Con el antimacrismo no alcanza
El entusiasmo militante de las luchas populares es necesario para superar la sensación de impotencia
El antimacrismo triunfó como frente electoral en 2019 y se frustró en las legislativas del 2021. La táctica capaz de desalojar al hombre y su programa suponía, no obstante, un paso más: la puesta en marcha de procesos de recuperación de ingresos, de disminución severa de la desigualdad y un combate contra las ilegalidades de los más poderosos (fenómeno al que la política llama “mafia”, adherido a los tres poderes del Estado y a las policías). Todo lo cual suponía adoptar otra actitud frente al FMI. Nada de eso sucedió. Y el incumplimiento redundó en deslegitimación tanto de la táctica (el antimacrismo electoral) como del instrumento (el Frente de Todo en su actual composición). De allí que sin el antimacrismo no haya frente posible, pero con el “no” a Macri (y a Juntos por el Cambio) no alcanza para superar la sensación de impotencia política. Si algo deja claro la experiencia de estos últimos años es que el antimacrismo, en todo caso, no se realiza como peronismo en el gobierno. Sin el protagonismo del entusiasmo social y militante que proviene de las diversas luchas en las que se produce hoy movimiento popular –algunos de ellxs en los territorios más duros de los conurbanos posindustriales más castigados– no se ve con qué recursos se podría responder a la interpelación de la extrema derechización.
La experiencia del Partido de la Ciudad Futura es, en este sentido, una de las que con más fuerza asoma en este contexto. Tomando su nombre de la revista que editaba en Italia Antonio Gramsci, cobija en Rosario una experiencia inédita: una organización militante conformada por movimientos sociales que se plantean las tareas políticas correspondientes a una nueva generación. Su conformación, hace una década, y su expansión hacia otras ciudades de la provincia, como Venado Tuerto, supone una nueva actitud para la izquierda: un saber sobre la trampa montada ante toda voluntad de transformación, un deseo de conectar con la desesperación y una práctica de comunicar el lenguaje descriptivo con la búsqueda de una salida concreta. A 40 años de la reinstauración de la democracia, y en momentos en que la propia Vicepresidenta plantea la existencia de un Estado “paralelo”, un Poder Judicial “mafioso” y una marionetización de la dirigencia política, Rosario emerge en este contexto no como una excepción, sino como un territorio sintomático, en el que la circulación ilegal de mercancías en rutas y puertos se corresponde con la ilegalidad absoluta del uso de las armas para proteger, disputar y ampliar negocios. Es el país entero el que se mira a sí mismo en la tragedia de esa ciudad del presente.
¿Cómo se discute, desde este tipo de experiencias, con el peronismo? Las iniciativas del Partido de la Ciudad Futura parecieran dialogar por lo pronto mejor que otros actores políticos con el pedido de la Vicepresidenta para que cada militante asuma el bastón de mando: ahí donde las reformas democráticas resultan bloqueadas por arriba, se dedican a crear instituciones desde abajo, y donde el oportunismo extremo y la inercia de las burocracias políticas se torna criminal, se proponen crear capacidades populares para hacer trabajar a todas las instancias del Estado bajo el control popular de los vecinos. Esta nueva generación militante tiene poderosas razones para sentir amenazada su propia tradición, aquella que va de las Madres de Plaza de Mayo a los feminismos populares pasando por 2001, y reacciona poniéndose de pie, aportando a construir un nuevo instrumento político. Durante el plenario realizado en el Sindicato de Panaderos Confiteros el último sábado 11 de marzo se escucharon las voces de las y los vecinos de los barrios contando su trabajo: procesar el miedo, convertirlo en poder colectivo.
¿Existe en el último discurso de CFK, pronunciado desde la Universidad de Río Negro, margen para una interlocución con este tipo de experiencias militantes? Entre sus definiciones, la Vicepresidenta afirmo que:
* Los gobiernos kirchneristas fueron democrático-constitucionales, reconstruyeron autoridad política y normalizaron el juego de los tres poderes; el Parlamento funcionó sancionando leyes que otorgaban derechos y se hizo juicio político a la Corte para normalizar el Poder Judicial; y que el desendeudamiento permitió entre otras cosas salarios altos en dólares y asignación universal por hijo.
