Brasil elige, pero poco
Un esperado triunfo de Lula con magras posibilidades de acción
Muchos indicios aseguran que Lula da Silva le gana a Jair Bolsonaro en la segunda vuelta electoral de hoy en Brasil. Sería un triunfo con magras posibilidades de acción desde la presidencia para este obrero metalúrgico de 77 años. Hizo mucho en los dos gobiernos que ejerció entre 2003 y 2010, que coronaron la gesta política hecha desde 1980 al construir su fuerza, el Partido de los Trabajadores (PT) desde la nada. Pero ahora Lula no tendrá mayoría propia en el Congreso, y los estados más ricos –Río de Janeiro, San Pablo, Minas Gerais y Río Grande del Sur– están en manos de la derecha. Esos estados del sur darán trabajo a los bolsonaristas en un clientelismo descarado, pero que hará que continúen como mano de obra del rumbo político de la ultraderecha, reforzando su continuidad. La ultraderecha de Bolsonaro, con el bastión que son los 5 millones de votos en la primera vuelta y un peso político y social que la hace disputar la prevalencia más allá del resultado de hoy, promete ser un actor protagónico con el que nada indica que pueda haber negociación, ni siquiera diálogo. Y esa ultraderecha está para quedarse.
Hoy el 90% de los votos ya consolidó su opción, afirma Thomás Zicman, PhD en Teoría Política. Hay una dispersión de los votos restantes, que es la que no le permitió a Lula ganar en primera vuelta, y ahora sólo hay especulaciones sobre la decisión final de votos sueltos en terceras opciones y esos 5,4 millones que no votaron. La periodista Lamia Oualalou cita el hecho contundente de que 7 de cada 10 votantes no revelan a quién votarán.
Las campañas
Lula puede contabilizar errores en su campaña. Quiso contrarrestar las fake news en las que Steve Bannon especializó a los hijos de Bolsonaro cuando esta ola de ultraderecha empezó a planificarse, alrededor de 2013, y llegó a decir que Bolsonaro era caníbal. Un juez lo observó y se vio metido en el mismo barro que su contrincante. Se sabe que, en política, el que fija los términos es el que gana. No parece haber comprendido Lula que el contenido, cuya grosería e improbabilidad marcaron nuevas cotas mundiales en esta campaña, no es lo fundamental. Lo realmente importante es la atracción a la pertenencia. El deseo de estar motiva más que las razones para estar.
Hay amplia coincidencia de que, en Brasil, de los diarios sólo se leen las portadas. De allí la importancia de las iglesias como estructuras cerradas que le dan una orientación circular a la fake news: se conoce lo improbable que afirman, pero no hay contraste posible en procura de su veracidad. A ello, el bolsonarismo suma su constante violación de la ley electoral, entrando a los cultos para pedirles el voto a los feligreses. La acción forma parte de la maquinaria de Bolsonaro para comprar la elección a toda costa, pagando más allá de cualquier presupuesto. Lula quiso disputar discursos religiosos y el pánico moral que expresaba la opción binaria presentada por Bolsonaro, con lo cual se puso en la zona de confort de su rival.
Además, Lula tuvo como hilo conductor de su argumentación el enfatizar los logros del pasado que empezó hace dos décadas, de la que un número muy importante de votantes nada sabe. Entre las elecciones de 2018 y estas, los nuevos inscriptos crecieron 50%: de 1,4 a 2,1 millones. Y sólo en el primer cuatrimestre de este año, los electores crecieron 2 millones.
Tampoco el proyecto económico de Lula es muy claro, en parte porque no puede serlo. Su candidato a vice es un neoliberal, el ex gobernador de San Pablo y ex contrincante de Lula Geraldo Alckmin. En cambio, el proyecto económico de Bolsonaro, aunque doloroso, sí tiene valores: está vendiendo algo concreto el hombre. A Lula le es difícil prometer, pues va con un Vice que si en algo es fuerte, es en compromisos y relaciones empresariales. Naturalmente, ellas están claramente en contra del clientelismo con el que Bolsonaro endeudó al Estado más allá de lo imaginable. El neoliberalismo conservador en el que estaba Alckmin en el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasilera) lo llevó a aliarse con el Presidente Michel Temer, el más impopular de la competitiva lista en la materia de los que ocuparon el Palacio de Planalto. Para peor, el PSDB se decantó hacia Bolsonaro.
