Buenos y malos deseos para 2021

La Justicia no sirve al gobierno de turno sino al poder permanente de las corporaciones

 

La llegada de las primeras dosis de vacuna contra el Covid del Instituto Gamaleya es  sin duda una de las mejores noticias que hemos tenido en este año que finaliza. Si los plazos de vacunación previstos por el gobierno nacional se cumplen, se avanzará en el primer semestre del año próximo en la protección de una parte significativa de la población, poniendo claramente en retroceso los peligros que la pandemia trajo a nuestro país.

Mientras este grave problema va ingresando en un cono de sombra, se hacen evidentes las tensiones que nos esperan en el terreno de la economía y de las políticas públicas en el año que está por comenzar.

Si existiera algo así como un árbol de Navidad nacional, unos estarían esperando que al abrir el regalo que les tocó para 2021 aparezcan mejoras en sus ingresos, en el empleo, en sus condiciones de subsistencia y en las posibilidades de progreso en la vida. Pero otros querrían encontrar que volvimos mágicamente al 9 de diciembre de 2019, y que se prolongan en el tiempo los logros del macrismo en materia de caídas salariales generalizadas, altísimas tasas de rentabilidad empresarial promovidas por la regulación gubernamental, un Estado absolutamente condicionado por sus acreedores externos e internos y la profundización de la persecución judicial contra el único espacio opositor real que tuvo ese proyecto de regresión social.

 

 

Los deseos de La Nación

El comentarista Carlos Pagni, el día 24 de diciembre, publicó en la tribuna de doctrina una nota que tituló “Cristina Kirchner se aleja de un acuerdo con el FMI por razones políticas”, en el que básicamente sostiene que CFK se opondría a determinadas demandas del FMI –fuerte aumento de las tarifas públicas, por ejemplo— por razones electorales, pero que aplicar en cambio lo que propondría la Vicepresidente también llevaría a otros graves deterioros económicos, con lo cual el gobierno estaría, de una forma u otra, ya condenado al fracaso.

El artículo está construido sobre una gran cantidad de falacias, característica de la mirada promovida por ese medio y su sector social de referencia, que se reflejan en algunos párrafos dignos de estudio.

“Hoy el Banco Central no tiene más que 1.100 millones de dólares para intervenir en el mercado. En un año se perdieron 10.000 millones. El drenaje se debe a una expectativa devaluatoria muy justificada. El público huye del peso al advertir los enormes niveles de emisión a los que obliga un déficit fiscal abultadísimo, que no es susceptible de ser financiado de otro modo. Quiere decir que existe un puente directo entre la dimensión del déficit fiscal y la caída de reservas”, sostiene Pagni.

Aparecen aquí varios tópicos característicos del paradigma ideológico neoliberal.

Primero la referencia a un abstracto “público”, en vez de identificar los actores reales que operan en el mercado de cambios. Ese falso “público” sería en el universo pagnista un mundo constituido por millones de pequeños ahorristas que protagonizan los avatares del dólar. No existen las grandes empresas exportadoras, ni importadoras, ni los financistas, ni las mesas de dinero, ni los operadores bursátiles, ni los especuladores. Sólo un público puro, independiente, que adhiere naturalmente a la teoría cuantitativa del dinero, que establece una relación mecánica entre la cantidad de dinero circulante y el nivel de la inflación. Teoría a la que adhiere espontáneamente el público, que está muy bien informado y conoce a fondo la teoría económica. Este conglomerado de sujetos apolíticos se levanta a la mañana y, mientras lee La Nación, averigua cuál es la emisión monetaria del gobierno,  forma sus expectativas de devaluación, va y remarca precios y compra dólares.

Todo ese mundo ficticio está contrabandeado en un párrafo supuestamente descriptivo de una realidad indiscutible.

