Carta abierta a Alberto Fernández
Votos ajenos, fracaso de la persuasión y lapicera guardada como garantía de derrota
Señor Presidente
Me permito escribirle a modo absolutamente personal, y al decir personal me refiero a que, aunque yo pertenezca a un grupo de curas y sospeche que varios estarán de acuerdo, esta nota quiere ser totalmente mía.
Usted sabe bien que fue votado por la mayoría de los argentinos, pero también sabe bien que los votos no le pertenecen. Son de un frente al que aceptó pertenecer. Si bien es cierto que el sistema presidencialista argentino lo erige a usted en autoridad principal, mal haría en creer que fue usted, y no el frente, el votado y –por lo tanto– el que debe gobernar.
Llevamos más de la mitad de período de gobierno. Con aciertos y errores. Y se aproximan nuevas elecciones presidenciales. Usted afirmó que se presentaría para la reelección. No es este el momento para hacer la evaluación y señalar méritos y desméritos. En lo personal, lo que me importa es la suerte de los pobres. Y –debo decirle– me daría mucha pena tener que elegir entre un mal (¡muy mal!) menor y el mal (¡muy mal!) mayor, cuando creo que podemos ir avanzando en caminos que conduzcan a la felicidad del pueblo, caminos que no se están transitando.
Pero me permito decirle que no tengo ninguna intención de votarlo a usted, precisamente por eso. Puede ser, por aquello del mal menor, que lo termine haciendo, pero no está en mi intención hacerlo (ya me tocó votarlo a Scioli, sé de qué hablo). No entiendo que no se ponga usted al frente de las decisiones firmes que sepan confrontar –aunque implique perder– con los poderes hegemónicos.
Usted dice que el poder implica la capacidad de persuasión… capacidad para la que se ha mostrado absolutamente incapaz. Que no es cosa de lapicera (la cual parece no tener o no querer usar) sino de diálogo. Y debo recordarle que cuando Perón usó la lapicera, o cuando la usó Néstor o Cristina (¡que la usaron!), les significó conflicto, y perder y ganar. Y si cree que persuasión es lo contario, permítame recordarle que la historia lo contradice desde hace décadas.
Es posible que usted no esté dispuesto a usar la lapicera, o que su temperamento no se lo permita, o que los que mandan por encima de usted no lo autoricen a hacerlo. Sepa, por lo menos, que con mi voto no cuenta. No quiero votar a ganador pero al menos sí votar a la militancia. Votar a quien se atreva a dar pelea, no por la pelea en sí sino por la causa de los que sufren, víctimas de aquellos que no tienen lapicera sino poder. Pero que al menos los empobrecidos y las víctimas de aquellos que usted no se atreve a enfrentar sepan que existen quienes hicieron suya la causa que hubiera necesitado de una lapicera que quedó guardada.
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