BOLSONARO: ¿Un presidente EFÍMERO?
Los seis ministros militares no son una elección espontánea del inminente mandatario
Hasta el momento, el ex capitán del Ejército y Presidente electo de Brasil Jair Bolsonaro ha designado a los siguientes militares en importantísimos puestos de gobierno:
-Vicepresidente: Hamilton Mourao, general retirado.
- Ministro de Defensa: Fernando de Azevedo e Silva, general retirado.
- Ministro de Minas y Energía: Bento Costa Lima, almirante de escuadra, aún en actividad.
- Ministro de Ciencia y Tecnología: Marcos Pontes, ex teniente coronel; dado de baja.
-Ministro de Infraestructura: Tarcisio Gomes de Freitas, ex capitán; dado de baja.
- Jefe de Gabinete de Seguridad Institucional: Augusto Heleno, general retirado; cargo con rango de ministro.
- Secretario de Gobierno: Carlos dos Santos Cruz, general retirado; cargo con rango de ministro.
-Secretario de Asuntos Estratégicos: Maynard Marques de Santa Rosa, general retirado; cargo con rango de ministro.
-Secretario de Comunicación Social: Floriano Peixoto Viera Neto, general retirado.
Ningún gobierno brasileño posdictatorial ha reunido a tantos hombres de armas en la administración del Estado como lo está haciendo el Presidente electo: incluyéndolo a él, suman diez. Es dudoso que haya echado mano de ellos sólo porque en ese círculo tiene amigos y encuentra confianza. Bolsonaro solicitó su baja del Ejército hace mucho tiempo ya, cuando era todavía un oficial subalterno. En 1988 fue elegido concejal por Río de Janeiro y dos años más tarde, diputado federal por el estado carioca, cargo que ha retenido hasta la fecha durante cuatro períodos consecutivos. Suma así dos años como legislador municipal y 28 como federal: 30 en total. Seguramente tiene más vínculos y amistades en el mundo de la política que en el militar. Es más probable entonces que este reverberar de uniformes sea la consecuencia, sobre todo, de una convergencia de intereses.
Bolsonaro no ha sido del todo el artífice de su destino presidencial y padece, al menos de arranque, de cierta debilidad relativa. Recuérdese que cuando tuvo lugar el impeachment de Dilma Rousseff –el 31 de agosto de 2016— era tan sólo uno más de la troupe de diputados que votaron su destitución. Con la designación como ministros de tantos uniformados apela a exhibir un apoyo castrense institucional. Lo que induce a pensar que lo hace para dotar a su futuro gobierno de una mayor consistencia político-estatal y no por convencimiento. Los militares, han aprovechado la oportunidad para fortalecer su recuperado papel tutelar sobre el sistema político y para cerrar el paso al Partido de los Trabajadores, que pese a todo sigue vivo. Es decir, para continuar acompañando ese multifacético intervencionismo que empezó a tomar forma en el ya lejano 2005 con las investigaciones sobre el Mensalao y se entronizó con el procedimiento contra la hoy ex Presidenta y con lo que vino después.
El destacado sociólogo brasileño Gabriel Cohn, profesor emérito de la Universidad de San Pablo, en un artículo reciente titulado “A nova cara do presidencialismo” publicado en Le Monde Diplomatique/Brasil coloca dos interesantísimas hipótesis (https://diplomatique.org.br/a-nova-cara-do-presidencialismo/?fbclid=IwAR3oqnNtyig0R6M8E-kiimGfbZ5ZuPoBLxRjbOFujGUASeo5zxYxWfEEiqY - Consultado 25/11/2018). Sostiene, por un lado, que el proceso que condujo a las recientes elecciones se asentó “en un plan muy bien pensado a escala internacional”. Vale decir que a su entender ha habido una participación externa –a la que obviamente debe sumarse una local— en el planeamiento del proceso que llevó a la presidencia a Bolsonaro. Por otro, afirma que el desarrollo exitoso de ese plan ha dado paso a la construcción de “un régimen bien diferente” al preexistente, que denomina “presidencialismo de ocupación”, uno de cuyos rasgos centrales es “el empeño en tratar a los opositores como extranjeros”. A partir de aquí el texto discurre hacia otras interesantes temáticas que lo alejan de este meollo. Procuraré indagar en algo de lo que quedó en el creativo tintero de Cohn.
