Hola, Santiago:
Hace muchos años escribí algunas cosas luego de las infelices y perversas declaraciones de tu predecesor Antonio Baseotto y su –además– pésima lectura del texto bíblico de la piedra y el mar. Celebré que dejara de existir el obispado castrense, pero no podía esperar menos del macrismo que su reinstauración. Y, pareciera, las sandeces vienen con el cargo…
Ya me saturaban algunas de tus declaraciones que pretendían aparentar inteligencia, me causó rechazo tu paseo en helicóptero con la imagen de la Virgen de Luján en tiempos de pandemia, tu paupérrima intervención en el pobre libro La Verdad los hará libres, y tu responsabilidad en que un grupo de jueces aptos para la injusticia visitaran al Papa Francisco… y ahora, para más INRI, como dicen en otras partes, leo tus declaraciones en una radio sanisidrense. En realidad, no me sorprenden, y las tomo como de quien vienen, pero tenemos un problema: sos obispo.
Claro que, como obispo, deberías recordar que el Concilio Vaticano II decía:
“…el Concilio pretende recordar ante todo la vigencia permanente del derecho natural de gentes y de sus principios universales. La misma conciencia del género humano proclama con firmeza, cada vez más, estos principios. Los actos, pues, que se oponen deliberadamente a tales principios y las órdenes que mandan tales actos, son criminales y la obediencia ciega no puede excusar a quienes las acatan. Entre estos actos hay que enumerar ante todo aquellos con los que metódicamente se extermina a todo un pueblo, raza o minoría étnica: hay que condenar con energía tales actos como crímenes horrendos; se ha de encomiar, en cambio, al máximo, la valentía de los que no temen oponerse abiertamente a los que ordenan semejantes cosas”. (Gaudium et Spes, 79)
Imagino que el Concilio no ha de ser de tu agrado, al fin y al cabo Marcel Lefebvre (obispo excomulgado ¡por Juan Pablo II!) fue bien recibido en estos pagos en los tiempos de eso que vos llamás “gobierno militar” y otros preferimos dictadura cívico-militar con bendición eclesiástica (y ya sabés a qué eclesiásticos me refiero)… Y que te conste que, para no provocarte, cité el Concilio y no a Oscar Romero, que decía que “una ley inmoral nadie tiene que cumplirla… en nombre de Dios les ordeno… ¡cesen la represión!”
Y no voy a entrar en temas que me exceden, y parece que a vos no, como los detenidos sin sentencia firme… Sólo te cuento que nadie cree que “a los militares” se los llama genocidas o represores. Eso sí, llamamos genocidas y represores a “esos” militares (sabrás distinguir entre “unos” y “todos”, supongo). Y, como no se podía esperar nada diferente de quienes frecuentan a Cecilia Pando o a Victoria Villarruel, me agota, también, escuchar hablar de verdad “completa”. Escuchar que pretendan enseñar historia quienes no saben el nombre de San Martín, quienes niegan los acontecimientos de la “Patagonia trágica” y destruyen monumentos o niegan la presencia indígena preexistente en estos territorios, resulta, por lo menos, grotesco. Y no queda bien, te lo digo fraternalmente, que en tu monodiscurso repitas una y otra vez algo que pareciera decir que por algo será, en algo andarían, y a lo sumo hubo errores y excesos. Desde tiempos idos cantábamos y repetimos que “no hubo errores, no hubo excesos”. Y, ¿sabés?, leyendo un libro yanqui sobre la literatura apocalíptica, me encuentro esta frase en una nota (y perdoname la cita):
“Los estudios antropológicos sobre el terrorismo de Estado en la Argentina, que están en la vanguardia de la investigación científica sobre este fenómeno de una manera más amplia, proporcionan también un recurso importante para la comprensión de la dinámica del terrorismo de Estado en el mundo antiguo”.
Resulta que todos saben que acá hubo terrorismo de Estado… todos menos vos y los tuyos.
A ver… Sos obispo castrense (y aunque pareciera un oxímoron, algunos creen que no lo es); entonces podés ser más castrense que obispo, o más obispo que castrense. Vos elegís. Pero, si elegís ser obispo, acordate que el Evangelio está antes que nada, y, además, el Evangelio tiene sus preferidos, y, estos, ¡no llevan uniforme!