Berlusconi post mortem
El magnate entronizó a la derecha italiana y simbolizó la desvergüenza al frente del Estado
A la edad de 86 años, Silvio Berlusconi falleció en Milán el lunes 12 de junio a las 9.30 de la mañana. Apenas comenzó a difundirse la noticia se puso en marcha la maquinaria de la beatificación mediática.
Treinta años de presencia continua en la historia política de Italia dejarán sin duda huellas y algo que confusamente se llama berlusconismo, del que participan millones de italianos sin tener clara conciencia de dicha participación.
Berlusconi, como Mussolini en 1919, supo interpretar el momento de su época, que podríamos llamar modernidad, entendiendo como tal la búsqueda del éxito, la imagen ganadora, la afirmación del yo sobre el nosotros, la posibilidad de exteriorizar deseos que hasta el momento permanecían escondidos, la pérdida de la vergüenza respecto a opciones políticas y morales antes mantenidas al margen de la sociedad. En palabras simples, Berlusconi supo sintonizar con aquella parte del país donde el latido de la ética en la política no era perceptible.
Como un actor, utilizó su propio cuerpo para crear la imagen del suceso, del self made man, proponiendo un dinamismo espectacularizado (como el uso del helicóptero), se valió del club Milan para proyectar a través de los éxitos deportivos un rupturismo innovador que podía trasladarse a otros ámbitos y utilizó con astucia la televisión, que fue y sigue siendo la carta vencedora para crear consensos y acallar enemigos.
Su entrada en sociedad fue tan potente que no solo plasmó votantes y huestes de la derecha italiana, también condicionó al partido que en teoría tendría que haberse opuesto con todas sus fuerzas al astro naciente de la derecha.
El Partido Comunista Italiano (PCI) sufrió un golpe fatal con la caída de la URSS pero ya escondía en su seno tendencias que salieron a la luz en los años ‘90, entre ellas la aceptación del mercado como regulador de las relaciones sociales, tal como se verificó con el cambio de nombre de PCI a Partito Democratico della Sinistra (PDS). El 23 de marzo de 1994 Berlusconi destrozó en un debate televisivo (emitido en una de sus cadenas) a un previsible Achille Occhetto, candidato y secretario del PDS, un partido vacilante en su identidad y confuso en su programa. Días después los electores premiaron la novedad en las urnas dando el triunfo a Berlusconi, en tanto el desánimo y el pesimismo contaminaron al “pueblo de la izquierda”, desorientado frente a un mundo que había cambiado y que anunciaba “el Fin de la Historia”.
El PDS encontró una misión: el anti-berlusconismo, que le sirvió para ocultar su incapacidad como opositor, dado que su visión económica coincidía con la de Berlusconi y los grupos de poder. Pero, como si no bastara, traicionó a su vez el anti-berlusconismo que proclamaba con un pacto secreto con Berlusconi, en el que se comprometía a dejarlo en paz ante el conflicto de intereses derivado de las empresas televisivas del magnate.
La historia pública del personaje fue propalada por los medios de difusión de todo el mundo y claramente las opiniones se dividieron en pasiones irreductibles: quienes lo admiraban, porque coincidían con una escala de valores hasta ese momento solapada, y quienes odiaban su estilo de parvenu que pisoteaba valores y costumbres con desparpajo y determinación.
Políticamente Berlusconi declamó “la revolución liberal”, o sea la construcción de un partido conservador de masas capaz de estar atento al mercado y a las relaciones establecidas por el canon democrático. En realidad fue un seguidor natural de las teorías neoliberales que rozaban el ordoliberalismo, ya que la ocupación del Estado cuando fue Presidente del gobierno le permitió salvar su parte del duopolio televisivo (el otro polo es la RAI) y estabilizar su holding, que se tambaleaba por el endeudamiento y el cierre de la canilla por parte de los bancos. Este gigantesco conflicto de intereses no melló en absoluto el consenso de un electorado entregado y acrítico.
Los que han comparado sus promesas electorales con los resultados reales no han encontrado ninguna obra o testimonio concreto de sus diversos pasajes por el gobierno a excepción de la cancelación de la tasa hereditaria, por una razón que se comprende inmediatamente: su fortuna ascendía a 6.500 millones de euros y dejó cinco hijos.