Tratando de ganar el voto femenino, Lula recordó que se había pronunciado en contra del aborto, lo cual debería haberlo llevado al tema familia, núcleo básico de solidaridad; bien podría ser un valor a rescatar. Pero el progresismo viene ignorando ese tema, en lo que es un error histórico del PT, pues lo dejó libre para la oposición. Y esta lo acuñó como lema para su campaña Deus, patria e família; Brasil acima de tudo, Deus acima de todos. En el “Brasil primero” se ve claramente, faltaba más, la huella de Donald Trump y su “America first”.
Para mayor desfasaje de las intenciones de Lula, en el Brasil de hoy el tema central de la mujer no es moral, sino económico, sostiene Oualalou. La cuestión no es el machismo, al que insiste en criticar Lula, que se pone, tarde y mal, ante un terreno electoral ya difícil de conquistar a esta altura. Se trata del hambre y del miedo, que se enmarca en la abrumadora disponibilidad de armas propiciada por Bolsonaro y en la multiplicación de la delincuencia que propician las marcadas diferencias sociales.
En cuanto al escrutinio electoral, en la primera vuelta Bolsonaro no mencionó el tema del supuesto fraude porque fue real su triunfo por sobre las encuestas. Ahora, su hijo Eduardo, al parecer el más capaz de los tres, denunció fraude en esta segunda vuelta antes de que se emitiera un voto, y su padre ya denunció ante el Tribunal Superior Electoral (TSE) el desbalance de la pauta publicitara de las radios en las zonas de Lula, en el nordeste. Fue en vano porque rechazaron su denuncia, pero quedó consignado. El hecho puede situarse en la perspectiva de que los primeros cómputos vendrán de zonas afines a Bolsonaro, del sur, para luego incorporar las de las otras zonas. Por lo tanto, irá ganando en el conteo de distritos, y cuando los caudales empiecen a nivelarse con la incorporación del nordeste, habrá excusa para denunciar fraude. Esto, pese a que si algo ganó en la primera vuelta fue el voto electrónico, con un funcionamiento impoluto.
La posibilidad de que haya protestas masivas en contra de un supuesto fraude depende, según Oualalou, de que gane Lula y de la distancia que logre con respecto a Bolsonaro. Si el margen es contundente, habrá pocas posibilidades de maniobra para la jugarreta. Si en cambio es un margen estrecho, la imagen de Washington el 6 de enero y los vándalos entrando al Congreso de Estados Unidos puede quedar chica, y los revoltosos contarían con al menos el apoyo de la policía. El devenir político a partir de eso puede ser muy árido.
En cuanto a la batalla por el voto de Dios, puede ser central en el enfoque de Lula, pero está perdida de antemano por la larga, prolífica y tramposa labor del bolsonarismo. Para Oualalou –una estudiosa de la incidencia electoral de los evangélicos– y otros dos analistas consultados, ya no es más un tema meramente evangélico. Se instaló un discurso nacionalista cristiano que va mucho más allá: a la extrema derecha, y comparable al que existe en Estados Unidos. Según estos analistas, reúne a evangelistas, a una parte de los católicos y, en general, unifica la agenda neoliberal y la agenda religiosa de la extrema derecha. A esto se agrega la derecha ya mencionada en una nota anterior, que es la militarizada, propulsora de la anti-política, anti-democrática, que propone la vuelta a la dictadura y que es fundamentalmente punitiva.
