CATUNGA APARECE EN SUEÑOS

Un cronista fascinado volcó al papel los sueños que le dictó el gran letrista José María Contursi

Para Alicia Contursi, porque lleva en la sangre la pepita de oro de la poesía popular: la de su abuelo, la de su padre.

  

 ¿Sombras… nada más?

Soy hijo del primer hechicero del tango canción: para bien o para mal, sangre de un poeta. De mi relación con él supe cuántas máscaras esconde el amor y cuántas el olvido; y créemelo, arrastro desde pequeño un pesado cargamento de culpas ajenas y propias que, a veces a deshora, me obligan a levantarme para ahogar el grito que tiembla en mi garganta como una criatura oscura. Me queda el consuelo de Arthur Rimbaud: “El poeta se hace vidente por medio de un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”. ¿Será por eso que traigo montado en las letras de mis tangos el color de la locura?

 

Me torturé sin ti

y entonces te busqué

por los caminos del recuerdo.

Y en el recodo más lejano

te agitabas por volver

y por librarte de ese infierno (…)

 

Me crie en un barrio de veredas humildes y patios emparrados, tiempos donde Lanús tenía una esquina corralonera, un fondín atendido por un turco y una calle de origen aymara: Sipe-Sipe; calle donde nací.

Si me preguntás por la huella de mi apodo, te diré que la olvidé en las arenas del Brasil, allá por el mil novecientos doce, cuando mamá Alina, con gracia musical y un tanto enamorada de mis primeros gateos, me bautizó: Catunga.

 

José María Contursi, Alina Zarate y dos de sus hijas Alicia y Amalia (archivo Alicia Contursi).

 

No sé qué pensarás vos, pero si es cierto que la vida es revelación, la muerte por contraposición también es reveladora. Y es que la partida de mi padre Pascual en mayo de 1932, trajo meses después mi primera letra de canción. Si mal no recuerdo fue un vals y lo titulé Tu nombre. A él le debo el exacto pulso de lo popular. Pero en materia de poesía lo mío fue otra cosa. Hay en ella, si se quiere, otros abismos, lejos de bulincitos y percantas, en fin, otras distancias. Y es que nunca me interesó llevar el estigma del hijo que escribe a imagen y semejanza de su padre. Por eso yo, José María Contursi, me confieso lírico, ensoñado: un enamorado trágico.

 

Como un fantasma gris llegó el hastío

hasta tu corazón que aún era mío.

Y poco a poco te fue envolviendo

y poco a poco te fuiste yendo.

Si grande fue tu amor cuando viniste,

más grande fue el dolor cuando te fuiste.

Triste tañido de las campanas

doblando en mi soledad (…)

 

Cada vez que me recuerdes (J. M. Contursi – M. Mores) por Troilo - Fiorentino

 

Ahora te cuento mis comienzos literarios. Las primeras zambullidas las inicié de pupilo en el colegio San José del barrio de Balvanera. Fui parte de su Academia Literaria y en mi exaltación por la palabra llegué a oficiar de bibliotecario quemando noches enteras a la luz de una lámpara mágica que reflejaba las historias trágicas de los clásicos griegos y románticos. Ese aprendizaje fue la base de sustentación de mis oficios con la palabra: periodista gráfico de cine, locutor, letrista. Ahora mismo me estoy viendo en el San José leyendo a Shakespeare, al tiempo que, por los pasillos, hombres de sotana oscura salmodian pasajes del Libro Sagrado. Me gusta pensar que muchas de las citas introspectivas de ese Dios que asoma trémulo en mis letras, quizá tengan su raíz en esos años de pupilaje:

 

¡Ya nunca volveré, lo sé bien, nunca más!

Tal vez me esperarás, junto a Dios, más allá…

(Cristal)

 

¿Qué será, Gricel, de mí?

Se cumplió la Ley de Dios.

(Gricel)

 

Yo también como vos

me he arrastrado sin Dios

al sentirme tan solo.

