Los resultados del último capítulo de las primarias del Partido Demócrata, conocido como Súper Martes, significaron un éxito para los sectores más conservadores de esa agrupación política. Joe Biden, ex Vicepresidente de Barack Obama, salió victorioso en 10 de los 14 Estados mientras que Bernie Sanders se impuso en 4. Las consecuencias de la compulsa electoral evidencian una importante recuperación de los sectores del establishment neoliberal, a expensas de los grupos progresistas que inicialmente aparecían como capaces de desafiar a la estructura partidaria.
El análisis segmentado de la votación reveló que Sanders recibió una inmensa mayoría de los votos jóvenes y latinos, mientras que Biden recogió la voluntad de las personas adultas mayores, el apoyo de los sectores suburbanos y la contribución de grupos afrodescendientes. Este último colectivo fue decisivo. Su encolumnamiento tras el ex vicepresidente de Obama se consolidó luego de una alianza con el líder demócrata de Carolina del Sur, James Clyburn, integrante de esa minoría históricamente segregada. A su vez, la cantidad de jóvenes que participó en la compulsa fue mucho menor a la esperada por parte de los grupos de apoyo a Sanders.
El voto de los seguidores de Clyburn apoyó masivamente a Biden por razones de índole pragmática más que ideológica: Biden es considerado como el más idóneo para vencer a Donald Trump en las elecciones que se desarrollarán en noviembre de 2020. Según la inmensa mayoría de los analistas, el electorado demócrata desconfía de la capacidad de Sanders para congregar a las mayorías indiferentes a los dos grandes partidos, hecho que limita la potencialidad de obtener una victoria sobre el actual Presidente.
La coalición de Biden con Clyburn permitió el triunfo sobre Sanders en todo el sur. El ex Vicepresidente se impuso en Alabama, Arkansas, Carolina del Norte, Massachusetts, Minnesota, Oklahoma, Tennessee, Virginia, Texas y Maine. Sanders, por su parte, logró victorias en Colorado, Utah, Vermont (su Estado) y en California, el bastión más importante de la cita electoral. El resultado del último martes le permitió a Biden acumular 627 delegados de los 1991 necesarios para obtener la nominación presidencial demócrata.
El sistema de primarias de Estados Unidos se basa en una arquitectura electoral organizada para filtrar a quienes buscan plantear posiciones alternativas a las orientaciones trazadas por las grandes corporaciones. De esa manera, se logra cooptar con mayor eficacia a los delegados, únicos responsables de elegir a los binomios presidenciales.
Existen cuatro tipos de votación, especificadas y predefinidas por cada Estado-distrito. Las primarias abiertas, las cerradas, las semicerradas y las de tipo top-two. Las tres primeras corresponden al sistema partidista –donde votan solo los afiliados— y la restante permite que sufraguen aquellas personas que no están inscriptas como integrantes de un partido. En estas últimas, las top-two, toda la ciudadanía puede participar, esté o no adscripta al padrón partidario. Los sistemas de sufragio en las primarias se efectúan mediante dos formatos: el voto secreto o el asambleario (a mano alzada), conocido como caucus.
Las primarias eligen delegados que participarán de las convenciones donde se optará por los candidatos. La cantidad de representantes necesarios para la nominación de un candidato varía cada cuatro años de acuerdo a la proporción de votos obtenidos por el partido en las últimas tres elecciones presidenciales. Además de los delegados electos durante las primarias, existen los superdelegados –un 15 % del total— que son quienes forman parte del Congreso de los Estados Unidos, son gobernadores o miembros del Comité Demócrata.
Para constituir el binomio presidencial, un candidato debe alcanzar el 50 % de los delegados en disputa, que este año postula como número a alcanzar los 1991 electores. El próximo 26 de abril —cuando se terminen las compulsas en Connecticut, Delaware, Maryland, Pensilvania y Rhode Island— es probable que se sepa quién alcanzará una suma suficiente para proclamarse. De todas formas, en las próximas semanas se prevé una nueva ofensiva publicitaria apoyada por las grandes corporaciones para socavar cualquier intento de Sanders de disputar la presidencia contra Trump. El empresario Michael Bloomberg, ex alcalde de Nueva York entre 2003 y 2013, anunció luego de abandonar la campaña por la candidatura –y de gastar 500 millones de dólares en dicha postulación— que apoyará a Biden para evitar que el senador de Vermont, Bernie Sanders, gane la nominación.
