Colonia que irrita y marea

La transformación burguesa inconclusa será realizada por el movimiento nacional o no será

 

Mientras economistas de distintas tendencias analizan la coyuntura, discuten aspectos técnicos de la política económica y ofrecen argumentos en oposición y a favor con datos tan repetidos como esa misma política que aplicaron Videla-Martínez de Hoz, Menem-Cavallo, De la Rúa-Cavallo y Macri-Dujovne, el ministro Luis Caputo dio en el clavo y se refirió a la cuestión de carácter estructural: explicitó sin ambages que el norte del gobierno es alcanzar una organización social como la de Perú. Para quien no quiera escuchar toda la entrevista –se perdería el cinismo, la dicción y el amplio vocabulario del Toto–, transcribo textualmente lo que dijo a partir del minuto 29: “Empezamos a parecernos a un país normal […], por ejemplo Perú: en Perú cambian de Presidente, no digo cada cinco minutos pero cada año y no afecta la macro. O sea, hay ruidos políticos en muchos otros países… nosotros empezamos a parecernos a eso”.

 

 

Días después de tan esclarecedoras declaraciones, la Cámara de Diputados dio un paso más en busca de este parecido con Perú, cuando aseguró la vigencia del DNU con el que el Presidente Javier Milei se auto-autorizó a incrementar la deuda con el FMI, no obstante la oposición del bloque de UxP, que sufrió pocas defecciones pero suficientes para que la claudicación de la Cámara se consumara.

No debe sorprender la concepción de Caputo, para quien el derrocamiento de un Presidente elegido por el pueblo es un “ruido político”: omite el detalle de que Perú no es un “país normal”, es un país donde lo normal es que el poder económico desconozca la soberanía/voluntad popular y la soberanía nacional –que es lo que mejor le sale al Presidente, quien pretende argentinizar a los kelpers con amor–, algo que para este genuino representante de una de las más poderosas oligarquías actuales no es un vicio de lesa democracia sino una de sus virtudes. (Digresión: entiendo por oligarquías actuales a los sectores financiero, agropecuario, minero, energético y comercial integrados por capitales extranjeros y locales, encuadrados en el proceso de división mundial del trabajo, cuyas formas han determinado hasta hoy el monopolio tecno-industrial de las metrópolis.)

No se trata de condenar un supuesto desorden de la expansión capitalista, sino el carácter retardatario que asumió su penetración en la Argentina, generando y manteniendo una fuerte asimetría –resultante justamente de la falta de expansión– provocada por la dependencia que hace más de 150 años nos puso en el lugar de semicolonia privilegiada: fuente de ilusiones para los desprevenidos, de penurias para la mayoría y pingües negocios para poderosas minorías. El viejo optimismo agropecuario sobrevive como prestigio intangible de los tabúes del pensamiento cipayo, vigente en buena parte de las capas medias que suponen que el libre cambio no sólo les permitirá comprar dólares sino también recuperar holgura y estatus. Milei pone estas fantasías, que remiten a una nostálgica edad dorada, al servicio de los intereses de sus jefes y de su ideología, y las usa como astuta resistencia a todo replanteo de la realidad nacional.

Convertida en constante histórica, la permanencia del conjunto de políticas e ideologías liberales se comprueba en los hechos: en el enfrentamiento con el movimiento nacional convergen sistemáticamente en un frente único –formalmente constituido o no– las fuerzas devotas de la libertad. La pseudo oposición radical aliada al macrismo y al mileismo da testimonio, como en su momento la Unión Democrática y en 2008 el enfrentamiento de las patronales del campo contra el gobierno popular: no son hechos coyunturales, habría que pensar una categoría que exprese la reiteración de este fenómeno en cada encrucijada crítica.

 

Festejo en la Sociedad Rural tras el voto “no positivo” del radical Julio Cobos en 2008.

 

 

Un país en serio

Néstor Kirchner proponía “un país en serio”. Entre otras cosas se refería a un país en el que rigiera un capitalismo en serio que –aunque asomó en breves períodos de la historia–no ha podido establecerse en la semicolonia argentina. El capitalismo argentino difiere del peruano, pero en un aspecto esencial coinciden: ambos son dependientes de los capitalismos avanzados; la diferencia está en que esa situación se ha consolidado en Perú pero no en la Argentina, cuyos movimientos de liberación nacional, popular y democráticos han disputado el poder a las oligarquías autóctonas e imperiales de turno con mejores resultados que en el país hermano.

