Jair Bolsonaro llegó a la presidencia impulsado por un consorcio formado por un grupo importante de medios (entre otros, Folha de Sao Paulo y la red Globo); los Departamentos de Estado, de Defensa (Comando Sur) y de Justicia estadounidenses; el Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB) y el Movimiento Democrático Brasileño (MDB), al que pertenece el ex Presidente Michel Temer; y los militares. Vale decir, simplificando, un cuadrilátero consorcial integrado por un grupo de medios, el gobierno de los Estados Unidos, dos de los tres partidos más importantes del país (el restante es obviamente el Partido de los Trabajadores) y los uniformados.
Esta entente desalojó del poder a Dilma Rousseff mediante un cuestionable procedimiento parlamentario para reemplazarla por Michel Temer. Y condenó y encarceló a Luis Inácio Lula Da Silva valiéndose de un espurio trámite judicial, para sacarlo del juego electoral. Como demostró el impeachment de Dilma, Bolsonaro, en aquellos tiempos, era nada más que un provocador actor de reparto. Por aquel entonces, los precandidatos a Presidente del consorcio, potables para suceder a Temer, se encontraban en el PSDB: José Serra y Aecio Neves. Pero el primero debió abandonar por razones de salud y el segundo fue pesadamente afectado por el proceso judicial que lo ligó al caso Odebrecht. Por su lado, el MDB había quedado muy desacreditado por las acusaciones de corrupción que acosaban a Temer y por las maniobras contra Lula y Dilma. Todo lo cual forzó la búsqueda de un nuevo candidato. Bolsonaro, ese opaco y necio político de extrema derecha, ex capitán del Ejército –del que fue dado de baja por comportamientos inapropiados—, racista y homofóbico, fue el elegido por descarte. Era el que mejor pintaba electoralmente en el mediocre espacio de la centro-derecha brasileña, única cantera que le quedaba disponible a la antedicha entente.
El consorcio perdió consistencia tras la asunción de Bolsonaro. El PSDB y MDB fueron con candidatos propios a la elección, es decir, diferenciados del ex capitán y no tuvieron prácticamente representantes en el elenco gubernamental. Podría decirse que acompañaron un trecho por inercia y con desgano, dado que el nuevo habitante del Palacio de la Alborada no paraba de incurrir en dislates groseros y agraviantes. Por estos mismos motivos, el apoyo mediático inicial también se fue diluyendo. El cuadrado perdió así dos lados y su superficie se fue desdibujando. No obstante, los otros dos actores permanecieron como sostenes del Presidente.
Washington se mantuvo firme pues debía preservar la inversión política que había hecho en esa operación de largo aliento dirigida a desalojar del gobierno al PT y a abrirse oportunidades económicas y geopolíticas en el gigante sudamericano. Esto era concomitante con su pretensión de recuperar su posición hegemónica en la región, puesta en discusión por la emergencia de gobiernos populares en diversos países del área desde comienzo de los años 2000, así como por el avance de China y Rusia.
Chisporroteos con los militares
Por el lado de los militares las cosas han sido complejas pues han debido atravesar por cortocircuitos y rencillas con el Presidente.
El 14 de junio pasado Bolsonaro destituyó al prestigioso general Santos Cruz —que comandó la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití y la Misión de Paz de Naciones Unidas en la República Democrática del Congo—, al que había designado en la importante Secretaría de Gobierno. En abril pasado, el general tuvo encontronazos con Carlos Bolsonaro –hijo del presidente y concejal de Río de Janeiro— sobre el uso de las redes sociales. Por el mismo asunto chocó también con Olavo de Carvalho, el gurú presidencial. “Algo hay que hacer con mucho cuidado para que [la red] no se torne una bomba en manos de grupos radicales, de un extremo u otro” había declarado Santos Cruz. Recibió una injuriosa respuesta de de Carvalho:”¿Controlar internet, Santos Cruz? Controla tu boca. Eres una mierda” (El País, 14/06/2019). Cruz espero un apoyo del Presidente que nunca llegó. Y fue dimitido dos meses después.
El vicepresidente Hamilton Mourão, general retirado, tuvo también chisporroteos con Bolsonaro por diversas declaraciones a los medios. Finalmente el ex capitán lo trató como a un subordinado: terminó ordenándole que hablara menos. Y hasta un viejo y prestigioso general ya retirado, Luiz Eduardo Rocha Paiva, padeció el bullying presidencial. Reaccionó en julio de este año ante una descalificadora opinión del Presidente sobre los nordestinos y sus gobernadores actuales, en su mayoría izquierdistas. Entre otras cosas le señaló que su postura era antipatriótica y le recordó que esa región era “la cuna de Brasil”. La respuesta presidencial no tardó; fue burlona y agresiva: calificó al general de “sandía”, apodo que él y sus adláteres usan para denominar a los militares que son verdes por fuera y rojos –de izquierda— por dentro. Es decir, a los uniformados criteriosos que la cerrada perspectiva bolsonariana convierte en comunistas.
