China: rupturas y continuidades
Nunca China estuvo en su milenaria historia tan pendiente y entrelazada con el resto del mundo
Al igual que en 1949, el sol volvió a brillar sobre la plaza Tiananmen el 1° de octubre. En ambos casos, los ojos de la ahora septuagenaria República Popular China (RPC) y el mundo estuvieron puestos en los sucesos de ese día y sobre el hombre que los dirigía. Sin embargo, los paralelismos que se pueden trazar entre ambas Chinas se enfrentan súbitamente a las diferencias abismales de los 70 años que las separan.
Tanto en 1949 como en 2019, una pieza central de la ceremonia fue el desfile del Ejército Popular de Liberación (EPL). El ejército que desfiló hace siete décadas, forjado en las guerras civiles y en la guerra anti-japonesa, tenía un equipamiento desigual, una formación más práctica que teórica y un espíritu decididamente más voluntario que profesional. Los 15.000 soldados del EPL que participaron del desfile del martes pasado (el mayor en toda la historia de la RPC) fueron solo una pequeña muestra de unas fuerzas armadas que se han ido modernizando y sofisticando a la par del país. Bajo una doctrina de “menos pero mejores”, el ejército más grande del mundo disminuyó sostenidamente su tamaño a lo largo de las décadas: de 4 millones de soldados en 1980 ha pasado a su actual tamaño de unos 2 millones de efectivos. Asimismo, el presupuesto de defensa como porcentaje del PBI disminuyó de alrededor del 7 por ciento a principios de la década de 1980 a alrededor del 2 por ciento en la actualidad; aunque el crecimiento económico entre estos años han significado un incremento colosal del gasto militar en términos absolutos hasta llegar a ser cómodamente el segundo del mundo y representar alrededor del 30 por ciento del de Estados Unidos.
Lo que al EPL actual le falta en experiencia de combate (su último desempeño contra Vietnam en 1979 dejó margen para mejoras) lo ha compensado con profesionalización, modernización y entrenamiento. El equipamiento militar, a su vez, no podría ser más distinto de ese popurrí de armas soviéticas, japonesas y estadounidenses con los que el EPL se armaba en 1949. El aniversario de los 70 años fue un marco óptimo para que Beijing desplegase los últimos logros de su tecnología de punta. En este sentido se destacan particularmente los distintos modelos de misiles Dong Feng, que están rebalanceando la correlación de fuerzas regional y que han sido señalados como uno de los motivos centrales de la retirada estadounidense del tratado de misiles intermedio, del cual la RPC jamás participó.
A pesar de estos inmensos saltos cualitativos, el EPL mantiene dos misiones primordiales que han permanecido inalteradas desde 1949. La primera es de carácter permanente: hoy, como hace 70 años, una de las tareas centrales del ejército es la preservación del gobierno del Partido Comunista, al cual le ha respondido sin excepción cada vez que este se haya sentido amenazado por fuerzas tanto externas como internas. Más aún, esta lealtad solo parece haberse profundizado en tanto que, desde los años '70 en adelante, el ejército se ha encontrado cada vez más subordinado a la dirigencia política y civil. La segunda misión se encuentra inacabada: el Ejército Popular de Liberación no ha completado la tarea que le dio su nombre, en tanto que la “Liberación” todavía no ha llegado a la isla de Taiwán, que permanece aún fuera del control de Beijing.
En cuanto al liderazgo político, tanto en 1949 como en 2019 la RPC se ha encontrado bajo un líder carismático firmemente asentado en el poder. Más aún, en alguna medida, la legitimidad de ambos estadistas también está ligada a las innovaciones teóricas y doctrinarias que se han dedicado meticulosamente a elaborar: mientras que el maoísmo abrió uno de los capítulos más trascendentes en la historia del marxismo-leninismo, el pensamiento de Xi Jinping no solo ha venido a llenar un cierto vacío ideológico que se había comenzado a gestar en tiempos de posmodernidad, sino que también ha trazado un curso claro de cara a futuro, tras ser canonizado en la constitución del Partido; un honor que hasta entonces solo había sido reservado para Mao Zedong y Deng Xiaoping.
Si bien las políticas pro-mercado del proceso de Reforma y Apertura que acaba de cumplir cuatro décadas han llevado a numerosos comentaristas a definir como meramente retórico al nombre de “Socialismo con Características Chinas”, la realidad, como siempre, se resiste a las simplificaciones. Por un lado es cierto que la integración a la economía internacional, la generación de un fuerte sector privado y el surgimiento de una sociedad de consumo desencadenaron un proceso de desarrollo acelerado que le ha traído a China niveles de prosperidad que difícilmente pudieran haber sido alcanzados bajo el viejo modelo económico soviético. Por otro lado, fueron las tres décadas de maoísmo las que en buena medida sentaron las bases que posibilitaron ese salto tan abrupto. Adicionalmente fue el propio sistema político marxista-leninista, ininterrumpido y escasamente reformado desde 1949, el que inició, dirigió y conduce a la economía de mercado.
A esto se le agregan las lecciones históricas que el Partido Comunista desarrolló tras el colapso de la Unión Soviética, el cual fue presenciado por el actual liderazgo de la RPC cuando conformaba las capas medias del gobierno. Si bien las explicaciones chinas de la desintegración de la URSS contienen causas multifacéticas, el detonante central lo identifican en problemas ideológicos que terminaron permeando las distintas capas de la política soviética hasta llegar al punto en el cual ni el propio liderazgo del país creía ya en el socialismo. Es en esta conclusión en la que se debe identificar el origen del énfasis actual en la corrección ideológica de los cuadros partidarios. A esto se le agregan las conclusiones derivadas que se trazan entre la adhesión a la línea partidaria y la gobernabilidad del país y es este motivo por el cual no se debe dudar del carácter genuino en la adhesión política del liderazgo chino al marxismo-leninismo, por lo menos en cuanto a sistema de gobierno.