Las formas concretas de la dependencia se definen a partir de las relaciones sociales internas preexistentes. En nuestro país, los sectores dominantes mencionados constituyen una clase capitalista, algunos con función industrial, pero –en lo central– no burguesa en la medida en que su ingreso básico no proviene de un proceso de valorización productiva del capital, sino de una especie de monopolio rentístico sobre distintos recursos. Así, mientras las crisis capitalistas clásicas incluyen en cierta manera el mecanismo de su propia superación al restablecer la tasa de ganancia a través del desempleo, la liquidación de saldos y promoviendo concentración y desarrollos tecnológicos, la índole de la crisis argentina es tal que se convierte en crónica y progresiva.

Lo dicho hasta aquí nos lleva a la causa determinante de esta dinámica: la naturaleza de la contradicción fundamental que enfrentan la región y el país, que es una contradicción nacional con el bloque oligárquico-imperialista. Es por eso que la tarea estratégica central es la construcción de un capitalismo con altos niveles de autonomía de las metrópolis, de las viejas y de las nuevas. En otras palabras, las tareas impulsoras de la transformación argentina deben tener un contenido democrático-burgués, a pesar de la generalización de las relaciones sociales capitalistas en el país, algo que muchos marxistas argentinos no entendieron en el pasado. No leyeron bien el proceso histórico ni los escenarios políticos en los que actuaban y no comprendieron que la transformación burguesa inconclusa –la superación definitiva de la condición de semicolonia– será realizada por el movimiento nacional, conducido con discontinuidades desde hace 80 años por el peronismo, o no será; en cuyo caso se estabilizará una oligarquización a la peruana, como anhela Luis Caputo.

 

Nada nuevo

Las partes enfrentadas en esa contradicción fundamental tienen por instrumento central al Estado; tanto es así que la lucha por la construcción y control de un determinado tipo de Estado atraviesa sin discontinuidades la historia argentina: cuando prevalece el movimiento nacional, brega por reconstruir el Estado nacional democrático; cuando domina la oligarquía, trabaja afanosamente para reconstruir el Estado oligárquico autoritario. Por lo tanto, si aprendimos que para Milei la “casta” está integrada por vastos segmentos sociales que discrepan con sus ideas e intereses, debemos entender que cuando el Presidente se presenta como “el topo que va a destruir el Estado desde adentro” está diciendo que va a destruir el Estado nacional democrático, mientras construye el Estado oligárquico autoritario con una envidiable eficacia.

La oligarquía histórica tuvo un éxito rotundo como clase dominante en la construcción de su propio aparato político, burocrático y cultural, presentándolo como expresión del país en general e influyendo en alto grado sobre el conjunto de las clases subalternas: el sistema jurídico de 1853, que otorga libertades políticas a cambio del respeto por la organización que permite el mantenimiento de desigualdades sociales, es la primera línea de defensa del gran capital; cuando esa línea fue rebasada se puso en marcha la segunda trinchera que fue el fraude, y después la tercera que fue y es la proscripción, porque el tiro del final “no salió”: los que le temen a la potencia electoral –y no sólo– de Cristina y afirman que “busca una candidatura porque tiene miedo de ir presa”, no pueden conjurar su propio miedo, a pesar del último anticipo / amenaza de sentencia que hizo público Héctor Magnetto por boca del juez Ricardo Lorenzetti, en vísperas de la sesión en la que el Senado detuvo a dos intrusos que estaban entrando a la Corte por la ventana.

No es un prodigio, una clase dominante no abandona sus privilegios ni siquiera por respeto a sus declarados principios políticos: “Constitución Nacional”, “libertad” y “democracia” son palabras vaciadas que figurarán cuantas veces sean necesarias en decretos y sentencias judiciales que le pegan zarpazos a las libertades civiles y políticas de las y los argentinos. Por eso es peligroso el idealismo institucionalista de quienes agotan todo análisis en la defensa de la Constitución como idea platónica y desencarnada, cuando en la arena política el poder desconoce las regulaciones institucionales para quienes ponen en peligro sus prerrogativas.