El desmoronamiento comenzó en 2011 cuando fue obligado a renunciar a través de una operación de pinzas entre el Presidente de la república y la Unión Europea, que ya tenía preparado el caballo de recambio: el profesor Mario Monti; el spread había subido a las estrellas y el BCE a través de Mario Draghi preparó la destitución con una carta que se hizo pública en agosto de 2011.
Otro argumento notorio fue su relación con las mujeres, donde se conjugaba la ecuación sexo/dinero. Uno de los abogados de Berlusconi en uno de los escuálidos episodios revelados durante el juicio llamó a su defendido “usuario final”, lo que describe la visión del mundo impregnada de consumismo del personaje y su corte, que sin duda iba más allá de las “cenas elegantes” en su villa de Arcore , popularizadas como Bunga Bunga.
Otro momento difícil fue la acusación de perjuro en la investigación sobre la Logia P-2, a la que Berlusconi era afiliado con el número 1.816. Como en tantos casos, quedó a salvo por la prescripción. La muerte lo sorprendió con varias causas judiciales en acto.
Uno de los pasajes más oscuros de su historia son las relaciones con la mafia. Técnicamente nadie podría decir que Berlusconi fuera un mafioso por se lo investigara en una causa judicial. Quien en cambio ha sido condenado definitivamente en 2014 fue su mano derecha, el siciliano Marcello Dell'Utri. Los jueces demostraron que era el hombre que mantenía las relaciones entre Cosa Nostra y la Fininvest, la sociedad más importante de Berlusconi. Se puede decir con certeza que el magnate frecuentaba mafiosos: el más notorio fue su empleado Vittorio Mangano, afiliado de Cosa Nostra que trabajó dos años en la villa de Arcore. Era la época en que Berlusconi pagaba a la mafia un bonus por protección, situación que se prolongó hasta 1992.
La apertura del testamento el 4 de julio provocó nuevas sacudidas. Además de las previsibles cuotas de la herencia legítima y el bonus exit de 100 millones de euros para la señorita Marta Fascina, su esposa morganática (para llamarla de alguna manera) y diputada de Forza Italia, el notario anunció que el testamento preveía 30 millones de euros para Dell’Utri, que los malpensados llamaron el precio del silencio, un premio para el ‘amigo’ que había sabido mantener la boca cerrada.
Pero las sacudidas siguieron: el 18 de julio, pasados apenas diez días de la apertura del testamento, los magistrados de Florencia convocaron a Dell’Utri. La acusación sostiene que Berlusconi y el “amigo” son los instigadores de la temporada explosiva que desató la mafia siciliana en 1993. El motivo sería la desestabilización del gobierno de Carlo Ciampi para preparar la llegada de Berlusconi con su proyecto político.
Marina Berlusconi, la primogénita del personaje, ha escrito una carta abierta el 17 de julio pidiendo “la intervención del Estado contra la persecución contra mi padre, que continúa aún después de su muerte”. Un mensaje para Giorgia Meloni: hay que proteger no solo la memoria, también el imperio de papá. Además Forza Italia, el partido creado por el padre, forma parte del gobierno. La carta no menciona a Dell’Utri pero mientras tanto el fiel “amigo Marcello” ha hecho lo que mejor le sale: se ha negado a responder al interrogatorio amparado en el artículo 64 del código de procedimiento penal.
Meloni decretó funerales solemnes para Berlusconi en su carácter de ex Presidente de gobierno. A la ceremonia en el Duomo de Milán se presentó el Jefe de Estado, o sea el Presidente de la república, Sergio Mattarella. Todos recordamos la foto en blanco y negro que lo muestra junto al cadáver de su hermano Piersanti Mattarella, apenas asesinado por Cosa Nostra. El Presidente acudió al Duomo para despedir al hombre que frecuentaba las personas que asesinaron a su hermano. La política italiana, la de la finezza como decía Giulio Andreotti, cerró de esta manera otro de sus eternos círculos concéntricos.
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