Callejon sin salida del MUNDO NO K (OUT)
El desempleo en la agenda del G20 sin referencia a la demanda efectiva
La reunión del G-20 está en trance de franquear la puerta hacia al encuentro del pasado efímero. Lo que deja detrás de sí como antecedente del porvenir geopolítico aparecerá más nítido cuando se asiente el polvo de los acontecimientos inmediatos. Respecto de éstos, formalmente el corro se desenvolvió siguiendo una agenda configurada por tres áreas temáticas propuestas por el país anfitrión y aprobadas por los otros diecinueve miembros. El triunvirato lo formaron: “Futuro del Trabajo”, “Infraestructura para el desarrollo” y “Futuro alimentario sostenible”. Para darle contenido a estos asuntos, a lo largo del año hubo reuniones conjuntas de funcionarios de los países miembro que generaron documentos públicos que expresaron las aproximaciones de mínima a las preocupaciones compartidas.
La presidencia argentina eligió "El futuro del trabajo" como una prioridad para lograr "un desarrollo justo y sostenible para todos”, conforme se lee en la minuta que glosa el tema en el sitio web del G20.
“Promover oportunidades para un futuro del trabajo inclusivo, equitativo y sostenible” se titula la declaración emanada de la “Reunión ministerial conjunta (de los funcionarios del G20) de Educación y Empleo”, llevada a cabo en Mendoza, entre el 6 y 7 de septiembre de 2018. En el acentuado voluntarismo de forma de la declaración se expresan algunas de las densas contradicciones de fondo que condicionan el comportamiento de los principales países del G20. La disputa por el supuesto robo de tecnología de punta que horada ventajas estratégicas, la misma insistencia en la tecnología de punta, las genuinas preocupaciones por los robots y el empleo, se chocan de frente con el descreimiento en una macroeconomía que tenga como centró dinámico la demanda agregada impulsada por el consumo.
Si la inversión es una función creciente del consumo y a este se lo tiene aquietado, la tradicional limitación de la puesta en funcionamiento y generalización de las innovaciones tecnológicas, que es la falta de capital suficiente, se agrava en todo e, incluso, se vuelve abstracta porque no hay suficiente mercado para vender el bien novedoso o aplicar la nueva técnica para hacer un bien tradicional.
Además, y primordial, la falta de demanda está en el origen del desempleo, que empeora por la falta de innovaciones que elevan la productividad. Pero nada de esto es percibido en la declaración de la “Reunión ministerial”. Reconoce que “los mercados laborales siguen enfrentando diversos desafíos, tales como el desempleo persistente en algunos países", pero lo atribuye a los “cambios significativos impulsados por la digitalización y la automatización, la globalización, las transiciones demográficas, la migración y un cambio en las expectativas individuales y de la sociedad con respecto al trabajo y al bienestar”. A partir de ese enfoque los ministros entienden que se necesitan nuevas habilidades, nuevas formas de trabajo y nuevos "marcos institucionales innovadores y políticas sociales y de empleo”. Tal abordaje los lleva a proponer el "estrategias de entrenamiento y perfeccionamiento de las habilidades con el fin de aumentar su empleabilidad […] mediante el fomento de las capacidades cognitivas, digitales y emprendedoras para ayudar a generar innovaciones sociales y productivas”.
Ideas en oferta
El desarrollo no es otra cosa que el desarrollo de las fuerzas productivas. Las fuerzas productivas susceptibles de ser desarrolladas son, por una parte, el trabajo y, por la otra, los medios materiales de producción (también producidos por el trabajo de los seres humanos). De manera que lo que se desarrolla es, por un lado, la calidad de la fuerza de trabajo (grado de calificación) y, por el otro, la calidad y cantidad de los instrumentos de producción. En el capitalismo realmente existente nada de esto funciona si no hay mercado, o sea: demanda. La hazaña inconsistente, rayana en lo cínico, de lo comunicado por la “Reunión ministerial”, es insistir en la falta de calificación como una justificación de las consecuencias de haber estropeado el potencial de los mercados. Encima cuando la humanidad que vive en esos 20 países, año tras año –en mayor o menor medida— avanza sin pausas en materia de credenciales educativas.
Que el desempleo se deba a que los trabajadores no están suficientemente capacitados es una construcción que oculta la realidad: no hay trabajo suficiente porque no se vende suficiente. ¿Por qué se obvia el hecho primordial de que sin mercados previos establecidos no se ponen en marcha unidades de producción y la formación de técnicos en una especialidad dada resulta, entonces, imposible? Tamaño desdén por la demanda, semejante fe en la oferta, ha llevado al sistema casi al callejón con única salida en la represión.
A principios de la década del '70 se decretó que el keynesianismo se había vuelto inadecuado para enfrentar los nuevos problemas macroeconómicos resumidos y expresados en la temida inflación. Antes, durante y ahora es difícil, sino imposible, palpar tal pretendido fracaso del keynesianismo, como argumentan los premios Nobel de Economía Robert Lucas y Edward Prescott, que se asumen como su superación. Lucas, un ortodoxo entre los ortodoxos si los hay, en 2003 se ufanaba de que el “problema central” de la macroeconomía, esto es “la prevención de la depresión, ha sido resuelto, para todos los propósitos prácticos, y de hecho ha sido resuelto por muchas décadas”. Si bien reconoce que por efecto de las políticas fiscales han habido “ganancias importantes en el bienestar”, estas últimas son generadas por “proveer a la gente de mejores incentivos para trabajar y ahorrar” y no por “la sintonía fina de los flujos del gasto”. Asimismo, en cuanto al “potencial de ganancias de bienestar para mejorar a largo plazo, las políticas del lado de la oferta exceden por mucho el potencial proveniente de eventuales mejoras a corto plazo en la administración de la demanda”. (Cursivas de Lucas). La crisis de 2008 arruinó tan bello prospecto.
