Colaboradores de la periferia

Nacionalismo insustancial y concesiones en torno a Malvinas

 

Destacados estudiosos del imperialismo se han enfocado, a partir de la segunda mitad del siglo XX, en un asunto relativamente inexplorado: el rol de las élites colaboradoras de la periferia. Este tema permaneció durante mucho tiempo fuera del radar, dado que el foco de los especialistas estuvo puesto en los estudios clásicos sobre el colonialismo y la anexión territorial de las periferias. Puesto en los términos de la literatura especializada, las corrientes dominantes se concentraron en el imperialismo formal, es decir en aquellas relaciones entre centro y periferia en que –según Michael W. Doyle– la sustancia del imperio coincide con las formas tradicionales del imperio.

Los británicos John Gallagher y Roland Robinson (The Imperialism of Free Trade, 1953) hicieron un aporte sustancial al poner en discusión aquellas relaciones de dominación y control entre centro y periferia que no respondían al modelo imperante de anexionismo territorial. O, para ponerlo más gráficamente, que no eran “zonas pintadas de rojo en el mapa”, según la clásica expresión de Cecil Rhodes. En definitiva, la pregunta giraba en torno a cómo caracterizar aquellas relaciones de control informal, en donde no estaban presentes las tradicionales formas de transferencia legal de la soberanía, pero sí la esencia de la dominación imperial. Gallagher y Robinson, a contramano de las corrientes dominantes de la historiografía que hablaban de una etapa anti-imperial para referirse a la era victoriana, emplearon el término imperialismo de libre comercio [1], una de las variantes del imperialismo informal [2].

Según los autores, Gran Bretaña había desplegado a partir de 1840 una nueva estrategia que consistía en usar sus medios militares y económicos para abrir mercados en los que desembarcarían el capital y la cultura británicos, sin la necesidad de anexar dichas geografías. En sitios tan disímiles como Egipto, China o la Argentina, Londres estableció –según los autores– un imperio informal en el sentido que expandió su dominación político-comercial, sin hacer de esas naciones dominios territoriales. En el caso de la relación anglo-argentina, nuestro país fue caracterizado como el sexto dominio o colonia honorífera del imperio británico.

Al margen de esta discusión académica, conviene detenerse en el aspecto que nos resulta útil para el artículo: el rol de las élites (políticas, económicas, militares, académicas) que conforman lo que Gallagher y Robinson denominaron las estructuras de colaboración periférica. Nos referimos a sectores dirigenciales o intelectuales del país periférico plenamente consustanciados con el proyecto imperial. Ya sea que expresen una suerte de falsa conciencia –en los términos de la sociología marxista– o de etnocentrismo invertido, se trata de grupos que experimentan una subordinación que los convierte en un engranaje clave de las relaciones de dominación entre centro y periferia.

Lejos de tratarse de una descripción de las corrientes críticas de relaciones internacionales –marxistas o poscoloniales–, existen referencias a esta cuestión en las miradas tradicionales de la disciplina. Por ejemplo, el liberal Doyle –autor del fenomenal Empires (1986)– nos habla de periferias imperializables, es decir territorios en los que se despliegan con toda su potencialidad las estructuras de colaboración periférica. Por su parte, el padre del realismo político, Hans Morgenthau, afirmaba –al clasificar los métodos del imperialismo– que el “imperialismo cultural es la más sutil y (…) la más exitosa de las políticas imperialistas”. En Política entre las Naciones (1948), el académico germano-norteamericano señalaba que, de tener éxito, la variante cultural del imperialismo –diferenciable de las estrategias puramente económicas o militares– implicaría el reemplazo de una cultura por otra, es decir el control de las mentes de la sociedad periférica.

Finalmente, una mención al aporte poscolonial de Edward W. Said, quien al referir al imperialismo británico afirmaba que “consistía no sólo en un aparato militar, sino también en una red intelectual, etnográfica, moral, estética y pedagógica que servía tanto para persuadir a los colonizadores de su función (…) como para intentar asegurar la aquiescencia y el servicio de los colonizados”.

