Como salir del pozo

La  globalización neoliberal depredadora

 

Para la militancia política de los años 60/70 hubo una consigna que devino de las más importantes: “liberación o dependencia”. También se había  desarrollado, con cierto epicentro intelectual en Brasil la denominada “Teoría de la Dependencia” .Y no había controversia hacia dentro de ese conglomerado, con posiciones tan divergentes en otros sentidos,  como fue el denominado “campo popular”,  acerca de que la Argentina, al igual que todos los países de América Latina con excepción de Cuba después de 1959,  era un país “dependiente”.  Tenía el raro privilegio de haber sido  calificada como tal por el mismísimo Lenin en su ensayo “Imperialismo fase superior del capitalismo”,  como ejemplo del nuevo tipo de estructuración de la dominación geopolítica  capitalista mundial que había venido a reemplazar el colonialismo y el neocolonialismo propios de la primera fase (o fase inferior).

¿En qué consistía efectivamente la dependencia?  pues en términos muy generales  en la dominación de los países dependientes  por parte de los países imperialistas  que se daba, no ya en una anexión o semi-anexión  político jurídica como las colonias  o neocolonias,  sino en un reconocimiento de la “soberanía nacional”  del país dependiente,  en tales  términos político jurídicos (formales),  pero manteniendo una dominación  a través de lo económico.  Y esto se daba de una manera muy particular  que era la de la instalación en el país dependiente de filiales de  industrias  o empresas de servicios, subsidiarias de las casas matrices localizadas en los países imperialistas  ( países desarrollados industrialmente como lo fueron principalmente  EEUU y los países de Europa Occidental)   filiales  que prácticamente no  reinvertían en el país dependiente el excedente de plusvalía obtenido sino que este  fluía hacia los países imperialistas  también denominados  centrales. Además  la exacción se multiplicaba con el pago de “royalties” y patentes  y con la desigualdad en los términos del intercambio ya que las materias primas de los países dependientes era compradas a un muy bajo precio comparativo con los bienes manufacturados con alta cantidad de valor agregado elaborados mayoritariamente por los países capitalistas desarrollados. Desarrollo desigual y combinado  en términos de Trotsky.

Todo esto  condenaba a los países dependientes a un “sub-desarrollo” y  sobre todo ello  hubo una elaboración teórica tan profusa y tan profunda que da cierto pudor intentar reseñarla en estas pocas líneas. Pero a los efectos de lo que aquí nos proponemos abordar  creemos que la descripción ensayada es suficiente.

Y es suficiente porque creemos que tiene que quedar en  claro  que hoy ese esquema: imperialismo –dependencia,  no existe más, al menos como dinámica hegemónica paradigmática  propia del poder de dominación del capital sobre el trabajo a nivel geopolítico mundial.

Si para Lenin  y para toda la militancia de izquierda del siglo pasado  el imperialismo era la segunda fase  del capitalismo, diferenciándose de la primera entre otras cosas por el poder de los grandes monopolios industriales de los países “centrales”, hoy, si nos mantenemos dentro del análisis dialéctico de la cuestión,  deberíamos entender que nos encontramos, a nivel global,  en  una “tercera fase” del capitalismo.

Hoy las relaciones de dependencias propias del imperialismo de la etapa anterior que duró durante casi  todo el siglo XX son formas marginales de la apropiación capitalista.  Sería imposible hoy desarrollar una teoría coherente sobre algo que se denomine dependencia en los términos en que lo hicieron, entre otros,  Enzo Faletto, Celso Furtado,  Theotonio Dos Santos y André Gunder Frank en los años 50/60 del siglo XX.

Es interesante advertir como la idea de una tercera fase capitalista se aviene  casi naturalmente con la dialéctica hegeliano marxista,  en cuanto a que el tercer momento de la dinámica del fenómeno,  esto es el de la negación de la negación, es siempre  en cierto sentido un “ricorsi” ( por tomar el término de Vico) respecto del primer momento, es decir como una tendencia hacia el retorno al primer momento pero elevándose en forma espiralada hacia algo similar pero nuevo . Ello es lo que le da vigencia a la partícula adjetivante   “neo”. Si en la primera fase del capitalismo la teoría política dominante fue la del liberalismo, ahora en la tercera fase  estamos en el “neo-liberalismo”. Si en la primera etapa del capital  este se movía paradigmáticamente en forma comercial (intercambio de bienes)  hoy se mueve paradigmáticamente en forma financiera (lo que es básicamente un comercio de dinero o activos).

Y finalmente, algo que ha puesto de manifiesto ya muy tempranamente como en 2004 el geógrafo David Harvey, si el primer capitalismo se caracterizó  por una inicial “acumulación originaria”, término sofisticado debajo del que se esconden  la rapiña, el robo y el genocidio para la apropiación directa, por vías de hecho,  de riquezas existentes en el mundo no desarrollado  (y en muchos casos ni siquiera capitalista sino feudo colonial),  hoy nos hallaríamos frente a una “neo acumulación originaria” ( con perdón por lo contradictorio de la proposición en si misma), a la que Harvey denomina acumulación por desposesión.