Claro, no va a ser precisamente en La Nación donde se publique una descripción realista de cómo y quiénes operan en el mercado de cambios, cómo operan los que manejan el comercio exterior argentino, y cómo este se ha transformado en un instrumento de poder del sector privado para imponerle medidas a los gobiernos. Tampoco cómo operan los que trabajan desde los medios de comunicación para generar esas famosas expectativas devaluatorias. En el mundo que presenta Pagni, no hay ningún poder dominante ni fuertes intereses jugando, sino ciudadanos que reaccionan con racionalidad frente a situaciones económicas que ocurren porque sí.

Dice más adelante: “Es muy probable que el acuerdo (con el FMI) haya cambiado de significado cuando desde las oficinas de Georgieva (Directora Gerente del FMI) pidieron un pacto con la oposición. Quiere decir que el contrato con las grandes potencias que dirigen el organismo incluye una intervención en la política doméstica, que para ella (CFK) puede ser intolerable”.

Pagni sostiene que se le pide al Frente de Todos que acuerde con el bastión neoliberal llamado Juntos por el Cambio, como si fuera una cosa natural el arrasamiento de las diferencias políticas necesarias para que exista democracia, y agrega que esa evidente intromisión en las políticas gubernamentales para eliminar toda gota de progreso y de pluralismo, sería “intolerable” sólo para Cristina Kirchner. Fuera del mérito de CFK de constituir un bastión frente a las presiones del neoliberalismo globalizador, no es cierto que es sólo ella quien tiene problemas con la intromisión externa en el control del rumbo nacional, la derogación de las promesas electorales del gobierno y el vaciamiento de la vida democrática. Pagni acude al modelo político griego, donde el partido de izquierda Syriza se vio forzado en su momento, por fortísimas amenazas de la Unión Europea, a hacer un gobierno completamente opuesto a sus deseos.

Vale la pena recordar que la Argentina no es Grecia y el FdT no es Syriza. Y la AEA no es la burguesía alemana. Por eso apuestan a que el FMI reponga al gobierno argentino en la senda del subdesarrollo y los ayude a bloquear a los nacionales y populares.

Según Pagni, en síntesis, o el gobierno concede al FMI y a otros factores económicos lo que desean en aras de la “racionalidad económica” –lo que lo lleva a la derrota electoral—, o el gobierno fracasa económicamente al rechazar los deseos del FMI y de la elite local, lo que también terminará en un derrumbe electoral por los pésimos resultados económicos que el articulista predice.

Algo de razón tiene Pagni, en el sentido de que si se va a dejar el mercado cambiario así como está –en manos de pocos agentes concentrados—, el sistema impositivo así como está –regresivo y con perforaciones por todos lados—, la provisión de alimentos y otros productos masivos así como está –sometida al arbitrio de formadores de precios oligopólicos—, y el Poder Judicial así como está –aliado político del establishment— todas las cartas las tienen los sectores concentrados para boicotear cualquier intento de mejorar la situación de las mayorías.

Pagni naturaliza esta situación. ¿A quién se le ocurriría cambiar esto, si así es la sociedad y no puede ser de otra forma? ¿O acaso la Argentina no es Grecia?

Con estas reglas de juego, es posible vetar el redistribucionismo moderado que apetece el gobierno y torpedearlo de múltiples formas, excusándose en “mecanismos económicos objetivos”. Para la derecha que Pagni representa, el FdT debería rendirse a esta realidad, y ofrecerse como un gobierno neoliberal prudente, usando su credenciales peronistas para estafar a las masas.

Pero Pagni parece olvidarse de que este gobierno no cuenta con un activo inmaterial con el que sí cuenta el macrismo, que es el odio anti-k, que le permite lograr que una parte de su base electoral lo vote contra sus propios intereses. El Frente de Todos no está construido sobre esos mismos cimientos, y lo que deberá ofrecer en 2021 son realidades efectivas, avances ciertos, mejoras tangibles, y no compensaciones psicológicas perversas a una población psicotizada desde los medios.

