COMO UN CHICO SIN SU MAMÁ

La música que escuché mientras escribía

 

El domingo pasado en la radio, Guille Hernández nos trajo tres temas interpretados por Hank Jones al piano y Charlie Haden en el bajo. El primero de ellos fue Sometimes I Feel As A Motherless Child, un tradicional negro spiritual. Recordé entonces las maravillosas versiones grabadas hace casi un siglo por Marian Anderson y Paul Robeson.

La letra es lo más simple posible.  Repite una y otra vez dos frases:

Sometimes I feel like a motherless child

A long way from home

O, en mi precaria traducción:

A veces me siento como un chico sin su mamá

Muy lejos de casa.

Para ubicar a la contralto Marian Anderson, nada mejor que la frase de Arturo Toscanini: "Una voz así se escucha una vez por siglo". Los medios técnicos de reproducción aseguran que la de esta mujer que con su célebre recital en el Lincoln Memorial de Washington inspiró a un chico de nueve años que volvería allí tres décadas después para predicar ante una muchedumbre similar que él tenía un sueño, se seguirá escuchando por los siglos que le queden de existencia a la raza humana. Se llamaba Martin Luther King.

La raza fue uno de los obstáculos que Marian Anderson debió derribar. Siendo negra bien oscura se animó con el repertorio clásico de la música universal, como se le llamaba entonces a la que producían blancos europeos, como Bach, Haendel, Brahms o Schubert. Pero le negaron la inscripción en todos los conservatorios. Sólo le permitían cantar la música de los negros, los spírituals,  y nadie lo hizo como ella. Esta es su versión grabada en 1936 de Sometimes I Feel Like A Motherless Child: 

 

 

 

Incluso no le permitieron inscribirse en el festival mozartiano de Salzburgo, y cantó en un pequeño auditorio de la ciudad, para pocos espectadores. Fue tan enorme la repercusión que un grupo de músicos de élite se conjuró para repetirlo en el salón de baile de un gran hotel. Pese a las amenazas, en 1936 y 1937 cantó en el Musikverein con la filarmónica de Viena dirigida por  Bruno Walter, poco antes de la anexión de Austria por la Alemania nazi. Cantó la Rapsodia de Brahms para contralto sobre un poema de Goethe, ante una sala colmada. De regreso a su país ante la inminencia de la guerra, se encontró con el mismo desafío cuando las damas de beneficencia autodenominadas Hijas de la Revolución Estadounidense invocaron su estatuto, que decía Whites Only, para vetar su recital en el Memorial Hall, que era la única sala de Washington capaz de albergar a la asombrosa cantidad de público que la seguía con devoción. La estupefacción creció cuando Eleanore Roosevelt, la esposa del Presidente, renunció a Las Hijas de la Revolución e invitó a Anderson a cantar en uno de los mayores monumentos nacionales, dedicado al Presidente que abolió la esclavitud. Según los registros de la época, la acompañaron varios ministros del gabinete y jueces de la Corte Suprema, ante una audiencia de 75.000 personas. Era el 9 de abril de 1939, faltaban cinco meses para que comenzara la Segunda Guerra. "En este gran auditorio bajo el cielo, todos nosotros somos libres. El genio, como la justicia, es ciego. El genio no tiene color", dijo al presentarla el ministro del Interior, Harold Ickes.

 

 

Aunque su talante no era confrontativo, a partir de 1950 se negó a cantar en auditorios que discriminaran por el color de la piel de los asistentes, y cuando ya era tratada como una santa, según la profesora de historia y literatura germánica Kira Thurman, no había acontecimiento trascendente que prescindiera de su presencia. Fue invitada a cantar en las asunciones presidenciales de Eisenhower, Kennedy y Johnson, y Jimmy Carter la homenajeó emocionado. En 1952 repitió el recital en el Lincoln Memorial, y en 1961 cantó una ópera de Verdi en el Metropolitan Opera House, un santuario que nunca antes había recibido a una artista afroamericana. Murió en 1993, a los 96 años, como un ídolo popular.

 

 

En 1952 repitió el recital en el Lincoln Memorial.

 

 

La historia de Paul Robeson no es menos impresionante. Hijo de un esclavo, fue cantante, actor, abogado, combatiente en una brigada internacional en la Guerra Civil Española y campeón de ese juego parecido al rugby que en Estados Unidos llaman fútbol, con la pelota ovalada y un blindaje del cuerpo y el rostro contra los golpes que se prodigan con generosidad. Hasta su salto a las canchas, era también un juego sólo para blancos. Como distracción, también jugaba al basket y al béisbol. Militante comunista, amigo de Einstein y de Eisenstein, Neruda lo menciona en su Canto general:

En Georgia matan a palos
cada semana a un joven negro
mientras Paul Robeson canta como la tierra
como el comienzo del mar y de la vida.

Su profunda voz de bajo resonó en la Comisión de Actividades Antinorteamericanas del Senado, que lo acuso de la absurda idea de constituir un Estado pro-soviético en el sur de Estados Unidos. Cuando un senador republicano le preguntó con sarcasmo por qué no se iba a la URSS, Robeson respondió: "Porque mi padre fue un esclavo, y mi gente murió para construir este país, y yo me voy a quedar aquí, y voy a ser tan parte de este país como usted. Y ningún fascista me obligará a irme. ¿Está claro? Apoyo la paz con la Unión Soviética, apoyo la paz con China, y no apoyo la paz ni la amistad con el fascista Franco, y no apoyo la paz con los nazis alemanes. Yo apoyo la paz con la gente decente"​.

 

 

Mientras seleccionaba las versiones de Marian Anderson y Paul Robeson, me encontré con esta de Louis Armstrong, que no conocía y que me pareció bellísima, por lo cual la sumé a los placeres de esta semana.

 

 

Reitero lo que dije el domingo en la radio: ojalá ustedes lo gocen tanto como yo, que tanta falta nos hace en estos días aciagos.

 

 

 

 

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