Buenas y malas grietas

El malestar crece con la malaria y comienza a meter presión sobre el arco político

 

El triunfo parlamentario del gobierno en la Cámara de Diputados, convalidando el veto a la imprescindible Ley de Financiamiento Universitario, fue saludado por los “mercados” como un triunfo político de sus negocios frente a las pretensiones de la sociedad argentina de mantener una expectativa de futuro.

Alejandro Finocchiaro, diputado del PRO de la provincia de Buenos Aires, lo expresó en estos términos durante la sesión donde se refrendó el veto presidencial: “Acá estamos hablando… de una disputa de poder (…) acá estamos hablando del mensaje que este recinto va a mandar a los mercados internacionales, a los inversores que tanto necesitamos, a las consultoras de riesgo”.

Toda esta cadena de razonamientos está completamente equivocada, aunque pose de realista y bien informada.

Es cierto que los mercados festejan, en numerosas oportunidades, los “daños colaterales” que generan sus negocios a las sociedades. Y es cierto que a los mercados les encantan los gobiernos que ajustan sin piedad el gasto público, destruyen el estado de bienestar y redistribuyen la riqueza hacia los sectores más pudientes. Pero que ese sea el criterio ultra reaccionario que prima en los circuitos del dinero global no es lo mismo que decir que esa es la política adecuada para un país.

Bajo la triste gestión de Fernando de la Rúa, primó el mismo criterio enunciado por Finocchiaro: primero hacer lo que los mercados pidan (con sus criterios clasistas sobre qué es lo bueno y qué es lo malo en política y economía), y después se verá qué se hace con la población, que en estas democracias subordinadas al gran capital son un decorado irrelevante entre votación y votación.

Pero un punto clave, en el que muchísimos políticos patinan –porque no tienen formación y los economistas que los asesoran contribuyen a la profundización de su ignorancia–, es creer que los “inversores que tanto necesitamos” están afuera del país, y que no invertirán a menos que hambreemos a los jubilados, destruyamos a las universidades y a los científicos, arrasemos la salud pública y hundamos a los sectores medios.

Por empezar: hay en la Argentina capacidad inversora no movilizada ni aprovechada. Segundo: afuera, en el mundo, el capital que busca hacer inversiones importantes no es “liberal-libertario” (o simplemente reaccionario como lo es aquí en buena medida). En realidad –como señaló con sensatez Pichetto en el mismo debate–, las grandes multinacionales productivas necesitan situaciones atractivas desde el punto de vista de la rentabilidad, pero viables y estables política e institucionalmente, lo que les reduce el riesgo de situaciones imprevistas.

Pero la distorsión cognitiva en la clase política domesticada llega más lejos: confunden al gran capital multinacional capaz de extraer o producir riqueza con los grandes fondos de inversión dedicados a la timba a escala global. Timba, y no otra cosa, es lo que generó Martínez de Hoz con su tablita cambiaria, Menem con su convertibilidad infinita y Macri con su apertura estúpida del “cepo” y la emisión irresponsable de Leliqs.

Es fundamental entender este punto, porque ya es la centésima vez que se confunden entre dos tipos de “inversores”, que son completamente diferentes desde la perspectiva de una estrategia nacional.

Finocchiaro, y todos los políticos ignorantes que piensan como él, por ahí creen que están llevando adelante una epopeya nacional, que consistiría en mostrarle “al mundo” equilibrio fiscal, pre-condición necesaria para que nos inundemos de inversiones productivas provenientes “del mundo”, lo que nos hará ricos y prósperos.

Lo crean o no estos políticos de pésima formación, lo cierto es que hoy, en octubre de 2024, impera en nuestro país un régimen de valorización financiera de corto plazo que muestra logros absolutamente transitorios (dólar quieto, inflación en muy paulatino descenso), basado en el ya conocidísimo mecanismo cambiario-financiero del carry trade: traer dólares (de adentro o de afuera), pasarlos a pesos, invertir financieramente en activos que devengan altos intereses en comparación con el ritmo de devaluación, vender esos activos concretando la ganancia en pesos y luego volver al dólar que el ministro Caputo les garantiza semi-inmóvil. Después, irse.

Ese, y no otro, es el “alto objetivo nacional” que defienden libertarios y macristas, más los otros votantes circunstanciales, o ausentes circunstanciales, que en cambio defienden el objetivo supremo de sus propios bolsillos.

