Algunos politólogos sostienen que las coaliciones entre partidos políticos son propias del sistema parlamentario y que su traslación a los sistemas presidencialistas resulta un tanto forzada. El sistema presidencialista está concebido como una suerte de monarquía temporal republicana, en el sentido de que se respeta la división de poderes, pero el Ejecutivo descansa en una única cabeza que ostenta la presidencia por un mandato rígido. En el sistema parlamentario, pese a la creciente personalización de la política en las democracias de audiencias, el primer ministro es el delegado del Parlamento, quien puede forzar su renuncia en cualquier momento. Si quisiéramos buscar un símil con alguna institución de la sociedad civil, el sistema parlamentario se asemeja a una sociedad anónima donde el CEO (Chief Executive Officer) puede ser cesado inmediatamente cuando los resultados no cumplen con las expectativas de la junta directiva (board of directors). En un sistema parlamentario, en los casos en que el partido que ha ganado las elecciones no obtiene la mayoría absoluta de diputados, se ve forzado a formar gobierno negociando la integración en el Ejecutivo con otros partidos. De allí que se proclame que es un sistema que propicia el diálogo y la búsqueda de consensos, a diferencia del sistema presidencialista, en el que el partido que gana las elecciones “se lleva todo”. El candidato que pierde las elecciones en el sistema presidencialista se tiene que ir a su casa, mientras que, en el sistema parlamentario, el candidato que ha perdido las elecciones se convierte en el líder de la oposición en el Parlamento, por lo que siempre mantiene abiertas las opciones de que una nueva mayoría pueda convertirlo en primer ministro. Por lo tanto, es un sistema muy competitivo y nadie tiene la vaca atada por el tiempo del mandato, como en el sistema presidencialista.
Lo expuesto anteriormente no ha sido obstáculo para que en los sistemas presidencialistas tuvieran lugar coaliciones de gobierno conformadas por varios partidos. Los casos más conocidos en el Cono Sur de América Latina son los de Chile y Uruguay y, de modo un tanto más informal, la Argentina. Antes de pasar al estudio de las coaliciones en los sistemas presidencialistas, conviene tener presente cómo funcionan en los sistemas parlamentarios. Un ejemplo ilustrativo reciente lo ofrece la coalición de izquierdas en España, que le ha permitido a Pedro Sánchez hacerse con la presidencia del gobierno (denominación equivalente a la de primer ministro en el resto de los países europeos). Para alcanzar este objetivo, fue necesario que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) se pusiera de acuerdo con el Partido Unidas Podemos (UP), liderado por Pablo Iglesias. Las negociaciones demandaron varias semanas de notables esfuerzos y culminaron en un programa de gobierno de 50 páginas, donde se establecieron las políticas a implementar en el nuevo período de legislatura.
También se estableció un reparto de carteras ministeriales, proporcionales a los votos que había obtenido cada partido. Cuando, recientemente, Pedro Sánchez resolvió remodelar su gobierno, cambió a algunos ministros del PSOE, pero no tocó a los ministros de UP. El reparto de carteras entre los partidos de la coalición no significa necesariamente una segmentación estricta de áreas porque las decisiones del gobierno se toman en Consejo de Ministros, un órgano de naturaleza constitucional que se reúne, indefectiblemente, todos los martes laborables en el Palacio de la Moncloa. Las deliberaciones son de carácter secreto por mandato legal, de modo que no se registra el resultado de las votaciones, pero se levanta acta en las que se deja constancia de la relación de asistentes y los acuerdos adoptados. Generalmente, al término de las deliberaciones (que pueden durar varias horas), el ministro portavoz ofrece una conferencia de prensa en la que informa sobre los acuerdos políticos más importantes y entrega una gacetilla a los periodistas con los decretos aprobados. Como es evidente, este sistema garantiza la coherencia de las políticas públicas adoptadas previa discusión y debate. Tiene otra ventaja menos visible. En opinión de Bruce Ackerman (La nueva división de poderes, FCE, 2007), “los primeros ministros europeos, invariablemente, tratan al gabinete como una institución mucho más importante que como lo hacen sus contrapartes presidenciales. Aunque la fortaleza relativa del primer ministro varía entre los sistemas europeos, ninguno de ellos pretende tener la absoluta preeminencia que un Presidente estadounidense considera natural”.