Bolsonaro tiene una fuerza en la sociedad brasileña que superó la capacidad de análisis y aún de presentimiento de analistas y sectores con educación terciaria, lo que explica su muy buen resultado electoral en la primera vuelta. Con profundas raíces en la sociedad al expresar a la ultraderecha en sus tres vertientes, proclamó el orgullo vivo de una población frustrada. El populismo capitaliza, en un paradigma infernal, el desencanto que provoca, y esto funciona particularmente si se lo encierra en una visión maniquea. Esa visión polarizada que partió a la sociedad se logró en poco tiempo: en 2014 Brasil hizo su Copa FIFA, y en 2016, las Olimpíadas en Río de Janeiro. Era el viejo Brasil.
Como ya se dijo en nota anterior, la ultraderecha entendió el sentido de la explosión de manifestaciones de protesta contra todo de 2013, y el progresismo no. El progresismo brasileño, encabezado por Lula, está rezagado en su creatividad política. Su actual argumento sobre la diferencia en el precio del barril de petróleo de los años mágicos como vaticinio de grandes posibilidades, no tiene la llegada que procura en el electorado. En cambio, Bolsonaro dinamizó, electrificó su voto, al decir del analista Pascal Drouhaud.
También la campaña electoral de Bolsonaro fue más profesional. Fue visible en el debate entre ellos que a Lula le faltaron minutos para responderle a su rival. Y también que los términos más dinámicos de la campaña fueron puestos por Bolsonaro. Es más: Bolsonaro ganó en 2018 apoyándose mucho en las redes sociales, con las que propagó sus dichos y encapsuló su debate, impidiéndolo. Hoy, Lula se muestra poco ágil en la materia.
Tal vez ese haya sido el punto de partida de la operación política de la ultraderecha que puso a Bolsonaro al frente de este contundente bastión que no dejará de afligir a propios y vecinos. En verdad, se está ante una década en la cual el progresismo (ni la izquierda, que ya casi ni figura como tal) no atina a construir una nueva forma de identidad para un continente que ha cambiado. Lo que hace Bolsonaro es polarizar a la sociedad para impedir el nuevo contrato social cuya necesidad se evidencia. Por el mismo carril avanzó y sigue avanzando Mauricio Macri en Argentina, Lacallito en Uruguay y otros de nuestra pobre tina latina.
Bolsonaro, que aparenta ser un mero exabrupto de una realidad conocida, es en verdad un síntoma de una nueva realidad en una región con un pasado colonialista y con esclavitud no tan lejanos, y con la madre de todas las dictaduras del Cono Sur de hace menos de medio siglo. Es un pasado que Brasil nunca pudo discutir como sociedad y que, por lo tanto, vuelve. Esto se da en el marco de la articulación de la derecha internacional. Su conexión con la de Trump, su hermano mayor, es pública.
Hoy, el ex Presidente de Colombia Juan Manuel Santos (2010-18), premio Nobel de la Paz en 2016, dio su apoyo público a Lula. Las razones son interesantes: es importante, dijo, para lograr que el continente tenga un liderazgo que echa en falta, que permita reconstruir la UNASUR, ordenar el Mercosur y echar a andar el multilateralismo. En materia de ausencia de liderazgo, el progresismo está en condiciones similares en toda América Latina, dijo. En cuanto a la gestión interna que haría Lula en caso de ganar la presidencia, es cuestión de esperar a ver cuánto puede de lo que quiere hacer.
Lo que le faltaría al continente es, al menos, una narrativa del mundo progresista que proponga una alternativa e inicie el camino hacia ese contrato social. El progresismo excluyó de su diálogo, por ejemplo, a parte de los pobres, a los evangelistas, a la familia y demás, y no comprendió el resentimiento de un sector de la clase media –y esto tiene un fuerte contenido excluyente y hasta racista que, sin embargo, es parte de la realidad–, que perdió mucho en los años de Lula. Lo que perdió esta clase media es que dejó de ser la única que iba a las universidades y la única que tomaba el avión. También era la que con seguridad pagaba impuestos por servicios públicos de mala calidad. El suyo es, en definitiva, el resentimiento del pequeño hombre blanco que apoya a Trump.
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