 

 

Los deseos de algunos empresarios optimistas

En su programa Brotes Verdes del 22 de diciembre, Alejandro Bercovich presentó el testimonio de diversos empresarios en relación al panorama económico nacional del año próximo. Lo novedoso y sorprendente –y lo que muestra también a qué grado insólito de distorsión social hemos arribado—, era que estos empresarios se mostraban optimistas, hablaban de inversión, de crecimiento, de un panorama positivo para sus empresas en 2021, y no se dedicaban a fomentar climas de desestabilización cambiaria o inflacionaria ni a presentar escenarios de ruina apocalíptica por culpa de las políticas del actual gobierno.

Uno de los testimonios presentado fue el de Hugo Dragonetti, CEO de Panedile Construcciones, empresa que junto con capitales alemanes levantará una represa en Neuquén. El empresario, muy entusiasmado, enumeró una serie de ventajas en materia de costos y tarifas que harían de la Argentina un país muy interesante para la inversión productiva.

Entre los argumentos que desarrolló en función de explicar su optimismo, explicó que buena parte del gasto público se va en el pago de jubilaciones y en sueldos, y consideró alentador que “los sueldos del Estado (en los últimos años) no han seguido la inflación y eso va a provocar un ordenamiento fiscal –que vamos a ver si el Estado logra mantenerlo— que es un factor que va a ayudar a la estabilidad”.

Aparece aquí de vuelta el argumento falso de que la inflación tendría que ver con un gasto excesivo del Estado, y que el mantenimiento del derrumbe en el salario real de los agentes estatales sería un genuino aporte a la consolidación de un escenario positivo para la inversión.

Ese mantra viene siempre acompañado de la creencia de que en el Estado siempre sobra gente, independientemente de las funciones que asuma. En general es expresión de ignorancia sobre el papel y la relevancia de la función estatal. Al mismo tiempo es muy interesante ver cómo, implícitamente, se reconoce el valor de la inflación propiciada por el macrismo: bajó los salarios reales de todos los trabajadores, lo que la parte más concentrada del empresariado local considera un acierto económico de primer orden.

Dragonetti le dice al gobierno que el escenario para invertir está bueno, pero que recomponer los salarios públicos sería visto como una señal negativa por los inversores. Se perderían las “condiciones ideales” para invertir.

Jamás se les ocurre, a gente que demuestra que es capaz de pensar la economía tomando en cuenta variados factores, que la reducción del déficit del Estado podría lograrse mediante una reforma tributaria eficiente y progresiva –eliminando la fuerte evasión y elusión impositiva—, y que los agentes estatales son también consumidores y usuarios de los que dependen las propias ganancias empresarias y la robustez de los ingresos fiscales.

 

 

Los deseos de Alberto

El Presidente de la Nación Alberto Fernández dijo las palabras de cierre en el acto “Desafíos para la reconstrucción bonaerense”, realizado en el Estadio Único de La Plata el 18 de diciembre.

Entre otras cuestiones, aludió al espinoso tema del estado del Poder Judicial: “Algunos piensan que el problema y el malestar con el tema de la Justicia es un tema puntual de alguno de nosotros. Es un problema conceptual de todos nosotros, que lo que queremos es tener jueces dignos, honestos, probos, que hagan justicia, y no que corran detrás del poder de turno”.

Estas expresiones suenan bien, pero encierran un error conceptual importante, que impide un abordaje profundo del problema. La cuestión reside en qué se entiende por "poder de turno". El Presidente parece aludir, con el término “poder de turno”, al gobierno de turno.

Pero si el poder de turno fuera el gobierno de turno, y el Poder Judicial actuara como dijo el Presidente, hoy Vicentin sería una gran empresa pública cumpliendo valiosísimas funciones regulatorias. Los juicios fabricados contra políticos kirchneristas estarían siendo desmantelados debido a todas sus inconsistencias, y los delitos institucionales ocurridos durante el macrismo estarían atiborrando los estrados judiciales. Nada de eso pasa.

