Con la cuarentena no alcanza

Dificultades y propuestas para "danzar a la Argentina" con Covid-19

 

El incremento del número de contagios y muertes por coronavirus en el Área Metropolitana de Buenos Aires y las dificultades para sostener social, psicológica y económicamente una cuarentena que lleva tres meses y pareciera necesitar algunos meses más, crean visiones empobrecidas o dogmáticas para evaluar los caminos a seguir.

Algunos creen que Argentina es el ejemplo del mundo y que se debe endurecer la cuarentena (“volver a fase 1”). Otros apuestan a la inmunidad de rebaño, con el “costo” de decenas de miles de muertes para “sostener la economía”, algo que ya fracasó con el “modelo sueco”, Gran Bretaña o los ejemplos de la gripe española. Y en los medios masivos desfilan decenas de irresponsables: Jorge Asís y sus “muertos imaginarios” (que ya dejan de serlo), Luis Novaresio (que transfiere agitadamente a la audiencia sus propias ansiedades), entre tantos ejemplos que eligen ignorar el ABC del periodismo: aportar calma, información confiable y seriedad analítica.

 

 

Martillos y danzas

El modelo del ingeniero español Tomás Pueyo (que ha demostrado eficacia para lidiar con la crisis pandémica y que es seguido por numerosos expertos en el mundo) propone dos instancias articuladas:

  • el martillo (cuarentenas estrictas de dos a cuatro semanas para bajar la tasa de contagios y preparar el sistema de salud) y
  • la danza (la “nueva normalidad”, que incluye la apertura protocolizada gradual de actividades y una política de trazabilidad: detección, seguimiento y aislamiento de casos).

El éxito inicial argentino radicó en la implementación de un martillo temprano (cuarentena estricta con muy pocos casos), que explica la diferencia en la curva no solo con los ejemplos más graves de la región (Brasil y México, pero también Ecuador, Chile o Perú).

Para fines de abril dicha etapa se encontraba agotada y se requería avanzar con la danza, algo que anunciábamos aquí mismo el 26 de abril.

Poco de ello fue abordado, destacando las políticas del Programa Detectar y El barrio cuida al barrio, ejecutadas gracias a la persistente tenacidad de las organizaciones populares y los curas villeros.

Dos meses después estamos en el mismo punto, pero con una decuplicación de la cantidad de casos diarios en el AMBA y una triplicación del número de muertes.

Argentina y América Latina no logran danzar… ¿Por qué?

 

 

La complejidad de los fenómenos sanitarios

La mirada reduccionista del proceso de salud-enfermedad es una constante en la historia moderna y sus consecuencias más graves pueden observarse en las crisis. Alberto Fernández fue inteligente y eficaz al crear el “comité de expertos”. El punto débil fue creer que una crisis sanitaria solo involucra temas médicos, ignorando las cuestiones sociales, psicológicas y logísticas sin las cuales las medidas, por correctas que sean, fracasan.

Era evidente para cualquier sociólogo que el éxito obtenido durante las tres o cuatro primeras semanas de aislamiento no podría sostenerse en el tiempo. Con o sin controles, una población educada en el individualismo, sin una campaña de concientización eficaz, comenzó un proceso de “violaciones hormiga”, visitando a parejas, familiares, amigos, saliendo reiteradamente a hacer compras, trámites, trabajos informales, etc. Ello sin contar las millones de personas a quienes no llegó en tiempo y forma la ayuda económica o logística por las deficiencias del aparato estatal para implementar las medidas aprobadas.

Y no se logró la creación de formas nativas para resolver la trazabilidad: esto es, el aislamiento de los casos y sus “contactos estrechos” tomando en cuenta las características de nuestra población. Descartados por imposibles los sistemas de vigilancia digital asiáticos, se recargó a los desbordados operadores del sistema de salud con el proceso de investigación de casos, ubicación de contactos, explicitación de protocolos y aislamiento preventivo. Esto generó un caos de agentes intervinientes, directivas contradictorias, casos de maltrato y, por lo tanto, imposibilidad de detener la cadena de contagios.

Los índices se contuvieron, contra lo pronosticado, en algunos de los lugares más difíciles: los barrios populares. No solo gracias a programas como El barrio cuida al barrio y Detectar sino al involucramiento de organizaciones con presencia territorial y a la valoración en dichos lugares de las normas de cooperación y de las indicaciones del personal sanitario o asistencial.

Por el contrario, en los barrios de sectores medios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se vuelve común el intento de apelar a algún “contacto” para “zafar” de la internación, el retaceo de información como modo de evitarles a los conocidos el transformarse en “contacto estrecho”. Sin mencionar violaciones gravísimas como los bailes públicos en las calles de Recoleta o los casamientos o cumpleaños clandestinos.

Las mismas conductas que se expresan en altos índices de evasión fiscal, “coimas”, negocios menores en el mercado ilegal de divisas o subregistro de ventas, no tendrían por qué no aparecer en el campo sanitario, diluyendo los efectos en la salud tanto como vacían las arcas impositivas. Quienes creen que las normas no se aplican a ellos no distinguen entre normas económicas y normas sanitarias.