 

Grietas buenas

Este tipo de resultado parlamentario, plagado de ilegitimidad social y de sospechas de corrupción, genera una serie de efectos políticos que conviene observar:

  • Grietas entre parte del voto libertario ilusionado con pececitos de colores que les fueron arrojando, y la acción concreta del gobierno, que agrede sistemáticamente a las mayorías populares, sin discriminación alguna;
  • Grieta enorme dentro de la UCR, entre buena parte del aparato político, entregado completamente a lo que las corporaciones les indiquen, y el radicalismo universitario, que basa la adhesión de miles de militantes en otra versión del radicalismo, más nacional y más socialdemócrata, que choca de frente con la acción pública del partido. ¿Cómo va a procesar la rama universitaria de la UCR esta votación sin terminar aceptando la doctrina De la Rúa-Finocchiaro de prioridad completa del poder corporativo?
  • Grieta del macrismo con la clase media que lo ha seguido en medio de ensoñaciones de republicanismo y seriedad económica –frente al ogro K– y que ve cómo Macri acompaña con convicción las políticas antirrepublicanas, antidemocráticas y anti humanas de la actual gestión.
  • Grietas dentro del peronismo, que siempre ha hecho gala de su capacidad de sintetizar sectores muy antagónicos, pero que no puede mantenerse en aguas intermedias –o peor aún, apoyar– frente al extremismo clasista de la actual gestión. Si quiere poder seguir apelando a trabajadores, pobres y capas medias, debe reafirmar en la práctica –no sólo parlamentariamente– su compromiso con esos sectores.

Inevitablemente una situación límite como la que está generando el gobierno producirá impactos drásticos sobre el actual cuadro político.

 

Grietas malas

Un número no despreciable de público nacional y popular observa con preocupación la apertura de una potencial brecha entre el liderazgo histórico de Cristina Kirchner y la figura de Axel Kicillof, gobernador de la estratégica provincia de Buenos Aires.

Para muchos es incomprensible que divergencias de enfoque entre dos respetadísimas figuras del espacio pueda escalar hacia una situación de conflicto que ponga en riesgo la unidad de un campo en el que efectivamente “no sobra nadie”, salvo los que lo denigran y envilecen, como los Jaldo, Jalil o Scioli.

La discusión sobre temas de fondo debe ser bienvenida. Se trata de una disputa valiosa, necesaria, que encierra debates relevantes, como por ejemplo cómo relacionarse con la sociedad, con el “exterior” cada vez más grande del espacio. Qué mensaje hay que construir para generar mayorías.

Cómo posicionarse frente al tema del Estado, a la relación con el empresariado más concentrado, con el sector agrario, con la enorme economía informal. Cómo procesar los cambios que vienen ocurriendo y transformarlos en un programa político comprensible para las mayorías.

Cómo captar los nuevos procesos culturales, el impacto de las redes sociales sobre los jóvenes. Cómo sintonizar un mensaje transformador con las nuevas subjetividades, cómo abarcar en un único discurso una enorme diversidad de situaciones características de una sociedad fragmentada.

Cómo relacionarse con el mileísmo como fenómeno social masivo, y con el híper reaccionario gobierno libertario en lo político.

Qué tipo de alianzas internacionales se pensarán en función de un futuro gobierno popular, y cuál deberá ser la relación con la súper potencia norteamericana, y con el emergente mundo de los BRICS.

A esta altura es claro que nadie tiene “la posta” sobre muchas de estas cuestiones, y que las respuestas irán apareciendo en el intercambio, el debate y el fragor de los hechos que se presenten en los próximos tiempos.

Al mismo tiempo que se deben ir elaborando estas cuestiones estratégicas, hay una base de principios en común importantísima, que delimita extraordinariamente al campo nacional y popular del proyecto cipayo encabezado por Milei & Macri.

Creemos que existen coincidencias explícitas e implícitas en la siguiente agenda temática:

  • Estado fuerte y activo;
  • Industrialización orientada;
  • Despliegue amplio de las capacidades productivas y exportadoras nacionales;
  • Renegociación de la deuda externa compatible con el despliegue del potencial nacional;
  • Protección inteligente del mercado interno;
  • Hambre cero;
  • Inclusión social plena;
  • Protección social amplia;
  • Valoración y apoyo a las capacidades creativas y culturales nacionales;
  • Soberanía nacional plena, efectiva, sin injerencia extranjera;
  • Solidaridad latinoamericana y autonomía internacional para nuestra región.

Si se lo piensa bien, es muchísimo. Pero la clave está en los pequeños detalles, que deben ser trabajados con supuestos realistas, tomando en consideración los múltiples obstáculos que las sucesivas oleadas de neoliberalismo han dejado para concretar estas aspiraciones.

Hay, por supuesto, sectores diversos y difusos, que no acuerdan con algunos de los puntos mencionados. Otros plantean disputas de cargos y poder sin preocuparse demasiado en qué proyecto de país se inscribirían.

Es una ecuación política muy complicada si se la evalúa exclusivamente en términos políticos estáticos, ensombrecida por el 55% de votos a Milei.

El resultado de las elecciones del año pasado muestra un telón de fondo complejo y desafiante: un porcentaje significativo de la opinión pública tiene preferencias políticas divorciadas de sus propios intereses concretos, está muy influenciada por el discurso de viejas y nuevas derechas, y dispuesta a apoyar a proyectos políticos destructivos de sus propias perspectivas de futuro.

Pero todos debemos saber que el panorama social y político dista de ser estático, y sobre él se debe intervenir.

En todo caso, confiamos en la inteligencia de los personajes involucrados en esta eventual grieta indeseable, en el compromiso con la idea de Patria que indudablemente comparten, y en que la sabiduría política va a imponerse, porque es un imperativo histórico popular.