Delegados y primarias
Según una gran parte de los superdelegados, el senador que se define como socialista expresa un indudable riesgo para el partido, al tiempo que Biden supondría una garantía al proponer coaliciones por sobre los programas de gobierno, más ideologizados. Sanders insiste en que él se encuentra mejor posicionado para vencer a Trump. Aduce que es imposible derrotarlo con las mismas armas económicas y geopolíticas que propone el ex Vicepresidente.
Las primarias del martes último pusieron en evidencia que una gran parte de los electores continúan rechazando los discursos basados en los derechos sociales, por haber sido defenestrados conceptualmente desde el macartismo hasta la actualidad. Las categorías ligadas a la socialdemocracia han sido demonizadas durante los últimos 70 años como enemigas de los Estados Unidos. Algo similar sucedió en Gran Bretaña, donde sólo los jóvenes acompañaron a Jeremy Corbyn en su intento por alterar la matriz cultural impuesta por la tradición económica neoclásica instalada desde que Margaret Thatcher fue ungida como Primera Ministra. Además, en la interna demócrata la campaña motorizada por los seguidores de Sanders –al ser ligeramente radicalizada frente a los ojos del supremacismo todavía imperante— terminó generando una auto marginación respecto a las grandes mayorías.
Gracias a la lógica de la guerra permanente, el modelo imperial que postula y el mórbido patrioterismo que lo acompaña, Estados Unidos continúa siendo una de las sociedades más individualistas, violentas y materialistas del mundo. Es responsable de haber invadido más de 30 países independientes en el último siglo y de haber desestabilizado proyectos políticos ávidos de transitar senderos soberanos. Sus bancos controlan gran parte de los flujos financieros globales. Sin embargo sus indicadores sociales se han visto deteriorados —en términos relativos en las últimas cinco décadas– respecto al resto de los países que gozan de altos estandares de desarrollo humano (IDH) .
Los trabajadores carecen de aguinaldo, de indemnización por despido y de vacaciones pagas. Un porcentaje mínimo de los asalariados está agremiado en sindicatos. La inmensa mayoría se encuentra endeudada de por vida, debido a la obtención de créditos orientados a solventar una vivienda y/o financiar la formación educativa para sus hijos. La atención médica de calidad es inalcanzable para quienes viven de su empleo y la expectativa de vida decreció en los últimos 40 años. Sus trayectos laborales están sometidos a presiones inauditas y las empresas para las cuales trabajan los amenazan en forma permanente con reducir sus salarios, producto de la competitividad y las presiones migratorias.
Según Noam Chomsky, gran parte de la ideología que atravesó la sociedad civil se debe al legado tóxico de la esclavitud, agravado por el triunfo de la lógica neoliberal. A grandes rasgos, el estadounidense promedio descree de cualquier cambio estructural porque el supremacismo infectó su cultura política: creen que sus impuestos se orientarán a proteger a vagos, sucios y marginales sin advertir que la mayoría de sus aportes (casi el 50 % de sus impuestos) se destina a la industria de la guerra y a sostener 200 bases militares en el exterior de su país.
Sanders advirtió en la última semana que detrás de Biden opera Wall Street. Y al señalarlo, no se privó de citar a uno de los primeros Presidentes de Estados Unidos, Thomas Jefferson, uno de los encargados de redactar la Declaración de la Independencia en 1776. En una carta dirigida a John Taylor, de 28 de mayo de 1816, escribió: “Pienso que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestra libertad que ejércitos enteros listos para el combate. Si el pueblo americano permite un día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florecerán en torno a los bancos, privarán a la gente de toda posesión”.
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