Esta nueva dinámica de la dominación del capital que vino a reemplazar a la “dependencia” , del siglo XX consiste en la extorsión financiera a partir del endeudamiento  de los países  ya no con una nación extranjera exclusivamente sino principalmente con grandes consorcios financieros que dominan el escenario de las finanzas globales  o con los tradicionales instituciones financieras producto de los acuerdos de Bretton Woods, tipo FMI. Devenidas en prestadoras fraudulentas y violando su propia reglamentación interna,  prestan fondos desmedidos, a tasas usurarias,  sin  tener en cuenta las circunstancias socioeconómicas del país deudor ni sus reales posibilidades de afrontar el compromiso, maniobras que llevan a cabo en complicidad con los sectores oligárquicos más reaccionarios del país endeudado que dirigen los fondos no a la inversión para el desarrollo ni a la ayuda social que dinamice el mercado interno, sino a la fuga financiera y al pago de intereses de la propia deuda.

Eso hizo el gobierno de Macri al devolvernos a los brazos  del FMI, endeudándonos por montos innecesariamente altos y a tasas imposibles de afrontar  a no ser con la entrega  en parte de pago de activos nacionales e incluso con recursos naturales.

Y es lo que hace actualmente el gobierno de Milei dispuesto a ejecutar el pago de la deuda fraudulenta precisamente con la entrega de tales activos y recursos a partir de las medidas incluidas en los proyectos de decreto y de ley enviados al Congreso Nacional. Tampoco es una coincidencia que el ministro de economía  sea alguien con estrechos contactos con los grupos financieros internacionales particularmente con el más grande de ellos, BlackRock.

Lo que estamos viviendo es la dinámica de dominación de esta tercera fase del capitalismo que  se ha denominado, como globalización financiera neoliberal,  una reiteración de la acumulación originaria colonialista y neocolonialista en esta nueva forma financierizada que intenta disimular el despojo y  la desposesión brutales a través de instrumentos financieros  que desde su concepción estuvieron diseñados  para ello.

 

¿Qué hacer?

 

La cuestión trascendental sigue girando en torno a la pregunta  ya centenaria del “¿qué hacer?”

Así como el tipo de dinámica de la dominación ha mutado desde la estrategia imperialismo-dependencia del siglo XX a la de globalización financiera neoliberal- depredación, a través de la deuda, propia de la actualidad,   las estrategias desde el mundo del trabajo contra el del capital han de variar también.

Ya no se puede tratar de una “liberación” en los términos en que se planteó principalmente  desde mediados  del siglo pasado hasta incluso principios de los años 80,  ni de proyectos alternativos con las características de aquellos que se inspiraban fundamentalmente en el “socialismo realmente existente” por entonces.

El nuevo giro dialéctico de la dinámica de la dominación mundial del trabajo por el capital ha revelado que el camino alternativo, aunque siga siendo el de un proyecto de sociedad horizontal, verdaderamente democrática,  cooperativa, solidaria,  ecológica,  humana y básicamente sin existencia de pobreza en ninguna de sus manifestaciones, no puede ser imaginado ya en aquellos términos anteriores que emulaban revoluciones socio-políticas país por país que, aunque con distintas características,  respondieran todas a un mismo patrón estructural y se fueran sumando  en una suerte de dominó global hasta “cambiar el mundo”.

Hoy el mundo es una interconexión insoslayable en forma de una red económica y productiva que impide pensar siquiera en un proyecto totalmente autónomo de transformación social verdaderamente revolucionaria  en un país  en aislamiento de los otros. Hoy la palabra integración, ya  sea regional (como con Brasil y el resto de Latinoamérica) o  en un concierto de naciones (como los BRICS) es condición indispensable para la viabilidad de cualquier proyecto nacional. No es casual tampoco que Milei nos haya impedido entrar a los BRICS , haya tratado a Lula en forma displicente y descalificatoria y  esté haciendo equilibrio y malquistando la relación con China ( a pesar de ser ésta indispensable para cualquier tipo de desarrollo nacional) que es una nación líder en cuanto al impuso de los integramientos internacionales y el intercambio sin discriminaciones teniendo como horizonte  “una comunidad de naciones de destino compartido “ (Xi Jinping dixit).

El proyecto alternativo de país que se debe plantear habrá de ser parte siempre de un proyecto regional e internacional mayor.  Además, no puede quedarse en un planteo esquemático en cuanto a la matriz de la estructura económico política con las limitaciones con que esto se hacía frente al imperialismo en el siglo pasado, enfoque del que no logran salir, por ejemplo, los partidos y agrupaciones de izquierda trotskistas, en términos generales. No. Debe  tratarse de una propuesta dinámico estructural  de la economía nacional  que sepa articular las ventajas momentáneas del funcionamiento del mercado y la iniciativa privada con la fuerte presencia del Estado  y con otras formas intermedias e hibridas  de propuestas productivas y redistributivas.

Un proyecto  en el que tengan cabida lo esencial de las fuerzas populares del pasado pero que excluya a todo lo que sea representativo o colaborativo o funcional con los intereses del capital financiero internacional  en su versión depredadora y coercitiva.

Solo un proyecto alternativo de tal naturaleza que aglutine a la gran mayoría de las fuerzas sociales y políticas del país y tenga como faro la integración regional e internacional puede transformarse en el instrumento que nos permita salir del pozo  perverso y destructivo  en el que nos sumió el gobierno macrista, del que no supo o no pudo salir el gobierno pasado  y en el que nos quiere enterrar más aún el supuesto libertarianismo que prometió luchar contra “la casta” y lo que está haciendo es  reforzar el poder del sector más poderoso  de la casta contra todo el pueblo argentino.

 

 

 

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