Esta verdad incómoda existe. Orlando Yorio y Francisco Jalics transmitieron a la congregación jesuita que Jorge Bergoglio los había, si no entregado, al menos abandonado.
Durante el cónclave de 2005 fui a la sede de los jesuitas en el Vaticano. Entrevisté a quien oficiaba de vocero, el padre José de Vera, una figura con mucho peso en la congregación.
–¿A usted le consta que Yorio y Jalics se sintieron entregados?
La agenda que había anotado Horacio Verbitsky en Página/12 me complicaba la cobertura para Ámbito, pero el tema circulaba entre los vaticanistas más serios.
–Claro, si nos lo contaron nuestros hermanos. Y Jalics vive, está en Alemania.
No sólo ellos. La familia De la Cuadra (Licha fue fundadora de Abuelas) acudió a Bergoglio por la desaparición de Elena, y sintió que el entonces jefe jesuita no quiso hacer nada. Me lo dijo Estela de la Cuadra en 2013, cuando la entrevisté para The Guardian.
Tengo claro que estos testimonios no cierran la versión de la historia y hay otros que sostienen todo lo contrario.
Mucho menos los claroscuros de un cura, formador y gobernador jesuita como Bergoglio anulan un papado excepcional en muchos sentidos. Por decir uno, su voz valiente y solitaria para denunciar lo que definió como probable genocidio en Gaza.
Ocurre que para mí el periodismo es lo opuesto a planchar la historia, anular sus pliegues, disimular sus matices, resolver sus contradicciones de un plumazo. Por el contrario, es cien veces más útil si se mete donde la historia cruje, y doscientas veces más entretenido.
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