Coaliciones en el Cono Sur
Desde la recuperación de la democracia, tanto en Chile como en Uruguay se han conformado gobiernos de coalición entre partidos que acudían en un frente común a las elecciones. Estas coaliciones tienen geometría variable. Pueden estar situadas en el espacio parlamentario, formando bloques estables para acompañar las iniciativas del Ejecutivo o conformarse en el espacio del Poder Ejecutivo, dando lugar a gobiernos de coalición con reparto de carteras entre los partidos coaligados. También puede considerarse que forman parte de la familia de las coaliciones presidenciales los acuerdos entre corrientes internas de un mismo partido político, como acontece en la Argentina. En un caso extremo de informalidad, si las corrientes internas no están institucionalizadas, la coalición puede ser fruto de simples acuerdos entre personas que ostentan la representación simbólica de esas corrientes. La característica diferencial de la Argentina con sus vecinos Chile y Uruguay es que en estos últimos países, al menos hasta épocas recientes, ha existido un sistema sólido de partidos políticos.
Según un estudio de los profesores Josep Reniu (Universidad de Barcelona) y Adrián Albala (Sorbonne Nouvelle) “la transición democrática no se hizo en la Argentina, al contrario de Chile y Uruguay, de forma concertada y pactada, sino en la urgencia, después de la fracasada guerra de las Malvinas contra Inglaterra, en 1982. Por ello, los partidos argentinos no tuvieron que acercarse demasiado ni encontrar acuerdos y consensos en vista de la vuelta a la democracia, como lo hicieron los partidos chilenos o uruguayos. Por tanto, no se experimentó un apaciguamiento de la competencia interpartidista, ni menos una redefinición profunda de sus ideologías y programas”.
Los partidos en Chile y Uruguay han sido los protagonistas centrales en las políticas de concertación desde la recuperación de la democracia. En general, son formaciones bien estructuradas que compiten alrededor del eje ideológico izquierda/derecha, con la particularidad de que los partidos de izquierda han adoptado posiciones pragmáticas, huyendo de los viejos dogmatismos que los caracterizaban. Los partidos tienen verdadera vida institucional y han tenido éxito en brindar estabilidad política y social en estos países. En Uruguay, la consolidación del Frente Amplio y sus éxitos electorales obligaron a los partidos tradicionales Blanco y Colorado a formalizar una coalición “multicolor”. En el balotaje del 24 de noviembre de 2019, Luis Lacalle Pou, representando la coalición de centro derecha, resultó elegido por una ventaja mínima de 30.000 votos, lo que prueba que el electorado permanece dividido prácticamente en dos mitades.
La Concertación en Chile ha sido una alianza de centro izquierda integrada por el Partido Socialista, el Partido Radical y la Democracia Cristiana que supo presentar un proyecto político consistente durante casi veinte años, ganando cuatro elecciones presidenciales desde 1990 hasta 2010. Durante ese lapso, cada partido mantuvo su autonomía, compitiendo en las elecciones internas, lo que ha obligado luego a realizar una labor permanente de búsqueda de consensos entre los aliados. Por su parte, los partidos de centro derecha se vieron forzados a constituir también coaliciones que con el tiempo adquirieron diversos formatos. La original Alianza por Chile, que se denomina actualmente Vamos por Chile, le ha permitido a Sebastián Piñera acceder por segunda vez a la presidencia el 11 de marzo de 2018.
Los partidos políticos chilenos fueron sorprendidos por el vendaval de protestas sociales que tuvieron lugar desde octubre de 2019 en respuesta al alza de los precios del transporte público. En las recientes elecciones para elegir constituyentes, los partidos tradicionales de las grandes coaliciones sufrieron un fuerte castigo, de modo que estamos ante una probable reconfiguración del sistema de partidos. Los candidatos independientes consiguieron 30 de los 155 puestos en la asamblea constituyente; la derecha oficialista del Presidente Piñera –que iba de la mano con el Partido Republicano de extrema derecha– obtuvo 39 escaños; el centroizquierda de la lista Apruebo –que aglutinaba a los partidos de la vieja Concertación–, 25 puestos y la lista Apruebo Dignidad –conformada por comunistas y el Frente Amplio– consiguió 28 puestos en la Convención.
