¿Cómo defender la democracia venezolana?

Lo que está en juego en Venezuela es la democracia y la autodeterminación de su pueblo

 

La respuesta debería ser una obviedad. Todos y todas estamos a favor de la democracia. Siempre. Sin embargo, muchas atrocidades se han justificado en nombre de ella.

En 1966, en plena Guerra Fría, se firmó el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos que determina en su artículo 1 el derecho a la libre autodeterminación de los pueblos. ¿Cuántas veces hemos visto actuar en contra de este principio político básico, en nombre de la paz o de los derechos humanos?

Hoy asistimos a la violación de este derecho del pueblo venezolano. Se puede y es válido discutir los alcances de la Revolución Bolivariana, sus éxitos y sus deudas. Algunos/as tendremos una mirada que nos acerca más al proceso abierto por Chávez en función de la ampliación de derechos, la recuperación de soberanía con la nacionalización de industrias estratégicas, las millones de casas que pudo adquirir el pueblo pobre y muchos ejemplos más. Pero no desconocemos las dificultades que están atravesando actualmente y confiamos en que el mismo pueblo hermano pueda salir adelante y profundizar las conquistas alcanzadas en un marco de paz interna. Sin embargo vemos con claridad que en Venezuela se está gestando un Golpe de Estado impulsado por Estados Unidos con la ayuda de actores políticos que forman parte de una oposición — que ha dado decenas de muestras, durante los últimos años, de ausencia absoluta de vocación democrática e incentivaron movilizaciones violentas y guarimbas.

Quizás debamos preguntarnos, antes de contestar si debemos defender la democracia en Venezuela: ¿qué es la democracia?

Me veo en la obligación de preguntar esto, porque si la soberanía del pueblo se consolida en las elecciones y en las calles, cómo es posible que no se reconozca que desde 1999 –cuando asumió Chavez— hasta la fecha, en el territorio bolivariano se hayan disputado 25 elecciones, de las cuales solo en dos resultaron ganadoras las fuerzas opositoras. En ambas situaciones esas derrotas se reconocieron. Obviamente, en 23 casos los/as venezolanos/as eligieron consolidar el camino emprendido por quien fuera su líder.

Las últimas elecciones que proclamaron Presidente a Maduro son recientes. Ese proceso fue sometido a un fuerte escrutinio de observadores internacionales. Como si ello no alcanzara, actualmente entre 37 y 41% de los ciudadanos de Venezuela se autodefinen chavistas, según los números de la encuestadora Hinterlaces que difundió Marcos Teruggi.

Sin embargo Juan Guaidó no fue elegido presidente por ningún venezolano/a, pero él se autoproclamó en ese cargo. De hecho ocupó la presidencia de la Asamblea Nacional en razón de la rotación de partidos, no por tener una amplia representatividad.

La democracia se hace añicos y en su nombre se postula al hombre que por Twitter respalda Donald Trump.

No sorprende la intromisión de Estados Unidos, que cuenta con una larga trayectoria impulsando golpes de Estado. En los '70, apoyando las dictaduras cívico-militares en nuestro continente, atentados e invasiones. Y en las últimas décadas, haciendo de Medio Oriente un polvorín que generó crisis humanitarias como la de Siria. ¿Alguien puede pensar que Trump pretende defender la democracia? Estamos hablando de un Presidente que ha dado sobradas muestras de ignorancia en política exterior y que fue electo en el marco de un discurso de odio, xenofobia, misoginia  y racismo.

Por otro lado, el golpe cuenta con el apoyo del autodenominado Grupo Lima, que cuenta en sus filas con países con serios problemas a la hora de pensar en democracias plenas. Colombia atravesó durante toda la década del '90 la denominada guerra contra el narcotráfico impulsada por EE.UU., que costó la vida de decenas de miles de colombianos/as y, desde que se iniciaron los diálogos de paz con las FARC y el ELN asesinó o desapareció a más de 600 dirigentes. En Brasil un golpe institucional destituyó a Dilma y encarceló al principal dirigente de la oposición, proscribiéndolo. La consecuencia fue la victoria electoral de Bolsonaro, un militar retirado que también impulsó un discurso de odio, reivindicativo del Terrorismo de Estado, que llevó, entre otras cuestiones, a la persecución de dirigentes opositores y al asesinato de Marielle Franco.

La democracia en nuestro país es de más baja intensidad con cada día que pasa. Además de la acelerada pérdida de derechos y ante una grave situación económica que empeoró la calidad de vida de casi todos/as los/as argentinos/as, Mauricio Macri radicalizó su postura en torno a la seguridad, legitimando el uso de la fuerza letal por parte de las fuerzas policiales, reivindicando los abusos y los requerimientos de la utilización de las fuerzas armadas en la vida cotidiana de todos/as. Los homicidios de Santiago Maldonado, de Rafael Nahuel, de Facundo Ferreyra y de muchos otros/as se inscriben en la lógica del encarcelamiento a políticos/as opositores/as, comenzando por Milagro Sala a principios del 2016.

En pos de alinearse con las derechas de la región y de colocarse en la lista de gobiernos obsecuentes del temerario norte, el gobierno macrista se convierte en el primero de nuestra historia en asumir una actitud intervencionista, desconociendo una tradición que se respalda en nuestra Constitucional Nacional y en los Pactos Internacionales de Derechos Humanos.

En definitiva, lo que está en juego es la democracia en Venezuela y la autodeterminación de su pueblo.

 

 

 

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