Los últimos episodios de esta serie son la violación de la normativa vigente para la designación de jueces de la Corte y el re-re endeudamiento que festeja la dupla Milei-Caputo, en una actitud familiar para los aficionados al boxeo: cuando uno de los contendientes sonríe mirando al ring side es porque ha recibido un duro golpe que lo hace tambalear; el tambaleo del Ministro y su tipo de cambio amenazan con convertirse de corrida cambiaria en corrida bancaria.

 

Todos los desdoblamientos, el desdoblamiento

El proyecto de los sectores oligárquicos ha sido y es invariablemente antinacional: no pueden modificarlo sin condenarse, y han mantenido a través del tiempo algunas estrategias; por ejemplo, la fragmentación político-social y territorial, primero de la región y después del país: una versión del “divide y reinarás” practicada cada vez que controlan el Estado. Lo hacen estimulando los intereses locales siempre listos para activarse: atacan a los partidos de raigambre popular con presencia en todo el territorio, exacerban distintas rivalidades, cooptan dirigentes y debilitan liderazgos nacionales. Así destruyeron al radicalismo y hace años que vienen intentándolo con el peronismo. La estrategia abarca a organizaciones sociales como los sindicatos, el movimiento estudiantil y el de derechos humanos, etc.: tienen claro que su enemigo permanente es el movimiento nacional.

Este momento de la crisis no implica sólo una crisis del gobierno: como toda agudización –pensemos en 2001, para no ir más lejos–, abarca a toda la capa superior del sistema político, que incluye a los partidos y a la jerarquía del Poder Judicial, con proyección a las provincias: es lógica la preocupación de cualquiera que mantenga un compromiso con los intereses populares por la situación del peronismo y la recuperación de su carácter nacional. La próxima batalla electoral necesita un peronismo unido que integre a todas y todos los que tienen claro qué es lo que se juega y quién es el enemigo; el planteo estratégico no admite jugadas tácticas que contribuyan a la fragmentación, como los desdoblamientos electorales que vienen ensayando provincias en las que se contempla el panorama por el ojo de la cerradura, y/o bajo presión de intendentes para quienes los problemas de la nación pueden resolverse a partir de soluciones vecinales; zaga en la que debe incluirse la boleta única de papel (BUP), como explicamos aquí.

El desdoblamiento de las elecciones en la Provincia de Buenos Aires, que sus impulsores pretenden fundar en argumentos técnicos como la dificultad para organizar el proceso electoral, sería –como toda decisión electoral– de naturaleza política: responde –entre otras razones– al proyecto de poder de Axel. Si estamos hablando de la provincia más grande en la que –además– prevalece el peronismo y tiene presencia decisiva la dirigente política más importante del peronismo y del país, que se opone a esa decisión, es evidente que estamos ante una disputa por el poder; salvo para alguna patrulla perdida de compañeros que aseguran que “Axel no cuestiona el liderazgo de Cristina”. Se sabe que en ninguna disputa por el poder hay ingenuos, que suele haber razones válidas de las distintas partes pero que no todas tienen la misma solidez, que la relación política entre el gobernador y la ex Presidenta está gravemente dañada, y que todos perderíamos si se rompe.

A quienes cuestionan la “arbitrariedad de CFK” y el uso del “dedo”, porque se necesita una “renovación”, y a los que se persiguen con el fantasma de la experiencia 2019-2023, conviene refrescarles la memoria: Cristina ha dado pasos al costado cada vez que fue necesario para evitar fracturas del peronismo, y lo hizo en favor de personajes que no sólo tenían con ella diferencias ideológicas insalvables –que no tiene con Axel– sino que también habían cuestionado su liderazgo, sin cuyo apoyo no hubiesen sido candidatos y menos uno de ellos Presidente, quien –dicho sea de paso– no fracasó por Cristina sino a pesar de Cristina, porque nunca la escuchó.

La decisión de desdoblar la elección bonaerense tendría consecuencias políticas negativas para el conjunto del movimiento nacional y popular: generaría una pérdida determinante de la fuerza del peronismo en esta instancia y el alto riesgo de perder las elecciones; situación que reduciría las chances de volver a la Casa Rosada en 2027 y pondría en cuestión la legitimidad de las aspiraciones axelianas.

 

 

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