Con cierto mesurado optimismo

Una carta de Carlos Alberto Zannini, escrita en prisión

 

El Gobierno del presidente Macri ejecuta, con apuro y autoritariamente, un durísimo plan de ajuste que, de avanzar, cristalizará la mas gigantesca exclusión económica, social y política.

Los argentinos, o mejor dicho, el resto de los argentinos, que veníamos de protagonizar doce años de creación de igualdad y ampliación de derechos, retrocedemos frente a una ola continental de retorno a la aplicación de los planes conservadores mas trasnochados.

Una parte de los militantes políticos, de los políticos, de los que simplemente se interesan en la política, los gremialistas, los empresarios pequeños y medianos, gran parte de la clase media, los docentes, los científicos y la gente en general, observarán lo que hasta ahora creen se trata de una persecución a los “K”, a algunos sindicalistas y a algunos empresarios.

No parecen tener real conciencia de la naturaleza de los problemas que se enfrentan. No parece que comprendieran la estructura de los mecanismos nacionales e internacionales que los provocan, ni parecen analizar la genética de la situación actual, ni el verdadero alcance y las consecuencias profundas de este avance de la derecha y el retroceso del campo popular.

Pero, ¿quiénes son los que hoy mandan?

Está a la vista que la oligarquía empresarial es la que ha recuperado el poder que varias veces ejerció de igual modo, y hoy lo hace a través de una pandilla de CEOs fundamentalistas del mercado —más bien de la posesión de acciones, sobre todo de las enérgicas, y la acumulación de dividendos en guaridas fiscales tipo Panamá—, fundamentalistas del análisis de los metadatos y la manipulación de las redes sociales, fundamentalistas del marketing segmentado y la diaria operación política guionada en TV y diarios a través de sus periodistas orgánicos.

Estos CEOs no sienten apego por patria alguna ni se sienten obligados a respetar la Constitución Nacional, ni las leyes, ni las formas legales, ni se guían por ética alguna.

Resultan ser la expresión local de un nuevo sistema de dominación que prescinde de los partidos políticos y trata de disciplinar a las sociedades desde los medios de comunicación concentrados y algunos componentes del poder judicial que ejecutan las sentencias dictadas previamente en la TV, los diarios y las redes para castigar a los indóciles, amedrentar al resto y escarmentar a sus votantes.

Ahora bien, ¿cómo pudimos llegar a esto?

El proceso que culminó con el retorno del poder oligárquico no fue de un día para el otro ni sólo producto de un resultado electoral.

En el 2001 la crisis hizo volar por los aires el bipartidismo que encarnaban el PJ y la UCR.

El punto cúlmine de ese bipartidismo —y el inicio de su final— se ubicó en la concreción de la reforma constitucional de 1994.

En lo político, aquel Pacto de Olivos puso fin a la tensión que había precedido los previos cincuenta años entre un peronismo protagonista de la reforma constitucional del 49 y un radicalismo y sus aliados que habían retrotraído a la de 1853 y sus modificaciones, sumando en la reforma del 58 el articulo 14 Bis.

En ese pacto del '94 quedaron establecidos una serie de chequeos y balances (tercer senador, Auditoria General de la Nación, mayorías especiales para coparticipación y normas electorales, ministerios públicos independientes, Consejo de la Magistratura, etc.) que, básicamente, trataban de garantizar que mientras un partido gobernara tras ganar las elecciones, el otro conservaría resortes de poder que permitieran la expectativa de alternancia.

Lo que básicamente llevó al fracaso de aquel pacto bipartidista fue el haber delegado el poder de decisión en materia económica, desde la política, a los “Poderes Económicos”. El fracaso de las corporaciones en la gestión de la economía, por la aplicación de planes como el actual, con sus nefastas consecuencias sociales, llevó al bipartidismo al cementerio.

Los doce años de los gobiernos de Néstor y Cristina estuvieron marcados por el retorno de las decisiones, en todos los rubros, al campo de la política.

En su actual retorno al poder, la oligarquía empresarial y las corporaciones —que resistieron ese retorno durante doce años— están dispuestas a borrar todo rastro de la política, de los partidos políticos, de los gremios tal como se los conoce desde el '45, escarmentar a los propios votantes e impedir cualquier retorno de políticas con olor a pueblo.

Por eso sostengo que se equivocan quienes creen que las acciones del complejo mediático judicial se dirigen sólo a amedrentar cualquier oposición política.

La pandilla de los CEOs y su empleadora, la oligarquía empresarial, no tienen compromiso político alguno ni respetan lo pactado en la Constitución por los partidos, ni la ley. Con eje en la persecución a Cristina, a quienes formaron parte de su gobierno, a los gremialistas, a los empresarios que simpatizaron con ellos, quieren concretan el definitivo desprestigio de la política.