En la Argentina, la primera experiencia de una coalición de partidos de centro izquierda se dio con el FREPASO (Frente País Solidario), pero fue muy inestable por la debilidad de los partidos que la conformaban. La alianza con el radicalismo permitió a la nueva coalición ganar las elecciones presidenciales, entronizando a Fernando de la Rúa, pero la crisis política de diciembre de 2001 terminó con el gobierno de la Alianza y la coalición desapareció. A partir de allí, se han venido conformado distintos frentes electorales en el espacio de centro izquierda, con claro predominio del Partido Justicialista, que ha sumado partidos minoritarios o personalistas, lo que no ha dado lugar a verdaderos pactos políticos entre fuerzas diferenciadas. Predomina una gran informalidad a la hora de institucionalizar estos acuerdos y los programas electorales sólo sirven para cumplir meros requisitos formales. En el espacio de centro derecha, la coalición electoral entre el PRO y la Unión Cívica Radical no se ha traducido en un verdadero gobierno de coalición.
Existe general coincidencia de que los partidos políticos argentinos no se han recuperado de la crisis vivida en 2001. Las idas y venidas de los dirigentes y las alianzas tan versátiles que se han tejido señalan que la vida de los partidos gira actualmente alrededor de algunas fuertes personalidades, pero no hay estructuras sólidas ni claros proyectos estratégicos que los respalden.
Las dificultades actuales
Sin preparar equipos sólidos y eficaces, no es posible abordar los enormes desafíos que deben enfrentar los gobiernos. Esos equipos, en las democracias consolidadas, se forman en el seno de los partidos que tienen vida interna y que se surten con el aporte intelectual de sus laboratorios de ideas (think tanks). Existen otros elementos que añaden dificultad a la emergencia de las coaliciones. Estamos, nos guste o no, frente a un panorama donde la política se ha convertido en un espectáculo para atraer a las audiencias. Como señala Sergio Fabbrini, el apoyo en los liderazgos es inevitable si se quiere brindar al gran público significados accesibles para todos. “Cuanto más se complica la política, más advierte el público la necesidad de captar señales que le den pie para relacionarse con ella: el líder y su imagen sirven para esto”. En una democracia de audiencias, la elección está siempre personalizada y los ciudadanos votan a una persona, no a un partido. Sin embargo, los partidos siguen siendo necesarios como plataformas para el diseño de los programas de gobierno y la selección de los responsables políticos que deberán desplegar y aplicar esos programas. Las tareas pendientes son enormes, sin computar el mayor desafío que tiene la clase política argentina: la imperiosa necesidad de reconstruir un sistema de valores. El debilitamiento de los partidos políticos argentinos es la consecuencia de múltiples factores, entre ellos, la distancia que la sociedad ha establecido con ellos a partir de la crisis de 2001. Pero los incentivos que ofrece el sistema presidencialista conspiran contra la urgente necesidad de recomponer el sistema de partidos. Y queda bastante claro, a los ojos de todo el mundo, que los personalismos no son sustitutos adecuados que permitan llenar el inmenso vacío que en una democracia provoca la ausencia o extrema debilidad de los partidos.
Los críticos del presidencialismo, como Juan Linz y Arturo Valenzuela, han insistido en su tesis de que los latinoamericanos ven en los Presidentes una suerte de mesías que arreglará todos los problemas. En su opinión, en vez creer en el Presidente hay que depositar la confianza en las instituciones y fortalecer la labor de los partidos políticos en el Estado de Derecho. Para Valenzuela, el problema del presidencialismo es que da lugar a gobiernos demasiado débiles o demasiado fuertes. En lo que va de este siglo, alrededor de 15 Presidentes no llegaron al fin de sus mandatos en América Latina, dada la fragmentación política y las dificultades del presidencialismo en ofrecer una lógica que ayude a formar mayorías. Por consiguiente, se puede afirmar que el ejercicio del poder compartido fortalece la vida democrática y las coaliciones presidenciales pueden contribuir a la estabilidad de los presidentes. Los países más desarrollados y la mayoría de los países europeos llevan más de medio siglo gobernados por coaliciones. Pero, como advierten los profesores Reniu y Albala, “gobernar en coalición exige más pericia política, un mayor dominio del arte de la política y, sobre todo, el establecimiento de pautas de comportamiento interno, en el seno de la coalición. Un gobierno de coalición debe saber incrementar la comunicación entre gobernantes y gobernados, teniendo en cuenta la presencia de una opinión pública con criterios dispares, debe exigir a los miembros del gobierno que sigan protocolos muy pautados para la comunicación de políticas, diseñar criterios para gestionar posibles crisis de gobierno, crear órganos plurales de coordinación de la acción de gobierno, clarificar las relaciones entre el gobierno y los grupos parlamentarios que lo apoyan”. Los desacuerdos en política son habituales y, si las coaliciones son muy informales y carecen de mecanismos institucionales para solventar las diferencias, es inevitable que de vez en cuando salten algunas chispas.
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