(Culpable)

 

Siempre creí que la importancia de toda reflexión en torno a su figura no debe darse bajo la premisa “creer o no creer”; lo importante en todo caso es aquello que despierta la palabra “Dios”. Por esa razón lo llevé a mis canciones, lejos de una mirada cíclope o meramente teológica: busqué en él lo cósmico, lo omnisciente, lo infinito, en un ejercicio de plegaría al vacío. Si te interesa todo esto que te voy contando hay más señales en mis tangos: Angustia, El pasado no se olvida, Cuando te tuve a ti, Aunque el mundo se interponga, En el olvido, Más allá, Evocándote.

Sin ser una sentencia, llegó el momento de decírtelo: creo que mi mayor triunfo dentro de la canción popular no se dio a escala de la excelencia retórica de mis textos sino en dos claves fundamentales para que todo artefacto canción llegue a buen puerto. En primer lugar, pensar las letras como verdaderas historias melodramáticas, si se quiere, con salpicaduras del bolero, de allí mi utilización del “tú”: “Y fuiste tú la que alegró mi soledad”; “Me faltas tú, con tu piel de jazmín”; “Más frágil que el cristal fue mi amor junto a ti”; “Qué ganas de llorar en esta tarde gris en su repiquetear la lluvia habla de ti”. Hacé la prueba con cualquiera de mis letras y verás con que naturalidad fluyen pasadas a la especie musical que se inicia con José Pepe Sánchez en Cuba pero que tiene en tierras mexicanas su carnadura mayor.

 

Cristal (J. M. Contursi - M. Mores) por Los Cava Bengal

 

Como lo notaste, todo melodrama tiene como epicentro el amor en todas sus vertientes. En esa tonalidad mis historias supieron viajar de la introspección al desgarramiento –“¡Qué noche horrible para mí, todo en mi cuarto es frío; te debo todo, amor, a ti… desolación y hastío!”–; del desgarramiento al entumecimiento de lo que nunca volverá –“La lluvia castigando mi angustia en el cristal y el viento murmurando: ya no vendrá más”–; incluso en algunos textos llegué a tutearme con el suicidio –“Quisiera abrir lentamente mis venas, mi sangre toda vertirla a tus pies para poderte demostrar que más no puedo amar”–. También viajé días y noches como un muerto ensombrecido por el amor frustrado –“Pude ser feliz y estoy en vida muriendo y entre lágrimas viviendo los pasajes más horrendos de este drama sin final”. Todo, querido amigo, debe decirse con lenguaje hiperbólico, ya que en su extrema exageración está la clave para interpelar al público, haciéndolo parte del drama que propone el texto que, casi siempre enfatiza, redunda conceptos, subraya con tiza amarilla sobre pizarrón negro sus palabras claves: “Que por mi culpa nunca, vida, nunca te veré”, “Más muchísimo más, extrañan mis manos tus manos amantes, más muchísimo más”, “Es que olvidaste aquí con tu abandono eso tan tuyo… ese algo tuyo que envuelve todo mi ser“. Hay más juegos en mis letras, pero no quiero contártelo todo, a veces me gusta guardar algún que otro misterio como lo hacía Troilo o los magos.

 

De Pichuco a Catunga.

 

La segunda clave de mis letras se da en el maridaje con los melodistas. Ellos me buscaron, ellos me olfatearon, ellos me eligieron para sacar sus criaturas a la calle. La pervivencia de mi cancionero en gran parte es posible gracias a mis eternos: Mariano Mores, otra vez lo nombro a Troilo, Mauricio Mora, Armando Pontier, Héctor Stamponi, Enrique Mario Francini, Pedro Laurenz, Francisco Lomuto, Osmar Maderna, por compartirte sólo los primeros que me vienen a la memoria. Pero no me quiero escapar de vos sin dejar de nombrar a José Dámes. Con él parimos esta hermosura, llamada Tú.

