Como el puño cuando se abre la mano
Realidad y ficción se diluyen para hacer una tercera entidad en la más reciente obra de Juan Sasturain
Luego de las memorables setecientas páginas de El último Hammett (2018) y por encima de ciertos rezongos contra sí mismo, parecía improbable que Juan Sasturain (González Chávez, Buenos Aires, 1945), absorbido y dedicado a la conducción de la Biblioteca Nacional en pandemia, volviera sobre el personaje fundador del policial negro. Sin embargo, lo logró. No tanto respecto a la figura del querido Dash, sino en una incursión por sus suburbios: ese barrio literario que el padre del viejo Etchenique de Manual de Perdedores (1985) —y tantos otros— en distintas dimensiones supo transitar junto al progenitor del tierno Sam Spade de El halcón maltés (1930).
En esta oportunidad, el improbable portal galáctico donde se formula tamaña conjunción es donde anida, precisamente, lo improbable. Más específicamente Pirse, el improbable, que es como Sasturain titula su más reciente novela, que abrocha con metal precioso el ciclo que imbrica a ambos autores. Acaso, ojalá, sin clausurarlo. Pues la vida de Roberto Gabino Pirse (Rosario, 1934) —alias Bobo, rioplatense bastardización de Bobby—, alcanza para convertirse en protagonista sólo por decirse hijo de un personaje raro, descolgado y sin mucha explicación dentro de un capítulo de El halcón maltés que, a su vez, se reversiona en El último Hammett. Revoltijo pletórico de detalles, guiños, señales, signos, tal vez simbolitos, el menor de los cuales no es que su padre se llame Charles Pierce (sic), homónimo del lógico matemático fundador de la semiótica y la estadística moderna en las postrimerías del sigo XIX. Coincidencia mayor cuando Sasturain suma a su condición de autor la de personaje de sí mismo y al rosarino como captor o depositario (vaya a saber) durante tres décadas de los manuscritos originales, justamente, de El último Hammett. Reversión dignamente firuleteada del dispositivo de escritura, cuando el tipo de carne y hueso —el autor— se hace personaje (anti-autorreferente, si este vocablo existiere) y el de ficción toma cuerpo.
Cuestión de cruces y entrelazamientos, propios y recíprocos, que el cicerone del memorable ciclo televisivo Ver para leer desenvuelve como quien arroja una serpentina desde el balcón durante casi cien páginas y una yapa de otras veinticinco con otras tres historias. Contemporáneas en su escritura a la novela perdida y encontrada, estas últimas —incluido, como es usual en el autor, un cuento oriental que hace las veces de llave maestra—, pueden leerse en forma independiente tanto como referencias contextuales, work-in-progress, embrionarias, como sea, huevos de serpiente o conjuntos abarcativos de algo mayor. Como sea, en el relato de, ante, por, a propósito de Pirse, el improbable cunde una prosa que opera al modo de esas películas de Federico Fellini que marean al espectador en un oleaje y de inmediato le muestran que la mar es de plástico, para retornar a la cubierta del buque a fin de que la historia prosiga. En la novela de Sasturain la cuarta pared se hace plausible para la literatura, frunciendo la líquida —otra vez improbable— frontera entre la realidad y la ficción, la crónica y el relato, poco importa ya. Dilución que emparenta lo menos que probable con la incertidumbre en un temblor compartido.
Lector que escribe, según su mismísima, propia caracterización, Sasturain confiesa ingresar en el artificio de lo sesgado al que antes de los ‘80 del siglo pasado obligaba la política represiva de la dictadura. Adopta el dispositivo ya probado, el que la historia “de la buena y de la peor literatura está saturada”, justamente de “relatos que comienzan con el hallazgo o incluyen la búsqueda de un escrito original más o menos enigmático”. Como quien no se entera de lo que está haciendo, o escribiendo, con sedoso ademán se desliza en el tiempo y en el espacio, amurándose a distintos puertos de escalas hasta arribar a su personaje. Ese que se quedará con el manuscrito original del autor y partirá hacia California en pos de hacer concreción de su propio mito creacionista y atisbar el misterio del autor, pero de sus días.
Así zarpa “la increíble historia de Roberto Bobo Pirse, el improbable, el copartícipe necesario, el fantástico hijo de un personaje de novela. Nada menos que eso”, una figura construida de a retazos, la “sumatoria de datos, referencias poco orgánicas y anécdotas sueltas” que “se obstinó en ser poco más que un fantasma”. Imaginativo, asistemático, fullero, “un tipo raro que mentaba un pasado literalmente fabuloso desde un presente casi marginal, entre pintoresco y patético. O dicho de otro modo: un mitómano reconocido pero, a la vez —para los ajenos o recién llegados a su lábil entorno— un personaje por descubrir del que se sospechaba, en tiempos justificadamente paranoicos, un costado oscuro y ominoso”.
No es preciso ocultar que el manuscrito de El último Hammett luego de treinta años haya vuelto a las manos de su creador: allí está lo publicado. Dentro de una carpeta amarilla sostenida por desgastados elásticos se mantuvo incólume aquel texto todo ese tiempo para que a su depositario, el improbable Pirse, y a su autor, el autor, le sacudieran en diversas y respectivas proporciones desproporcionadas, la realidad y la ficción, entremezclándose en una confusión que desaparece “como el puño cuando se abre la mano”. Hoy las convoca esa prosa que Juan Sasturain cultiva y dona, dotada de los sabores gourmet de un bodegón en que cada comensal pide otro plato generoso, nunca porque se queda con hambre, sino porque quiere más para saciar esa deliciosa gula que se presta a ser devorada con los ojos.
FICHA TÉCNICA
Pirse, el improbable
Juan Sasturain
Buenos Aires, 2021
126 páginas
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