Quieren la destrucción de la política como actividad, como espacio donde hombres y mujeres puedan participar con ideas de cambio, como lugar de concreción de sueños y quimeras, como ámbito para soñar y concretar la mejora del bienestar en el mundo.

Vienen por todo. Por la política, por los partidos políticos, por los gremios, por los derechos. Son los ejecutores locales del fin de la política y la participación gremial.

Pero, ¿por que fue posible ese avance?

Si bien la derecha siempre fue fuerte en la Argentina, pocas veces se atrevió a tanto.

Debilitados los partidos políticos, los alineamientos ideológicos se relajaron y nadie se siente obligado por tradición partidaria alguna. Se sustituye la historia por la última noticia.

Quienes estructuraban su ideología sobre el concepto de la república perdida, poniendo la culpa en el golpe del '30 y lo que vino después hasta 1983, ya no la buscan ni añoran.

Se contentan con ser el furgón de cola de la pandilla. Para peor, alguno de ellos, como el carcelero de Milagro Sala —que sufre cárcel para escarmiento de los humildes que confiaron en sus propias fuerzas— disputa por el comando del autoritarismo.

Por otro lado, pasa que la mayoría de los gobernadores de origen peronista del interior —y por ende sus legisladores— actúan bajo presión y con un común curioso instinto de supervivencia que les lleva a encerrarse en la que será su propia tumba provincial (esperemos que no), sin dar la pelea pendiente por los recursos que les corresponden y necesitan.

Si no dan juntos esa pelea caerán, eso sí, de a uno, en la inanición en que los deja el centralismo.

¿Cómo saldremos de ésta?

En el parlamento nacional se debe resistir el ajuste. Las nuevas presencias quizás ayuden a igualar la batalla sobre la base de consensos mínimos, caso por caso, para por lo menos defender a los mas humildes.

Sin duda, las mejores esperanzas y noticias vienen desde las calles de todo el país.

Algunos dirigentes gremiales y políticos dispuestos a defender los derechos de sus afiliados y votantes e impedir retrocesos, han despertado el espontáneo apoyo ciudadano a esas luchas —que tuvieron como último eje defender derechos de los jubilados — que se expresó en cacerolas que sonaron por todo el país.

Esas luchas y apoyos hasta hoy han resultado reactivas ante agresiones sufridas. Debieran crearse condiciones de unidad popular para motorizarlas proactiva, positiva y pacíficamente, bajo un programa mínimo, con propuestas de básica unidad popular.

Es cierto que los procesos históricos no se repiten. Todo fenómeno histórico merece ser estudiado, por sus características peculiares en el cuadro de todos los datos de la actualidad.

Este análisis trata sólo de hacer un aporte parcial y subjetivo para contribuir a un debate de lo que realmente interesa al campo nacional popular y democrático.

Me anima cierto mesurado optimismo respecto del porvenir, sobre todo el enterarme que alguien, no sé bien quién, afirma que, sumados los votos obtenidos por aquellos que se reconocen peronistas, mas allá de sus pequeñas (o grandes) diferencias, se suma un porcentaje que supera el 54% de los votos que, oh casualidad, fue el porcentaje que obtuvo Cristina en su reelección.

Es decir, hay campo propicio para un posible trabajo de orfebrería política con probable resultado exitoso, lo que torna auspicioso por lo menos iniciarlo.

Está claro si queremos mejorar la situación, si se trata de salvar a la actividad política como vehículo para recuperar igualdad y evitar exclusión, recuperar solidaridad, protección a las familias y especialmente ayudar a los que menos tienen, debemos dedicarnos a construir núcleos de nuevos consensos y una nueva mayoría.

Personalmente, no creo que eso sólo competa o deba hacerse en unidad ciudadana o en el peronismo. Creo que debe comprender a aquellos radicales que sigan firmes en sus convicciones, a los socialistas y entre ellos no sólo los de Santa Fe, a los comunistas. Hay también que tratar de convencer a todo el resto de la izquierda, estimulando a abandonar posturas electorales de contenido testimonial para que se atrevan a participar en proyectos de poder y así sus votos dejen de debilitar al progresismo frente a la derecha.

Espero que estas reflexiones no resulten largas ni tediosas, ni complejas.

Creo que no sólo se trata de parar este ajuste, de ahorrarle sufrimiento al pueblo. Se trata de aportar, desde diferentes lugares, a la creación de un órden nuevo más sólido, con más protección frente a la acción oligárquica.

Podemos llevar a nuestra patria a un mejor lugar que el que proponen los CEOs.

Estoy seguro también de que SI NOSOTROS NOS AYUDAMOS, DIOS NOS AYUDARÁ. ¡DEBEMOS OFRECER EL CORAZÓN!

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