A la salida del cine una señora se acerca a la directora de la película para contarle que ella tiene cáncer, y que va a preguntarle a su médico si eso puede estar relacionado con algo de lo que cuenta el documental. Otra mujer, medio encendida de furia pero forzando modales, escupe que todo lo que narra El encanto de la mosca es mentira. Una tercera dice que ella misma es apellido Madanes, como el dueño de la fábrica, y agrega que el primer Madanes, el padre del hombre que la fundó, estaba metido en el comercio de mujeres, que las traía desde el Este. Será que esta columna se constela y que todo tiene que ver con todo. La semana pasada hablábamos de trata, y hoy en un tema que pareciera tan distinto emerge algo con olor a lo mismo. Es que en definitiva es el capitalismo. El consumo de todo. La voracidad. Aluar, la planta que produce aluminio en Puerto Madryn, lleva casi 50 años generando daño ambiental en la impunidad de la Patagonia; y el documental de Lucía Levis Bilsky co-dirigido con Octavio Comba, por momentos solemne y por momentos descarado, viene a echar luz sobre las consecuencias.
Es martes, son las 8 de la noche, el film dejó ese halo que deja una película al terminar, y es imposible no pensar en la represión del día anterior a quienes se acercaron al INCAA para exigir que funcione. Que los proyectos se lean. Que los financiamientos se otorguen. Que las salas puedan programar. Y es que un país sin cine propio está condenado a vivir de los noticieros y las plataformas. Las pantallas grandes y locales habilitan estas posibilidades: los temas abordados a fondo, las discusiones, la visibilización. Ni que hablar de que no se puede vivir sin ficción (gracias, María Valenzuela).
Aluar se creó en Puerto Madryn en 1974, su origen es una combinación del mundo privado/estatal. Durante la dictadura de Onganía se había creado el plan para la producción de aluminio y la concesión llegó bajo otro gobierno de facto, el de Agustín Lanusse. El empresario que se hizo cargo fue Manuel Madanes, con importantes acciones también en la productora de neumáticos Fate. En esos años el pueblo costero contaba con una población de alrededor de 6.000 personas. Los entrevistados del film rememoran una histórica fiesta que se llevó a cabo para celebrar la presencia de la planta en el lugar. Cuentan que hubo 3.000 litros de vino. Decía José Pablo Feinmann que en las primeras elecciones del peronismo, los patrones regalaban mucho vino a los peones la noche anterior a los comicios. No era para festejar la democracia. Era para que la resaca les impidiera llegar a votar. ¿Qué trama una empresa que necesita embriagar a su población para ser bien recibida?
Donde la vida es una odisea
Los testimonios de leucemias terminales se combinan en este relato audiovisual con la historia de un médico que fue echado de la empresa por intentar hacer su trabajo y con la voz de un vecino ingeniero que se pasó la vida denunciando el desastre. Hay que decir que el viento permanente, el sonido de las turbinas de la empresa, una escena hilarante de la gente bailando zumba en la playa, retratan de forma espectacular la idiosincrasia de un pueblo que aparentemente ha tenido que elegir entre comer o morir. Aunque claro, estos dilemas son siempre falaces. Quienes plantean que necesitan de los trabajos en Aluar para comer tienen razón. Quienes esgrimen que con la planta van a morir, también. En realidad, morir de hambre o morir de cáncer es igual de terrible. Quizá —a 50 años de su funcionamiento— haya llegado la hora de que los controles estatales sean reales, y de que los patrones inviertan lo que haya que invertir para que su negocio no destruya la población, ni la fauna marina, ni el futuro.
El encanto de la mosca sugiere que la mayor parte de la población madrynense sabe sobre los perjuicios de la empresa, pero que elige sostener cierto silencio por temor, o quizá por costumbre. Sin embargo, hay dos pasajes musicales que dan cuenta acerca de cómo el clamor sobre la toxicidad intenta abrirse camino a través de la cultura popular. Una escena retrata el ensayo de una murga que canta sobre las contradicciones en torno al gigante de aluminio, y otra muestra a dos chicos rapeando y haciendo beat box. Los versos de estos últimos afirman que “en estos lados la vida es una odisea” y que aunque estén desempleados no se venden para trabajar en Aluar.
Es que trabajar en Aluar implica riesgos. El médico que fue despedido de la planta relata cómo ciertos trabajadores que estaban en contacto con el sector de la brea, llegaban a sus casas y sin información al respecto lavaban su ropa junto a la de su familia, atentando incluso contra la fertilidad de los integrantes de la misma. No sólo puede ser difícil imaginar los niveles de daño ambiental y social, sino también las dimensiones de esta planta, que tienen una proporción directa. La comparación que ayuda en este sentido es que la empresa necesita para funcionar durante un año una cantidad de electricidad similar a la que utiliza una ciudad con un millón y medio de pobladores, durante el mismo período de tiempo. Aluar es gigante, la única en Argentina y una de las mayores en Sudamérica.
Cuestión de fe(s)
Pero ni ese tamaño ha posibilitado que desde Buenos Aires se tome nota de la situación y cartas en el asunto. El cine Gaumont, kilómetro 0 de los espacios INCAA, dista 1.297 km. de su homónimo en la ciudad de las ballenas. Los kilómetros que ni las denuncias ni los diagnósticos pudieron acortar parecen estrecharse cuando los píxeles de la pantalla muestran el mar, las casas, los colectivos, lo cotidiano.
Buena parte de las escenas de la película fueron grabadas en tiempos de Semana Santa, no sabemos de qué año, pero evidentemente se trata de un registro pre-pandemia porque no se ve ni un solo barbijo. Momentos de niños con roscas y huevos de Pascua dejan clara la referencia temporal. Hay en este sentido dos escenas (y esto no es un spoiler) emblemáticas: una muestra una peregrinación que combinada con las denuncias del film transmite una sensación de rebaño bastante evidente. La otra, inesperada, da cuenta de un vía crucis submarino. A saber: una serie de buzos realizan una inmersión en el mar, y una de las personas que se sumerge está vestida de virgen María. Sí, la virgen María con todo y patas de rana, reza ante una cámara subacuática mientras los fieles se persignan en el muelle. Llamativo. Sobre todo por la cuestión de la fe que queda de manifiesto, aunque no se sabe en qué dirección va: si fe en que no hace falta hacer demasiado porque algún ente superior resolverá los males del aluminio, o fe en una humanidad que puede modificar sus circunstancias. Tal vez no sea necesaria la binariedad. Tal vez sean las dos cosas. Eso ya queda a criterio de quien lee.
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