, en vez de tantas como culturas, pueblos y comunidades existen. O aún más, ya que su pesquisa llega a la antigüedad en remotos rincones del orbe. Provocador y saboteador de leyendas, hace gala de semejantes virtudes inherentes al antropólogo practicante en su función de hacer añicos todo etnocentrismo. Desde su muy particular rama de la ciencia, la etnomusicología, Mendívil disecciona “las relaciones de poder que surgen en la producción y reproducción de las prácticas musicales”, que por extensión comprenden “las relaciones de poder entre los investigadores y los productores y consumidores de música”.
En ese espectro ingresa una amplísima problemática que pone en cuestión origen, carácter, vínculos, géneros, patrimonios, relaciones sociales, articulaciones políticas, en fin, un espectro por su amplitud impensable para el neófito y objeto de reflexión de algún entendido, no todos. El autor recorre este arcoíris de sonidos con el espíritu del trabajo de campo. Zarpa de su infancia limeña en una familia burguesa, el contacto con la música popular propio de la adolescencia, un fuerte descubrimiento de las raíces indígenas que lo vuelca a convertirse en un reconocido charanguista, la aproximación a la producción cultural, la sistematización del conocimiento, una beca en universidades alemanas, la especialización doctoral y una exitosa carrera académica.
Es al promediar En contra de la música, cuando Mendívil relata los pormenores de su trayecto, se adentra en los pormenores de la etnomusicología como ciencia y, de paso, obsequia una didáctica síntesis del desenvolvimiento de la ciencia antropológica que ahorra al lego deslizarse por abstrusos manuales. En ese camino, el autor relata cómo avanzó en la comprensión de la música “ya no solamente como estructuras sonoras, sino, más allá de ellas, como un campo de prácticas sociales mediante el cual se transmitían sonidos, patrones de comportamiento y conceptos”. Para avanzar en el cómo, se vale de una deliciosa metáfora de la labor etnológica “como un curioso que leía textos por sobre los hombros de quienes los escribían”.
En su erudición, el etnomusicólogo puebla sus relatos, estipulados en capítulos cortos, de una multitud de experiencias etnográficas en los sitios y tiempos más recónditos. Necesariamente, por su objeto de estudio y método de análisis. Provee innúmeras situaciones que no dejan de ser pintorescas, sin precipitarse en el exotismo, al funcionar como materializaciones que apuntan a que el lector deponga la naturalizada idea de que su saber sobre el tema tiene validez universal. En la disciplina del pensamiento que le ocupa, Mendívil hace hincapié en el peligro de una práctica en que se ha precipitado más de un investigador, también en la Argentina: registrar los sonidos de una comunidad indígena o marginal, aislada o no, y partir sin atender que luego el músico pasa hambre. Y muere.
FICHA TÉCNICA
En contra de la música
Julio Mendívil
Buenos Aires, 2020
254 págs.
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