Para esta visión las fluctuaciones en el empleo por efectos de cambio tecnológico son bienvenidas, a tenor de las ideas sobre el Real Business Cycle (RBC) de Prescott; faro y fuente de inspiración para Lucas. Para Prescott y sus seguidores (ubicables en la escuela de las expectativas racionales), las fluctuaciones de los precios y los cambios en la demanda no tenían nada que ver con el ciclo económico. Por el contrario, el ciclo económico refleja fluctuaciones en la tasa de progreso tecnológico, que se amplifican por la respuesta racional de los trabajadores, quienes voluntariamente trabajan más cuando el ambiente es favorable y menos cuando es desfavorable. El desempleo es una decisión deliberada de los trabajadores de tomar vacaciones, por así decirlo. De manera que según decía Prescott en 1986, “los costosos esfuerzos de estabilización probablemente sean contraproducentes. Las fluctuaciones económicas son respuestas óptimas a la incertidumbre en la tasa de cambio tecnológico […] Si las políticas adoptadas para estabilizar la economía reducen la tasa media de cambio tecnológico, entonces la política de estabilización es costosa. En resumen, la atención debe centrarse no en las fluctuaciones de la producción, sino en los determinantes de la tasa media de avance tecnológico”.
Para los que a esta altura sospechen que se trata de una broma pesada, que dos siglos de batallas sindicales, escrita su crónica con sangre de pobre, se debieron a una errónea apreciación técnica de los trabajadores y los gobiernos, que –al fin y al cabo— los sindicatos siempre fueron prescindibles, tendrían a bien no perder de vista dos cosas. Una, que eso está en el corazón del G20. Dos, y a escala vernácula, que el ministro Nicolás Dujovne y el presidente del Central, Guido Sandleris, son firmes creyentes en las hipótesis de empleo-desempleo Lucas-Prescott y actúan en consecuencia.
De nuevo, una vez más
Lucas y Prescott manifiestan la argamasa intelectual que racionaliza las contiendes actuales que se ventilan en el G20 por la tecnología (y su deificación) y sin consideraciones hacia la demanda. Pelear por el dominio de las computadoras cuánticas y la inteligencia artificial sin que haya consumidores para ambas, deja de ser un vicio y pasa a ser una meta respetable y de primera importancia. Las ironías de la historia nos cuentan que fue precisamente contra estas ideas que John Maynard Keynes disputó en los ’30. Seymour Harris de Harvard, los austríacos Joseph Schumpeter y Friedrich von Hayek, los ingleses Ralph Hawtrey y Lionel Robbins, eran los principales economistas de la época. Frente a la imposibilidad de negar la existencia de los ciclos, le encontraron virtudes a la crisis. Conformaron el grupo de los llamados liquidacionistas, porque sostenían que era contraproducente tratar de yugular las crisis dado que así se purgaba o liquidaba a los malos empresarios dejando el terreno a los mejores, con indudables beneficios posteriores para la sociedad en su conjunto. Fue a los liquidacionistas y a su fervor en que la innovación tecnológica resolvería todos los problemas (cuando apareciera – y hasta tanto, paciencia), que cruzó Keynes señalando que la salida estaba en avivar la demanda y sostenerla. Hay que tener presente que los liquidacionistas habían convencido a todo el mundo de la pertinencia de su esquema analítico en medio de la crisis del ’29. Por eso, entre otras pocas razones, el gobierno norteamericano observaba semejante crisis cruzado de brazos. Lucas- Prescott, herederos de los liquidacionistas, hacen hoy valer su legado.
Pero Keynes hizo algo más, tan importante como lo anterior, para que su esquema de demanda funcione y cuya ausencia explica en gran parte las limitaciones del G20. Diseñó un sistema monetario mundial con moneda propia, el Bancor, en el que se impedía el movimiento financiero internacional de capitales, se fijaba coordinadamente el tipo de cambio y se penalizaba a los países superavitarios (porque gastan menos de lo que ganan) y beneficiaba bajo normas estrictas a los países deficitarios (porque gastan más de lo que ganan). Esto último es exactamente al revés de lo que se propicia en estos días. Esa lógica impecable de que sin gastar coordinadamente a escala internacional el sistema se retrae, salió muy a medias en 1944 en Bretton Woods, reunión en la que se crearon el FMI y el Banco Mundial. Mientras ese orden limitado funcionó, el crecimiento mundial pegó un salto inédito por lo importante. Desde que cesó, en 1971, andamos a los tumbos. Los mismos tumbos que hoy lo tienen sin encontrar el rumbo al G20 para lo que fue creado: coordinar financieramente al mundo.
Ese rumbo está en recrear y superar las ideas de Keynes. Mientras tanto se sigue recalando en la insuficiente capacitación de los trabajadores para explicar el desempleo y peleando por la tecnología de punta en nombre del poder. El peligro de esta situación alienada es que replique la experiencia de Japón en los ’30. Era un país muy tecnificado y muy pobre. Para seguir necesitaba mercados. Avanzar con el interno implicaba socavar las bases del poder de los samurais regurgitados por la dinastía Meiji. Fueron a buscarlos afuera. El 7 de diciembre de 1941 atacaron Pearl Harbor.
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