Estos episodios recientes muestran un destrato de la Alborada hacia los hombres de armas que, en el fondo, no es diferente al padecido por Brigitte Macron o Michelle Bachelet, entre otras personalidades políticas. Lo curioso es que Bolsonaro ¡lo aplica a los propios militares que lo apoyan o no están en su contra!, que no tienen más remedio que tascar el freno y bancar lo que les va tocando en suerte. Es rarísimo su comportamiento. Sólo le quedan como apoyatura dos de los lados del cuadrilátero político inicial que lo sostuvo y lo llevó a la presidencia. Y a uno de ellos no para de maltratarlo.
Es impredecible la suerte que puede correr el ex capitán Presidente. Podría ser, sin más, efímero. Pero debe tenerse en cuenta que su eventual reemplazo por Mourão sólo cambiaría las formas sin tocar el fondo. Da la impresión de que, a veces, se examina la coyuntura brasileña de un modo algo liviano, como si todo hubiera comenzado con Bolsonaro. Y se deja en el tintero lo que el cuadrilátero in toto operó, produjo y/o consintió, con Temer en la presidencia.
El programa de privatizaciones
En octubre de 2017, Temer dio a conocer su Programa Nacional de Privatizaciones que incluía 57 bienes públicos de, entre otros, los siguientes rubros: puertos, aeropuertos, carreteras y sector eléctrico. Este último contemplaba la privatización de Electrobras, de seis empresas distribuidoras y otras subsidiarias. Después de comenzado, este trámite fue cuestionado judicialmente y suspendida la gestión privatizante. La empresa Embraer, cedida a capitales externos durante el gobierno de Fernando H. Cardoso, vendió con Temer el 51% del paquete accionario que conservaba, a la multinacional estadounidense Boeing. Y, plato destacado de este festín, la explotación petrolera del llamado “pre-sal” fue también abierta a la gestión privada. Shell, BP Energy, Exxon, Chevron y otras empresas se han quedado –se estima— con el 60% del área explotable. Y el proceso aún no ha terminado.
Es obvio que esta cesión de activos públicos interesó mucho a los Estados Unidos. Porque implicaba un golpe a la pretensión autonómica con la que se venía manejando Brasil y porque algunas de sus empresas conseguían importantes oportunidades de negocios. En el plano geopolítico/militar, también consiguió significativas ventajas con Temer, bajo la égida del cuadrilátero consorcial. En este período se cocinó el acercamiento entre Brasil y la potencia del norte. Su primera materialización fue la realización de los ejercicios militares AmazonLog 2017 realizados en la Triple Frontera amazónica, que reunieron efectivos de Colombia, Perú, Brasil, Estados Unidos. Por primera vez, fuerzas militares norteamericanas pisaron suelo amazónico. La segunda evidencia fueron las conversaciones que llevaron a la designación del general Alcides Faría Junior como Subcomandante de Operabilidad, en el Comando Sur. (Esto se consumó a inicios del 2019, ya con Bolsonaro como Presidente, pero obviamente fue negociado con anterioridad.)
Iniciativas propiamente bolsonaristas parecen ser la designación de Brasil como aliado extra-OTAN y la autorización de utilización de la base aeroespacial de Alcántara a los Estados Unidos.
Bolsonaro es un producto de ese cuadrilátero que existió desde antes de las operaciones que derrocaron a Dilma que, reducido ya a un dúo, es razonable suponer que se mantendrá unido pese a los desquicios en los que aquel incurre. Y que incluso lo sobrevivirá en el supuesto caso de que sus arrebatos lo lleven a tener que abandonar el cargo. Estados Unidos tiene mucho en juego y los militares vernáculos han hecho un viraje a conciencia: dejaron atrás la doctrina basada en “una autonomía estratégica no confrontativa” que imperó durante más de 40 años, elaborada por el ex presidente de facto general Ernesto Geisel.
Sería conveniente tener esto presente pues corren vientos renovadores en la Argentina y gobierna en Brasil una extrema derecha que se inclinaría al centro-derecha, en caso de un cese de Bolsonaro. La relación mutua es importantísima para los dos países; tanto que sería conveniente ir preparándose, en ambos casos, para una convivencia vecinal incómoda, por decir lo menos.
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