Pero además, no estamos solos, conversando en un tupper. Hay un país en disputa.

 

Cambio de clima

Cada día, miles de personas se desayunan sobre la verdad profunda de este proyecto en marcha. Comprenden que están siendo sumergidos, dejados de lado, despojados, en aras de un proyecto que no los contempla ni incluye. Y empiezan a ver que no es por unos meses, sino por un tiempo ilimitado.

Ese despertar está ocurriendo a un ritmo que es el ritmo de las sociedades. Casi no se notaba en los primeros meses de esta gestión, pero ahora aparecen síntomas micro de que la simpatía por el personaje novedoso y extravagante está cediendo ante los destrozos materiales que está provocando en el tejido social y en la vida de la mayoría.

Es cierto: jóvenes gasoleros, sin una estructura de gastos familiares significativa, con capacidad de aguante físico y psicológico, cuentan con más tiempo para esperar el milagro mileísta y están dispuestos a otorgarle más crédito político al experimento. En muchos casos carecen de conocimientos históricos, políticos y económicos para poder evaluar los cuentos que les lanzan desde los medios y redes oficialistas. No pasa así con la gente con menor margen de maniobra en sus ingresos, más estructuras familiares para sostener, más experiencias vividas o menos tiempo a futuro.

 

Efecto de la acción popular sobre las grietas

La acumulación de agresiones sociales del gobierno mileísta al conjunto de la población va generando efectos cada vez más perceptibles. Los conflictos comienzan a aumentar en dimensión, mientras que el tono de la protesta pasa de lamentaciones en tono monocorde a crecientes exigencias y denuncias. El clima subjetivo empieza a ponerse a tono con el derrumbe de las condiciones materiales de vida. También se empieza a ver que buena parte de las desgracias colectivas tienen un mismo punto de partida, que son las políticas de este gobierno.

Fue muy interesante el caso del Hospital Nacional en Red Laura Bonaparte, especializado en salud mental y consumos problemáticos. La semana anterior finalizó con la angustiante noticia de la casi segura liquidación del hospital –indispensable para la población que padece estos problemas de salud– con la excusa insólita de que era costoso o ineficiente. La indignación social que produjo la noticia de la nueva tropelía libertaria excedió largamente a los propios interesados, tanto los profesionales que allí trabajan como los muchos pacientes que encuentran un poco de contención y orientación.

La salvajada oficial era de tal magnitud que excedió los límites de lo moralmente tolerable por parte de las personas decentes e informadas. Se hizo evidente que estamos frente a un gobierno que está empeñado en la destrucción de las condiciones de vida básicas de la población. Para toda su tarea destructiva, utiliza una argumentación falsamente fiscalista.

Si el gobierno tuviera realmente una obsesión fiscalista, le cobraría impuestos a todo el mundo, sin discriminaciones clasistas, y no como ha hecho efectivamente, que desistió de aumentar las Retenciones a la Exportación al agro-negocio y redujo a un mínimo insignificante el Impuesto a los Bienes Personales. Hay muchas otras medidas posibles si se quiere cuidar a las capas menos favorecidas de la población.

La reacción social activa y movilizada y el impacto político sobre la imagen del gobierno hicieron retroceder parcialmente en la decisión del cierre del Hospital Bonaparte a una gestión que se viene caracterizando por la intransigencia total como “principio de gobernabilidad”.

A Milei tampoco le dio el cuero político, en esta oportunidad, para mandarse otra fiesta de la humillación social en la Quinta de Olivos, como hizo con el veto a la Ley de Movilidad Jubilatoria. Tanto Milei como Martín Menem recibieron señales de fuerte repudio en la vía pública en el día posterior a la confirmación del veto presidencial.

El clima en la sociedad empieza a tomar otra densidad, en la medida en que comienza a clarificarse en las cabezas el objetivo antisocial irrenunciable de este gobierno. Este es, precisamente, el ambiente en el cual irán evolucionando las grietas positivas y negativas.

Un malestar popular creciente, más abierto y explícito, expresado de mil formas, desde el salto a los molinetes, las movilizaciones y manifestaciones, las tomas de universidades, los paros, hasta los comentarios en los colectivos y las verdulerías, hará presión sobre el conjunto del arco político.

El mileísmo y el macrismo serán sometidos a un creciente desgaste producto de las políticas que propician. La “avenida del medio” se verá forzada a tomar posiciones mínimamente democráticas y de defensa de los derechos básicos elementales, si no quiere perder sus chances de interpelar a los vastos sectores medios agredidos.

Para el campo popular, será un aliciente y una advertencia al mismo tiempo. Aliciente, porque la opinión pública empieza a comprobar qué políticas son las que le hacen bien y que chamuyos son los que le hacen mal. Y advertencia, porque la desconexión política con los procesos novedosos que se viven en los subsuelos de la Argentina hizo que no viéramos la amenaza neo-autoritaria y cipaya que se cernía sobre nuestro país.

Ahí está la tarea.

 

 

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