 

Goyeneche se refiere a Catunga. (J. M. Contursi – J. Dámes)

 

Mi relación amorosa junto a Gricel es material cotidiano de investigadores, charlistas y curiosos, y hasta me enteré que han llevado al cine pasajes de esta historia. Sólo quisiera agregar un detalle: si tu interés es indagar en este romance no te detengas solamente en el tango Gricel, yo busqué formar un espejo de tres caras con otras dos obras: Has vuelto Gricel y el olvidado En la capilla.

Lo que voy a contarte ahora no sé si es cierto pero me han dicho que Ciriaco Ortiz, al enterarse de mi casamiento con Gricel, se llegó a la casa de Héctor Stamponi, tocó el timbre y dijo: “Chupita, ponete un buen saco que se nos casa Catunga con una de las heroínas del tango”. Sin querer, con esta anécdota descubrí que en lo fáctico le había propinado un golpe de furca a uno de los cánones del género: el mito de los tangos derroteros, incluso vencí el “imposible” del melodrama desmintiendo mis palabras, porque finalmente con Gricel “no se cumplió la ley Dios”.

 

Susana Gricel Viganó y José María Contursi

 

Esta canción tiene infinitas versiones, pero la sorpresa me la dio Luis Alberto Spinetta, ¿lo soñé o me lo contaron? Y es que, en cuestiones de amor y arte, nada de nichos estancos, nada de encorsetamientos. Todo es posible si se lleva en el alma el justo sentido de la belleza.

 

Luis Alberto Spinetta versión en vivo.

 

En 1968 nos fuimos con Gricel a Capilla del Monte; decisión que me llevó a enterrar todos los fantasmas que barbotaban alrededor de mis estaños porteños. Busqué entonces para mis días, el cielo limpio, la voz de los pájaros, las tardes suspendidas en el sopor pueblerino, busqué el idioma del silencio, ese que dan las montañas; anhelando, quizá, como el Petronio de Marcel Schwob desaprender completamente el arte de escribir, en cuanto lograse vivir la vida que he imaginado. Pero la palabra es pertinaz, y aún en calma, vuelve, siempre vuelve. Antes de regresar a mi larga casa celeste te quiero leer en voz alta un poema de mis últimos tiempos, muy pocos me lo han escuchado:

 

Cami-Cosquín

 

El cacique tribal que llevo adentro

me ha traído hasta aquí…

¿De dónde vengo?... ¡Ni yo mismo sé!

¡Tal vez de un río pegadito al Cerro…

¡Tal vez de Huertas Malas o los montes

que me vieron crecer!

Me he sentado en la piedra de un remanso

del Yuspe saltarín…

¡Las aguas me conocen y la luna

sabe bien a qué vine y me saluda

porque a través del Yuspe,

en la otra orilla,

–si me atrevo a cruzar– están las indias

de mi Cami-Cosquín!

Anduve caminando tantas tardes

para llegar aquí

serpenteando algarrobos, tintinacos,

palmeras, aromillos y chañares

y he clavado mis uñas en los yuyos

de hirvientes pedregales

quemándome las manos…

¡Pero he llegado… al fin!

Las piedras, poco a poco, van tomando

los tintes de la tarde

que insinúa un crepúsculo acentuado,

marrón, rosado y gris…

No me atrevo a cruzar… no están las indias

que en mis sueños lloraban, en la orilla

de mi Cami-Cosquín…

¡Debo volver… lo sé! ¿Pero, hacia dónde?

¡Con el Comechingón que llevo adentro,

quiero quedarme aquí!

 

Bueno… hasta acá llegamos, recordando que una vez le dije a mi hija Alicia: “Si uno se largara a caminar… y a caminar… y a caminar…, ¿a dónde llegaría?” Hoy puedo decir que llegué hasta aquí, un tanto enfantasmado, para contarte toda esta historia mía que veces gravita en mi mente como otra sangre. Ahora, por favor, no te la guardes, desperdígala como un reguero de flores. Vos bien sabés que las historias, como el pan, el vino y los abrazos, se comparten.

 

(Dictado en sueños por José María Contursi mientras el cronista entre fascinado y agitado bajaba a papel cada una de sus palabras)

 

 

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