Desde luego que para hablar de una relación imperial no basta con la existencia de una estructura de colaboración periférica a nivel de las élites. Doyle señala que el imperio supone “una relación, formal o informal, en la que un Estado controla la soberanía efectiva de otro, pudiendo lograrlo por la fuerza, la colaboración y los medios económicos, sociales o culturales”. En consecuencia, el control imperial requiere no sólo élites periféricas subordinadas al centro sino también una profunda internalización de la subordinación por parte de la sociedad periférica.

La Argentina de Milei resulta un ejemplo paradigmático de una administración en la que las élites dirigenciales se hallan profundamente consustanciadas con las necesidades de diversos centros del poder mundial (Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel). En el campo de la política exterior y de defensa, las últimas semanas han sido representativas de lo que hemos denominado una política de occidentalización dogmática y desnacionalización estratégica. A ello nos referiremos a continuación, con el foco puesto en la cuestión Malvinas y en los académico-funcionarios colaboradores de la periferia.

 

Retrocesos en la cuestión Malvinas

 

La criatura, eufórica, sobre un tanque de guerra junto a Victoria Villarruel.

 

La opinión pública, como advirtió Rosendo Fraga, se sumergió más en el debate por el desfile militar del 9 de julio que en las consecuencias del denominado Pacto de Mayo –suscripto en julio– por los hermanos Milei, 17 gobernadores y el jefe de gobierno porteño. Ahora bien, además de la alianza entre la mirada libertaria del Presidente y el conservadurismo-autoritario de la Vicepresidenta, la imagen de Milei y Villarruel subidos a un TAM 2C-A2 (Tanque Argentino Mediano) –proyecto de modernización diseñado, ejecutado y pagado íntegramente por gestiones peronistas– revela la intención de reinstalar en la opinión pública un nacionalismo insustancial, que en lo concreto es contrarrestado por políticas de claro retroceso del interés nacional. Por ejemplo, en relación a Malvinas, la justa reivindicación de los veteranos con su desfile –por supuesto, no instrumentado el 2 de abril para no malquistar al Reino Unido– contrasta con las últimas decisiones de política exterior.

El 8 de julio se realizó en Paraguay la 64° Cumbre de Presidentes de los Estados parte del Mercosur y Bolivia. Milei fue el único mandatario ausente, dado que prefirió participar de un acto con el ex Presidente de extrema derecha de Brasil, Jair Bolsonaro, en una muestra más de uno de los rasgos de la occidentalización dogmática: la desconexión absoluta de las instituciones de la propia región. El resultado fue que, por primera vez desde 1996, la declaración final de la cumbre no contempló la cuestión Malvinas.

No es éste el único traspié que experimentó la cuestión Malvinas en los últimos tiempos. Producto de otra de las características de la occidentalización dogmática –la carencia de narrativa sobre el multilateralismo y los desafíos de la comunidad internacional–, la política exterior argentina viene expresando una postura de abierta confrontación con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible [3]. Este posicionamiento, sumado al abandono de la intensidad del reclamo por Malvinas y a recientes alineamientos externos, está afectando los apoyos en el Comité Especial de Descolonización de las Naciones Unidas (C-24). Como precisa Augusto Taglioni, en base a fuentes diplomáticas: “Entre los países árabes que cambiaron su posición está Siria (…) que se negó a apoyar (…) porque el gobierno de Milei ataca a Palestina (…) en África, Sierra Leona rompió el histórico consenso en la Unión Africana y defendió el derecho a la libre determinación de los isleños. Antigua y Barbuda rompió el consenso de la CARICOM al pedir por la autodeterminación de los isleños. Por primera vez desde su creación, la CELAC no apoyó como grupo regional a la Argentina”.

Según se aprecia, lo que fuera el planteo en campaña electoral de la actual canciller Mondino al ser entrevistada por The Telegraph –“los derechos de los isleños serán respetados”– viene marcando la orientación de la política exterior, en una línea que profundiza lo lógica concesiva del escandaloso acuerdo Foradori-Duncan materializado durante el gobierno de Mauricio Macri.

En el terreno defensivo-militar, las novedades se deslizan por un carril similar. El 12 de julio, la Compañía de Infantería Roulement del 2º Batallón del Real Regimiento de Escocia (2 SCOTS) encabezó un ejercicio militar conjunto en las Islas Malvinas. En el adiestramiento, dicha unidad colaboró estrechamente con la Fuerza de Defensa de las Islas Malvinas, la Marina Real –a través del patrullero HMS Forth– y la Real Fuerza Aérea. Cuatro días después de la operación, al momento del cierre de esta nota, no se conocía ningún pronunciamiento de la Cancillería argentina denunciando esta nueva exhibición unilateral de fuerza.

 

Milei, Malvinas y el semillero UBA

Bien conocido es que Milei debió enfrentar críticas por su postura en torno a Malvinas, ya que en más de una oportunidad expresó su admiración por Margaret Thatcher. Menos conocido es el semillero de funcionarios de entre 40 y 50 años que instrumentan políticas concesivas desde Defensa y Cancillería. Se trata de un reducido grupo de colaboradores periféricos –para utilizar la categoría de Gallagher y Robinson– que, para sorpresa de propios y extraños, provienen de la UBA. Más esperable sería que el alineamiento dogmático al eje Washington-Londres surgiera de la Universidad del CEMA –donde Mondino enseña Finanzas–, pero no. Cual talentos descubiertos por Duchini, Griffa, Pedernera o Delem, la carrera de Ciencia Política (UBA) ha puesto en primera división, entre otros, al actual secretario de Asuntos Internacionales para la Defensa (Juan Battaleme), a la secretaria de Malvinas, Antártida, Política Oceánica y Atlántico Sur (Paola Di Chiaro) y al rector de la UNDEF (el emperador Julio César Augusto Spota). Por supuesto, también hay espacio para parlamentarios como Sabrina Ajmechet.

 

Juan Battaleme. Foto: Perfil.

 

Todavía en duelo por la muerte de la reina Isabel II –en poco tiempo se cumplen los dos años–, Battaleme comunicó en septiembre de 2022: “Como titular de la Cátedra del RUGBIN de la @ucema, expreso mis condolencias a la ciudadanía y autoridades del RUGBIN, por el fallecimiento de Elizabeth Alexandra Mary 1926-2022”. En sus escritos académicos, Battaleme se resiste a hablar de enclave colonial (como sostiene la Directiva de Política de Defensa Nacional 2021) o de una base militar británica en el Atlántico Sur, y prefiere el eufemismo diferendo territorial irresuelto, a la vez que considera necesario recrear el camino de la seducción con Londres. Por supuesto, a contramano de la DPDN 2021, Battaleme considera —apoyándose en el ex banquero Felipe de la Balze— que “no hay margen para realizar acciones que comprometan la seguridad hemisférica ni tampoco espacio para incorporar capacidades militares o realizar acciones que sean percibidas como desafíos a las pautas del orden de seguridad hemisféricas establecidas por Estados Unidos”.

 

 

Di Chiaro es de bajísimo perfil, tanto en su exposición pública como en su falta de asertividad para denunciar los actos unilaterales británicos en el Atlántico Sur. Su papel ha sido relevante en la redacción de la DPDN 2018 de Mauricio Macri. Primero como subsecretaria de Fulvio Pompeo y luego como viceministra de Defensa fue una de las responsables de la Directiva de 2018, que contrasta sustancialmente con la DPDN 2021. Mientras en esta última hay una decena de menciones a Malvinas en calidad de enclave colonial —entre ellas, aquella que sostiene que “la persistente presencia militar, ilegítima e ilegal del RUGBIN en las Islas Malvinas (…) obliga a tomar los recaudos de planificación de capacidades, despliegue y organización acordes por parte de nuestro sistema de Defensa”—, el texto pergeñado por Di Chiaro efectúa una sola mención y en tono concesivo —“La reciente mejora en la relación con el RUGBIN contribuye al logro de este objetivo nacional irrenunciable, ya que favorece un espacio de oportunidad para incrementar la cooperación bilateral”—. Los varietales del acuerdo Foradori-Duncan dominan el espíritu de la dependencia a cargo de Di Chiaro.

Una mención merece también el emperador Julio César Augusto Spota. Especializado en el “Mestizaje social en la frontera chaqueña durante la segunda mitad del siglo XIX: el caso de los indios blancos”, el antropólogo practica la antropofagia académica, desconociendo concursos ejemplares de la gestión del rector anterior, Jorge Battaglino. De la escuela posmoderna del coronel Justino Bertotto, y con actualizaciones en “Amenazas Complejas” en el Centro de Estudios Hemisféricos de Defensa (CHDS) de Washington, Spota no incluye como material de estudio en ninguna escuela militar —desde el Colegio Militar hasta la Facultad de Defensa Conjunta— el denominado Informe Rattenbach, material clave en cada vez más academias castrenses del mundo. En consecuencia, las enseñanzas estratégicas y operacionales de la guerra, quintaesencia de la profesión militar, no son internalizadas por los militares argentinos.

Un párrafo de cierre para la diputada nacional Sabrina Ajmechet. Lanzada a la arena política por Patricia Bullrich, sigue los pasos de su mentora, quien dijo en 2021 que “podríamos haber dado las Islas Malvinas en una negociación con Pfizer”. Casi una década antes, la profesora de Política Argentina (Ciencia Política-UBA) había afirmado: “La creencia en que las Malvinas son argentinas es irracional, es sentimental”. Lo hizo el 2 de abril de 2012, conmemorando el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas.

Afortunadamente, la sociedad argentina cuenta con una memoria colectiva resistente, que trascenderá incluso a un presidente como Milei, admirador de quien instruyó el hundimiento del crucero ARA General Belgrano fuera del área de exclusión durante el conflicto del Atlántico Sur. Tampoco encomiados colaboradores periféricos lograrán proyectar su subordinación política e intelectual al conjunto de la sociedad. El nacionalismo insustancial y el alineamiento irrestricto a los centros del poder mundial, más temprano que tarde, se darán de bruces con el interés nacional.

 

 

 

 

 

* El autor es doctor en Ciencias Sociales (UBA). Profesor de Relaciones Internacionales (UBA, UTDT, UNDEF, UNQ, UNSAM).

 

[1] El denominado imperialismo británico de libre comercio se inicia en 1837 con el reinado de Alejandrina Victoria de Hanóver. El hecho de que en términos generales no se haya apelado a estrategias de dominación directa no significa que el colonialismo haya estado ausente. De hecho, la ocupación británica de las Islas Malvinas en 1833 es un claro antecedente de anexión territorial.
[2] La otra forma es el imperialismo informal militarizado, por ejemplo, el desplegado por Estados Unidos desde fines del siglo XIX en América Central y el Caribe; o el aplicado por la Unión Soviética durante los años de la Guerra Fría en Europa Oriental.
[3] En una intervención reciente en la OEA, Sonia Cavallo, hija del ex ministro de Economía y representante ante dicho organismo, propuso dos proyectos de resolución que borran “todo rastro de afirmaciones referidas al fortalecimiento de la democracia; a la protección a los derechos humanos, medioambientales y reproductivos; a la lucha contra el racismo y la discriminación hacia personas con discapacidad, comunidades indígenas y afrodescendientes; y al reconocimiento de la perspectiva de género, incluyendo la violencia sexual contra mujeres y niñas”.

 

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