Carta febril a Nelly Omar
Loas de un adorador al canto fresco, sobrio y misterioso de “La Gardel con polleras”
Carta encontrada en el viejo buzón de las esquinas Tabaré y Esquiú, barrio de Pompeya. Se presume que el autor pudo haber sido un Salieri de arrabal que soñaba con ser Homero Manzi. ¿O estamos en presencia de un inédito del poeta de Sur?
Buenos Aires, últimos días de abril, 1951.
Nelly:
Te escribo esta carta desde mi lecho de hospital. No es una despedida; sí la de mi cuerpo que se está yendo de este barrio llamado mundo.
Aquí, o donde Dios me lleve, quiero que sepas que seguiré siendo uno de tus adoradores, ni el primero ni el último, solo uno de tus adoradores. Que sepas también, que fui parte de esa legión invisible que en noches de alta luna desenfundaba tus discos para encontrarse con tu voz. ¡Tu voz! Cotidiano pan mío, alimento mágico capaz de raptar el alma y llevarla a otros confines.
Alguna vez me preguntaron qué sentía al oír tus tangos; respondí: la voz de Nelly Omar guarda el color de las cosas sencillas que la ciudad ignora. Y enseguida dije que tu canto me devolvía la manera de abrazar de mi madre; el misterio del atardecer en los corralones criollos, la flor reventoncita que nace y muere humilde al costado de las vías. Trascartón cité un pasaje de Schwob: “La voz es el signo aéreo del pensamiento, la más inmaterial de las cosas terrestres, aquella que más se parece a un espíritu”; y los amigos que estaban presentes vitorearon tu nombre, y te creímos inmortal, y alguien gritó: ¡Qué suene el vals Parece mentira!, y le hicimos caso, y otra vez fuimos felices.
Parece mentira (H. Manzi – F. Canaro).
Ahora que la fiebre se tomó un descanso, reflexiono en torno a los apodos que el pueblo te regaló: “La voz diferente”, “La Gardel con polleras”, “La voz dramática del tango”. ¿Esto último no cabe mejor en nuestra querida Libertad Lamarque? ¿Coincidís conmigo Nelly? ¡Ay, el pueblo! A veces en su afán de amar señala, nombra y se equivoca, pues en tu voz nunca se dio ni se dará el color de lo dramático, por el contrario, tu canto trae frescor de alero, sobriedad, pureza; eso sí, siempre misterioso como esos vientos pampeanos que anticipan la tormenta.
El aguacero (J. González Castillo – C. Castillo).
Tengo que confesártelo, el peso de los años me ha convertido en un obseso. A riesgo de enloquecer hablé de la suavidad de tu cuerpo donde vi reflejarse todas las formas del amor: Tu piel, magnolia que mojó la luna. Hablé de ese enigma que te envuelve: Ella vino una tarde y era triste, fantasma de silencio y de canción. Llegaba desde un mundo que no existe, vacío de esperanza el corazón. Digo también que grabé tu nombre en la corteza de un árbol, en el ala del pájaro, en las paredes de este hospital donde ahora estoy muriendo, y que me rebajé a vergüenza al desear más tu amor que el de mis hijos.
Te estoy perdiendo Nelly. ¿Quién lastimó lo nuestro? ¿Fue mi desprecio, mi desprecio necio? ¿Fue tu amargura, tu amargura oscura? ¿O es que la historia de los dos se resume en este fatalismo? Nuestro egoísmo nos lanzó al abismo y nos vimos de repente en el torrente más atroz. ¿Y si todo lo desató mi cobardía, el miedo a entregarme entero dejando atrás casa y familia? ¡Vete…! ¿No comprendes que te estoy salvando…? ¿No comprendes que te estoy amando…? ¡No me sigas, ni me llames, ni me beses, ni me llores, ni me quieras más! Quizá, lo mejor sea creer que solo pude ofrecerte canciones, apenas un puñado de canciones.
Solamente ella (H. Manzi – L. Demare).
Muchos afirman que el tango Malena lo escribí pensando en Tortolero, o la Maizani. Sin embargo, en él hay algo tuyo: a yuyo de suburbio su voz perfuma. Ahora lo confieso, este tango –consciente o inconscientemente– quiso ser un homenaje a la conferencia Juego y teoría del duende que Federico García Lorca pronunció por primera vez en aquel Buenos Aires de 1933. Lo recuerdo bien, yo era uno más del público cuando le oí decir: “(…) Una vez, la cantaora andaluza Pastora Pavón, La Niña de los Peines, sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o Rafael el Gallo, cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de musgo…”. Y en otro de sus pasajes habló de una tal Malena: “La vieja bailarina gitana La Malena exclamó un día oyendo tocar un fragmento de Bach: –¡Ole! ¡Eso tiene duende!” ¿Comprendés?, Malena, la taberna, la cantora con su voz de sombra, y el duende del artista, cuatro elementos que me ayudaron –años después– a dar con el tono necesario que el tango pedía.
Cátulo prepara el clima, Nelly lo crea (toma radial).
Que fueras vos la elegida para el estreno del tango Sur, ser testigo de cómo lo preparabas buscando dar con el matiz, es uno de los regalos más hermosos que me llevo de esta vida. “Lo tengo que cantar con la modestia del suburbio” dijiste, y entornaste los párpados, y te vi extender brazos y manos hacia adelante, y las movías lentamente para hacernos sentir más viva la anchurosa pampa del suburbio: San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo… Pompeya y más allá la inundación. Créemelo, en ese instante todo se volvió azul, tu voz se volvió azul, y el aire se fue llenando de las cosas nuestras.
Nelly interpreta Sur, y cuenta otros misterios.
Por último, mi confesión. Si de algo estoy arrepentido es de lo que ocurrió anoche, ¡compréndeme Nelly! quería llevarme de este mundo el fotograma de tu belleza, por eso te supliqué que te desnudaras. Me equivoqué, lo sé. Debí comprender que todo cuerpo –aún con su carga de belleza– es apenas la cáscara del espíritu. Debí pedirte que cantes, ¡eso debí hacer!, pero no supe, no pude, no quise enfrentarme a la más pura verdad de tu alma.
Ahora rezo para que llegues. Y que sea tu canto el que cierre mis ojos.
Tuyo
H. M.
Tapera (H. Manzi – H. Gutiérrez).
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