El presidente Xi, a pesar del traje Mao que decidió lucir (una elección estética cuyo simbolismo político debe ser ponderado), es un estadista de una muy distinta naturaleza que el fundador de la República Popular. Las razones más obvias a destacar se deben a cuestiones de contingencia histórica: a diferencia de Mao, Xi no es un héroe de guerra a cargo de construir un sistema político-nacional sobre las bases de un país empobrecido y devastado, a través de la aplicación de ambiciosos proyectos de modernización acelerada, en un contexto de ostracismo internacional. Por el contrario, los desafíos principales del actual presidente chino consisten en continuar la estabilidad de las últimas décadas que ha permitido un desarrollo colosal pero que implica una transformación vertiginosa de la sociedad en su conjunto. A su vez, este proceso está ligado al pacto social implícito que se ha gestado por el cual el Partido retiene un monopolio de la dirección política del país en la medida que es capaz de asegurarle a su población un incremento sostenido de su prosperidad.
De la mano de obra barata a la industria de punta
En este punto reside una contradicción compleja en tanto que el propio éxito de las políticas económicas hace del mantenimiento del ritmo de crecimiento y de las expectativas que este conlleva una tarea cada vez más ardua, ya que las economías más grandes tienden a tener un menor margen de expansión. Adicionalmente, el camino trazado para continuar este desarrollo (es decir, el paso de una manufactura masiva a base de mano de obra barata al desarrollo de una industria de punta) ha llevado a China a disputar espacios en la vanguardia tecnológica mundial, lo cual ha comenzado a generar una reacción por parte de los actores que la monopolizaban. La comunidad internacional continúa debatiendo si el ascenso de China representa una amenaza o una oportunidad.
En cuanto a este contexto global, la RPC actual dista mucho de ser ese Estado que fue en su juventud, comprometido ferozmente a la reconfiguración del orden internacional a través de la propagación de una revolución mundial. Por el contrario, China es un actor asentado (y en algunos casos, como en el Consejo de Seguridad, clave) de un sistema global del cual ha logrado beneficiarse sustancialmente. No obstante, queda por ver cuál será la flexibilidad de ese sistema para acomodar a una RPC que sigue en ascenso y a la cual aún le queda mucho camino por recorrer. La actual guerra comercial con Estados Unidos pareciera indicar que ese camino conllevará rispideces, aunque el carácter aún limitado de aquella ofrece una leve esperanza.
Si bien las prioridades y las formas de la diplomacia china bajo Mao y Xi divergen inmensamente, tienen un punto en común: difícilmente se haya encontrado China en algún otro momento de su milenaria historia tan pendiente y entrelazada con el resto del mundo. Por el lado positivo, esta situación conduce a China a buscar relaciones más cercanas de cooperación con cada vez más países, apostar al multilateralismo para encarar temas complejos como el comercio internacional y la situación ambiental y a emprender ambiciosos proyectos (tales como la iniciativa de la Ruta de la Seda) que ofrecen, en teoría al menos, nuevos caminos para la globalización. Por otro lado, la interdependencia intrínseca que implica la inserción internacional le genera una serie de nuevas vulnerabilidades que están fuera de su control. Esto a su vez le produce una inquietud comprensible a un país que a lo largo de milenios se ha construido sobre sus propias fuerzas y que no en vano se ha denominado a sí mismo el Reino del Centro. Sin embargo, los imperativos impuestos por su modelo económico y por las políticas que lo sostienen (dos factores íntimamente ligados dentro de la RPC) conducen a Beijing necesariamente a abrirse al mundo.
Finalmente, más allá de las diferencias y similitudes señaladas, la República Popular China actual es necesariamente heredera no solo de aquella que se conformó el 1° de octubre de 1949 sino también de cada uno de los 70 años que en el medio han transcurrido. El resultado es esa compleja realidad que se desplegó ante el mundo en la plaza Tiananmen. Sus logros son innegables aunque sus problemas irresueltos son difíciles de ignorar. La pompa del desfile del 1° de octubre fue tocada por las simultáneas protestas de Hong Kong que visibilizan las contradicciones que genera el ascenso chino. El caso de Hong Kong se suma a una lista de tensiones subyacentes que incluyen la situación en el Tíbet y el Xinjiang, la hipótesis de conflicto en Taiwán, la incertidumbre frente a una posible recesión económica y el deterioro de las relaciones con Estados Unidos.
En términos absolutos y comparativos, China hoy se encuentra mejor posicionada en el escenario internacional que en cualquier otro momento desde el comienzo del llamado Siglo de la Humillación. Y, si bien los 70 años de la República Popular invitan a una reflexión sobre el camino recorrido, también dan algunas pautas acerca de lo que se proyecta al futuro. El 1° de octubre de 1949 fue muchas cosas, entre ellas el comienzo de un proceso de reorganización y modernización del país con el objetivo de devolverle a la nación su dignidad, al pueblo su bienestar y a China su lugar en el mundo. El gobierno ya ha fijado el plazo para el cual debe completar ese proceso: el 1° de octubre de 2049; momento para el cual debe ser alcanzado el “Sueño Chino de Rejuvenecimiento nacional”.
El futuro es incierto, el camino por delante es complejo y los imprevistos son, por su propia definición, sorprendentes. Sin embargo, si los últimos 70 años pasados sirven de algún parámetro para vislumbrar los 30 años que vienen, la República Popular China pareciera estar bien preparada para encararlos.
* Historiador y sinologo, Mg. en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Oxford y Mg. en Estudios Chinos por la universidad de Pekin.
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