Para revertir esta situación se requiere diseñar políticas públicas que comprendan que una pandemia no es meramente una cuestión de médicos. Y pasar de la reivindicación abstracta de “los científicos” a la inclusión de otras ciencias en el diseño de políticas públicas, algo que no pasa solo por una vacuna o un test. Luego de una década de bombardeo mediático con la imagen de los investigadores como “parásitos sociales que viven de nuestros impuestos” (metáfora racista por excelencia) se vuelve difícil recurrir a un sistema científico con salarios y subsidios miserables. Pero, incluso al propio interior del sistema científico, resulta necesario cuestionar la falsa división entre las ciencias “duras” como “serias” y las “blandas” como “sanata”. Esta crisis y la imposibilidad de danzar nos otorgan un ejemplo privilegiado de la inexactitud de la premisa. La respuesta no pasa por la biología ni la medicina sino por los comportamientos sociales.

 

 

¿Cómo seguir?

El propio Tomas Pueyo sacó esta semana un hilo de tweets sobre Argentina, preguntando a sus lectores por qué luego de un primer momento exitoso el número de contagios y muertes en el AMBA escala hacia una cima que no parece tener techo.

Podemos encontrar respuestas en la dificultad de sostener por meses una medida pensada para semanas pero, sobre todo, en la inexistencia de una política de trazabilidad, algo que debe mirar con atención el resto de las jurisdicciones argentinas, que se encuentran a tiempo de implementarla, dado el bajísimo nivel de propagación.

No parece posible derrotar la curva en el AMBA sin un nuevo martillo, algo que circula como conclusión de los políticos y expertos estos días, con la excepción del jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, cuya sagacidad le permite prever la dificultad para lograr que la ciudadanía de su distrito la cumpla. Podría resultar útil explicitar con claridad la nueva necesidad de una cuarentena estricta como su plazo acotado (algo que nunca estuvo claro y que fue interpretado por muchos como un engaño). Lo que necesita el AMBA hoy son 20 días en los que la población se quede en sus casas, tal como lo hizo durante marzo y abril. Solo será viable si se asume un plazo realista con un final de fecha fija (número de casos diarios a alcanzar para la apertura). Acompañado de controles estrictos y sanciones severas y de cumplimiento efectivo para los infractores. Todo lo cual permitiría no solo pasar a la danza sino juntar fuerzas morales, psicológicas y sociales por si se requiere aplicar un nuevo martillo.

Lejos de relajarse, en estas semanas se requiere diseñar una política de trazabilidad local adecuada a la realidad argentina. Por ejemplo:

  • Crear equipos de trabajadores sociales, informáticos o sociólogos para el rastreo, testeo, ubicación y aislamiento de casos sospechosos y contactos estrechos de los mismos;
  • Campañas de promoción para comprender, por ejemplo, la definición de “contacto estrecho” (toda persona con la que compartimos más de 10 minutos a menos de dos metros), la necesidad de reducir al mínimo dicha lista, el cuidado que implica aportar esa información tanto para el propio contacto (evitarle un posible agravamiento del caso clínico) como para el conjunto de la población (cortar la cadena de contagios);
  • Diseñar una política generalizada de registro diario de “contactos estrechos” (de modo analógico en un cuaderno o creando una aplicación offline, ya que la vigilancia digital además de inviable puede resultar letal en un país con servicios de inteligencia que han mostrado de sobra en el último siglo los horrores de los que son capaces si tienen cualquier información a disposición);
  • Protocolos claros y realizables con respecto a cada una de las actividades que se vayan abriendo en la “nueva normalidad”, algo que ha funcionado muy bien con las fábricas en la provincia de Buenos Aires y muy mal en los comercios. Preguntas básicas que deben tener respuestas claras como: qué hacer si aparece un caso en un local, qué hacer si aparece en un edificio, qué hacer si aparece en un transporte público, etcétera.

Si la discusión sigue anclada en si los runners pueden salir a correr o no o si los peluqueros son menos esenciales que los vendedores de muebles, si quedamos en manos de los Espert y Milei que nos dicen que salgamos a la calle para “salvar la economía” o seguimos confiados en los que, utilizando solo las filminas que destacan los datos positivos, repiten que somos el modelo del mundo, es posible que nuestra diferencia con Brasil o Estados Unidos solo radique en el momento en el que contaremos los muertos.

Estamos a tiempo de aprovechar aquello que se hizo bien pero, siguiendo el ejemplo de Tomás Pueyo (que no es médico sino ingeniero informático), necesitamos avanzar por sobre la mirada reduccionista del modelo médico para comprender que el proceso de salud-enfermedad es mucho más complejo que el análisis de un virus en un laboratorio. Algo con lo que viene batallando, sin éxito pero con persistencia, la sociología de la salud hace más de un siglo.

 

 

 

 

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