Puede decirse a grandes trazos que desde el retorno de la democracia funcionó en Brasil un presidencialismo de consensos espurios, en el que el Poder Ejecutivo procuraba construir una imprescindible mayoría parlamentaria mediante la búsqueda de acuerdos y la compra de voluntades. Este sistema, aunque con rémoras y máculas, dotaba de operatividad legislativa a los oficialismos de turno y daba sustentabilidad a los gobiernos. El “presidencialismo de ocupación” parece haber llegado con la intención de reemplazarlo. Basado en un fuerte apoyo de los Estados Unidos, tiene como objetivos erradicar los obstáculos que, a juicio de sus impulsores, traban o impiden tanto el asentamiento de nuevas bases para el sistema político brasileño como la reinstalación de un modelo económico neoliberal. Este afán, que frente a la orientación de los gobiernos petistas puede calificarse de restaurador, atropella todo aquello que encuentra disfuncional.
Es Bolsonaro quien dice: “No es cuestión de colocar cupos de mujeres. Si ponen mujeres porque sí, van a tener que contratar negros también”. O bien: “El error de la dictadura fue torturar y no matar”, al mismo tiempo que deplora las políticas sociales del PT. Esta visión se refleja también en las extravagantes apreciaciones del futuro canciller, Ernesto Araújo, quien sostiene, por ejemplo, que en el Ministerio de Relaciones Exteriores se percibe una inaceptable existencia de la ideología marxista. Y que la principal misión que le confió Bolsonaro “es liberar a Itamaratí”. Se despacha, asimismo, contra el “alarmismo climático”, “las discusiones abortistas y cristianas” y contra el “tercermundismo automático”, entre otros asuntos. Este paquete de ideas y de comportamientos desmesurados y anatemizantes es el que sustenta la percepción de que quienes quedan comprendidos en sus críticas son ajenos a la brasileñidad y prácticamente enemigos.
Todo esto ocurrió y ocurre en el marco de un plan puesto en marcha por Estados Unidos hace ya varios años, orientado a la recuperación y afianzamiento de su influencia sobre América Latina. Comenzó como reacción frente al avance de movimientos y gobierno de orientación revolucionaria y/o nacional-popular latinoamericanos, y se continuó como respuesta a las proyecciones china y rusa sobre la región. Es decir, cuando el mundo transitaba desde la unipolaridad centrada en Estados Unidos hacia la instalación de una doble polaridad: la que enfrenta a la potencia del norte con China en el plano económico, y con Rusia en el militar.
El núcleo duro impulsor del plan que condujo al apartamiento de Dilma del poder, al enjuiciamiento y condena de Luis Inácio Lula da Silva, y a la construcción de una candidatura presidencial capaz de imponerse en la contienda electoral reciente fue una entente variopinta y poderosa, constituida por actores y fuerzas que rebasan al presidente electo, un actor importante pero hasta ahora secundario. Las piezas principales han sido el Departamento de Estado norteamericano, a través de su embajada en Brasil; el Comando Sur, que operó un significativo realineamiento de los militares; el Departamento de Justicia, de sostenida acción sobre el Poder Judicial brasileño y con influencia –entre otros— sobre Rodrigo Janot, ex fiscal general y sobre Sergio Moro juez actuante en el caso Lula (que será el próximo ministro de Justicia de Bolsonaro); dos viejos partidos de alcance nacional, el Movimiento Democrático Brasileño, del que proviene el actual presidente Michel Temer y el Partido Socialdemócrata Brasileño, al que pertenecen Fernando Henrique Cardoso, Aecio Neves y José Serra (primer canciller de Temer, reemplazado por razones de salud); la cúpula militar encabezada por el general Villas Boas; e importantísimos medios de comunicación. Fueron acompañados asimismo por amplios sectores del empresariado y las finanzas.
Bolsonaro ha sido un invitado tardío a este emprendimiento. Pudo avanzar debido al desmoronamiento de los dos partidos mencionados arriba, que terminaron esta insidiosa y brutal campaña muy desprestigiados. Pero no es en absoluto el dueño de la situación. Al revés: tiene una pesada deuda con esa poderosa entente. Cohn estima que podría llegar a ser un presidente efímero. Quizá sea así; pero puede suceder también que sepa navegar la compleja mar que surca y saque provecho de ello. En fin, es siempre difícil entrometerse con el porvenir.
De cualquier manera conviene retener que esa coalición espuria actuante en Brasil —un verdadero contubernio— opera en toda la región, en cada caso con formatos específicos. Y que para las próximas elecciones generales de la Argentina y de Bolivia (ambas en octubre de 2019) seguramente las veremos actuar a paso redoblado.
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