* Actualmente (a partir de 2015) hay un “partido judicial” (“más mafioso no se consigue”) y el atentado del 1º de septiembre de 2022 produjo la “ruptura del pacto democrático” de 1983 (consistente en la exclusión radical de matar, desaparecer o exiliar a ningún adversario político); hay crecimiento económico, pero con los salarios no se llega a fin de mes (cosa que contrasta, dijo, con la historia del peronismo, que tiende a defender la participación de los trabajadores en el Producto Bruto Interno (al punto que los tres momentos más reaccionarios de las últimas décadas –1955/1976/2015– fueron para destruir etapas de altos salarios).
* El sistema de las mafias (alianza entre la parte más poderosa de la oposición y del Poder Judicial) se tiene que terminar por exigencias del propio sistema que, para seguir funcionando, precisa sanearse. Puesto que las decisiones que, sí o sí, habrá que tomar para evitar un mayor desastre requieren de un Estado con legitimidad suficiente como para adoptar medidas fuertes (cosa imposible de lograr en condiciones de “ruptura del pacto democrático” operado con el intento de magnicidio del 1º de septiembre).
* El acuerdo con el FMI es una “catástrofe más grande para la Argentina que el endeudamiento” (del macrismo). Hay que actuar con pragmatismo frente a la deuda, que debe ser pagada siempre y cuando sea posible revisar las condiciones en las que se firmó el acuerdo porque, así como está, compromete las funciones estatales de desarrollo como el impulso de la industria y la innovación tecnológica. (Insistió en que, sin intervención del Estado en la innovación, el destino de las exportaciones es profundizar su reprimarización.)
* El futuro inmediato ya no será el de la “hegemonía democrática” (los 12 años de kirchnerismo), pero tampoco el camino del macrismo que no pudo fundar una hegemonía democrática porque su programa (tarifazos, baja salarial y acuerdo con el FMI) se lo impedía, así como tampoco fue capaz de formar acuerdos políticos entre los partidos. En su opinión, lo que hace falta es formular un acuerdo para salir de la economía bimonetaria, condición sin la cual no hay cómo bajar la inflación ni cómo acomodar el patrón de acumulación de modo de poder juntar dólares para financiar la actividad social.
*Hace falta la unión de todos los argentinos para revisar el acuerdo con el FMI. Será imprescindible un cambio de actitud al respecto, porque sin acuerdo no habrá –no importa cuánto litio y gas se pretenda exportar– fuente de divisas suficientes. Reveló su “temor a la fragmentación política” (modelo de Perú), que imposibilita el acuerdo y por tanto impide controlar las balanzas comerciales positivas. Concluyó diciendo: la gente se enoja con la política “pero los políticos no son los malos, sino los modelos económicos”.
Hay toda una serie de cuestiones aquí planteadas de cuya resolución depende en buena medida la posibilidad de construir un frentismo político distinto, capaz de realizar y superar la instancia frustrada del antimacrismo. En principio son preguntas que es necesario formular: ¿qué tipo de acuerdo político se puede reclamar a fuerzas políticas que han roto lo que CFK llama “pacto democrático? Si la forma política considerada por ella virtuosa fue la llamada “hegemonía democrática”, ¿la alternativa para un momento de mayor debilidad debido al peso del FMI sobre la economía del país sería un consenso de fuerzas políticas que no incluyera a las fuerzas sociales que están en condiciones de plantear los temas reales del trabajo y de los territorios? De otra manera: ¿la lucha contra las mafias surge de unas necesidades del propio sistema, o más bien de una organización popular capaz de hacer funcionar los tres poderes del Estado en un sentido radicalmente democrático? ¿Una política de unidad nacional para discutir condiciones con el Fondo no requiere en paralelo de cambios importantes en las estructuras nacionales? Y si, como parece creer CFK, se tratase de destrabar el acuerdo con el FMI como paso previo a cualquier otra reforma: ¿no debería reconocerse a las nuevas generaciones de militantes de movimientos populares un poder más importante de decisión en los territorios en lo que hace la lucha contra los ilegalismos del poder (“democracia o mafias”)? Abrir el cerrojo de la deuda e imponer un poder público a las mafias no es una necesidad del sistema, sino de las fuerzas sociales que no quieren ver como vencedores a los enemigos de la democracia.
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