Creemos que la explicación se puede encontrar en la teoría política implícita en la afirmación presidencial, muy vigente en el mundo del derecho formal, en el sentido común de la sociedad y en la prédica interesada de los medios hegemónicos.

Existe una vieja concepción que proviene del siglo XVIII que sostiene que el "poder" reside exclusivamente en el Estado, en las autoridades políticas, y en nadie más.

Pero existe otra concepción alternativa, más realista y actualizada, que ha tomado nota de que el "poder", en la sociedad contemporánea, está tanto adentro como afuera del Estado, y tiene importantísimas dimensiones económicas, culturales y comunicacionales.

El Presidente parece referirse a la primera concepción cuando dice "el poder de turno". Se está refiriendo al gobierno que ocasionalmente encabeza la administración del Estado. Según esa mirada, algunos jueces inescrupulosos se van acomodando frente a cada gobierno –que sería la autoridad suprema—, fallando de acuerdo a las apetencias de los políticos, aunque tengan que pisotear los principios del Derecho, si les hiciera falta para adular a los gobernantes.

Sin embargo, más allá de que siempre se pueden detectar conductas de este tipo, no es ese el problema central hoy.

Ocurre que en el capitalismo del siglo XXI, las grandes corporaciones tienen más poder que nunca sobre los gobiernos, los políticos, los jueces, los medios de comunicación y las imágenes y representaciones que circulan entre la población.

Para descifrar lo que ocurre realmente en las sociedades no sirve pensar en términos de "la ambición de poder de los políticos" y de "los jueces corruptos y acomodaticios" (un enfoque individual y psicologista del problema), sino en las fuerzas profundas que juegan con esos y otros factores para maximizar su poder, derrotar a otras fuerzas antagónicas, y modelar la sociedad de acuerdo a su conveniencia.

Mucho más relevante que hablar "del poder de turno" (lo que da una idea de poder rotativo), es hablar del poder permanente, que no rota porque no está sometido a elecciones democráticas periódicas, sino por afuera y por arriba de las estructuras gubernamentales, condicionándolas y disciplinándolas, cuando no las puede manejar directamente, como se hizo durante la dictadura cívico-militar, en el menemismo y con el macrismo.

Cuando se comprende esta realidad de la existencia de poderes fácticos permanentes, se pueden abordar con mucha más precisión los problemas que tenemos con la Justicia.

Que no son problemas con algunos jueces venales o ineptos, sino con el papel que este sector del Estado ha asumido en defensa del poder permanente, gobierne quien gobierne.

Si el análisis de la situación del Poder Judicial se escinde de cómo ejercen el poder los sectores dominantes del país, se pierde comprensión y profundidad, quedándose en un plano formal muy limitado.

El poder corporativo, estable, permanente, fue defendido ayer por el Poder Judicial allanándose a los requerimientos ilegales del macrismo –entre ellos la persecución judicial de la oposición—, y es defendido hoy, trabándole al gobierno los proyectos progresistas y tratando de quebrar su unidad política. Le toca a este gobierno de turno tomar nota de esta barrera permanente a la conquista de la democracia real.

 

 

Deseos

La sociedad que fue configurando el neoliberalismo global tiene poco que ofrecer a las mayorías, y menos aún en América del Sur.

Sin embargo, las mayorías aparecen agobiadas por las dificultades de su vida cotidiana y por un aparato cultural, ideológico, mediático, de gigantescas proporciones. Sus reacciones son muchas veces defensivas, vinculadas a situaciones extremas provocadas por las medidas y planes desatinados de la derecha.

El deseo, para 2021, es que las mayorías vuelvan a tener deseos fuertes. A sentirlos legítimos. A poder proclamarlos y exigirlos en el escenario público, al menos con la misma energía que emplean las derechas para imponer los propios.

Se trata simplemente del derecho de las mayorías a desear, lo que en algunos lugares del mundo parece casi abatido, pero que en nuestro país reaparece cada tanto, cambiando la historia nacional.

 

 

 

 

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