Decepcionante primer partido de la Argentina. Las suposiciones optimistas chocaron con una realidad a la que se podía asomar con solo observar la alineación titular dispuesta por Sampaoli. El plan de partido de Islandia salió mejor que el de la Argentina sencillamente porque lo que imaginó su entrenador era posible. Modesta y organizada, orgullosa y rústica, Islandia minó su defensa en cada metro cuadrado dejando sin respuestas creativas al juego argentino.
La Selección nunca le encontró la vuelta al partido, incluso en los momentos más favorables. El peligro siempre estuvo más vinculado a alguna maniobra individual que a acciones colectivas. La improvisación soluciona problemas, desde luego, pero cuando la improvisación es la constante, un equipo se vuelve caótico o previsible. La Argentina tuvo de las dos cosas.
Islandia, con una disciplina admirable y sin distracciones, asumió su inferioridad y cedió la pelota y el terreno. Pero en esa entrega, jamás perdió el control del juego. Le hizo creer a la Argentina que lo tenía, sin que fuera cierto. Los nórdicos optaron por no presionar la salida rival y dejaron que la pelota fuera entre los zagueros argentinos, y entre éstos y Mascherano, o Biglia y más tarde Banega...
Nadie tuvo más comodidad para jugar que los centrales albicelestes. Sin embargo, la posesión tan lejana al área rival se volvió inofensiva y ociosa. Más tarde, cuando los islandeses salían escalonadamente en las alturas intermedias del campo, la Argentina circuló la pelota con lentitud y anunciando escandalosamente la dirección de su ataque. Si la circulación de pelota en el mediocampo no es lo suficientemente veloz y precisa, los desplazamientos transversales del adversario llegan antes que el pase y ya no hay más remedio que volver a empezar, o perder el balón.
Eso le pasó a la Argentina durante toda la tarde. Fue mansamente hacia los fiordos islandeses y se enjauló allí dónde la esperaba un ejercito defensivo. Pases horizontales, escasas desmarcaciones delante de los volantes, posiciones estáticas en las bandas y falta de opciones para jugar entre el medio y la defensa rival, determinaron un equipo espeso, con cadencia veterana. Era de imaginar que eso podía suceder con Biglia y Mascherano en el eje. Muchas veces jugaron alineados, y cuando no, Biglia forzaba un adelantamiento en el campo que lo exponía a su peor versión. El ingreso de Banega no solucionó nada. Cambió una cubierta en llanta por otra desinflada.
Al equipo le sobró traslado y le faltaron pases, mientras el mejor pasador argentino, Lo Celso, miraba desde el banco. Contrasentidos de un entrenador que se ha acostumbrado a sembrar dudas donde antes había mínimas certezas. Porque Lo Celso era titular hasta hace 15 días, y era de las pocas confirmaciones que se habían logrado en la preparación. Hoy no jugó ni un minuto, y cuando vuelva al equipo, será sin la confianza ganada después del amistoso con Haití.
La Argentina tiene delanteros de equipo candidato a ganar un Mundial, defensores de nivel medio, más que aceptables para una gran competencia, y mediocampistas apenas de primera fase. No es novedad que los partidos se definen en las áreas, pero la sala de máquinas de cualquier gran equipo está en el mediocampo. Cualquiera que mire con atención un potrero, un campito donde juegan los pibes en cualquier barrio, verá que la cancha está pelada en el medio. Es que por ahí pasa la historia. Sampaoli descuidó esa zona dos veces: cuando armó la lista, y hoy.
Por delante de Biglia y Mascherano solo había jugadores mal perfilados. Messi trató de remediar esa falencias retrocediendo, gambeteando, rematando... Normalmente eso no funciona, aunque Messi lo ha desmentido decenas de veces. Pero si además, Messi tiene un mal partido como hoy, ya es demasiado. Esta Selección hace tiempo que no soporta un mal partido o la ausencia de Messi porque colectivamente aún no tiene refugios sólidos.
Pretender grandes cambios y una renovación, en este contexto, parece poco recomendable. Los grandes cambios en un equipo de fútbol es mejor hacerlos en la prosperidad. Pero resulta que en un Mundial el tiempo no sobra, y hay ajustes que hacer ya mismo.
Un entrenador, además de entrenar, organizar sesiones de trabajo, analizar videos, idear ejercicios, liderar, convocar futbolistas y un larguísimo etcétera, es alguien que imagina partidos, que trata de anticiparse a lo que puede pasar y decide una táctica, una estrategia y los futbolistas adecuados para cada rol. Para empezar, estaría bien que el técnico argentino imagine algo verosímil y no una fantasía. En ocasiones, da la impresión de que Sampaoli imagina tantas cosas que pueden pasar en un partido, que pierde de vista lo importante. Hasta que la realidad pega un martillazo. Como hoy.
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí