Claveles rojos para Evita
La gestión que le salvó la vida a una militante anti-fascista
“Señora Eva Perón, por favor, a mí me han fusilado a mi padre
y ahora van a fusilar a mi madre. Necesito que me ayude.
Se llama Juana Doña, está en la cárcel de mujeres y Franco la quiere matar”.
Hace tiempo recordé la mediación de Evita para salvar la vida de una condenada a muerte por el franquismo. Un explosivo estalló junto a la embajada argentina, varios integrantes de la resistencia a la dictadura fueron detenidos y se realizó algo parecido a un juicio. Las pruebas eran poco consistentes, pero la presunción de inocencia no iba a ser un obstáculo. Todos los acusados fueron fusilados, todos menos un adolescente al que se cambió la pena por ser menor de edad, y una mujer cuyo hijo escribió una carta pidiendo ayuda a Evita. Desde entonces quería comunicarme con el autor de la carta, apenas un niño en aquel momento, un hombre de 86 años en la actualidad. Aquellos intentos iniciales fueron infructuosos, pero seguí un viejo consejo: no te des por vencido ni aún vencido.
“La casa era un edificio de vecindad típico de la zona, una corrala de tres o cuatro pisos de altura, con un patio interior grande; los vecinos eran todos gente trabajadora”. Así recuerda Alexis a la casa de su infancia, una vivienda que podría asemejarse a los antiguos inquilinatos que existían en los barrios de San Telmo, Barracas o la Boca a mediados del siglo XX. “Nosotros vivíamos en la planta primera, puerta número 5. En el lugar también vivía la abuela Paca, tía Araceli, hermana menor de mi madre”.
Los hombres llegaron en medio de la noche hasta el edificio de Carrero 5 buscando a su presa. Entraron a la carrera exhibiendo sus armas, golpeando a todo lo que se moviese y también a lo que estuviera quieto. Atemorizar a los habitantes de la vivienda era su forma de darse coraje; cuanto mayor fuese el miedo ajeno más fuertes se sentirían.
El niño vio como su madre era esposada y arrastrada hacia la calle en medio de seis policías; afuera esperaban cuatro automóviles y otros hombres armados. La abuela Paca lo abrazó para protegerlo, su madre alcanzó a decirle: “No sufras, te quiero mucho”.
Era de madrugada en aquel día de febrero de 1947, faltaban menos de tres semanas para que el niño cumpliera los nueve años.
Explosión junto a la embajada
Un complejo ajedrez de intereses económicos y políticos se produjo tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Oficialmente España no formaba parte del mundo libre y democrático, había sido aliada de nazis y fascistas y eso la hacía indeseable para norteamericanos y británicos. Pero eso era “para la galería”, bajo cuerda pesaban otros intereses. Si se soltaba la mano a la dictadura franquista se corría el riesgo de que España “cayera en manos del comunismo”. Mientras los británicos proponían manejos sutiles para asistir al franquismo, los yanquis simulaban estar ansiosos por cambiarlo por un gobierno con mejor imagen.
España necesitaba aprovisionarse de alimentos en forma urgente, una prolongada sequía la había colocado al borde de la hambruna. Gran Bretaña ya no necesitaba de los antiguos proveedores y propuso a los norteamericanos una fórmula de triangulación desde Canadá para vender granos, carne y oleaginosas al gobierno franquista sin que se notara demasiado.
Mientras yanquis y británicos discutían cómo cerrar el negocio, el nuevo gobierno argentino se fue colando casi subrepticiamente; el excedente alimenticio de que disponía iba a abrirle una puerta en Europa. Sin pedir permiso a nadie, la Argentina firmó un convenio para vender alimentos a España. A cambio se proveería de insumos industriales y tendría la posibilidad de disponer de un par de puertos francos en la Península. Los llamados sectores democráticos se rasgaron las vestiduras, eso era asistencia al franquismo, y por si fuera poco, no había sido autorizado por los dueños del mundo.
El 17 de enero de 1947 el entrerriano Pedro Radío llegó a Madrid para hacerse cargo de la Embajada Argentina en España. Era un veterano de la política, integrante de una de las variantes del conservadorismo argentino, el partido Demócrata Nacional. Bastante locuaz, no ahorró elogios a la dictadura española. La prensa afín al régimen franquista destacó su declaración: “España es para nosotros única e indivisible desde la época de los Reyes Católicos”. Pero no se quedó anclado en los tiempos de la conquista de América, también elogió la paz de los cementerios que había impuesto la dictadura, dijo que España era un verdadero oasis de paz. Una declaración de ese calibre tenía que despertar reacciones y unos días después estalló un explosivo junto a la embajada.
El aparato represivo se puso en marcha, había que encontrar a los culpables… o había que inventarlos. Para eso estaban los servicios y se los lanzó a cazar. Se multiplicaron las detenciones y las torturas, en las mesas de tormentos se consiguieron o fabricaron confesiones y agregaron nuevos nombres. Entre ellos estuvo el de Juana Doña, la madre de Alexis.
Juana figuraba en las listas policiales desde que era una adolescente. Con 14 años recién cumplidos se había afiliado a la Unión de Juventudes Comunistas de España. Tiempo después sufriría su primera prisión al ser detenida participando de un piquete durante la huelga general en apoyo a los mineros asturianos. En 1936 se unió a Eugenio Mesón, dirigente de la Juventud Socialista Unificada. Con su esposo participó de la heroica defensa de Madrid durante la Guerra Civil Española y tras la victoria del franquismo ambos pasaron a formar parte de la resistencia.
Eugenio Mesón, esposo de Juana y padre de Alexis, fue apresado junto a una docena de compañeros; luego vendría el juicio y la condena a muerte. En la madrugada del 3 de julio de 1941 se cumplió la sentencia. Muchos años después sería recordado de este modo por su hijo: “Eugenio nos pidió que no les olvidáramos, que llevásemos a sus tumbas claveles rojos cada 3 de julio. (…) Como decía Juana, «ya están en la inmensidad de la nada», pero también están en nuestro pensamiento”.
Volvamos ahora a 1947. Los represores se esmeraron en la tortura, tenían que encontrar o fabricar culpables de la explosión junto a la embajada. El objetivo era que los prisioneros confesaran su participación en el delito. Pero los acusados negaban haber sido los autores, ese podía ser un problema… salvo para la llamada Justicia de ese lugar y de ese momento. Si Juana y sus compañeros alegaban su inocencia esa era la mejor prueba de su culpabilidad. Ya se los había apresado, ya estaban acusados, sólo faltaba juzgarlos, condenarlos y ejecutarlos. Durante los meses que siguieron se fueron cumpliendo las formalidades. Los nuevos inquisidores iban a consumar otra quema de brujas, la variante siglo XX era que al final del proceso no habría una hoguera sino un pelotón de fusilamiento.
La petición
Tras el acuerdo comercial entre la Argentina y España, el gobierno franquista buscó halagar a Perón invitándolo a la Península. Cuando otros países europeos se enteraron también quisieron confraternizar con el Presidente argentino y como resultado terminó armándose una agenda de varias semanas. No era un momento apropiado para una larga ausencia del gobernante, que llevaba pocos meses al frente del país y por eso propuso a su esposa para representarlo.
Alguien sugirió un recurso casi desesperado: la esposa del Presidente argentino había mostrado una gran sensibilidad social y si se le pedía que intercediera tal vez se consiguiera salvar a la madre de Alexis.
Pensar en una entrevista con Eva Perón era un objetivo desmesurado; durante su visita estaría todo el tiempo rodeada de funcionarios españoles bajo la atenta mirada de Carmen Polo, la esposa de Francisco Franco. Entrevistarla era una fantasía, pero tal vez se le pudiera hacer llegar una carta.
Un humorista argentino era amigo de tía Valía, hermana de Juana Doña. Integraba un dúo con bastante renombre en México y Cuba, y ya habían comenzado a actuar en España con mucho éxito. La fama contribuyó a que tuviera acceso a la embajada argentina y hasta al entorno de Evita. Pero lo primero era escribir la carta, esa tarea estaba reservada al hijo de la condenada a muerte.
Tenía que ser una carta breve, unos pocos párrafos que trasmitieran todo el drama y que llegaran al corazón de esa mujer de la que se comentaban cosas maravillosas. La tía Valía y su amigo argentino se encargarían de preparar el borrador original, luego sería el niño quien la escribiría.
Habría sido una ingenuidad creer que bastaba con enviar la carta por correo o entregarla en mesa de entrada de la embajada. La segunda parte era tanto o más importante que la primera, y consistía en asegurarse de que la misiva llegase a manos de Evita. El amigo de tía Valía era un personaje conocido en el mundo del espectáculo, tenía relaciones entre los diplomáticos argentinos, realizó gestiones entre ellos y finalmente consiguió una entrevista con el embajador.
Allí fueron la abuela Paca, Alexis y el actor a encontrarse con Pedro Radío. En presencia de ellos el embajador se comprometió a que la carta llegaría a manos de Evita, y algo que todavía era más importante, que ella la leería. Recordando esos hechos diría Alexis: “Ni mi abuela ni yo conseguimos ver a Eva personalmente, pero ella, en tanto que mujer progresista y feminista, prometió hacer gestiones (…) A partir de ahí hizo la petición a Franco y a su mujer Carmen Polo”.
La gestión de Evita fue determinante para salvar la vida de la condenada a muerte, pero para que ella llegara a intervenir antes fue necesaria la participación del actor argentino que rara vez es mencionado en la historia. Era Pepe Biondi, quien desde hacía años venía actuando junto a otro actor con el que formaba el dúo Dick y Biondi. Cuando él se enteró de lo que ocurría con Juana le propuso a su hermana Valía la idea de la carta y así lo recuerda Alexis. “Yo tenía nueve años cuando escribí la carta dictada por ellos dos; el papel de Biondi fue fundamental en aquellos hechos. Yo lo recuerdo muy bien y siempre estuve totalmente agradecido”.
Agradecer medio siglo de vida
A pesar del tiempo transcurrido, ni el recuerdo ni el agradecimiento se atenuaron. Alexis siguió teniendo en su memoria aquella gestión de Evita que salvó la vida de su madre. Habían pasado más de 60 años cuando un trabajo lo hizo viajar a la Argentina. Junto a una prima hermana integraba una sociedad dedicada al cine publicitario, se necesitaba una filmación en el sur y ambos vieron la oportunidad para un nuevo homenaje. “Recorrimos buena parte del país, desde el Perito Moreno hasta Buenos Aires, atravesando la Pampa”. Pero había algo más que un interés turístico en ese viaje. “En Buenos Aires me informé de cómo visitar el cementerio de La Recoleta porque no podía irme de allí sin cumplir mi auto-promesa de llevar flores a Eva”.
“Y efectivamente, muy emocionados fuimos mi prima (sobrina de Juana Doña) y yo con un gran ramo de claveles rojos a depositarlo con toda nuestra emoción, respeto y cariño en su tumba. Fue un momento muy emotivo porque estaba agradeciendo a Eva los 50 años más de vida de mi madre que me permitieron gozar de su amor, cariño y camaradería. Mi madre y yo fuimos madre e hijo, amigos y camaradas de partido y de lucha anti-fascista”.
En un momento de la historia, las vidas de esas dos mujeres estuvieron muy próximas; no llegaron a conocerse pero entre ellas se produjo una comunión mucho más fuerte que la del contacto personal. La representante del gobierno argentino consiguió salvar de la muerte a la prisionera del franquismo, aquella recuperó la libertad y siguió batallando hasta el final de su vida por los mismos ideales que eran comunes a ambas. Hasta el día de hoy Alexis Mesón repite: “Nunca olvidaré ese momento y mi profundo agradecimiento a Evita por su papel en aquellos hechos históricos”.
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